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Nikolay Doychinov (AFP)

La democracia en Europa del Este frente a la 'gran desconfianza'

Sarah Engler

7 mins - 14 de Mayo de 2022, 07:05

El pasado mes de noviembre, los búlgaros acudieron a las urnas para votar un Parlamento nacional por tercera vez en un año. En las dos ocasiones anteriores los partidos políticos no habían conseguido formar Gobierno y, en ambas, una nueva formación había recibido la mayoría de los votos. Sin embargo, el nuevo que ganó los últimos comicios (Continuamos el cambio) no fue el mismo que lo había hecho meses antes. Ese último vio cómo iba perdiendo a la mayoría de sus partidarios.

Eso sí, el tema con el que los nuevos partidos han ganado las elecciones sucesivas ha sido el mismo: la corrupción. Denunciaron los altos niveles de corrupción en el país y la falta de voluntad de los partidos establecidos (el conservador Gerb y los socialistas) para abordar el problema. De hecho, Bulgaria ocupa el último lugar entre todos los estados miembros de la UE en cuanto a sus resultados en esta materia, junto con Rumanía y la Hungría dirigida por Viktor Orbán. Por eso, no es de extrañar que los ciudadanos, cansados de los escándalos de corrupción, den la espalda al establishment y voten a partidos de nuevo cuño. 

Sin embargo, lo que hemos observado en los últimos meses en Bulgaria no es nada especial ni para este país ni para Europa central y del este. Desde principios de 2000, hemos visto cómo partidos nuevos triunfan en las elecciones frente a los partidos mayoritarios de la izquierda y la derecha; y, en casi todos los casos, la corrupción es el asunto más destacado de sus campañas. El primero que prometió una política más limpia para Bulgaria y obtuvo una victoria aplastante en 2001 (el Movimiento Nacional Simeón II) hace tiempo que desapareció, pero le siguieron muchos partidos que prometían lo mismo. Vemos historias similares en todos los demás países de Europa central y oriental. La ANO checa de Andrej Babiš, el Partido Reformista de Zatlers en Letonia o el Smer en Eslovaquia son sólo algunos ejemplos de entre muchos.

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La
investigación ha demostrado que el aumento de la corrupción percibida es, de hecho, una de las razones por las que los nuevos partidos suelen tener éxito. Ciertamente, la corrupción puede ser utilizada por los gobernantes para consolidar aún más su poder, como ilustra el ejemplo de Órban, que ha construido un sistema corrupto muy centralizado. Sin embargo, en los países en los que las elecciones se desarrollan en condiciones más equitativas los escándalos de corrupción no hacen sino alimentar la desconfianza en las élites políticas.

No es sólo un problema de Europa central y del este. Los ciudadanos de España, Francia o Italia muestran niveles similares de desconfianza política. En Europa central y del este, sin embargo, la erosión de los partidos mayoritarios está más avanzada y no hay indicios de que vuelva a surgir una competencia partidista más estable. 

Una de las razones puede ser el insignificante papel que desempeña la ideología en las campañas de los nuevos partidos. Su principal argumento de venta no es una visión ideológica, sino nuevas caras políticas con escasos o nulos vínculos con la élite política corrupta. Cuando la confianza es escasa, no se necesitan agendas ideológicas radicales para quebrar el dominio de los partidos establecidos.
 

Si observamos a los partidarios de estos llamados partidos centristas anti-sistema, vemos que sus votantes son diferentes a los que conocemos de los partidos populistas en otros lugares. Por lo general, atraen a votantes más jóvenes y con mayor nivel de estudios, con posiciones ideológicas más bien centristas, y se diferencian de otros votantes únicamente por su bajo nivel de confianza política.

Una vez que los nuevos partidos asumen la responsabilidad política y entran en el gobierno, su base de votantes suele cambiar. En muchos casos, como en el ejemplo búlgaro, los votantes jóvenes e insatisfechos simplemente se pasan a un partido político más nuevo y el antiguo partido nuevo pierde en importancia electoral. En otro, el partido se transforma con el tiempo y ofrece un programa político más pronunciado. El Smer eslovaco, por ejemplo, se rebautizó como Smer-Democracia Social y adoptó una plataforma económica de izquierdas pero nacionalista. Ley y Justicia, que gobierna Polonia desde hace casi seis años, ha optado por una retórica nacionalista-conservadora. Ambos se asemejan más a un partido populista radical que a uno centrista antisistema, como lo fueron en su momento. En consecuencia, su electorado también ha evolucionado y ahora se encuentra entre la generación de más edad en las zonas rurales.

¿Qué nos dice la experiencia de Europa central y del este sobre los retos a los que se enfrenta la democracia europea? Está claro que, en un contexto de gran desconfianza política, los votantes están dispuestos a apoyar a nuevos partidos que prometen poco más que no ser corruptos. Éstos pueden ganar elecciones sin aportar ningún tipo de innovación ideológica. Por el contrario, cuanto más se aparten de la dicotomía izquierda-derecha, más fácil les resultará trazar una línea entre ellos y los partidos establecidos. Los escándalos de corrupción que alimentan aún más la desconfianza facilitan esa estrategia de partido. No es de extrañar que los pocos ejemplos de partidos centristas anti-establishment que encontramos en otros lugares se encuentren en Italia y en España, donde partidos como Cinque Stelle o Ciudadanos atrajeron a muchos votantes insatisfechos. Como las ideologías de estos partidos no suponen una amenaza para las ideas de la democracia liberal, estos votantes los perciben como una oportunidad de renovación democrática.



Sin embargo, la experiencia de Europa central y del este también nos dice que su estrategia no es sostenible. La mayoría de los partidos centristas antisistema no logran sobrevivir más que unas cuantas elecciones. La lucha contra la corrupción no es una tarea fácil y, cuando los ciudadanos desconfían de los políticos, los escándalos, de por sí pequeños, pueden provocar grandes protestas. Además, aunque la ideología no es importante para criticar al establishment como outsider, una vez que se es insider la falta de ideología puede ser contraproducente. De esta debilidad no se benefician los partidos mayoritarios, sino los nuevos que prometen hacerlo mejor.

¿Qué ocurre con la democracia cuando nuevos partidos con poca oferta ideológica dominan la política durante muchos años? ¿Las elecciones en estas circunstancias siguen traduciendo los intereses de los ciudadanos en programas políticos coherentes? ¿O se convierten en una herramienta sin sentido que sólo permite castigar a los políticos a posteriori, pero no escoger la dirección del cambio? ¿En qué momento los votantes se cansan de los nuevos competidores y empiezan a cuestionar el sistema político como tal? Hasta ahora, los votantes siguen apoyando a los nuevos partidos con la esperanza de un cambio. Es demasiado pronto para decir por cuánto tiempo seguirán haciéndolo.
 

Sin embargo, los países en los que los nuevos partidos consiguen mantenerse, suelen enfrentarse a retos aún mayores para la democracia, como ilustra el ejemplo polaco. Cuando un tema como la corrupción se sustituye por ideologías, puede desviarse de lo que el nuevo partido prometió originalmente. En lugar de luchar sólo contra la corrupción, los votantes polacos se enfrentan ahora a un Gobierno que lucha contra las instituciones democráticas. 

En ambos casos, habría sido mejor que los partidos mayoritarios hubieran recuperado la confianza en la política y hubieran limpiado en primer lugar las prácticas corruptas.
 
(Aquí, la versión original en inglés)

 
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