A simple vista, TikTok sólo sirve para recolectar tus datos atiborrando tu apetito digital. Sin embargo, con más de 1.000 millones de usuarios, la plataforma china ha acabado convirtiéndose en uno de los espacios más importantes de la esfera digital y el flujo de información a través de la red; una pandémica red social que crece por escalada de contagios mientras Facebook e Instagram envejecen a cámara rápida, y que se ha vuelto ubicua en nuestra forma de mirar al mundo desde las pantallas.
Durante la última semana, la invasión rusa de Ucrania ha empujado a la aplicación a centenares de millones de usuarios ávidos de información al minuto y sin filtros: entre soldados haciendo el
moonwalk e ironías adolescentes sobre la convivencia familiar dentro de un búnker, muchos creen haberla encontrado.
¿Ha cambiado TikTok para siempre nuestra forma de vivir, aguantar y denunciar los tiempos guerra? Quienes celebran que así sea señalan que nos ha
abierto una ventana para conocer sus efectos
sin mediaciones, y aseguran que nos hará reflexionar y
adquirir conciencia. Sin embargo, cada vez son más los que se exasperan y ofenden por la supuesta frivolidad inoportuna de esta red. "Están vendiendo desgracias ajenas con toques de Eurovisión", leo a un usuario quejarse. "Odio eterno a la frivolidad de los
influencers", le respalda otro con su opinión. ¿Qué sentido puede hallarse en este desacuerdo radical?
La discordia la ha sembrado un 'tiktok' visto por 10 millones de personas (y subiendo) titulado Cómo me evacuaron de Ucrania. Lo publica
Valerishhh, una joven de Chernihiv que podría tener mi edad (23) y que, tras dos semanas encerrada con su familia en un sótano bajo las bombas, ha conseguido llegar a Polonia en una caravana de refugiados. El video parece un
videoblog adolescente de los tiempos de preguerra, pero cuenta una historia que sólo estamos acostumbrados a oír desde registros dramáticos y solemnes.
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La canción alegre con la que cuenta su evacuación, un remix electrónico de los 100 mejores temas pop de los 2010, no valdría para el anuncio televisivo de una ONG ni para un reportaje de la BBC. Según indica la aplicación (que permite contar y comparar los vídeos que usan el mismo audio como base), es la banda sonora de un millón y medio de tiktoks "para celebrar tiempos buenos": así lo tituló el primer creador que la utilizó; pero ninguno de los que encuentro tienen que ver con crisis de refugiados o procesos de paz. Algunos usuarios lo usan para exhibir que, siguiendo un reto tiktoker, han desenrollado papel albal por toda la isleta de su cocina para hacer una mesa gigante de nachos con queso. La tónica general, sin embargo, son tiktoks para presumir de operaciones de cirugía estética o la liberación de una ortodoncia. Entiendo entonces la frivolidad que le señalan: efectivamente, 'Valerisssh' está hablando de algo tan grave como la guerra con los códigos que sus iguales utilizan para hablar de un domingo en la bolera de un centro comercial. ¿Pero tiene sentido esa lectura?
El desencuentro no es baladí. Aunque siempre ha habido quien rezase por la vuelta de la misa en latín y de espaldas, los ofendidos por la memetización de esta guerra nos ponen sobre la mesa tres cambios culturales estrechamente ligados a la inmersión digital de nuestra esfera pública: la preocupante y agrietada segmentación de nuestra vida digital en burbujas aisladas entre sí (¡Mamá, Facebook es un cementerio de elefantes!);
el abismo entre los distintos códigos generacionales con los que nos expresamos virtualmente (
¡Ok, boomer!) y, por último,
el permanente 'alunizaje' de nuevas redes contra nuestro día a día (
¿Quién narices es El Xokas y por qué tengo que saber eso?).
Los tres, ya sea mediante el auge de plataformas como TikTok y Twitch o de los registros meta-irónicos de la cultura del meme, lejos de dejar indiferentes a nadie
incomodan y ofenden a muchos; no sólo cuando no se entienden (
¿Qué tiene que ver un streamer de esports con un periodista deportivo?, ¿c
ómo va a ser un youtuber un reportero de guerra?),
sino cuando desencajan nuestras viejas estrategias para lidiar con el dolor, la incertidumbre y el miedo al futuro; tres sentimientos que estábamos acostumbrados a vivir mediante imposturas épicas y grandes dosis de solemnidad.
Desde que el Ejército israelí decidió apostar por TikTok como un medio más para su propaganda militar, la red lleva dos años siendo un escenario más de las 'guerras informativas' que hoy acompañan cada conflicto bélico. Sin embargo, aunque al otro lado del Mediterráneo ya estén acostumbrados a ver
challenges en los cuarteles y
play backs que culminan con la explosión de la artillería, sólo la resonancia explosiva de esta guerra lo ha hecho visible en España. Teniendo en cuenta la enorme presencia que esta aplicación se ha ganado sigilosamente en nuestras vidas, es normal que impacte a muchos; pero, más que como un torrente llegado de la
frivolidad posmoderna u otras metáforas ensambladas desde el
pánico moral,
la mejor forma de entenderlo será asimilar que nuestras reservas vienen fundamentalmente de nuestra dificultad para digerir la larga marcha de la digitalización sobre nuestras vidas. Así como la televisión revolucionó nuestra forma de entender la guerra al hacer sus horrores visibles desde nuestro salón, hoy el auge de TikTok nos impacta por hacerla ubicua en las pantallas en las que anestesiamos nuestra ansiedad y saciamos nuestro apetito infinito por el entretenimiento. Y haciéndolo con las estéticas, los bailes y los estribillos sin estrofa que utilizamos para compartir los aspectos más íntimos y cotidianos de nuestras vidas, es normal que nos descoloque. ¿Qué decir entonces de su
frivolidad?
Escribió Miguel Hernandez que hay "ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas". Y lo hizo porque pensaba que lo que él hacía (escribir en las trincheras o leer sus poemas a los pelotones republicanos) también alimentaba de coraje y de fuerza los "vientos del pueblo": "esparciendo su corazón" y "aventando sus gargantas". ¿Sería frívolo comparar ambas cosas? Lo cierto es que, como en TikTok hoy en día, las tropas milicianas de nuestro país también tomaban prestados los estribillos del cancionero popular para expresarse con la más castiza de las ironías. ¿Destilarían sus cartas desde las trincheras la ironía de quienes huyen hoy de Ucrania? Quizás eso tenga más que ver con las contradicciones de nuestra época y las estrategias de las que nos hemos dotado para lidiar con sus sinsabores y nuestra impotencia. Pero está claro que
los que no entendían entonces el poder del verso y la canción, hoy no comprenden el poder de las redes: ni cuando una pianista se viraliza tocando por última vez entre las ruinas de su salón, ni cuando un soldado manda fuerza a los suyos bailando o haciendo el
play back de una escena de cine.
Hay quien ha descrito estos 'titktoks' como "el diario de Anna Frank de nuestra era", y se equivoca porque hay hipérboles que no ayudan a resolver este entuerto.
TikTok es una plataforma que usan ambos bandos y todo tipo de actores. Igual que nos sirve para empatizar con el dolor, sirve a otros tantos para glorificar la guerra o dar rienda suelta a grandes campañas de desinformación. Sin embargo, lo que no habría de olvidarse sobre estos
retratos incómodos que hoy nos causan tanta impresión es que antes que divertimentos o provocaciones,
son la manera que los propios involucrados han encontrado para contar al mundo una situación desgarradora. Una situación que quizás ya les ha destrozado la vida como la guerra, el combate o el exilio forzoso, y que nos sobrecoge más por la familiaridad de los códigos en los que se nos presenta que por su falta de
solemnidad o
respeto.