La invasión rusa de Ucrania representa la mayor amenaza para la paz en Europa desde el fin de la Guerra Fría o las guerras en la antigua Yugoslavia. El mantenimiento de la paz en todo el mundo es uno de los principales objetivos de la izquierda, por lo que su respuesta ante esta crisis es fundamental. Desgraciadamente, parte de la izquierda se encuentra aún sumida bajo una patología que la debilitó moral y políticamente durante la Guerra Fría: el 'campismo'.
El 'campismo' considera que el mundo está dividido en dos campos hostiles: uno agresivo e imperialista dirigido por EE.UU. y otro anti-imperialista integrado por los oponentes de Estados Unidos. Durante la Guerra Fría, esta visión maniquea del mundo llevó a partes de la izquierda a racionalizar e ignorar crímenes cometidos por la Unión Soviética, China y otros adversarios de Estados Unidos.
Aunque la Guerra Fría ya concluyó, algunos sectores de la izquierda siguen inmersos en esta visión del mundo, permitiendo que sus respuestas a los acontecimientos mundiales se rijan por aquello a lo que se oponen (Estados Unidos), en lugar de por lo que defienden: los principios progresistas. Esto les ha llevado a
culpar al país norteamericano de la invasión de Ucrania, ya que supuestamente habría amenazado a Rusia mediante un
"impulso expansionista" de parte de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Problemas empíricos
Hay problemas empíricos evidentes en esta postura. Dejemos de lado que el presidente ruso, Vladimir Putin, ha pisoteado durante los últimos años numerosos acuerdos internacionales que vulneran la soberanía de Ucrania. Además, los plazos de la intervención, al igual que lo ocurrido en otras ex repúblicas soviéticas como Chechenia y Georgia, no guardan relación con las perspectivas reales de ingreso en la Otan.
Durante la primera década del siglo XXI, Ucrania dudaba entre si debía mirar hacia Rusia o, por lo contrario, a Occidente. Incluso después de que Rusia interviniera en las elecciones ucranianas de 2004 e invadiera Georgia en 2008, el respaldo público a un eventual ingreso en la Otan siguió siendo bajo. Esto cambió con la agresión directa de Rusia.
[Recibe los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]
En 2013, las protestas del Euromaidán estallaron en la gran plaza de la Independencia de Kiev (maidán significa plaza en ucraniano). El presidente de corte rusófilo, Víktor Yanukóvich, se había negado a firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea, previamente aprobado por el Parlamento, y pretendió, en su lugar, que Ucrania quedará vinculada a la Unión Económica Euroasiática liderada por Rusia.
Tras meses de protestas y enfrentamientos mortales entre manifestantes desarmados y la Policía, Yanukóvich abandonó el país y fue sustituido por un nuevo Gobierno. Putin rehusó aceptar este resultado, ya que consideraba una amenaza que un país con el que su propio pueblo se sentía afín se volviera hacia Europa y derrocara a un líder que había ignorado la voluntad de sus ciudadanos y había utilizado la violencia contra ellos.
Putin decidió invadir Ucrania, anexionándose Crimea y apoyando a los separatistas de la región oriental del Donbás (también ha apoyado a dictaduras pro-rusas en Bielorrusia, Kazajistán y otras partes del antiguo imperio soviético, al margen incluso de que éstas ingresaran o guardaran relación con la Otan). Hasta la invasión de Putin, el ingreso en la Otan no figuraba en la agenda política de Ucrania, pero a partir de 2014 esto cambió.
[blockjquote]Extraño y contraproducenteDejando de lado la cuestión de cuánto de importante es para Putin la adhesión ucraniana a la Otan, justificar la invasión por su interés en adherirse a la alianza es extraño y contraproducente, ya que se basa en un principio al que la izquierda suele oponerse con vehemencia. En este sentido, los países grandes y poderosos, como Rusia, tendrían derecho a tener esferas de influencia, mientras que los países más pequeños y menos poderosos, como Ucrania, no lo tendrían para determinar sus propias alianzas políticas y su propio destino; tendrían que asumir, por tanto, que son esencialmente 'ciudadanos de segunda clase en una comunidad de estados' (esto es, como señalan algunos, un "anti-imperialismo de tontos").
Asimismo, el campismo no sólo ha conducido a algunos sectores de la izquierda a alinearse con figuras fundamentalmente opuestas a los principios progresistas, sino que las cita con aprobación. Por ejemplo, los campistas se han referido constantemente a argumentos propios de los 'realistas' del campo de las relaciones internacionales, como John Mearsheimer y Henry Kissinger, quienes, a diferencia de sus actuales seguidores de la izquierda, tienen al menos la virtud de ser claros y coherentes a la hora de justificar la depredación de las grandes potencias, independientemente de su origen. Creen, como dijo Tucídides, que "el fuerte hace lo que puede y el débil sufre lo que debe". Otros campistas han alabado a los dictadores simpatizantes de la derecha, como Tucker Carlson de Fox News, por su "posición totalmente sensata respecto a Ucrania".
Esta postura también ha llevado a partes de la izquierda a participar de un tipo de westplaining que, por lo general, aborrece. Tal y como se han quejado dos expertos en la región, "resulta irritante ver cómo la corriente interminable de [intelectuales] y expertos occidentales tratan de explicar la situación en Ucrania y Europa del este, a menudo ignorando las opiniones de la región, tratándola como un objeto en lugar de un sujeto histórico", al tiempo que afirman "comprender perfectamente la lógica y los motivos de Rusia". Algunos sectores de la izquierda simplemente asumen, sin mayor investigación, que la expansión de la Otan fue impulsada por los deseos agresivos e imperialistas de Estados Unidos y Europa occidental, y no por los deseos de los propios europeos del este.
Otro experto se lamentaba de forma más pintoresca de aquéllos que "no saben nada de Europa del este", pero cuyo orientalismo les lleva a afirmar que entienden los intereses de sus pueblos mejor que ellos:
- "Vemos a la OTAN de una manera completamente diferente, y me atrevo a decir que mucho más matizada. Cuando dices Que se joda la Otan o Que se acabe la expansión de la Otan, lo que escucho es que no te importa la seguridad y el bienestar de mis amigos, familiares y compañeros de Europa del Este…"
- ¿Cuál es esa alternativa a la Otan que defiendes? ¿Has pensado en preguntarnos qué pensamos de ella? ¿O simplemente habéis decidido, como habéis hecho muchas veces en vuestra historia, y ante muchos otros países con los que os habéis sentido superiores, que seréis vosotros, y vuestros dirigentes, los que pongáis las cartas sobre la mesa, y nosotros sólo tenemos que someternos? ¿Sacaste ya tu regla para hacer líneas rectas en el mapa; sólo que esta vez será el mapa del lugar donde crecí?
Débil e hipócrita
Durante la Guerra Fría, el rechazo a la política exterior estadounidense llevó a parte de la izquierda a adoptar una visión campista del mundo, cuyo objetivo era ir más allá de la crítica justificada a Estados Unidos para racionalizar injustificadamente los crímenes, a menudo incluso peores, de sus oponentes. A pesar del fin de aquella era y del advenimiento de un mundo multipolar muy diferente al actual, la invasión rusa de Ucrania deja claro que esta tendencia sigue infectando a parte de la izquierda, llevándola a presentar argumentos intelectualmente débiles e hipócritas y a justificar las acciones de un dictador agresivo.
Al hacerlo, los campistas permiten que los oponentes de la izquierda señalen las debilidades, las hipocresías y los obvios sentimientos anti-estadounidenses que subyacen a sus argumentos. Esto les permite, por tanto, eludir las reivindicaciones absolutamente críticas que la izquierda debiera promover con toda su energía: la paz, la democracia, los derechos humanos y la justicia.