Estimadas lectoras, estimados lectores,
a principios de la década de los 90, Francis Fukuyama publicaba su
Fin de la historia y Occidente anunciaba a bombo y platillo que la democracia liberal era irremediablemente el sistema que dominaría el mundo. A fines de la misma década, con Putin en el Gobierno,
la división del globo entre comunistas y demócratas fue sutilmemente reemplazada por la división entre 'imitadores' e 'imitados'. En 2008, tras dos mandatos, y cumpliendo formalmente con la Constitución, Putin le pasó el bastón a Dmitri Medvédev, que fue primer ministro hasta 2012, cuando retomó nominalmente el cargo (entre bambalinas nunca perdió el control). Desde entonces va por su cuarto mandato, con nuevos re-acomodos tras una reforma constitucional votada en un referéndum para mantenerse en el poder (véase
¿'Putinismo' para siempre?). Esto supuso el fin de la
era de la imitación, aunque las elecciones se sigan convocando.
El dilema de la sucesión es particularmente intenso para los regímenes autoritarios pero las dictaduras suelen encontrar soluciones, como muestran los casos recientes de Venezuela y Cuba, donde los reemplazos de Hugo Chávez y los hermanos Fidel y Raúl Castro no han conducido a la apertura democrática. También ocurre que se abren caminos de doble vía. Señalaba por
aquí María Isabel Puerta Riera que, en China, Deng Xiaoping quiso evitar nuevos liderazgos personalistas como el de Mao y para ello impulsó una serie de restricciones que Xi Jinping se ha encargado de desmantelar para permanecer en el poder después de 2023. En Jinping podría haberse inspirado Vladimir Putin. Sin embargo,
las intenciones del líder nunca bastan, como tampoco puede un régimen sostenerse a base de pura represión. Se necesita cierto apoyo de la población y también de la élite. Putin lo consiguió a base de alentar el enriquecimiento de los
magnates y de controlar los medios de comunicación. El momento actual es, en el plano doméstico, uno de particular activación de la represión y la maquinaria comunicacional.
Rusia se ha movido en los últimos 20 años entre el autoritarismo competitivo y el cerrado. Las
protestas (pro)democráticas no consiguieron alterar las dinámicas del régimen, que más bien habría avanzado en su cerramiento.
En estos días de guerra, la incógnita es qué piensan los rusos de a pie. Es relevante, porque la pérdida de apoyo del Gobierno podría impulsar la caída de Putin; pero es difícil saber cuál es el estado de las cosas porque, a las típicas dificultades para realizar e interpretar encuestas, se agregan las derivadas de hacerlas en un contexto autoritario, con altos niveles de autocensura y represión. También ocurre que, frente a las expectativas, los activistas no suelen representar a las mayorías y que el control del aparato mediático
fortalece visiones que ubican a Rusia como víctima (de Estados Unidos, de la Otan), mientras el nacionalismo alimenta los deseos de restauración de una supuesta grandeza perdida (fusión del zar y la URSS: la
madre Rusia). Como con las protestas en 2012 y 2018, se han observado algunas
fisuras en el aparato mediático ruso. Mucho se ha acentuado que esta guerra reúne con más intensidad que otras la conjugación de la fuerza y el relato, y el relato del Kremlin es uno diseñado para la desinformación. La reacción de la UE prohibiendo los canales rusos
Sputnik y
RTreactiva controversias sobre
los límites de la libertad de expresión y los de la lucha contra la desinformación (
aquí,
aquí y
aquí). El gráfico muestra la medida en que el Gobierno respeta la libertad de prensa y de los medios de comunicación, la libertad de expresión académica y cultural (0 el grado más bajo y 1 el más alto, en Alemania, España, Ucrania, Venezuela, Nicaragua y Rusia en el periodo 1991-2020, donde el declive es sostenido desde la llegada de Putin al poder; datos de Vdem).
Nuestro primer artículo de hoy analiza el aparato comunicacional ruso. El segundo destaca elementos del cambio histórico que supondrá esta guerra.
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Las operaciones de influencia rusa se inscriben en una tradición de larga data en la que un conjunto de agencias estatales han operado para sostener y alimentar un relato monolítico. Eso ha permitido, en las últimas décadas, que Rusia pueda sostener un papel relevante en la política global a pesar de tener un PIB inferior al de Italia. El análisis de
Laura Méndez.
Una Europa diferente
Como un ramalazo de optimismo,
Paul Schmidt identifica 10 puntos positivos que demostrarían que la Unión Europea no volverá a ser la misma tras la invasión rusa de Ucrania, debido a las reacciones y reacomodos de la política comunitaria. Para leer y debatir.
Artículos de Agenda Pública en 'El País'
¿Por qué le ha funcionado a Macron no hacer campaña?
"Macron se presentó como un renovador 'ni de izquierdas ni de derechas', pero durante su mandato, redujo el impuesto a los ricos, las desigualdades han aumentado, adoptó posturas de la extrema derecha en materia de inmigración y reprimió con fuerza a los movimientos de las clases populares como los
chalecos amarillos", señalan
Javier Carbonell y
Bernardino León Reyes, que alertan: esta vez Le Pen puede llegar al Elíseo.
Europa ante una Presidencia de Le Pen
Y ya que la extrema derecha podría llegar al Gobierno de uno de los motores de la UE,
Guillermo Íñiguez se ocupa de la pregunta del millón: ¿cómo debiera reaccionar Bruselas? El autor identifica tres ejes: aprender de la pésima gestión de la crisis húngara, impedir un acercamiento de Francia al grupo de Visegrado y construir una alternativa política al eje franco-alemán.
Buena lectura,
Yanina Welp
Coordinadora editorial