Desde la aparición del concepto de Política Exterior Feminista (PEF) de la mano de la ministra sueca de Relaciones Exteriores Margot Wallström, quedó inaugurada la 'fábrica Estado-céntrica' internacional de auto-etiquetamiento feminista. Sin embargo, la pregunta inquietante es: ¿qué estados con PEF se están preocupando hoy por la situación de las mujeres en Ucrania?
¿Y en otros conflictos contemporáneos como Palestina, Afganistán, Yemen, El Salvador, entre otros?
Es una pregunta no menor, si consideramos que las mujeres representan la mitad de la población mundial. Este artículo reflexiona sobre el desempeño de los estados con Política Exterior Feminista, y la necesidad de buscar términos alternativos útiles para el análisis que sean concordantes con la acción externa estatal, como es la Política Exterior con Perspectiva de Género (J.M.Barbas, D.Chaves y M.R. Lucero, 2022).
La creatividad y elocuencia del Gobierno sueco en 2014 al elaborar la PEF generó en su momento el impacto esperado a nivel internacional. Un país con una larga trayectoria en políticas domésticas con perspectiva de género e igualdad elaboró un documento oficial en el que se plantearon, a través de la fórmula 3+1 R, los lineamientos de la PEF. Ésta refiere estrictamente a la defensa de los derechos de mujeres y niñas; la promoción de la representación política femenina en distintos niveles y ámbitos de negociación; garantizar los recursos económicos para la igualdad de género y el desarrollo de investigaciones sobre estos aspectos (Handbook Sweden's Feminist Foreign Policy, 2019). Sin embargo, la carrera feminista de estados auto-etiquetados con PEF ubicó detrás de Suecia a Canadá en 2017 (acotada sólo a la cooperación internacional,
Global Affairs Canada, 2017), Francia y Luxemburgo en 2019, México en 2020 y España en 2021, que recogieron como referencia la propuesta sueca.
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Cabe recordar que estas PEF surgen desde el ámbito de las políticas públicas, sin un sustento teórico previo (éste surgió posteriormente, en trabajos significativos como los de
C. Alwan y L. Weldon, 2017;
K. Aggestam, A. Bergman Rosamond y A. Kronsell, 2018;
K. Lunz y N. Bernarding, 2019, entre muchos otros), presentando un marco con un abanico de propuestas generales. Sin embargo, impacta la ausencia de una cuestión central para el derrotero histórico del movimiento feminista como es la violencia contra las mujeres, la cual aparece mencionada de una forma casi descuidada. Promover derechos no implica ocuparse de las causas de la violencia contra las mujeres, ni preocuparse por desactivar las estructuras patriarcales que las sostienen. En otras palabras, uno de los factores fundamentales en la desigualdad de género es la violencia, en sus distintas manifestaciones. Ésta no es abordada desde los documentos oficiales ni como violencia física (abuso, acoso), ni institucional (evidente en cuestiones migratorias), ni mediática ni económica (brecha salarial, feminización de la pobreza).
A este respecto, resulta estruendosamente silenciosa la inexistencia, desde los estados con PEF, de un discurso feminista crítico sobre la guerra. En este sentido, los gobiernos con Política Exterior Feminista se posicionan contra Rusia y en favor de Ucrania (como la mayoría de los países del globo), pero nadie promueve acciones contundentes por las niñas y las mujeres más allá de las palabras. De hecho, se enmarcan en respuestas que provienen de análisis neo-realistas (opuestos a los enfoques feministas en las relaciones internacionales), contribuyendo a agravar el conflicto bélico con
el envío de armas, el afianzamiento y solicitud de incorporaciones a alianzas militares como Suecia en la
Otan (rompiendo con la tradicional neutralidad de este país) y, con ello, más a una escalada militar que a evitar la violencia…
En este punto hacemos un alto en el camino para insistir en que la interpelación gira en torno al uso del término Política Exterior Feminista porque, como se va viendo, de ayuda a las mujeres tiene poco y de feminismo… nada. Por ello, hay que reiterar la necesidad de promover políticas graduales de ayuda efectiva a las mujeres en toda su diversidad.
Si bien en los documentos de base oficiales estos países con PEF se promueve la desestructuración del patriarcado, lo cierto es que nada indica que las políticas públicas exteriores concretas se orienten en esa dirección. De hecho, refuerzan la contraria. Sirva como ejemplo la implementación del servicio militar obligatorio en Suecia; el incremento del
Presupuesto militar en un 70% a 10 años de Canadá y el apoyo a las empresas extractivistas; la alta tasa de feminicidios en México, y la participación de varios de estos estados en el
top 15 de vendedores de armas a nivel internacional, según datos del
Sipri.
No obstante, después de tres meses de la invasión de Ucrania, el Grupo de Amigos y Amigas por la Igualdad de Género (2020), que promueven los derechos humanos de las mujeres y niñas (al que pertenecen, entre otros, México, Francia, Suecia y España, entre otros países) ni siquiera han emitido un comunicado repudiando el conflicto y preocupándose por la situación de mujeres y niños y niñas ucranianos. Este ejemplo resulta contundente para reafirmar la idea de purple washing… lo feminista se termina lavando… ni palabras de acompañamiento, ni mucho menos acciones coordinadas fuera de la ONU en favor de estos colectivos.
Mientras la política exterior se construya bajo las lentes patriarcales (igual a tener una cámara con el obturador cerrado), será imposible contemplar las problemáticas femeninas en el mundo con una mirada interseccional. Con esta cámara fotográfica, neorrealista, de visión internacional, el pegar stickers con corazones verdes y violetas a los costados de la máquina no es suficiente para confirmar la percepción de la lente. Las fotos sepias que emite son las mismas que, desde hace años, muestran desgarradoras imágenes de guerra que giran en torno a respuestas securitistas, sin lograr mostrar la diversidad de las consecuencias bélicas que no sólo afectan a las mujeres y diversidades sexuales ucranianas, sino también rusas.
Como podemos ver, la aparición de las PEF ha generado un extraño fenómeno hipnótico en numerosas funcionarias, académicas, feministas del norte e incluso algunas del sur. Aunque a primera vista a las personas lectoras puede parecerles una mera discusión académica, cabe destacar que el lenguaje es una herramienta de poder, donde cada palabra contiene el derecho de definir y mostrar la interpretación y construcción del mundo mediante las palabras. El mejor ejemplo es aquél que entiende en la lengua castellana que el plural masculino contiene a toda la humanidad; las otredades y diversidades quedan ocultas bajo esta forma de definición del plural masculino, no sucediendo lo mismo a la inversa. En síntesis, el lenguaje es político, como dice Celia Amorós; y, por eso, es sumamente peligroso definir la política exterior como feminista y despojar a ese adjetivo del significado derivado de las luchas históricas de las mujeres para cuestionar las estructuras patriarcales, ya que banaliza dicho término.
¿De qué sirve que los estados se rasguen las vestiduras vociferando sus PEFs si ni siquiera logran articular en conjunto una sola acción en favor de las mujeres que se encuentran atrapadas en la guerra? Como dice una reconocida frase, "nos queda aún un largo camino por recorrer, muchachas". Por ello, la política exterior con perspectiva de género y agenda feminista propone una implementación real, gradual, de una herramienta donde la propuesta y su aplicación vayan en paralelo y se extienda por sectores o áreas de expertise propias del país, capacitando con esta mirada no sólo a los y las diplomáticas, sino también a los y las funcionarias encargadas de interactuar, para construir una agenda dinámica que alcance y beneficie a mujeres,
niñeces e identidades sexo-genéricas no hegemónicas, para lograr fotografiar el panorama internacional con lentes violetas.
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