Estimadas lectoras, estimados lectores,
el ascenso político de Donald Trump hasta alcanzar la Presidencia de Estados Unidos desnaturalizó el presupuesto de que una democracia consolidada, consolidada quedaba. Mucho se criticó entonces al Partido Repúblicano por
traicionar su compromiso democrático permitiéndole el paso a un líder populista con tendencias autoritarias. Se ha hablado también, aunque menos, de la cuestión de fondo:
la incapacidad de las élites políticas para incluir las demandas de buena parte de la ciudadanía. La desigualdad estructural que afecta al sistema estadounidense y el racismo creciente estarían en la base del ascenso de Trump (quien, por cierto, ha anunciado que se volverá a postular a la Presidencia en los próximos comicios). El
pánico demográfico (del que
hablábamos hace unos días en relación al mundo pos-tsoviético) es una de las anclas del discurso republicano catapultado por Trump. Tiene su origen en
una lectura de los datos: si en 1950 la población no blanca no llegaba al 10%, en 2014 había ascendido al 38% y se estima que los blancos quedarán en minoría en 2044. Pero, entonces, mientras los republicanos se ocuparon de levantar muros simbólicos y reales para proteger a
los blancos (sus votantes), sus elites se fueron haciendo
cada vez más ricas. Esa lectura de los datos admitía otras, como la sencilla ampliación de sus bases electorales a partir de propuestas programáticas en lugar de en condiciones étnicas. Sigamos.
En Estados Unidos –y en el mundo democrático en general– la ampliación de la ciudadanía y de los derechos políticos se ha producido como resultado de las luchas sociales. El llamado sufragio universal, que tan universal no fue hasta que se aprobó el voto de la mujer, significó un gran avance. Como se suele decir, hecha la ley, hecha la trampa; o cuando menos, agregada la letra pequeña que va poniendo resguardos que sostienen los privilegios de los beneficiarios del poder. Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de EE.UU., manifestó que era necesario dotar a las elecciones de algún mecanismo de “
tamizado”. Ésa fue la visión que predominó y por eso se consolidó una democracia elitista, donde las postulaciones a cargos quedaban controladas por los dos grandes partidos y el ejercicio de los derechos electorales afrontaba muchas restricciones que afectaban particularmente a la población afroamericana y latina; los más pobres.
Otro caso de (hasta 2019)
modélica democracia elitista fue la chilena.
Si en el norte de América el temblor lo produjo la llegada de Trump, en Chile se lo debemos al 'estallido'. Son dos salidas a un problema comparable: la ceguera de las elites para ampliar la democracia o siquiera sostenerla sobre bases firmes, y su incapacidad para promover políticas públicas incluyentes, lo que prepara el caldo de cultivo para las crisis, el deterioro institucional o el
estallido.
Existe, sin embargo, una discusión en torno a si tal ceguera se traduce en América Latina en el apoyo (o rechazo)
per se de las elites económicas a la democracia. Por
aquí se señala que son los sectores más desfavorecidos y no los más pudientes los que se distancian crecientemente de ella. Hilando más fino,
otro análisis subraya las diferencias entre los casos que, además correlacionan bien con sus realidades:
en el Brasil de Bolsonaro las élites se muestran más indiferentes que, por ejemplo, las chilenas. Nuestro primer artículo de hoy apunta, entre otras, a una cuestión clave y que han puesto en la agenda pública movimientos sociales como el
#BlackLivesMatter: la violencia institucional. La trampa de la desigualdad genera incentivos que erosionan la democracia en tanto el uso del aparato represivo puede desalentar las protestas y
acomodar a las elites. De ahí pasamos a una particular coyuntura crítica, con el análisis del 8-M en Turquía. Seguimos con las coyunturas críticas en Colombia; por cierto, uno de los países
más desiguales de la región y que se encuentra en pleno año electoral. Finalmente, cerramos con México y un análisis de la comunicación presidencial.
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.
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Yanina Welp
Coordinadora editorial