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Frente al mito de que los medios contaminan las mentes

Aldo Rubert Echevarría

8 mins - 4 de Abril de 2022, 16:06

A colación de la guerra en Ucrania, la UE ha acordado bloquear los medios de comunicación cercanos al Kremlin (como Sputnik o RT) con el objetivo, según el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, de establecer garantías para que la información "no contamine a las mentes". En las últimas semanas hemos vuelto a escuchar cómo la sombra alargada de los "poderes mediáticos" explicaría, para Pablo Iglesias, las derrotas de Podemos. Y recientemente salió también el informe de la Comisión anti-conspiracionista de Macron, invitando al Estado a luchar contra la "desinformación" que propulsaría a los anti-vacunas. 

Estos acontecimientos y posicionamientos recientes, aparentemente inconexos, tienen algo en común: comparten la vieja teoría de la aguja hipodérmica de Harold Lasswell. En sustancia, comparten una visión de los medios, digitales o convencionales, que inyectarían mensajes a gente pasiva y sin convicciones, una tesis que se hizo famosa en la Ciencia Política americana que en los años 30 del siglo pasado trataba de explicar el papel de la propaganda. Los tres casos mencionados reflejan, desde puntos distintos del tablero, esa imagen caricaturizada de individuos pasivos absorbiendo como una esponja los discursos del otro. La todopoderosa influencia y perversión de los medios explicaría desde el voto erróneo de la clase trabajadora, la adhesión a movimientos conspirativos o la credulidad de muchos individuos ante la propaganda de países extranjeros. 

La tele que adoctrina es la de los otros
Este paradigma perfecto para explicar los cambios de actitudes políticas es bastante naif y opera más bien como chivo expiatorio. Fue superado por investigaciones serias desde la publicación de La Influencia Personal de los sociólogos Lazarsfeld y Katz en 1955. Y es que esta concepción del poder de los medios toma al individuo como una tabula rasa aislada en su confrontación con un mensaje, obviando la formación de opiniones y posicionamientos previos o su inscripción en redes de sociabilidad. En el consumo televisivo con contenido político pasa lo mismo que con la participación política: sólo las personas previamente más politizadas consumen ese contenido. El receptor no está aislado y la información llega en dos pasos a través de nuestros círculos de sociabilidad: de los medios a los líderes de grupo (los más interesados por la política, los más expuestos a los medios de nuestro entorno y a los que otorgamos cierta autoridad) y de éstos a sus grupos de pertenencia. Como recuerda el sociólogo Martín Criado, "el receptor no está aislado: está en grupos que ejercen una presión para que no se desvíe de las ideas compartidas; esta presión directa, cotidiana, es mucho más importante que los mensajes de los media".

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Otro problema de este tipo de tesis sobre los medios es que, además de presuponer la atomización del individuo, presupone también su pasividad en la recepción de un mensaje. Hacemos una radiografía espontánea de la producción cultural, esto es que x ha ocupado estos espacios de difusión (la derecha, los progres, los pro-rusos, los conspiracionistas, etc.) y suponemos que automáticamente produce efectos transformadores en la cabeza de la gente. La gente irracional (a la que se tiende a asociar a los jóvenes o a las clases populares), frente al nosotros racional, tendría un ancho de banda conceptual limitado y reproduciría como un loro las proclamas de los medios que consume.

En primer lugar, no hay automaticidad. La derechización del debate público, por ejemplo, no implica necesariamente una derechización social, como traté de explicar
aquí sobre el caso francés. Y desde los trabajos de Katz y Lazarsfeld sabemos que tanto los líderes de grupo como los últimos receptores no son pasivos, seleccionan e interpretan los medios que consumen y sus mensajes según sus convicciones previas. Los mensajes que memorizaremos y movilizaremos serán aquéllos que refuercen nuestros gustos e ideas preexistentes. Ver Intereconomía no te hace de derechas; cuando lo haces es que ya sueles serlo y ayuda a reafirmar tus posiciones. Por eso, Criado comenta que "sólo se predica a convertidos".

Los estudios sobre los efectos políticos de los medios tienden a destacar, así, que sus contenidos desempeñan más un papel de refuerzo de convicciones construidas previamente en otros espacios más potentes para la socialización del individuo como la familia, la escuela o los grupos de pares. Es verdad que los medios pueden tener un cierto impacto cuando se habla de política internacional porque, como dice Criado, "no podemos confrontar los mensajes con nuestra experiencia inmediata ni con nuestras redes sociales". Sin embargo, la información sobre estos temas está siempre liderada, sin problemas, por los medios tradicionales, muy por encima de otros actores periféricos (por ejemplo, RT o ciertas cuentas de Twitter) que no tienen la capacidad de someternos a burbujas informacionales. En última instancia, situar la culpa en los medios manipuladores y propiedad de los otros obvia que éstos tienen un impacto más limitado, pero es auto-exculpatorio.

Las 'fake news' como 'fake news'
Algunos dirán que lo que pasa es que hoy en día esta influencia se ejerce mediante los canales digitales. ¿Qué hay de los medios digitales, redes sociales y su vinculación con la difusión de bulos o noticias falsas? La sombra de Cambridge Analytica y el marketing personalizado mediante la difusión de fake news explicaría, ni más ni menos, que el auge de los populismos en general o las victorias de Donald Trump o Jair Bolsonaro en particular. El caso es que, por el momento, no se puede confirmar que producen grandes efectos en sus consumidores. 

Precisamente, la campaña electoral estadounidense de 2016 nos provee de un buen ejemplo para deshacernos de pre-nociones y constatar que la exposición no implica creencia o convencimiento. Si es evidente que la manipulación de la información existe, y más durante las campañas electorales, no se puede inferir que ésta produzca un efecto automático en la politización del individuo.

Según un estudio, durante la propia campaña presidencial norteamericana sólo el 1% de los usuarios de Twitter estuvo expuesto al 80% de las fake news y el 0,1% compartió el 80% de las noticias falsas. El estudio muestra, precisamente, cómo con las prácticas televisivas, la congruencia ideológica previa es conditio sine qua non para creer y compartir estas noticias. Las investigaciones sobre publicidad política en internet muestran el escaso efecto, si es que lo hay, en las personas expuestas, cuestionando la eficacia del marketing personalizado de, por ejemplo, Cambridge Analytica para cambiar el voto de determinados electores. Y es que, como comenta irónicamente el sociólogo de los medios Julien Giry, "no basta con ver un cartel de Coca-Cola para salir corriendo a comprar una botella".



El sociólogo de los medios digitales Dominique Cardon nos invita también a poner en perspectiva la transformación derivada de este consumo digital. Existe el riesgo de confundir la acumulación con la sustitución de prácticas. Si las fuentes se han multiplicado, los medios digitales no han sustituido a la televisión, que sigue siendo la primera fuente de información para la mayor parte de la gente y, especialmente, para el electorado de Trump. 

Hemos visto que la influencia de medios convencionales o digitales, la televisión o las fake news, tienen un impacto limitado. Hay que sosegar este impacto porque no somos seres ni aislados, ni pasivos, ni vírgenes o plenamente crédulos en nuestra relación con las noticias producidas. Los medios no pueden, por sí solos, poner unas elecciones patas arriba, 'radicalizar' a manifestantes o 'contaminar' a todo un continente. El único rol que les podemos imputar, hasta el momento, es el de reforzar posicionamientos (políticos) preexistentes. 

Ahora bien, esto no quiere decir que los medios no pesen en las dinámicas políticas. Como destaca Cardon, contribuyen a estructurar la agenda pública, esto es, los temas que serán debatidos o ignorados, los que gozarán de visibilidad o invisibilidad. Pueden contribuir a la polarización ideológica cuando permiten y refuerzan la circulación de los bulos más estrambóticos. El caso de Fox News, vehiculando bulos sobre la pedofilia de Hillary Clinton o el Deep State, sirviendo de correa de transmisión de Trump con la amenaza migratoria, es un buen ejemplo de ello. Esto tiene, sin duda, ciertas consecuencias para otros actores políticos que pueden sentirse más cómodos con otros temas (por ejemplo, para la izquierda es mejor un marco en el que se debata de desigualdad o de protección social), pero estos túneles de atención pueden producir más un efecto de (des)movilización de electorados que un cambio significativo en el voto. 
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