-
+

La moderación y ‘el renegado Kautsky’

Yanina Welp

7 mins - 23 de Marzo de 2022, 20:20

Estimadas lectoras, estimados lectores,

para Karl Marx no había nada intermedio entre el control estatal y el libre mercado; tampoco para Vladímir Lenin, que calificó cualquier cosa semejante de puro “reformismo burgués”. Lo explica con virulencia en su respuesta al folleto en el que Karl Kautsky –promotor de la socialdemocracia en Alemania y Austria– criticaba la noción marxista de dictadura del proletariado, afirmando que la principal división entre las corrientes menchevique y bolchevique era de método: el democrático y el dictatorial. El mote de renegado le viene a Kautsky de aquella acusación de Lenin. No sin muchas idas y vueltas (y guerras y huelgas), durante el siglo XX los partidos de izquierda de la Europa occidental se inclinaron por los valores y programas de la socialdemocracia. El derrotero latinoamericano fue otro. En la región, el Estado fue visto mucho menos como un árbitro que como un instrumento de las élites económicas y políticas, y en esa clave debe leerse la sucesión de golpes militares y la emergencia de la lucha armada. La restauración de la democracia en los 80 prometía otra cosa, y es evidente que los golpes militares de antaño han desaparecido de escena.

Mucha agua ha corrido bajo el puente, pero algunos aspectos del debate siguen anclados en unas claves limitadas. La mirada sobre Venezuela lo ejemplifica: acceso al poder por la vía electoral e inmediata puesta en marcha de una agenda de reformas de calado. El mismo día que Hugo Chávez asumió firmó el decreto de convocatoria de la Asamblea Constituyente. Era inconstitucional, no lo negoció con nadie pero, sí, cumplió su promesa electoral (había triunfado con el 56%; la participación fue del 63%). En tres grandes líneas: redefinición del rol del pueblo, puesta en marcha de un ambicioso programa de gasto social y reforma institucional para redefinir la relación entre poderes. Hubo trampa, aquélla a la que ya aludía Kautsky.

La Constitución de 1999 introdujo una serie de mecanismos que aspiraban a complementar la democracia representativa, no a reemplazarla. Es a partir de la radicalización del proyecto en 2006, con su giro hacia el Socialismo del siglo XXI, cuando se pasó a desconcentrar poder en el territorio (reducir las capacidades de los municipios y gobernaciones, apostando por el Poder Comunal) mientras el verdadero poder se fue concentrando cada vez más en la Presidencia. Abundan los ejemplos del poco apego a las decisiones electorales (como el rechazo al referéndum de 2007 y los bloqueos al revocatorio en 2016 y 2022). Pasa que la dirigencia cree ostentar la potestad de definir quién es pueblo y éste se corresponde apenas con aquellos dispuestos a seguir apoyándolos. Claro está que la crisis económica y el deterioro de la institucionalidad hicieron su parte (el próximo episodio del Podcast de Agenda Pública se dedicará a Venezuela); pero hay de fondo un problema político, de déficit democrático.

Chile transita un camino alternativo al observado en Venezuela. Si se toma como disparador del cambio de ciclo las movilizaciones populares en ambos casos (el caracazo en 1989 y el estallido de 2019 en Santiago), se observa una violencia comparable y, en el punto de partida, distancia semejante entre las demandas ciudadanas y las élites políticas. Sin embargo, mientras las élites chilenas (hoy desplazadas del gobierno y con poder mermado en el Congreso) supieron –con todos los peros– leer el contexto y llegar a un acuerdo para la reforma constitucional y, también, quienes protestaban supieron organizarse y lanzar un proyecto político, en Venezuela unos no estuvieron a la altura y los otros quedaron subsumidos o anulados por la emergencia del líder carismático unos años más tarde.

Los ciclos económicos tienen más explicación sobre las chances de sostenerse en el poder de un Gobierno que variables endógenas al proyecto político(Daniella Campello lo definió como la maldición de la volatilidad). Y por aquí señalaba Diego Sánchez-Ancochea que el crecimiento económico de un año para otro en América Latina tiene, en general, más que ver con las condiciones externas que con las medidas cortoplacistas del Gobierno de turno. Esto no significa para nada que los cambios políticos sean irrelevantes (no lo son). La concentración de renta y poder contribuye a entender en parte las crisis actuales y derivan, entre otros, del bajo peso de los impuestos directos en la región. El reto es inmenso. ¿Cómo fortalecer la democracia ampliando derechos políticos (para salir de la dinámica clientelar) y mejorando la calidad institucional y las capacidades estatales mientras también se mejora la calidad de vida de las personas? Ni la Venezuela de Chávez ni el Ecuador de Rafael Correa supieron hacerlo. Funcionaron cuando hubo caja, no permitieron la voz autónoma de la ciudadanía (recuérdese el bloqueo al referéndum sobre el Yasuní, a modo de ejemplo) y erosionaron las instituciones de control.

Nuestro primer artículo de hoy analiza las políticas mexicanas de salarios y transferencias sociales mostrando que radicalizar mucho el discurso no necesariamente rima con políticas muy radicales. Seguimos con la trampa en la que parece estar inserto el presidente Biden y que le plantean los costes que las decisiones externas tendrán para la política doméstica. Seguimos con un análisis de la Justicia que, a juzgar por los datos que presenta el gráfico, dista mucho de resultar una institución que goce la confianza de la ciudadanía latinoamericana. Cerramos con la relación entre protesta obrera y salud.
 
 
[Si lo desea, suscríbase aquí]

México: progresa el salario mínimo, pero las políticas sociales son regresivas

Señala Oswaldo Mena Aguilar que en 2020, Brasil y Argentina destinaron el 22,5% y el 17% de sus PIBs a gasto social mientras México apenas destinaba el 10,4%. El gasto en este último país deja una imagen compleja en la que lo que se gana por un lado (salarios) se pierde por otro (transferencias sociales), mientras el decil poblacional más acomodado es el que se ha visto más beneficiado.

El dilema irresoluble de 'Joe' Biden
Con las elecciones de medio término en el punto de mira, Pedro Soriano Mendiarareflexiona sobre el círculo vicioso en que se encuentra Biden ya que haga lo que haga podría salir perjudicado: si no aprueba sanciones más agresivas será acusado de débil, si lo hace, la economía ser verá aún más afectada, lo que reducirá las chances electorales de los demócratas.

¿Cuántas puertas abre la llave de la Justicia?
Tecnicismos, falta de información, distancias físicas y miedos son algunas de las razones por las que el acceso a la Justicia no es igual para todas. Mariano Guillén y María Luisa Domínguez repasan los avances y llaman la atención sobre la relevancia de proteger a los grupos más vulnerables. No es sólo una cuestión de proteger los derechos de individuos, sino también evitar la erosión de la confianza en el sistema.

El ecologismo obrero y los conflictos sobre la salud
Grettel NavasGiacomo D'Alisa y Joan Martínez Alier se preguntan si existe un ecologismo obrero. El análisis de los datos del EJAtlas muestra que aunque los principales protagonistas del ecologismo no son los trabajadores industriales y sindicatos, esto cambia cuando se pone la mirada en los conflictos socio-ambientales por efectos en la salud. 

Destacado

Buena lectura y hasta la próxima, 

Yanina Welp
Coordinadora editorial
¿Qué te ha parecido el artículo?
Participación