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Alejandro Pagni (AFP)

La boleta única y la calidad de la democracia argentina

Mara Pegoraro

8 mins - 15 de Junio de 2022, 12:14

El pasado miércoles, 8 de junio, la Honorable Cámara de Diputados de la Nación Argentina dio media sanción al proyecto de ley que permitiría celebrar las elecciones de 2023 con el instrumento de Boleta Única Papel (BUP). Para que ello ocurra, el Senado debe aprobar la iniciativa sin modificaciones por 37 votos. Luego, el Poder Ejecutivo tendrá que promulgarla o, al menos, no vetarla. Ninguna de estas condiciones están garantizadas y depende de cómo  reevalúe el oficialismo las ventajas o desventajas que puede provocarle cambiar, a un año de las elecciones, el instrumento de votación.

El debate sobre la BUP no es nuevo. Cada dos o cuatro años asistimos los y las argentinos/as a algún tipo de conversación pública sobre la cuestión. Ésta se produce entre políticos/as, académicos/as e intelectuales en el espacio legislativo, en el mediático y, en los últimos años, en el de las redes sociales, especialmente Twitter. Como resultado, el debate se ha simplificado y ha caído en el maniqueísmo.
 
Esta simplificación ha adoptado una forma normativa: la BUP es superior a la boleta partidaria actual. Es un instrumento de votación que viene a mejorar la calidad democrática, se dijo; a garantizar la transparencia en los comicios y a darle al votante una autonomía efectiva y definitiva. En la lógica maniquea, estos argumentos implican que el sistema actual es el responsable de la baja calidad democrática argentina y que nuestras elecciones no son ni transparentes, ni justas ni libres.
 
¿Cómo funciona la BUP? Todas las formaciones que presentan candidaturas a cargos nacionales aparecen en una única hoja. Está dividida en filas para cada partido político, y en las columnas figuran los cargos elegibles. Las filas incluyen el símbolo del partido y el número de lista. En el caso de presidente y vicepresidente, se incluye el nombre completo y la foto de la fórmula presidencial. En el caso de los/as diputados/as, los nombres y apellidos de los primeros cinco candidatos (esta regla se incluye sólo a los efectos de las listas de la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Provincia de Buenos Aires. Las 20 provincias restantes tienen listas a diputados/as con cinco candidatos o menos por cada vuelta electoral) y la imagen de los/as dos primeros/as de la lista. Para el Senado, si corresponde por calendario (en Argentina, se renueva por tercios. En cada ronda electoral ocho de las 24 provincias renuevan sus bancas), aparecen los nombres y fotos de los/as dos candidatos/as.

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Con el diseño como base se señala que es más fácil para el votante encontrar su preferencia. La Boleta Única Papel unifica la oferta electoral. Eso garantizaría, por lo tanto, que el elector vota efectivamente lo que desea y no lo que encuentra. La boleta partidaria, por el contrario, obliga al votante a buscar la boleta de su preferencia entre un mar de papeletas. Y si no la encuentra, opta por alguna otra disponible.


Ocurre que ese 'mar de papeletas' no se debe al instrumento que se usa para votar. Es una expresión del grado de fragmentación del sistema de partidos argentino. Se le atribuye a la BUP la capacidad de resolver el problema de fragmentación, cuando simplemente lo está presentando de otra forma. Simplificar no es reducir. Del mar de papeletas pasaríamos al mar de filas. La fragmentación del sistema de partidos no depende del tipo de papeleta, sino de los costes de entrada a la competencia electoral. 

Al unificar la oferta y ser el Estado el proveedor exclusivo de las BUP, se infiere positivamente una equiparación de esa competencia y, por ende, de las chances de victoria entre partidos chicos y grandes. ¿Por qué? Se argumenta que, al estar toda la oferta en un mismo lugar, disminuyen los incentivos al robo de boletas y se requiere menos aparato partidario de fiscalización. La BUP obvia el tamaño de los partidos políticos y relativiza su valor. 

El problema con esa ventaja de la BUP es entender que la infraestructura organizativa de los partidos políticos sólo es relevante para la contienda electoral y no es un buen indicador de la capacidad de gobierno. Según el tamaño, es la probabilidad que tengan de proveer cuadros cualificados para ocupar puestos de responsabilidad, alcanzar mayorías en el Congreso, formar bloques legislativos coordinados y disciplinados que permitan alcanzar  acuerdos y, por consiguiente, sancionar leyes. La BUP equipara la oferta, no las chances de victoria electoral ni la calidad de la representación.

Se argumentó que la Boleta Única Papel limitaría la incidencia del clientelismo político, al reducir las posibilidades de control y coacción sobre el votante. Al desaparecer el sobre, se elimina la práctica del voto cadena. Nada impide que el puntero patrón (el político territorial) reemplace el sobre por un color determinado de lapicera (lápiz) a ser utilizado por sus clientes (el ciudadano  que recibe el beneficio por votar de una manera determinada). El proyecto aprobado nada especifica sobre el color de lapicera que deberá utilizarse. ¡Y vaya si en la Argentina de hoy importa la lapicera!


 
La mentada capacidad de incidencia de la BUP sobre la estructuración clientelar del voto niega dos elementos: a) el clientelismo político es, además de un fenómeno material, uno simbólico y de largo plazo, y b) todos los partidos políticos argentinos establecen vínculos clientelares con sus bases.

Se confunde la boleta partidaria con la mal llamada 'lista sábana vertical' y el supuesto efecto de permitir que ilustres desconocidos lleguen al Congreso. La BUP no cambia la cantidad de diputados/as que se eligen en cada provincia, pero sí el valor que tiene cada lugar en la lista; su conformación deja de ser una instancia de distribución de poder que contribuye a solidificar coaliciones. En un sistema presidencial donde no hay mucho para repartir, eliminar instrumentos de cooperación puede debilitar antes que fortalecer.

En caso de elecciones simultáneas, con el sistema actual la boleta partidaria nacional va pegada a la provincial y a la local. Con la BUP, hay un tarjetón para cargos nacionales y otro para provinciales y locales. Este modelo elimina así la 'lista sábana horizontal', no necesariamente sus efectos: arrastre, dominio de los jefes territoriales con fuertes aparatos fiscalizadores y bastiones electorales. La clara diferenciación de la categoría territorial del cargo que se está eligiendo podría llevar a una mayor preeminencia de lo local en la decisión del votante, profundizando la desnacionalización del sistema de partidos.

La cuestión no es Boleta Única, sí, Boleta Única, no. Se trata más bien de para qué y por qué. El reemplazo de la papeleta partidaria por la BUP no es una sustitución neutra del instrumento de votación. Si así fuera, por otra parte, no tendría entonces las virtudes democratizadoras que se le adjudican. 

La adopción de la BUP implica el rediseño de uno de los cuatro elementos del sistema electoral. Y, como tal, tendrá efectos en cómo se organizan los comicios, en los partidos políticos, en los resultados y en los votantes. Afectará la forma en que calculamos nuestro comportamiento, pero sobre todo cómo estimamos el del otro. No tenemos forma de garantizar que esos efectos sean los deseados y no los no buscados.

La Boleta Única Papel pondrá a prueba la capacidad de adaptación de los partidos. Aquellos que demuestren mayor flexibilidad organizativa serán los beneficiarios de esta reforma.

La aprobación por los diputados del proyecto ha sido un hecho político relevante. En un Congreso donde las mayorías no son claras ni automáticas, todos los bloques opositores han alcanzado un acuerdo. La iniciativa tratada en el Pleno fue aprobada por 132 votos, tres más de los requeridos para el quorum de sesión y aprobación. El bloque oficialista (Frente de Todos, 104 asientos) se opuso en y los bloques de la izquierda (cuatro diputados/as) optaron por la abstención.

Más allá de la aritmética legislativa quisiera detenerme en el acuerdo que hizo posible el tratamiento de la BUP. Los acuerdos en política son costosos, producto de lo que algunos llaman tecnología de la negociación. Se logran a partir de las oportunidades de cooperación y coordinación que ofrecen las instituciones. Y en política, como en la Ciencia Política, instituciones quiere decir reglas de juego y menos incertidumbre.

El acuerdo fue posible porque los mismos actores juegan, hace años, el mismo juego y con las mismas reglas. Se conocen, confían los unos en los otros. Una de esas reglas es la boleta partidaria. Los diputados/as que lograron el pacto son hijas e hijos de esa institución. ¿Significa eso que no deben promover su reemplazo? Por supuesto que no; basta con que lo reconozcan.
 
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