La guerra es un fenómeno ancestral e intensamente emotivo. Siempre ha existido. Todas las civilizaciones, en cada lugar del mundo y en cualquier momento de la Historia, han usado la violencia como instrumento de coerción para doblegar al enemigo a su voluntad y lograr los objetivos políticos trazados. En nuestra era de aldea global y redes sociales, las imágenes de muerte y destrucción nos conmueven y nos indignan, y nos llevan a preguntarnos el porqué de la guerra y cómo hacer la paz.
La invasión rusa de Ucrania no es ninguna excepción. Somos testigos de un conflicto cada día más difícil de interpretar: una partida de ajedrez en la que los eventos bélicos se combinan con relatos mediáticos opuestos y contradictorios, cuya finalidad es fabricar consenso y atribuir responsabilidades; es decir, legitimar el lado amigo y deslegitimar el bando enemigo.
Sin embargo, ¿es posible ofrecer una explicación rigurosa y racional de las causas y las posibles soluciones del conflicto entre Rusia y Ucrania? ¿Qué instrumentos poseen las Ciencias Sociales para abordar el tema de los conflictos armados?
Los modelos elaborados por la teoría de juegos nos proporcionan cierta utilidad. Desarrollada a partir de los años 30 del siglo pasado, la teoría de juegos es un área de la matemática aplicada que "estudia la elección de la conducta óptima de un individuo cuando los costes y los beneficios de cada opción no están fijados de antemano, sino que dependen de las elecciones de otros individuos". Se puede decir que la teoría de juegos es la ciencia de la estrategia: un marco teórico para concebir situaciones sociales entre jugadores que compiten entre ellos con el propósito de maximizar su utilidad.
La forma más conocida de interacción estratégica es el dilema del prisionero. Dos recluidos, interrogados por la Policía, intentan sacar el mayor beneficio para ellos: no confesar y conseguir una condena leve (-2). Pero, como no pueden comunicarse entre sí, cada uno sabe que, si traiciona a su socio y confiesa, puede obtener la libertad; es decir, su máxima utilidad (0). Sin embargo, esta situación provoca que los dos confiesen, así que el resultado para ambos terminará siendo más negativo (-5). El dilema del prisionero nos enseña que, en condiciones de escasa colaboración, la maximización de la racionalidad individual puede producir una condición de menor utilidad para la colectividad.
Figura 1.- El 'dilema del prisionero'
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En el estudio de las relaciones internacionales, el
dilema del prisionero se ha utilizado para explicar los incentivos políticos y psicológicos que llevan a los estados a lanzarse en una carrera armamentista, como la proliferación nuclear: una situación caracterizada por un nivel elevado de conflicto (la amenaza es real y potencialmente destructiva) y una elevada incertidumbre estratégica (cada jugador no sabe lo que hará el otro, hasta qué punto podría llegar).
En el caso de la guerra en Ucrania, cuyos orígenes se remontan a la anexión rusa de Crimea y la ocupación de la región oriental del Donbás, o la supuesta amenaza a Rusia provocada por la ampliación de la Otan a Europa del este, el modelo más apropiado es uno que explique las disputas territoriales. Estas situaciones se caracterizan por un elevado nivel de conflicto (la soberanía territorial es uno de los cimientos del poder estatal) y una reducida incertidumbre estratégica (se sabe qué partes del territorio están controladas por quién).
El juego de la gallina explica las disputas territoriales. Como en la famosa película Rebelde sin causa, dos coches se dirigen a gran velocidad uno contra el otro: el primero que gira, pierde. La base de esta interacción es que los jugadores no pueden coordinarse: están
condenados a una lógica conflictual. Ambos quieren evitar el choque (las consecuencias son graves), pero ninguno de ellos está dispuesto a apartarse antes que el otro. Un juego de
suma cero en el que hay dos posibles puntos de equilibrio, según sea el conductor que se desvíe primero.
Figura 2.- El 'juego de la gallina'
En este tipo de situación, a diferencia del
dilema del prisionero, los dos actores empiezan el juego sabiendo que
no tienen otra elección sino la de adoptar la misma estrategia: reclamar el control del territorio en disputa. El vencedor será el que consiga la mejor disuasión, es decir, ejercer la presión más eficaz para que el otro se eche atrás. La clave para ganar es señalar la credibilidad de la propia amenaza (seguir recto a cualquier coste) obligando a la otra parte a desistir, aunque no le guste (desviarse).
No obstante, las tensiones pueden escalar de manera incontrolada y estallar en un conflicto abierto. Justo lo que estamos viendo entre Rusia y Ucrania, cuyos gobiernos (y sus diferentes aliados) están exhibiendo la voluntad de seguir recto a pesar de los costes de su colisión. Tras tres meses de guerra, ni Kiev ni Moscú parecen estar dispuestos a virar. ¿Por qué?
La teoría de juegos nos dice que, en estos casos, la supuesta racionalidad de los actores está viciada por dos clases de razones: percepciones psicológicas equivocadas y motivaciones de política interna. Por un lado, el proceso de toma de decisiones (deniego de un acuerdo injusto vs. agresión) puede estar condicionado por un error de cálculo de los líderes políticos, es decir, sobrevalorar sus capacidades y/o subestimar al enemigo. Así empezó la Primera Guerra Mundial y así, parece, pensaba Putin cuando ordenó la invasión: confiaba, o le dejaron confiar, en una guerra rápida.
Por otro lado, las guerras combatidas por el control de territorios, como la de Ucrania, resultan de difícil solución y suelen ser de larga duración, porque se convierten en un hecho reputacional. Cuando dos países se enzarzan por el dominio de una región o un país entero (es decir, sus recursos naturales, las infraestructuras, la modificación de las fronteras, el cambio de régimen, etc.), el relato político se convierte a menudo en una narración identitaria. Afecta a toda la nación, condiciona su existencia; y más aún si brotan aspectos religiosos. El irredentismo, una herramienta cultural que explota elementos históricos, hasta mitológicos, de una comunidad para delinear una excepcionalidad nacional y legitimar una misión política que trasciende la realidad factual, es un espíritu que, una vez despertado, no se controla muy fácilmente. La Historia nos enseña que el compromiso entre la fuerza invasora y el país ocupado puede llegar después de mucho tiempo, y mucha sangre. El irredentismo es un fuego que debe consumarse para extinguirse.
La guerra es un fenómeno complejo y, por tanto, para interpretar sus causas y sus soluciones hace falta una explicación que sea parsimoniosa, pero no simplista. La teoría de juegos posee ambas características porque nos permite esbozar un contexto estratégico de manera sencilla, pero con matices importantes.
Desafortunadamente, la guerra en Ucrania se caracteriza por una situación en la que los dos actores parecen 'destinados' a una relación conflictual, cuya solución parece encontrarse en la moderación ideológica e identitaria de sus líderes y sus gentes. Esperamos que no tarde en manifestarse.