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La basura como respuesta

Guillermo Sánchez-Herrero

22 de Julio de 2021, 22:58

Estimadas lectoras, estimados lectores,

"¿Qué nos queda entonces? La respuesta es basura tecnológica. Esta basura, que hoy es un problema, es en realidad una oportunidad para reducir nuestra enorme dependencia de materias primas con terceros. La transición energética debe ir de la mano de la llamada economía circular. Sin embargo, hoy en día las tecnologías de reciclado de esos materiales escasos son prácticamente inexistentes. Además, los productos no se diseñan ni para reciclar ni para durar, por lo que la recuperación de sus partes valiosas se hace inviable técnica y económicamente. Los gobiernos deben impulsar compañías de recuperación de materias primas críticas, promover canales sólidos de recolección y establecer mecanismos legales para que los productores sean responsables de sus productos, evitando la obsolescencia programada, alargando la vida de los productos y eco-diseñándolos para recuperar sus materiales críticos al final de su vida útil. Al mismo tiempo, deben eliminar las barreras administrativas que están imposibilitando que los residuos se conviertan en recursos".

Este párrafo, extraído del análisis que Alicia ValeroGuiomar Calvo y Antonio Valero publicaron en esta casa cuando tocó hablar de la geopolítica de la transición energética, contiene todos los elementos necesarios para introducir el tema del mes (destacado, por cierto, en negrita): basura (o residuos), materias primasdependenciatecnologías (investigación, desarrollo y emprendimiento), eco-diseñorecolecciónreciclajedurabilidadvida útilbarreras administrativas… y viabilidad económica.

Como la economía de la que hablamos tiene forma de círculo, da un poco igual en qué punto iniciemos el recorrido. Pongamos que con los residuos, apoyándonos en este texto firmado por Laura Gatto y Andoni Montes en el que, por resumir, concluyen que "la radiografía de la gestión de residuos urbanos en España es particularmente negativa" si se la compara con las de los países de nuestro entorno; eso sí, con Cataluña, País Vasco y Navarra en la parte alta de la tabla nacional. Sin ánimo de ensañarse, este otro trabajo de Clemente ÁlvarezMariano Zafra y José A. Álvarez sólo salva de la quema a la circularidad de las latas de aluminio y las botellas de vidrio, aunque sin alcanzar el sobresaliente.

Qué tiempos aquéllos en que "los residuos se mantenían separados geográficamente de las zonas residenciales, siendo procesados [vertederos e incineradoras de última generación] en las periferias regionales o de forma transnacional"; cuando este mercado "seguía siendo en gran medida un sector de los organismos públicos" y "ajeno a la vida y el consumo domésticos, y los hogares se dedicaban sólo a separar el vidrio, el papel, el plástico y (en algunas ciudades europeas) los alimentos para su reciclaje". Observarán que el autor de los entrecomillados, Federico Savini, los escribe en pasado, aunque el paisaje que describen se parece bastante al presente español. Puede deberse a que Savini es profesor en la Universidad de Ámsterdam. Su trabajo (en inglés) no tiene desperdicio, valga el juego de palabras.

Según Savini, el presente de la economía circular es (será, sería) así: "...los residuos son tratados no como un producto a gestionar, sino como un recurso para el desarrollo económico"; lo que "permite a los gobiernos abordar varios problemas simultáneamente: la creciente escasez y los precios de las materias primas, la consiguiente disminución de la productividad industrial y los volúmenes cada vez mayores de residuos"; residuos "de un productor [que] se convierten en los insumos de otro"; se pasa del consumidor al prosumidor, modelo según el cual "el consumo doméstico es necesario para la producción de nuevas mercancías… que se distribuyen mediante plataformas de intercambio, espacios de reparación, lugares de re-fabricación, talleres de fabricación y rediseño de productos"; todo muy local, "muy cerca de los hogares", que comparten las "sobras de las comidas", recogen "los orines y las heces, que contienen fosfatos para la agricultura regional", intercambian "ropa usada tiendas cercanas", recogen "los residuos orgánicos para hacer compost para la producción local de etanol en el barrio", envían "los electrodomésticos obsoletos a los talleres de reparación próximos...".

No pasa nada si todo esto le suena a chino; y no es incompatible con que, al mismo tiempo, le parezca obsceno que el líder por antonomasia del comercio electrónico global destruya todas las semanas cientos de miles de productos no vendidos o devueltos… y que no sea el único que lo hace.

Cerramos el círculo con el eco-diseño, en el que todo es ponerse porque hay mucho por hacer: cambiar el chip, empresas dedicadas a investigar, desarrollar e innovar en productos y tecnologías emitiendo menos, re-utilizando insumos (de las materias primas a las materias primas secundarias), fabricando modularmente, evitando la obsolescencia programada. Un ejemplo: un sistema urbano de drenaje sostenible que utiliza material cerámico de bajo valor comercial como sistema filtrante de pavimentación, iniciativa coordinada por la Asociación de Investigación de las Industrias Cerámicas y con financiación de la UE.

Gráficos

El modelo de economía lineal (producir-usar-tirar) "ha permitido crear más riqueza que en ningún otro periodo de nuestra historia y mejorar las condiciones de vida de millones de personas"; pero "la humanidad consume en la actualidad recursos y genera residuos a un ritmo un 60% superior al de la capacidad que tiene la Tierra para regenerarlos". Los entrecomillados se pueden leer en el informe de prospectiva Estrategia España 2050 y van en la línea de un consenso mayoritario. ¿Conclusión? Pues que hasta aquí hemos llegado, que es el momento de agradecerle (a la economía lineal) los servicios prestados y proceder a su despido por causas objetivas; o si lo prefieren, científicas y económicas.
 

En este gráfico se puede comprobar que España tiene una deuda ecológica ni más ni menos que desde 1965, y que no ha hecho sino acumular intereses, alcanzando su pico en 2005.
 


En 2012, la economista de la Universidad de Oxford Kate Raworth acuñó el modelo llamado a sustituir al tradicional: la Doughnut Economy o economía del donut, reflejada en la imagen de arriba. También tiene forma de círculos concéntricos que acogen, de dentro a fuera, los requisitos básicos para el bienestar del ser humano, la zona de confort (el donut propiamente dicho) donde éstas se cumplen sin sobrepasar los límites medioambientales del planeta y el anillo exterior, donde se ubican éstos. Los sectores en rojo en ese último anillo marcan los límites sobrepasados por la actividad humana… en 2017.

El circular sería el modelo económico llamado a devolvernos al bollo azucarado. Su ámbito de actuación es tan amplio como compleja su implantación. Como se puede leer en el documento de prospectiva citado más arriba, "conseguir la circularidad llevará décadas y requerirá del esfuerzo coordinado de empresas, administraciones públicas y hogares". La negrita, en esta ocasión, la hemos puesto en coordinado. Es verdad que España cuenta con su Estrategia y planes de acción en este terreno, y que el Gobierno se descuelga con iniciativas como la de una etiqueta para indicar qué aparatos y electrodomésticos son más sencillos de reparar; también que hay empresas de todos los tamaños comprometidas con el nuevo paradigma y casos prácticos (no demasiados) como los presentados, por ejemplo, en R que erre; y familias primordialmente circulares en su vida cotidiana y activistas a las puertas de los supermercados para persuadir a los que salen con la compra para que entreguen bolsas y envases plásticos. Pero el aroma que todo esto desprende es de cierta dispersión, atomización y acciones crecientes pero aún aisladas, cuando de lo que se trata es de un cambio cultural y de hábitos. 

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Buena lectura,

Guillermo Sánchez-Herrero
Editor
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