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Angus Mordant (Reuters)

Análisis en tiempos de guerra

Martín Ortega Carcelén

5 mins - 26 de Abril de 2022, 13:19

La guerra de Ucrania es un terremoto político que pone a prueba las relaciones internacionales. Ante tal sacudida, la reacción de muchos observadores ha sido visceral, cuando, en momentos tan dramáticos, resulta fundamental mantener la mayor objetividad posible. El conflicto es complejo y un análisis correcto debe evitar los mensajes simplistas.
     

Se dice que la dependencia energética de Rusia puede remplazarse con importaciones de otros orígenes, pero eso no es tan fácil. La Unión Europea importa casi todo el petróleo y el gas que necesita, y su primer proveedor es Rusia (en 2019, la proporción fue un 41,3% del gas y un 26,9% del petróleo). La interrupción del suministro haría imposible sustituir ese enorme flujo en el corto plazo. Reclamar una ampliación de las sanciones para incluir el petróleo y el gas rusos, como ha sugerido el Parlamento Europeo, equivaldría a detener la economía europea.

El Gobierno español habla también de utilizar nuestra capacidad de importar gas natural licuado para alimentar la red europea. Esto solo podría realizarse con grandes cambios en las infraestructuras, que requieren años. La península ibérica puede importar más gas del que consume, pero los actuales gasoductos solo permiten transferir una cantidad limitada a Francia, y la red europea no está preparada para llevar gas al este

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Con el tiempo, disminuir las compras de recursos fósiles supondría reducir la dependencia de Rusia, y Estados Unidos puede desempeñar un papel importante a este respecto. EE.UU. se ha convertido en el primer productor mundial de petróleo y gas hasta autoabastecerse, y está dispuesto a vender el excedente a Europa. No obstante, esto plantea una cuestión adicional para los europeos, ya que nuestro socio transatlántico obtiene hoy dos tercios del petróleo que produce y más de
cuatro quintos del gas a partir de la fractura hidráulica, o 'fracking', un método que España, como otros miembros de la Unión, ha prohibido por sus efectos ambientales.
 
Un aspecto que pasa inadvertido es que la actual crisis podría utilizarse para promover un ahorro significativo en el consumo de energías fósiles. Sin embargo, tras la guerra, los gobiernos europeos se han apresurado a buscar fuentes alternativas de hidrocarburos y a subvencionar las gasolinas, en lugar de recordar su compromiso con el medio ambiente.

El impacto de la guerra sobre la relación entre Occidente y Rusia ha sido tremendo. Dicha relación, construida con gran esfuerzo en las últimas tres décadas, se ha venido abajo en sólo unas semanas. Por supuesto, la invasión de Ucrania es injusta e ilegal, el uso de la fuerza armada por parte de Rusia es inaceptable, y sus aspiraciones territoriales deberían haberse perseguido por medios pacíficos y nunca a través de la violencia. A pesar de todo, muchos en Occidente presentan la respuesta como el inicio de una nueva Guerra Fría y el fin de la globalización, y esto es un error. 

Los estados miembros de la Unión Europea albergan distintas actitudes sobre cómo deben ser las relaciones con Rusia. La guerra de Ucrania no va a cambiar las posiciones geoestratégicas de cada país, por lo que en el futuro habrá que encontrar un nuevo modus vivendi con Rusia. Las sanciones actuales no pueden eliminar del mapa las relaciones económicas, humanas y culturales que existen, y los errores de Putin no cambian el hecho de que Rusia forma parte de la Historia de Europa, con sus luces y sus sombras. 



Estados Unidos ha sido muy crítico con la invasión, y los gobiernos aliados condenan reiteradamente las violaciones del Derecho Internacional por parte de Rusia. Pero la magia del Derecho es que debe ser igual para todos. Los mismos gobiernos fueron más tolerantes con otras intervenciones militares recientes, también injustas, que trajeron enormes secuelas de destrucción material y humana. Asimismo, se exige la persecución de crímenes de guerra en la Corte Penal Internacional, pero se olvida que, además de Rusia, muchos otros países no han ratificado su Estatuto, incluidos Estados Unidos o la misma Ucrania. 

En fin, los equilibrios mundiales también pueden verse afectados por la guerra. Rusia tiene alma europea, pero puede pivotar hacia Asia. Durante años, China y Rusia han establecido una sólida relación en diversos campos. En 2011 comenzó a operar el oleoducto Espo de casi 5.000 kilómetros, que suministra petróleo a China, y en 2019 se abrió el gasoducto Power of Siberia, que seguirá ganando capacidad hasta 2025, desarrollos que Estados Unidos ha visto con recelo
 
China mantiene una visión propia sobre la guerra de Ucrania y se ha negado a dictar sanciones contra Rusia. Algunos expertos prevén que, al igual que ocurrió tras la crisis de Crimea en 2014, China y Rusia avancen ahora en su acercamiento, en campos que van de la tecnología a las finanzas e inversiones en distintos sectores. China comprende mejor que Occidente las preocupaciones de seguridad rusas; por tanto, el entendimiento entre ambos no pertenece sólo a los terrenos energético y económico, sino que también es político.
  
En un contexto de competición global entre grandes potencias, la Unión Europea tiene un papel clave como defensora de los principios internacionales. La UE debe oponerse a cualquier infracción del Derecho internacional, sea cometida por quien sea. Como indican sus documentos programáticos, debe establecer una relación constructiva con su vecindario, con el fin de fomentar la cooperación y prevenir los conflictos, algo que no supimos hacer en Ucrania. La Unión Europea no debiera participar en confrontaciones estratégicas, que benefician sólo al estamento militar-industrial (usando las palabras del presidente Eisenhower), porque su razón de ser es la paz y la convivencia.
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