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Alexander Zemilianichenko (AP)

Por qué Putin ha invadido Ucrania

Fernando Casal Bértoa

7 mins - 18 de Marzo de 2022, 19:00

El 24 de febrero del 2022 quedará como un día para la infamia. La invasión rusa de Ucrania puso fin a varias décadas de Pax Europaea, dejando en un sueño la paz kantiana, soñada por muchos. Las justificaciones esgrimidas por Vladimir Putin para la invasión han sido principalmente dos: la necesidad de "desmilitarizar" y "desnazificar" el país vecino. Sin embargo, el hecho que Ucrania hubiese ya cedido su arsenal nuclear tras el Memorándum de Budapest a finales de 1994, a cambio de que se garantizase su recién adquirida independencia, apoyada por un 92,3% de los ucranianos; así como la incapacidad ucraniana para recuperar Crimea, anexionada por Rusia a principios de 2014, pone en tela de juicio el primero de los supuestos argumentos.

El segundo casus belli es incluso más inverosímil: Ucrania es el único país del mundo, junto a Israel, que ha tenido simultáneamente un primer ministro (Volodimir Hroisman, de abril a agosto de 2019) y un presidente (Volodimir Zelenski) judíos. Es más, en las últimas elecciones parlamentarias el principal partido de extrema-derecha no pasó del 2,2%, obteniendo sólo un escaño en el Parlamento ucraniano o Rada Suprema. El partido pro-ruso Plataforma de Oposición quedó en segundo lugar (13% del voto y 43 representantes).

Si, como hemos visto, Ucrania no es ni una potencia militar, ni los ucranianos unos nazis, ¿cuáles han podido ser las causas que expliquen este conflicto que ha puesto patas arriba el tablero político y militar europeo? Cuatro son las posibles razones: psicológicas, estratégicas, históricas y, como no, políticas.

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Empezando por las primeras, uno pudiera llegar a pensar que, tal y como ha señalado el propio presidente de Estados Unidos, Joe Biden, Putin es un megalómano, trasnochado y "asesino". Antecedentes en Rusia no faltan, empezando por Iván 'el Terrible' o terminando con Iósif Stalin. Las comparaciones, incluso físicas, con Adolf Hitler, uno de los mayores asesinos de la Historia junto al propio Stalin y Mao Zedong, no se han hecho esperar en redes sociales ni en análisis socio-políticos más serios.

Sin embargo, Putin no fue tachado de loco cuando, durante la Conferencia de Seguridad celebrada en Munich en febrero del 2007, dejó a una audiencia (compuesta, entre otros, por el entonces director de la CIA, Robert Gates, la canciller alemana, Angela Merkel, o el senador John McCain) perpleja al culpar a Occidente de "desestabilizar el orden mundial" con su "uso incontenible de la fuerza militar" y el "desdén por el Derecho internacional".

Ese mismo día, Putin acusó a la OTAN de incumplir la promesa hecha a Boris Yeltsin una década atrás de que no se expandiría hasta alcanzar las fronteras rusas, como sucedió después del acceso de Polonia en 1999 y, sobre todo, los países bálticos en 2004. Esto llevaría a pensar en factores estratégicos que expertos en relaciones internacionales desde John Mearsheimer hasta Henry Kissinger, pasando por George F. Kennan, han llamado "dilemas de seguridad". Así, Rusia sólo estaría lanzando un ataque preventivo para evitar que Ucrania se una a la Alianza Atlántica, pasando parte de la culpa a la propia Ucrania (por osar hacer uso de la libertad que le corresponde a todo Estado soberano) a Estados Unidos y demás países occidentales. Sin embargo, no debemos olvidar que la OTAN es una alianza defensiva y que, por ejemplo, su intervención en Bosnia Herzegovina entre 1992 y 2004 estuvo amparada por varias resoluciones de la ONU.

La ampliación de la alianza transatlántica a países del antiguo Pacto de Varsovia no sería, empero, la única razón estratégica detrás de la invasión rusa. Putin está decidido a recuperar el imperio ruso-soviético, cuya caída fue (según sus propias palabras) "una de las mayores tragedias" en la historia de Rusia. Para ello, Ucrania es esencial.

Tal y como lo puso Robert Kaplan en su excelente 'La Venganza de la Geografía': "Sin Ucrania, Rusia todavía podría ser un imperio, aunque predominantemente asiático. Sin embargo, si recuperara el dominio de Ucrania, añadiría 46 millones de personas a su demografía con las miras puestas en Occidente". Estas miras le permitirían no sólo controlar el Mar Negro, algo a lo que Rusia ha aspirado desde que fue derrotada en la Guerra de Crimea allá por 1856, sino también conectar con la avanzadilla rusa actualmente presente en Transnistria, lo que a su vez le permitiría no ya sólo rodear Moldavia, en manos soviéticas hasta 1991, sino también abrir un nuevo frente en el centro y sur de Europa en caso de conflicto con la OTAN.



Una tercera razón, mucho más plausible, es que (tal y como ha señalado recientemente el historiador Niall Ferguson) Putin está simplemente buscando reconstruir el imperio ruso. La ocupación de un quinta parte de Georgia en 2008, la anexión de Crimea hace ocho años (región ésta cedida por Nikita Kruschev a Ucrania en 1954) y la invasión ahora del resto de Ucrania no serían sino parte de un plan para recuperar los territorios perdidos tras el colapso de la Unión Soviética en 1991. Es más, Ucrania, que salvo algunos territorios en su parte occidental (la famosa Galicja austro-húngara y los famosos Kresy polacos, con capital en la actual Lviv, Leópolis), ha sido parte ininterrumpida del imperio ruso (después soviético) desde 1764, es considerada por muchos como el origen de la propia Rusia. No en vano, como señalan las crónicas más antiguas, Kiev es "la madre de las ciudades rusas". Nada haría más feliz a Putin que una foto ('a lo Hitler' en el Trocadero parisino) con la catedral de Santa Sofía, uno de los pocos monumentos que todavía quedan en pie de la denominada Rus de Kiev, al fondo.

Sin embargo, y dejando a un lado elementos nostálgicos de restauración imperial o estratégicos, que han podido servir de excusa para culpar a otros por la pérdida de un pasado glorioso, una de las razones principales de la invasión, no nos engañemos, es el odio de Putin a la democracia. No en vano, sus mayores aliados son líderes autoritarios de la talla de Xi Jinping, Nicolás Maduro, Daniel Ortega o Aleksandr Lukashenko. No hay más que ver quién se abstuvo o votó en contra de la Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas condenando la invasión. Incluso, y a pesar de apoyar la mentada resolución, sus mejores amigos en Europa han sido tradicionalmente el húngaro Viktor Orbán y el serbio Aleksandar Vučić, dos claros partidarios de la democracia illiberal.

No es casualidad que la invasión de Georgia en 2008 y la de parte de Ucrania en 2014 tuviesen lugar poco después que ambos países decidiesen optar por una vía más democrática en sendas revoluciones de color: la de las Rosas a finales 2003 y la de la Dignidad (o Euromaidán) exactamente una década después (noviembre 2013). La reciente asistencia de Rusia (informal en el caso bieloruso, explícita en el caso de Kazajistán) con el fin de poner fin a las protestas pro-democráticas son un prueba más de la repulsión (y cómo no, pavor) que Putin siente respecto a la democracia: las últimas elecciones libres, aunque no justas en territorio ruso tuvieron lugar hace ya casi 20 años. La intromisión rusa en el referéndum sobre el Brexit o en las presidenciales estadounidenses, ambas en 2016; la financiación a partidos de extrema-derecha o la dispersión de fake news a través de canales como Rusia Hoy o Sputnik no hacen sino reafirmar este argumento.
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