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Valentine Chapuis (AFP)

El voto de la derecha radical y las nuevas líneas divisorias de la política francesa

Amory Gethin

12 mins - 21 de Abril de 2022, 18:00

Pocas veces en su historia Francia ha estado tan profundamente polarizada. La primera vuelta de estas elecciones presidenciales de 2022 estructuró al electorado en tres bloques antagónicos. En la izquierda, Jean-Luc Mélenchon mejoró significativamente su resultado respecto a 2017, captando el 22% de los votos. Fue superado por la candidata de la derecha radical, Marine Le Pen, por apenas 400.000 papeletas, lo que le permitió llegar a la segunda vuelta. Al presidente Emmanuel Macron, encajonado entre estos dos bloques, le apoyó cerca del 28% de los votantes.

El centro-izquierda y el centro-derecha tradicionales, que esperaban recuperarse de su hundimiento en 2017, han sido completamente borrados de la escena política. El Partido Socialista, cuyo candidato François Hollande llegó a congregar en su día un amplio apoyo y gobernó Francia de 2012 a 2017, no ha superado el 2%. Les Républicains, que fracasaron por poco en la segunda vuelta de 2017, vieron cómo su porcentaje de votos se desplomaba por debajo del 5%. Tal vez lo más inesperado sea que en las elecciones de 2022 surgió un nuevo candidato de extrema derecha, Eric Zemmour, que a pesar de su total inexperiencia en la política electoral y su posicionamiento a la derecha de Le Pen logró recibir el apoyo del 7% del electorado. De este modo, la cuota total de votos de la derecha radical superó el 30%, un nivel excepcional en la historia política de Francia y en la historia reciente de las democracias occidentales.

¿En qué líneas de división se ha desenvuelto la reconfiguración de la política francesa? ¿En qué medida este proceso es el resultado de tendencias a largo plazo y no de acontecimientos recientes? En esta columna, se ofrecen algunos datos descriptivos sobre la estructura cambiante del apoyo a la derecha radical desde mediados de los años 90. Los datos disponibles sugieren un renovado papel de la geografía y la educación en el impulso de los comportamientos electorales, que llevaría mucho tiempo en marcha. Al mismo tiempo, la velocidad e intensidad de las recientes convulsiones políticas en el país destacan en perspectiva comparada.

La nueva brecha educativa
En un reciente libro coeditado con Thomas Piketty y Clara Martínez-Toledano, nos servimos de una nueva base de datos para trazar la evolución a largo plazo del conflicto de clases en las democracias occidentales desde la década de 1940 hasta hoy, centrándonos en dos dimensiones de la desigualdad: la educación y los ingresos.

Los resultados de este análisis son muy claros: las divisiones electorales por ingresos y educación han divergido en las últimas décadas, y la segunda se ha convertido en un determinante cada vez más marcado del apoyo a un partido. En los años 50 y 60, tanto los votantes con menor nivel educativo como los de bajos ingresos apoyaban más a los partidos de izquierda. Hasta hoy, los votantes con bajos ingresos siguen siendo más propensos a votar a la izquierda. Mientras tanto, los ciudadanos con menor nivel educativo se han desplazado muy gradualmente hacia la derecha, hasta formar el núcleo del electorado de los partidos anti-inmigración. Esta disociación de la educación y la renta ha conducido a una fragmentación del espacio político y a la aparición de lo que proponemos llamar sistemas de partidos multi-élite, en los que los partidos socialdemócratas han pasado a encarnar los intereses de las élites educadas, mientras que los conservadores siguen representando los de los ciudadanos más ricos. Esta divergencia está también intrínsecamente ligada a una separación gradual de la política electoral en dos ejes de conflicto político: una dimensión económica persistente estructurada por los ingresos, y una nueva dimensión socio-cultural vertebrada por la educación, que añade temas tan diversos como la inmigración, la moralidad, el medio ambiente y los derechos de las minorías.

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Las elecciones francesas de 2022 confirman ampliamente esta tendencia. En los gráficos 1, 2 y 3, se combinan los resultados de las elecciones a nivel municipal con datos sobre la población de cada ciudad y su composición en términos educativos (procedentes de los censos de población) y de ingresos (procedentes del Ministerio de Hacienda). Aunque estos resultados deben considerarse preliminares, revelan patrones muy claros. La línea azul del gráfico 1 muestra que el partido de Le Pen, el Rassemblement national (RN, antes Front National, FN), es cada vez más popular en las ciudades con menos estudios. Pasar de la ciudad menos educada a la más se asoció a un porcentaje de votos del FN que era cuatro puntos porcentuales más alto en 1995, comparado con los 24 puntos superior en la actualidad. La línea roja muestra que esta tendencia se mantiene después de controlar la población y los ingresos: es decir, para un tamaño de población y un nivel de ingresos determinados, los municipios con una menor proporción de titulados universitarios son cada vez más propensos a votar a Le Pen.

Esto confirma una tendencia similar visible en las encuestas sobre actitudes políticas:
entre 1986 y 2017, la proporción de votantes con estudios primarios que apoyan al FN/RN aumentó del 10% al 34%, mientras que la de titulados universitarios que votan a la derecha radical se mantuvo estable entre el 5% y el 10%.
 
Figura 1.- El aumento de la brecha educativa: apoyo a la derecha radical entre las ciudades menos educadas de Francia (1995-2022)

El gráfico 2 muestra que, a diferencia de la educación, los ingresos no parecen haber adquirido mayor relevancia que antes para explicar el voto de la extrema derecha en Francia. Sí se observa una relación creciente entre los ingresos más bajos y el porcentaje de votos del FN: la diferencia entre las ciudades más pobres y las más ricas era de dos puntos porcentuales en 1995, frente a los 12 actuales. Sin embargo, como se muestra en la línea roja, esta evolución no se mantiene una vez que se tiene en cuenta la educación: en 2022, para un tamaño de población y un nivel de educación dados, las ciudades más pobres no eran más o menos propensas a votar al RN. En otras palabras, aunque estas localidades se han vuelto más partidarias de la extrema derecha, se debe enteramente al hecho de que tienen niveles de educación más bajos. Para un nivel de educación determinado, no hay relación entre los ingresos y el voto a la extrema derecha en la actualidad.

Figura 2.- Ingresos y voto de la derecha radical en Francia (1995-2022)

El análisis anterior se centra en el FN/RN, ignorando a Eric Zemmour, que ha hecho este año campaña con una plataforma aún más derechista, tanto en cuestiones económicas como sociales. El apoyo a Zemmour parece haber sido muy diferente del respaldo al FN. Se concentró sobre todo en las ciudades más ricas de Francia, mientras que la educación y la densidad de población no parecen haber desempeñado un papel importante. Este hecho contrasta con la inmensa mayoría de los movimientos de extrema derecha de Europa Occidental en la actualidad y exige una investigación futura. Una posibilidad es que Zemmour haya conseguido recuperar a algunos de los votantes de renta alta que solían votar al FN en sus primeros años; como se muestra en la línea roja de la Figura 2, el padre de Marine Le Pen, Jean-Marie Le Pen, era en realidad ligeramente más popular en los municipios de renta alta en 1995. Esta tendencia encaja bien con el reciente cambio ideológico del RN hacia un programa más progresista desde el punto de vista económico, que puede que haya alejado a parte de las élites económicas que antes votaban al FN, y a las que Zemmour podría haber conseguido movilizar de nuevo.

¿Una nueva división rural-urbana?
Otra variable destaca al estudiar la evolución de las divisiones políticas francesas: la densidad de población. El gráfico 3 muestra que el FN/RN se ha hecho en las últimas décadas cada vez más popular en las zonas rurales. En 1995, las ciudades más pequeñas no eran más o menos propensas a votar a Jean-Marie Le Pen. En 2022, pasar de la ciudad francesa más pequeña a la de mayor tamaño aumenta el apoyo al RN en 20 puntos porcentuales. Parte de esta diferencia se debe al hecho de que las ciudades de menor tamaño son, por término medio, más pobres y menos educadas, pero esta tendencia es robusta al controlar los ingresos y la educación, como muestra la línea roja.
 
Figura 3.- El aumento de la brecha rural-urbana: apoyo a la derecha radical en las zonas rurales de Francia (1995-2022)
 
Las razones que subyacen a esta sorprendente evolución siguen siendo complejas y en parte inexplicables. Las ciudades no son personas, y los patrones de voto en áreas geográficas son siempre el reflejo tanto de las características de los individuos que viven en esas ciudades como de los contextos en los que crecen y evolucionan.

Al mismo tiempo, hay una serie de tendencias económicas y sociales que exigen una dimensión específicamente geográfica de estos nuevos conflictos políticos. Una de ellas es el cambio climático, que empuja a los gobiernos a aplicar impuestos sobre el carbono cuyos costes son soportados de forma desproporcionada por quienes no tienen acceso a medios de transporte alternativos al coche. Esta brecha de movilidad fue más evidente durante las protestas de los chalecos amarillos que estallaron en noviembre de 2018 contra el presidente Macron.

Otro factor tiene que ver con la urbanización y la reorganización espacial de la actividad económica en las sociedades occidentales, que han perturbado profundamente la organización tradicional de la sociedad rural en las últimas décadas. Los partidos de extrema derecha, en Francia y fuera de ella, se han apresurado a explotar la nostalgia rural por el pasado. Este ensanchamiento de la brecha entre el campo y la ciudad va más allá de Francia y también se ha producido durante mucho tiempo, como es visible, por ejemplo, en el creciente sesgo urbano del Partido Demócrata de Estados Unidos desde principios del siglo XX.

¿Una excepción francesa?
Aunque las tendencias señaladas anteriormente pueden observarse en la mayoría de las democracias occidentales, Francia destaca por la intensidad de sus recientes convulsiones políticas. La diferencia con su vecina Alemania es especialmente llamativa. En septiembre de 2021, este país eligió a un nuevo canciller del partido tradicional de centro-izquierda, el SPD, que obtuvo el 26% de los votos, seguido de cerca por la CDU/CSU, de centro-derecha (24%) y los Verdes (15%). Por su parte, el principal partido de la derecha radical alemana, la AfD, vio disminuir su porcentaje de votos del 13% en 2017 al 10% en 2021.


Aunque las razones que subyacen a esta dramática divergencia entre ambos países siguen estando en gran medida poco claras, se pueden apuntar al menos dos explicaciones complementarias. La primera es de naturaleza más económica. La economía alemana se ha desenvuelto mucho mejor en las últimas décadas, con un mayor crecimiento y un menor desempleo, junto con un sistema de formación profesional mucho más eficiente que, probablemente, ha limitado la sensación de inseguridad y ha mejorado la movilidad social entre los ciudadanos con menos formación.

Otra explicación tiene más que ver con el sistema político francés, que otorga un enorme poder al presidente en comparación con la mayoría de las democracias de Europa occidental. En un contexto de gran fragmentación política, ello ha dado lugar a que se otorgue una enorme autoridad política a un presidente elegido sólo por una estrecha minoría de ciudadanos en la primera vuelta, mientras que se deja a los demás partidos sin capacidad de influir en el proceso de elaboración de políticas. Tal vez en relación con esto, la confianza en los partidos políticos en Francia es la segunda más baja de la Unión Europea después de Grecia, con apenas un 7% de ciudadanos que creen que se puede confiar en los partidos, como se muestra en la figura 4. Al mismo tiempo, Francia es uno de los países occidentales en los que la polarización afectiva (el grado en que los ciudadanos tienen sentimientos negativos hacia otros partidos políticos) ha aumentado más en las últimas décadas.

Juntos, la desconfianza y la polarización ofrecen un panorama sombrío sobre el presente y el futuro de la política francesa. Además de unas políticas económicas amplias e integradoras, unas reformas ambiciosas del sistema electoral y una renovación significativa de la clase política serán probablemente requisitos previos para que la política del país tome una dirección más positiva.

Figura 4.- Confianza en los partidos políticos en Europa (%)
Nota: cálculos del autor a partir de las encuestas estándar del Eurobarómetro. Media del periodo 2015-2020.
 
 
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