El revisionismo histórico es una de las actitudes más perturbadoras de la vida social, ya nacional, ya internacional. Desde una lectura sui generis del pasado, da pie a una visión negativa del presente y la consiguiente voluntad de corregirlo en el futuro a cualquier precio. La manifestación más llamativa del revisionismo histórico es el irredentismo, cuando lo que se aspira es a modificar las fronteras de un país reconocidas internacionalmente. Existen asimismo otras formas de revisionismo, características de grupos que resienten la evolución de su país o su comunidad religiosa desde un momento fijado en el tiempo, más o menos reciente y más o menos idealizado, o de grupos que, en el polo opuesto, miran con disgusto el pasado porque se traicionó en algún momento un proyecto ideal de transformación radical de la sociedad. A los primeros se les llama reaccionarios y a los segundos, revolucionarios.
En una fase avanzada de su actividad, irredentistas, reaccionarios y revolucionarios recurren generalmente a la violencia para imponer sus tesis. Dependiendo del grado y alcance de la violencia, se habla entonces de operación militar o de guerra, de terrorismo reaccionario o de involución violenta, de terrorismo revolucionario o de revolución.
Este lenguaje moderno no debe ocultar el hecho de que, desde la aparición en la historia de comunidades políticas, la violencia que ha acompañado al hombre se ha alimentado en parte por un desajuste entre la correlación de fuerzas en un momento dado y el que hubo en el punto del pasado que se toma como referencia. La evolución del Derecho internacional desde su nacimiento en la Edad Moderna hasta nuestros días ha tratado de poner coto al irredentismo a través de dos mecanismos: la proscripción de la guerra (sólo permitida hoy día en caso de legítima defensa o de resolución habilitante del Consejo de Seguridad) y la consagración de la inviolabilidad de las fronteras reconocidas internacionalmente o principio de integridad territorial.
En lo que se refiere a la violencia de cariz revisionista en el interior de los países, hasta ahora han sido las sociedades democráticas las más exitosas a la hora de fomentar una cultura de negociación de las diferencias, incluidas las diferentes interpretaciones del pasado de una comunidad política concreta. Esto no quiere decir que sean inmunes a una toma del poder por revisionistas reaccionarios o revolucionarios por medios democráticos, como demuestra el hecho de que Hitler accediera inicialmente al poder a través de unas elecciones. De todos modos, no toda hostilidad, incluso radical, a una coyuntura concreta puede tildarse de revisionista si, por ejemplo, refleja una situación colonial o en ella se produce una violación sistemática de los derechos humanos.
La actual guerra en Ucrania enfrenta, además de a Rusia y a Ucrania, a dos exponentes antagónicos en la escala del revisionismo: la Rusia de Putin y la Unión Europea. La primera se nutre de unos temores históricos de este país acompañados de una misión salvífica que conoció distintos avatares desde que Iván el Terrible abrazara la ideología de la Tercera Roma hasta la pretensión actual de las esferas de influencia sobre la base de los territorios que estuvieron bajo control directo o indirecto de la Unión Soviética. Putin es el revisionista máximo, el que tomó la decisión de una invasión a gran escala de Ucrania para "desnazificarla" y abrir los ojos a una población confundida, que pensaba ser otra cosa cuando en realidad era parte del pueblo ruso desde los albores de su historia.
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Frente a él se erige la Unión Europea, uno de cuyos principios rectores es el anti-revisionismo militante. Condición
sine qua non para todo candidato al ingreso en la UE es haber solventado de mutuo acuerdo las controversias territoriales que subsistieran con cualquier Estado miembro u otros candidatos. Lo que en la década de los 90 del siglo pasado se dirimió violentamente entre los distintos estados integrantes de la ex Yugoslavia hoy sólo se puede resolver de manera pacífica. El irredentismo por territorios fronterizos que en algún tiempo del pasado pertenecieron a tal o cual Estado, o a un predecesor suyo, se trueca en el seno de la Unión Europea por una intensa política de cooperación transfronteriza, por conceptos novedosos como la euro-región y por el intento de la desaparición de los controles de las fronteras internas en el espacio Schengen. A mayor grado de compromiso con el proyecto europeo, menos eco suscita en el presente el recuerdo de la máxima expansión territorial; véase el caso de Alemania.
Las fuerzas políticas que conforman el consenso comunitario y que sostienen políticamente a la Unión Europea se caracterizan por anteponer a cualquiera de los puntos principales de su ideología el compromiso por la negociación perpetua. Toda realidad social es cambiante y la política es, por ello, adaptación constante a los cambios. Cuando la adaptación es gradual y se busca el mayor consenso posible, se habla de reformismo. Si, por el contrario, se pretende una corrección inmediata del rumbo de 180 grados, difícilmente se podrá hablar de reformismo, sino de ruptura. El revisionismo histórico es, como tal, rupturista, ya en su versión revolucionaria o reaccionaria, pues en este último caso la vuelta a un pasado idealizado que se fue para siempre exige un golpe de timón igual de brusco. Estas fuerzas políticas resienten el corsé reformista, anti-revisionista y consensual de la Unión Europea, y de ahí el atractivo que sobre ellas ha ejercido Putin, el revisionista por antonomasia.
Creo que este enfoque arroja más luz sobre las dinámicas de fuerza en el seno de los estados miembros de la UE, en la propia Unión, y en el cuadrilátero cuyos vértices son la Rusia de Putin, Ucrania, la UE y Estados Unidos, que hablar de populismos de izquierda y de derecha, cuestionando sus credenciales democráticas. Además, fuerzas que otrora fueron rupturistas en la UE y sus estados miembros han evolucionado hasta asumir un cariz plenamente reformista.
Un ejemplo es el de los verdes, aunque para ser justos la evolución también ha afectado al resto de fuerzas políticas que conforman el consenso comunitario. Estas últimas han aceptado el principal postulado del ecologismo, esto es, la necesidad de que el crecimiento económico sea sostenible y climáticamente neutro. A cambio, el ecologismo ha asumido que sólo se podrá alcanzar la meta si se acuerda una transición justa, con plazos realistas y con financiación para apoyar a los perdedores de toda transición y permitir su acomodo a la nueva situación.
Otro ejemplo es el partido griego Syriza, que cuando gobernó en su país (y, por tanto, participó en la gobernanza de la UE a través de sus instituciones) abandonó una política de máximos y aplicó una serie de medidas que permitieron a su país continuar en la
zona euro. En la UE no se olvida que fue ese Gobierno griego el que firmó el acuerdo de Prespa con Macedonia del Norte, que permitió resolver un contencioso que se arrastraba desde hacía dos décadas y que tenía resabios irredentistas desde el punto de vista de ambos países.
Se dirá que hay un caso de revisionismo instalado en el poder al que el corsé comunitario no ha conseguido domeñar, el que representa el partido Fidesz en Hungría. Es cierto que ha cultivado una actitud vindicativa respecto al Tratado de Trianon, y que las políticas del Gobierno respecto a las minorías húngaras han generado intranquilidad entre algunos de los estados miembros vecinos. Pero intranquilidad no es alarma, y en ningún caso puede hablarse de irredentismo a la manera de Putin. Se añadirá que rompe los consensos en materia de Estado de derecho (como ocurre con el partido PiS, en el Gobierno polaco) y en algunas decisiones clave de la acción exterior, como las adoptadas en respuesta al desafío ruso. Para ser justos, las grandes decisiones que han transformado la UE en los dos últimos años (el instrumento Next Generation, cuya aprobación se ligó al Reglamento de condicionalidad del Estado de derecho, además de cinco paquetes de sanciones sin precedentes contra Rusia) se aprobaron por los 27 estados miembros.
Con esto quiero decir que, cuando ha llegado el momento de la verdad (el to be or not to be hamletiano), gobiernos con agendas revisionistas y, en su caso, afinidades hacia Putin han optado por la vía reformista propia de la UE y, sobre todo, han apuntalado a la Unión en la hora de mayor peligro, ya se llame Covid-19 o invasión rusa de Ucrania. Dicho esto, es indudable que estas fuerzas políticas dificultan la ya complicada gobernanza europea mucho más que si en los gobiernos respectivos hubiera partidos políticos inequívocamente europeístas.
Hasta la fecha, la única opción que ha tenido para aplicar su agenda de máximos el revisionismo instalado en el poder de un Estado miembro en su confrontación con el anti-revisionismo de la UE ha sido el abandono del club. El 'Brexit' se basa en una re-lectura del pasado, que hace de 1973 (la fecha en que el Reino Unido ingresó en la CEE) el punto de inflexión y de inicio de una decadencia que se pretende revertir con la recuperación de la plena soberanía.
Tras el resultado de la primera ronda de las elecciones francesas, que arroja la eventualidad de que Marine Le Pen alcance la Presidencia de la República, hemos de plantearnos con toda franqueza qué significaría su llegada al Elíseo para la UE. De lo que no cabe duda es de que la Agrupación Nacional tiene unas raíces intelectuales claramente revisionistas, pues su predecesor, el Frente Nacional, surgió en parte como reacción a la aceptación de la pérdida de la Argelia francesa que propició De Gaulle. Su posición de hostilidad respecto a la UE ha ido modulándose y así, afortunadamente, el abandonarla está hoy excluido de su ideario: la Unión ha podido encajar el golpe severo que fue el
Brexit, pero no podría sobrevivir a la partida de uno de sus dos países centrales. Además, aunque el sistema francés otorgue al presidente grandes resortes de poder, éstos se ven recortados en el supuesto de la coexistencia con una Asamblea Nacional bajo el control de la oposición.
Así y todo, no puede darse por sentado que lo que ha ocurrido en anteriores instancias (la llegada a gobiernos de estados miembros de partidos con agendas revisionistas que han dificultado, aunque no paralizado, el funcionamiento de la UE) sea aplicable a este hipotético caso. El anti-revisionismo de la Unión Europea ha neutralizado en parte agendas revisionistas de gobiernos nacionales importantes pero no claves como Francia, por lo que realmente no hay precedentes. Por ello, la segunda vuelta de las presidenciales francesas se vive en muchos lugares de Europa con una intensidad no muy distinta a la que experimentan los electores franceses.
De alguna manera, la Unión Europea ya contuvo la respiración con unas elecciones presidenciales, en ese caso norteamericanas, ante la posibilidad de que Donald Trump renovara mandato. La UE había dado por consabido el apoyo bipartidista de las administraciones norteamericanas al proyecto de integración europeo, del que en parte habían sido artífices los Estados Unidos al fomentar la coordinación europea para la ejecución del Plan Marshall. Pero Trump y el electorado que representa son claros exponentes de un revisionismo histórico que se replanteó este apoyo tradicional a la UE y, de esta forma, promovió activamente el Brexit. También revirtió una política de integración con México de un cuarto de siglo que había sellado el acuerdo Nafta en 1992. Más revelador aún, puso en cuestión la política del melting-pot que creíamos consustancial a la propia historia de los Estados Unidos. Como revisionista convencido, Trump ha profesado simpatía y comprensión hacia Putin, reafirmadas pocos días antes de la invasión de Ucrania.
Visto desde este prisma, la Unión Europea geopolítica se convierte en una necesidad para que los europeos puedan seguir profundizando su proyecto único frente a las asechanzas de las fuerzas revisionistas que han identificado a este bastión anti-revisionista como uno de sus principales (si no el principal) enemigo. La Unión Europea, auténtica némesis de Vladimir Putin, proclama a los cuatro vientos su compromiso irrenunciable con la negociación y el reformismo.