-
+
con la colaboración de
Algerian presidency/Handout (Efe)

Buenas y malas políticas para la independencia energética

Stefano Barazzetta, Andrea Roventini

12 mins - 12 de Mayo de 2022, 07:55

¿Carbón? ¿Nuclear? ¿Nuevos proveedores de gas? La crisis desencadenada por la guerra enfrenta a todos, Italia in primis, con un ultimátum. Y, sin embargo, no parece que hayamos comprendido realmente su importancia, y seguimos aplazando un verdadero viraje energético.
 
El vicepresidente de la Unión Europea, Frans Timmermans, ha recordado que la crisis energética que nos afecta es el resultado de decisiones equivocadas que han favorecido al gas en detrimento de una inversión suficiente en energías renovables. De hecho, la UE tiene una elevada dependencia energética (porcentaje de energía importada) que es satisfecha en gran medida por países extracomunitarios: en 2019, fue del 61%. Esta cifra alcanza el 77% en el caso de Italia, el 75% en el de España, el 67% en el de Alemania y el 47% en el de Francia. La invasión de Ucrania ha agravado la situación. Nuestro país es especialmente dependiente de Rusia, de donde obtenemos el 40% de nuestro gas, utilizado tanto para la calefacción como para la generación de electricidad (entre el 20% y el 25% de ésta procede del gas ruso).
 
Esta dramática situación pone de manifiesto la necesidad de una nueva política energética que combine la independencia en este ámbito con la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero para hacer frente a la emergencia climática. Para ir al grano: no existe la neutralidad tecnológica cuando se persigue la independencia energética y la descarbonización de la economía. Pero hay políticas correctas e incorrectas.
 
Empecemos por éstas últimas: Italia debe reducir rápidamente su consumo de gas, descartando la vuelta a la energía nuclear. Hay quienes defienden la reanudación de las perforaciones de gas natural en nuestro país para aumentar la producción nacional. Sin embargo, se trata de una solución casi sin beneficios en cuanto a precio y con una vida útil muy corta: Italia consume unos 70.000 millones de metros cúbicos de gas al año, pero sólo tiene reservas de 90.000 millones. Al mismo tiempo, nuestro Gobierno, con la ayuda de ENI, está recurriendo a Argelia, Congo, Angola y Mozambique para diversificar las importaciones de gas. Si bien esta política puede ser inevitable a muy corto plazo, esta obstinación en favor de los combustibles fósiles, destinada a sustituir al proveedor ruso por países que no son ni democráticos ni estables, es preocupante; una estrategia que parece aún más miope si se tiene en cuenta que, en el caso del Congo, los acuerdos conducirán a la explotación de nuevos yacimientos fósiles, lo que contrasta con las recomendaciones de la Asociación Internacional de la Energía (IEA, en sus siglas en inglés) de lograr cero emisiones netas para 2050.
 

[Recibe los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]

Las empresas de hidrocarburos proponen utilizar tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CAC), que permitirían seguir utilizando los combustibles fósiles mientras capturan el CO2. Lamentablemente, hasta la fecha, a pesar de un par de décadas de experimentación y muchos recursos invertidos, la CAC ha dado resultados decepcionantes y parece estar lejos de ser una tecnología viable para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. No es casualidad que el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) indique que estas tecnologías son muy caras y tienen poco potencial para reducir las emisiones. Además, la Comisión Europea ha rechazado el proyecto CNR de ENI y el Gobierno italiano, que preveía utilizar fondos del PNR para almacenar CO2 en los yacimientos de gas metano agotados del Mar Adriático.

La otra opción que se está reactivando es la vuelta a la energía nuclear de fisión. Sin embargo, la evidencia empírica muestra inequívocamente que se trata de una estrategia muy poco probable (y a largo plazo). En los últimos 30 años, la UE y EE.UU. sólo han comenzado a construir seis reactores de tercera generación, pero sólo se ha completado el de Olkiluoto (Finlandia), que ha triplicado los plazos y el coste, provocando una pérdida de 5.000 millones de euros para Areva, empresa controlada por el Estado francés, y provocando su reestructuración. En este contexto, los planes de Francia y Reino Unido, que prevén 25 GW y 17 GW, respectivamente, de nueva energía nuclear, han sido acogidos con escepticismo en dos países con una industria nuclear, casi ausente en Italia.

Las perspectivas de la cuarta generación de energía nuclear de fisión tampoco son halagüeñas: los pequeños reactores modulares (SMR), que se basan en una construcción más sencilla para garantizar la rapidez de la instalación y unos costes competitivos, aún están lejos de utilizarse a gran escala. No se consideran una alternativa realista a corto plazo ni siquiera en Francia: el primer prototipo se construirá en 2030. Por último, los resultados de la nuclear de fusión son alentadores, pero el despliegue a escala comercial (si es que éste llegare a producirse) está probablemente todavía a unas décadas de distancia.

Para reducir la dependencia del gas y el petróleo rusos, la estrategia a largo plazo expuesta por la IEA en su informe 'Net Zero 2050' es clara y radical: electrificar la economía al máximo y acelerar la inversión en energías renovables. En el escenario "más factible desde el punto de vista técnico, más rentable y más aceptable desde el punto de vista social" para lograr las emisiones netas cero en 2050, el informe muestra que: (i) no será necesario desarrollar nuevas plantas de gas, petróleo y carbón; (ii) las energías renovables podrán cubrir hasta el 90% de las necesidades mundiales de electricidad; (iii) en 2050, la energía solar será la fuente más importante de energía (y no sólo de electricidad) a nivel mundial; (iv) la energía nuclear desempeñará un papel marginal, cubriendo menos del 10% de las necesidades mundiales de electricidad, concentrada en los países emergentes. En las economías avanzadas, su contribución se reducirá a la mitad, pasando del 18% al 10%.

Estas indicaciones se ven reforzadas por el último informe del IPCC, que muestra que las energías renovables pueden hacer la mayor contribución a la mitigación de emisiones. De hecho, son capaces de producir energía a costes ultracompetitivos sin necesidad de incentivos: el informe confirma esta tendencia: desde 2010 el coste de la energía solar, la eólica y las baterías ha descendido un 85%.


 
¿Cuál es la posición de Italia en relación con el escenario de emisiones netas cero de la AIE? A pesar de los importantes avances de los últimos 20 años, en nuestro país cerca del 60% de la electricidad y el 80% de la energía total se producen a partir de fuentes no renovables. Después de los ambiciosos programas de incentivos a las energías limpias de hace 15 años, Italia está ahora en apuros. En el sector fotovoltaico, Italia es el segundo país de Europa en instalaciones, pero tiene menos de la mitad de la capacidad instalada en Alemania: 22 GW frente a 60 GW. En términos de capacidad instalada per cápita, sólo ocupamos el 10º lugar en Europa, a pesar de tener un potencial solar superior al de los ocho países de los nueve que nos preceden. El mercado italiano lleva una década languideciendo: mientras que entre 2008 y 2013 se instalaron unos 18 GW, en el periodo siguiente sólo se añadieron 4 GW. Este sombrío panorama no mejorará en el futuro inmediato: las previsiones de instalaciones sitúan a Italia por detrás de Alemania, Holanda, Francia e incluso Polonia y Dinamarca. La paradoja se completa si se tiene en cuenta que, después de España, Italia es el Estado miembro que puede producir electricidad a partir de la energía solar a un coste inferior al de la nuclear y el gas.
 
La falta de desarrollo de las renovables en nuestro país tampoco se debe a la falta de proyectos. Hay solicitudes de autorización de plantas renovables sin resolver por un total de unos 200 GW: sólo la mitad de ellas podría cubrir alrededor del 45% de las necesidades de electricidad de Italia (actualmente unos 300 TWh/año). El objetivo factible de 10 GW de inversión anual permitiría inyectar en la red más electricidad que la que produciría un nuevo reactor nuclear, con un coste mucho menor y en un plazo mucho más corto. Se puede invertir en energía solar y eólica sin reducir la producción agrícola de nuestro país y sin violar las limitaciones históricas y paisajísticas. Por ejemplo, se puede aumentar la generación de energía solar utilizando terrenos baldíos y la agro-fotovoltaica. Los parques eólicos flotantes en alta mar no arruinan el paisaje y tienen un impacto medioambiental limitado. En este caso, Italia podría contar con la tecnología y la experiencia de Saipem [filial de ENI].

Una de las objeciones contra el desarrollo de las energías renovables a gran escala es su intermitencia: ¿qué hacer cuando el sol no brilla o el viento no sopla? Aunque la transición completa a las energías renovables lleva tiempo, a corto y medio plazo es perfectamente factible integrar en la red la energía procedente de fuentes no programables, pero predecibles. Mientras tanto, el almacenamiento de electricidad, que permite guardar la energía producida a partir de fuentes renovables y liberarla cuando sea necesario, está avanzando a pasos agigantados y cada semana se anuncian nuevas instalaciones a gran escala. Un ejemplo es el reciente plan de Endesa Portugal (Enel) de construir una planta híbrida que incluirá 365 MW de energía solar, 264 MW de eólica, 169 MW de almacenamiento y un electrolizador de 500 kW para producir hidrógeno verde. El uso de los excedentes de energía renovable para producir hidrógeno verde será cada vez más importante en las industrias con grandes emisiones, como la siderúrgica. Por ejemplo, el proyecto de producción de hidrógeno verde en plataformas desmanteladas frente a la costa de Rávena permitiría producir energía con cero emisiones sin depender de los combustibles fósiles.

Otro posible problema, al menos a corto plazo, lo representan las conexiones eléctricas entre las zonas con mayor potencial renovable (por ejemplo, el sur y las islas) y las de menor potencial. En este caso, es necesaria una mayor intervención del Estado, pero el obstáculo es fácilmente superable si se tienen en cuenta los recursos del PNR y las capacidades tecnológicas y de inversión de Terna, que con el plan Thyrrenian Link conectará Cerdeña con Sicilia y la península italiana. En este sentido, hay que tener en cuenta que se tenderán 3.800 kilómetros de cable submarino entre Marruecos y Reino Unido para transportar la energía producida en África por las nuevas centrales de generación solar y eólica dotadas de capacidad de almacenamiento, que cubrirán el 8% de las necesidades de electricidad de Reino Unido en 2030.
 
El objetivo del 70% de energías renovables para esa fecha es, por tanto, totalmente alcanzable, como ha reiterado el propio ministro Cingolani. La electrificación y la inversión en energías renovables no sólo garantizarían la independencia energética del gas ruso y el cumplimiento del objetivo del IPCC de +1,5 °C, sino que también tendrían un efecto beneficioso en el estancado crecimiento de la economía italiana. Así que no hay ningún baño de sangre en el horizonte. Por el contrario, la transición verde es una oportunidad para revitalizar el asfixiado crecimiento de la productividad mediante la innovación y la inversión. Por ejemplo, Enel está construyendo una giga-fábrica de paneles solares cerca de Catania. En Suecia, la colaboración entre empresas públicas y privadas en el 'proyecto Hybrit' ha dado lugar a la primera planta piloto de una industria siderúrgica alimentada por hidrógeno verde. Esto exige una nueva temporada de políticas industriales y de innovación ecológicas.

Lamentablemente, tanto el PNR como las políticas del gobierno tras el estallido de la guerra en Ucrania no parecen ir en esta dirección y, en cambio, parecen ser un mosaico descoordinado de medidas sin una visión clara del desarrollo sostenible del país. Medidas que incluso la frenarían, como en el caso de la anunciada vuelta al carbón.

La dramática crisis actual parece ofrecer una oportunidad de cambio: a menos que se produzca un claro golpe de timón, que desgraciadamente es difícil de imaginar en la actualidad, Italia corre el riesgo de desperdiciarla definitivamente.
 
(Este análisis se publicó originalmente en la revista 'Il Mulino')
¿Qué te ha parecido el artículo?
Participación