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con la colaboración de
Scharfsinn86 (Getty Images/IstockPhoto)

España necesita desarrollar su propia diplomacia del hidrógeno verde

Isabel Valverde

6 mins - 3 de Mayo de 2022, 17:50

Con la progresiva expulsión del gas ruso, el mercado europeo de la energía se está reestructurando rápida y profundamente. El interrogante, sin embargo, no es sólo 'quién' puede sustituir a Rusia, sino 'qué' puede reemplazar al gas natural. La solución tampoco es nueva: la fijación europea con la soberanía energética y la reducción de emisiones hace tiempo que ha puesto a los gases renovables en el punto de mira. Entre ellos destaca el hidrógeno verde, en el que están puestas todas las cartas para la sustitución masiva del gas natural.

Se trata de una tecnología aún poco madura, y no se espera que su demanda despegue comercialmente hasta 2035, pero nadie discute que será esencial en el mix energético del futuro, especialmente en sectores de más difícil electrificación como la industria o el transporte pesado. 

A priori no parece una tecnología con un fuerte componente geopolítico: no depende de la extracción de materias primas y sólo necesita de electricidad y agua para producirse. Sin embargo, aquellos países capaces de explotar las economías de escala necesarias para sacarle rentabilidad liderarán una revolución energética con profundas implicaciones geo-económicas.
 
En esta reconfiguración de los mercados energéticos europeos, España tiene todas las papeletas para posicionarse como una pieza clave para la seguridad de la UE, hoy con el suministro de gas y mañana con el de hidrógeno. Las mismas particularidades climáticas que nos hacen una potencia en renovables nos ha catapultado a la pole position para ser el 'hub' europeo del hidrógeno verde. No en vano, nuestro país alberga la mayor planta industrial de este vector del mundo y el desarrollo del sector es el proyecto estratégico (Perte) con mayor financiación del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia.

No sólo tenemos sol, viento y una industria de hidrógeno desarrollada: la posición geográfica de la península como nexo entre Europa y el Magreb es clave en las aspiraciones ibéricas en este terreno. La UE quiere invertir masivamente en solar fotovoltaica en zonas desérticas del norte de África para transformar esa energía en hidrógeno importable a través de gasoductos. Aquí, el mejor posicionado es nuestro vecino y de nuevo aliado Marruecos, cuyas exportaciones pasarían inevitablemente por España.

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No está todo en nuestras manos.
Para poder suministrar más gas e hidrógeno verde al resto de Europa, España necesitaría mejorar las interconexiones con el norte. Esto ha llevado a que el MidCat, el viejo proyecto de gasoducto que uniría España con Francia por los Pirineos, protagonice su particular regreso mediático. La Comisión ya ha dejado claro que esta infraestructura tendría que ser apta para gas e hidrógeno y se abre a evaluar las propuestas de proyectos importantes de interés común europeo (Ipcei), único mecanismo que España acepta para su financiación, con mayor celeridad.
  
El problema está al otro lado de los Pirineos: Francia tendría que expandir su propia red gasista, actualmente muy deficitaria. Y Macron no parece tener mucho interés: su industria pesada, consumidora de gas, está al norte del país. Tampoco cuaja con su apuesta por la nuclear, que vive un momento dulce con la construcción de nuevos reactores, su inclusión en la taxonomía verde y el declive en la popularidad del gas a causa de la guerra. Por si fuera poco, la Comisión dio recientemente su bendición al hidrógeno 'rosa', generado a partir de electricidad de origen nuclear. Alemania, por su parte, es reticente a pagar de su bolsillo unas interconexiones tan estratégicas al que sigue siendo su mayor rival económico dentro de la Unión.

Para superar todas estás dificultades, España necesita desarrollar urgentemente una diplomacia del hidrógeno con una visión estratégica a la altura de una oportunidad industrial sin precedentes. Si hay un momento en el que convencer sobre el potencial de España para liderar esta tecnología, ése es ahora. Nunca antes la seguridad energética había estado tanto en el punto de mira y nunca antes España había ocupado un lugar central en esta conversación a nivel europeo. La reunión de finales de marzo del Consejo de la UE, en el que España logró, no sin esfuerzo, el reconocimiento a la excepción ibérica es el exponente perfecto de los nuevos tiempos.

Pero para convencer, el hidrógeno verde español no debe concebirse como un proyecto de país, sino como uno europeo de soberanía energética y 'descarbonización'. Una estrategia, además, en la que podríamos ir de la mano de nuestro hermano ibérico, Portugal, que comparte nuestros mismos intereses con el hidrógeno limpio. Abordar Bruselas con una narrativa fuerte, anclada en pilares comunitarios en alza como la autonomía estratégica y la transición energética, yendo de la mano de otros estados miembros, no es una fórmula asegurada; pero, como hemos visto en el último Consejo de la UE, puede convencer si se pelea bien.
 
Además, la diplomacia del hidrógeno tampoco debe circunscribirse a Europa. La renovada relación con Marruecos ha de asentarse sobre una alianza energética que una a dos países líderes en la producción renovable de sus respectivos continentes. Ya hemos otorgado a Italia el papel de socio prioritario en la importación de gas argelino, así que miremos adelante y apostemos por ser un aliado fundamental en el desarrollo de hidrógeno limpio en la costa atlántica africana y su exportación, en un futuro, al continente europeo. El reciente acuerdo entre Marruecos y Nigeria para construir el gasoducto más largo del mundo, abre muchas posibilidades de asentar nuestra posición como la puerta a Europa de la producción magrebí.



Ya lideramos la tecnología y capacidades técnicas para la producción; sólo nos falta la ambición política y la visión estratégica para internacionalizar nuestro potencial. Pero urge mover ficha, desterrando posiciones dogmáticas respecto al gas que hoy nos cierran la puerta para convertirnos en el futuro en una potencia exportadora de hidrógeno verde. 

No es cuestión baladí. Como importador neto de energía, España no puede permitirse echar a perder esta oportunidad de oro para capitanear la economía verde. Y es que su impacto positivo va más allá de la mejora de nuestra balanza de pagos: un hidrógeno verde y barato podría darle a nuestra industria intensiva en gas un balón de oxígeno con el que crecer en competitividad y liderar en sostenibilidad. Es más, en un contexto de reestructuración y regionalización de las cadenas de valor globales, la promesa de un hidrógeno limpio a precios competitivos puede convertirse en un polo de reindustrialización y atracción de inversión extranjera.
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