Nos enfrentamos a la mayor crisis alimentaria de las últimas décadas. No estamos ante una mala cosecha, sino ante una crisis estructural del sistema alimentario global que resulta en escasez de alimentos y un encarecimiento. Desde el inicio de la guerra en Ucrania los precios de cereales, como el trigo, han aumentado más de un 20%. Subida que a medio plazo se verá magnificada por el alto precio de las materias primas necesarias para la agricultura, como por ejemplo los fertilizantes, cuyo precio ha subido de media más de un 40%. La última crisis alimentaria de 2008 llevó a más de 100 millones de personas a una situación de pobreza, una cifra que puede palidecer al lado de la actual.
La principal causa de la falta de alimentos es la contienda en Ucrania, ya que sumados ambos beligerantes son el mayor exportador mundial de cereales. Conjuntamente, disponen de una cuota de mercado del 30% en trigo, del 32% cebada, y de más del 75% en aceite de girasol.
El conflicto ha hecho que el Gobierno ucraniano haya restringido las exportaciones de alimentos. Rusia ha amenazado de hacer lo mismo con aquellos países que no considere sus
amigos.
Además, Rusia y Bielorrusia son dos de los principales exportadores de fertilizantes, producto esencial en la agricultura industrializada. Pero la crisis alimentaria no tiene una sola causa. China ha perdido este año casi un tercio de la cosecha de trigo, incrementando la presión en los mercados internacionales.
El comercio global de alimentos es extremadamente inelástico. Por consiguiente, pequeños cambios en la oferta pueden tener grandes impactos en el precio. El encarecimiento pone en apuros a los países que no son alimentariamente autosuficientes. Por ejemplo,
Egipto importa el 60% de su consumo de trigo y la mayoría de las importaciones vienen de Rusia y Ucrania. En la anterior crisis alimentaria, ante el miedo a mayores subidas de precios estos países importadores netos de alimentos iniciaron compras del pánico para asegurar el suministro para su población. Pero el miedo y el efecto sustitución impulsaron estas compras a otros productos como el arroz, aumentando aún más la volatilidad de precios.
[Recibe los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]
Esta realidad puede parecer trivial para una familia en un país desarrollado, donde sólo una pequeña parte del presupuesto doméstico se dedica a comida. Pero en los países en desarrollo, en los que gran parte de los ingresos familiares se dedican a la alimentación, mayores precios pueden ser la diferencia entre comer o pasar hambre. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) nutre cada día a más de 125 millones de bocas. Según la misma organización, la guerra puede extender la hambruna a más de 30 millones de personas en un escenario optimista. Independientemente, la subida del coste de los alimentos llevará a decenas de millones hasta una situación de pobreza. Esto puede tener
importantes consecuencias políticas similares a las que vivimos con la primavera árabe en 2010, en parte causada por la crisis alimentaria de 2008.
Aunque aún es demasiado pronto para ver el alcance total del shock alimentario, existe la posibilidad de que esta crisis se alargue durante años. No nos enfrentamos a una mala cosecha, sino a que más del 30% del terreno cultivable en Ucrania se ha convertido en campo de batalla. A medio plazo, esto puede impactar en el uso agrícola de los campos ucranianos. Asimismo, la falta de fertilizante puede tener un impacto sostenido en los cultivos de otros países, reduciendo la productividad de las cosechas globales en los próximos años. Además, la subida del precio de las materias primas requeridas para los cultivos hace que aquellos agricultores que tienen capacidad para incrementar su producción
sean reticentes al no tener asegurados mayores beneficios.
Tras la última crisis alimentaria el G-20 tomó medidas para prevenir las compras del pánico y la elevada volatilidad de precios creando el Sistema de Información de Mercados Alimentarios, que ofrece información sobre el estado de las cosechas en los principales países productores; aunque en estas situaciones el sistema más efectivo para estabilizar estos mercados es incrementar la oferta. Éste es el rol que tienen los
stocks, especialmente para los cereales, productos de fácil conservación. Sin embargo,
ahora mismo gran parte de estos 'stocks' son privados y muchas veces tienen múltiples usos.
Gestionar un granero es complicado al tener que aplicar la rotación de existencias para conservar los alimentos en buen estado. Además, mantener la infraestructura y la compraventa de stocks tiene un precio elevado. Así que
en los países desarrollados gran parte de los 'stocks' alimentarios está ahora en manos de cuatro grandes firmas de distribución alimentaria (Cargill, Bunge, ADM y Louis Dreyfus). Esto hace que se liberen existencias cuando, con ello, estas empresas pueden obtener beneficios.
Algunos países en desarrollo aún disponen de stocks públicos de cereales. Pero en vez de utilizarlos para estabilizar el mercado en caso de crisis, se usan como un subsidio a productores y consumidores. Por ejemplo,
en India el 70% de la población tiene acceso a cereales de los 'stocks' estatales. Éstos se llenan con compras a agricultores por encima del precio de mercado y se venden a la población a precios reducidos. Esta práctica equivale a un subsidio que puede distorsionar la producción mundial de alimentos. Justamente en este punto, los subsidios de los
stocks públicos, encallaron en 2008 las negociaciones de la ronda de Doha para incrementar la liberalización comercial en el seno de la Organización Mundial del Comercio, y desde entonces siguen en punto muerto.
Las crisis alimentarias también se agudizan con las restricciones a la exportación, que ahora mismo están alcanzando los mayores niveles vistos durante la crisis de 2008. En años normales, la cosecha mundial
acostumbra a mantenerse estable. Las malas cosechas causadas por sequía en algunas regiones se compensan con otras más favorables en otras partes del mundo. El comercio permite estabilizar la oferta en todos los mercados. Sin embargo, las restricciones a la exportación no ayudan a resolver el problema, sino todo lo contrario. Aun sabiéndolo, los países abusan de medidas restrictivas que tienen un impacto desproporcionado en los más pobres. Dada la importancia del comercio y los
stocks para estabilizar los mercados de alimentos, e
s esencial encontrar una solución multilateral que contribuya a la seguridad alimentaria global.
Pero no será posible encontrar una solución sin Rusia, país denostado por Occidente.
Tanto la Unión Europea como los Estados Unidos, exportadores netos de alimentos, mantuvieron abiertos sus mercados durante la última crisis alimentaria. Aunque parezca que en Europa no debemos preocuparnos por nuestra seguridad alimentaria, seguimos siendo dependientes de otros países, ya que no somos autosuficientes en todos los alimentos. Por ejemplo, Europa tiene un superávit comercial en productos procesados como bebidas alcohólicas, pastas, chocolates y carne de cerdo; productos que a veces son de muy alta calidad. Aun así, nuestro sistema alimentario es extremadamente dependiente de las importaciones de soja, que se usan como elemento esencial para alimentar a la ganadería industrial.
La agricultura europea está regulada por la Política Agraria Común, y uno de sus objetivos implícitos es la defensa de la seguridad alimentaria manteniendo un vibrante sector primario. Esta política comunitaria, iniciada en 1962, originalmente ofrecía apoyo económico a los agricultores para mantener competitiva su producción. Aunque es una política de carácter proteccionista, ha permitido mantener activo un sector que es extremadamente sensible para la seguridad nacional.
El Pacto Verde Europeo pone énfasis en reforzar el componente verde de la política agraria. Políticas como la de la
Granja a la Mesa ('Farm to Fork') o la
Estrategia de Biodiversidad 2030 apuestan por una reducción de pesticidas y fertilizantes a favor de un incremento de la agricultura orgánica; además del abandono del 10% del terreno para finalidades de biodiversidad. En el contexto actual,
el sector agropecuario ha abierto el debate sobre si es necesario mantener estas políticas o vale la pena expandir la producción para estabilizar los mercados. De momento, la UE ha ofrecido una
exención especial durante este año para permitir la producción en las tierras en barbecho.
Aunque la crisis alimentaria actual viene causada por la guerra en Ucrania, sería un error tratarla como un efecto aislado y no como un fallo sistémico del mercado alimentario. Dado el nivel de interdependencia global actual, entender seguridad alimentaria como autosuficiencia sería un error. Sólo podemos asegurarla con una coordinación global de stocks y restricciones a la exportación. No hacerlo conduce a millones de personas hacia una pobreza y hambruna evitables.