Tabla 1.- Tasa de crecimiento de variables macroeconómicas en Francia, 1945-2018
El análisis se divide en cinco distintas etapas históricas. Primero, el periodo de posguerra: tuvo lugar durante la Cuarta República que, si bien estuvo caracterizada por una alta inestabilidad política fruto del poco poder otorgado al Poder Ejecutivo y a loa conflictos armados de Indochina y Argelia, se correspondió con una etapa de altísimo desarrollo económico e industrial debido, sobre todo, a las ayudas para la reconstrucción del país. Esto es consecuente con la teoría de la convergencia económica, que implica que un país en sus primeras etapas de industrialización obtendrá tasas de crecimiento económico mucho más altas que en fases de desarrollo posteriores.
El segundo periodo, 1958-1974, se considera como el más exitoso ciclo de la economía francesa en el siglo XX y comienza con la proclamación de la Quinta República, que perdura hasta nuestros días y, en resumidas cuentas, otorga un alto margen de maniobra al Poder Ejecutivo. Paradójicamente, y en contra de lo que se pueda pensar, la etapa bajo análisis se vio inmersa en turbulencias políticas desde su origen: comenzó con las consecuencias sociales y políticas de los conflictos en Argelia e Indochina (víctimas mortales, refugiados, desconexión sentimental con una parte del territorio nacional, etc.), continuó con el divorcio generacional de 1968 y terminó con los perniciosos efectos de las dos crisis del petróleo, que perduraron durante buena parte de la década de los 80.
[Recibe los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]
Sin embargo, en términos económicos esta época se considera un éxito
hasta bien entrados los años 70: un país altamente industrializado con bajos índices de desempleo, que era capaz de proveer a sus ciudadanos de un nivel de bienestar nunca antes disfrutado a una escala tan alta, incluyendo una sanidad universal eficiente, una educación laica y pública de calidad, salarios competitivos y una amplia gama de derechos sociales y políticos que fueron consecuencia directa del pacto capital-trabajo de la posguerra.
Los datos de la tabla arrojan un crecimiento promedio del PIB per cápita francés de cerca del 4%, así como un incremento anual del 6,6% en la inversión como proporción del PIB, lo que supone un gran progreso en ambos indicadores: regiones como Alsacia, Lorena (altamente golpeadas durante las dos guerras mundiales), Champagne, Normandie, Picardie o Pas-de-Calais vieron cómo, de la noche a la mañana, sus ciudades se llenaban de factorías y los agricultores obtenían la maquinaria y productos agrícolas necesarios para llevar a cabo sus trabajos. Los mineros de la franja este pudieron trabajar (por fin) en unas condiciones mínimamente seguras, puertos industriales como Le Havre resurgieron reforzados de sus cenizas y la Banlieue de Paris acogía a trabajadores venidos de todo el mundo mientras el Mediodía Francés servía como lugar de recreo y descanso durante las ansiadas (y pagadas) vacaciones. La seguridad laboral impulsó a muchas familias a adquirir viviendas y vehículo en propiedad, ahorrar para financiar los estudios de sus hijos y disfrutar su pensión de jubilación si se daba el caso.
Este modelo, reproducido más tarde por otros países europeos, se conoció como gaullismo: se caracterizó por un fuerte dirigismo económico estatal, participando y siendo dueño de los sectores estratégicos, así como por un ánimo de anticiparse a los ciclos económicos estableciendo claros planes de desarrollo. El proteccionismo económico en contra del librecambismo desempeñó un rol crucial en el desarrollo del enorme tejido industrial nacional mencionado. En el plano social, y para evitar altas tasas de conflictividad, se creó un sistema de protección laboral y sanitaria que garantizaba la estabilidad a largo plazo. Historiadores como
Pierre Birnbaum señalan que, con dichas medidas sociales, De Gaulle fue capaz de concentrar gran parte de voto obrero y campesino que, de otro modo, habría ido a parar a la antigua SFIO (germen del Partido Socialista) o al Partido Comunista.
En los siguientes dos periodos (1975-1995 y 1996-2007) se asistió, en resumen, a la integración de Francia en la Unión Europea, el abandono del
gaullismo para incorporar al país al nuevo proceso globalizador posterior a las crisis del petróleo, y a la progresiva desindustrialización de las zonas norte y este en la transición hacia una economía en la que primaría el sector servicios. En la tabla se puede observar una reducción sustancial del crecimiento económico y en la formación de capital fijo, que nos indica un cambio de tendencia con respecto a la etapa anterior.
Llegamos, por tanto, al último periodo de análisis: desde la crisis de 2008 hasta nuestros días. Estos últimos 14 años han estado caracterizados por un terremoto político y económico en el marco de los países de la Unión Europea que se ha visto revitalizado por las consecuencias de la pandemia de Covid-19. En el caso francés, observamos un estancamiento en el crecimiento del PIB per cápita y la creación de industria, coincidente con las etapas liberalizadoras de Sarkozy, el fracaso de la política de Hollande y la indefinición de la política económica de Macron durante su primera etapa, bien descrita
aquí.
Aunque uno podría argumentar que el crecimiento del PIB es mucho más reducido en 2018 que en 1960 debido a que la economía francesa ha alcanzado lo que en teoría económica se conoce como
estado estacionario (Steady State), la realidad es que la población tiene, por lo general, una visión bastante pesimista acerca de la situación del país. En el plano político, asistimos a una implosión del centro-izquierda representado por el
Parti Socialiste y el centro-derecha de
Les Republicains (antes conocidos como UMP), las principales fuerzas desde 1958 con todas sus variantes. A partir de 2014, la ultraderecha comenzó a ganar fuerza y a obtener distintas victorias en elecciones municipales y regionales, lo que le dio la visibilidad suficiente para asentar su base de votantes fuera de su tradicional caladero de votos, Provence-Alpes-Côte-d’Azur (Paca).
Pero, ¿qué hay detrás del ascenso de RN en esta última década? La ultraderecha francesa fue hasta bien entrados los años 90 refugio de nostálgicos de Vichy, veteranos de la guerra de Argelia y ex militantes poujadistes, un movimiento de pequeños comerciantes que enturbió la vida política de los últimos años de la IV República. Jean-Marie Le Pen, antiguo combatiente en Argelia e Indochina, ejerció de carismático líder de un movimiento socialmente reaccionario, ultra-católico y marcadamente antisemita, el Frente Nacional (
Front National). Por tanto, cuando éste logró pasar a la segunda vuelta para disputarle la Presidencia a Jacques Chirac en las elecciones de 2002, las fuerzas políticas democráticas no dudaron en crear el llamado
Frente Republicano para frenar su ascenso. Desde entonces, dicho frente ha ejercido la función de
cordón sanitario en las municipales, regionales y legislativas, donde se ha pedido el voto para el candidato opuesto al FN sin importar el color político del contendiente.
A partir de 2010, Marine Le Pen (hija de Jean Marie) tomó el control del partido, purgando al ala antisemita y ultraconservadora, iniciando un proceso de integración en la vida política del país y reconvirtiéndolo en Rassemblement National. Pese a que el
cordón sanitario ha seguido vigente, no ha desgastado su base electoral, que ahora ha ampliado sus apoyos fuera de Provenza, especialmente en el norte y el este del país (también en la región de los Pirineos), así como ha conseguido acceder a puestos de responsabilidad a nivel local, gobernando localidades como Montpellier.
Esta estrategia se ha conocido como 'desdemonización', mediante la cual RN ha centrado su mensaje en los problemas de integración de las minorías étnicas y religiosas (especialmente, los musulmanes franceses) y en la pérdida de rumbo económico del país, criticando la progresiva desindustrialización del noreste y la pérdida de competitividad de las empresas francesas en el contexto internacional.
Este mensaje ha arraigado fuertemente en el noreste del país, con unas regiones inmersas en un nítido declive económico, claramente perjudicadas por una globalización cada vez más agresiva y desigual y condenadas al olvido de los partidos tradicionales, que durante décadas han tratado al electorado con condescendencia y desdén. Es aquí, en áreas como Pas-de-Calais, Champagne, Alsacia o Lorena, donde
Rassemblement llena sus mítines y el porcentaje de votos obtenidos sube como la espuma. Ciudades como Metz, Roubaix, o Le Havre, antes pujantes centros económicos, han asistido a un desmantelamiento de su tejido productivo y su población se ha estancado (cuando no ha descendido drásticamente, como en el caso de Metz). Son los olvidados del liberalismo, los hijos de aquellos obreros industriales que no ven otra salida salvo expresar su rabia por una manifiesta falta de oportunidades, y cuyas consecuencias fuerzan a los más jóvenes a migrar a regiones más prósperas como la Île-de-France o la conurbación de Lyon.
Esta situación es el caldo de cultivo perfecto para el establecimiento de RN como alternativa a los partidos políticos tradicionales, cuyo votante tiene a moverse más por motivaciones económicas y de protesta que ideológicas. Cabe, por tanto, ser cuidadosos a la hora de tachar a todo votante de RN como un ultraderechista convencido sin entrar a analizar los factores que explican un apoyo electoral que, por otro lado, no para de crecer desde 2017. Además, con el paso de los años, la ultraderecha ha conseguido retener o fidelizar a su votante promedio, inmune a los escándalos que le puedan salpicar, como la aparente financiación irregular del partido o los exabruptos xenófobos de Jean Marie Le Pen.
En su tesis doctoral, el politólogo Arnaud Huc habla de una
"ultraderecha del norte y del sur", lo que modifica el discurso del partido dependiendo del área en la que se encuentre. En el sur francés, el mensaje gira claramente en torno a la inmigración y su base de votantes se nutre principalmente de una clase media acomodada, ideologizada y de una serie de
outsiders (antiguos monárquicos, descendientes de Pieds-Noirs, etc.). Se trata de un votante posicionado claramente a la derecha del espectro político y socialmente muy conservador, más preocupado por cuestiones como la seguridad ciudadana y la moderación fiscal. Por otro lado, Marine Le Pen ha dejado de lado la inmigración en el noreste del país, exprimiendo un mensaje obrerista que critica el abandono del Gobierno central a causa de décadas de desindustrialización y pérdida de competitividad. Son regiones donde la izquierda tradicional ha implosionado, lo que ha aprovechado
Rassemblement apuntando directamente a la diana a la nostalgia económica y usando la rabia subyacente por el pasado perdido en su beneficio.
Gráfico 3.- Porcentaje de voto a RN en la segunda vuelta de las elecciones de 2017 en los municipios de más de 2.000 habitantes, según la proporción de la renta pagada por los hogares en cada municipio y el coeficiente de Gini de la población en cuestión
Fuente: Arnaud Huc.
Como se puede observar en la figura, el perfil económico del votante de Rassemblement National en el sur (Paca) dista bastante del votante en el norte (HF). En Provenza, el partido capta votos en municipios de renta media-alta, lo que va en línea con lo antes descrito. Por otro lado, en la región de Alta Francia (que incluye, entre otras, a Picardie y Pas-de-Calais, entre otros), observamos un panorama mucho más heterogéneo, con fuerte implantación en los municipios de renta más baja, basado en el porcentaje promedio de impuesto sobre la renta pagado en cada municipio analizado.
En consecuencia, no es de extrañar que Le Pen haya adoptado una estrategia obrerista y conciliadora con el gaullismo a la hora de obtener apoyo en la Francia olvidada. Aunque es cierto que tanto ella como el portavoz de su partido y segundo al mando, Jordan Bardella, han abogado por una vuelta al proteccionismo económico y la reindustrialización, está por ver si dicho mensaje es sincero o simplemente una estrategia para ganar peso electoral en zonas económicamente deprimidas. Las medidas económicas propuestas para solucionar las dramáticas consecuencias de la desindustrialización son más bien escasas, más allá de la promesa en su programa electoral de "reorientar la economía hacia el localismo y el patriotismo económico", reduciendo la alta dependencia de las importaciones que tiene el país. Parece, por tanto, un gaullismo estético y simbólico, que utiliza la nostalgia de un pasado percibido como mejor para ganar apoyos electorales allá donde le interesa ensanchar su base de votantes, apelando a la época en la que dichas regiones eran prósperos centros industriales y había trabajo para todos y todas, y las calles eran seguras porque no había una inmigración ilegal descontrolada.
El uso de la nostalgia como arma económica no es, sin embargo, algo exclusivo de la política francesa: ya en la campaña a favor del Brexit se usaron argumentos similares en favor de la recuperación de la soberanía nacional. En Alemania, el recuerdo de la estabilidad y prosperidad de la antigua RDA socialista perdura en el imaginario colectivo (conocido como ostalgie), lo que ha sido aprovechado por fuerzas como Alternativa por Alemania para ganar adeptos en los Länder que antes pertenecieron a dicha república. En Estados Unidos, Donald Trump y su equipo usaron el ya conocido Make America Great Again como mensaje de campaña, apelando en el terreno económico a una época (principalmente los años 50 y 60 del siglo pasado) recordada con gran cariño por parte de la población estadounidense.
Marine Le Pen usa el argumento económico para hacerle recordar a las regiones del noreste lo que un día fueron y lo que ahora son, sacude un imaginario colectivo en su propio interés y, en vez de propuestas, se aprovecha de la rabia de una comunidad perdida por el futuro robado en nombre de una abstracta globalización que no parece beneficiar a todos por igual.
Y la izquierda en esas regiones, ¿dónde está y cuándo dejó de hacer bandera del trabajo digno y estable para todos, la protección de la industria nacional y la defensa de los olvidados? Mientras anda superando traumas e inmersa en luchas internas, la ultraderecha se expande como una mancha de aceite elección tras elección, sumando adeptos mediante intensas campañas de promoción en redes sociales y en la calle, llenando pabellones y aprovechando su momento. Con una estrategia que le está reportando grandes beneficios, ya mira a las legislativas de 2022 como el horizonte que confirmaría lo acertado de su estrategia.