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Evan Vucci (AP)

La Cumbre de las Américas de Biden

Florencia Rubiolo

6 mins - 15 de Junio de 2022, 10:00

La novena Cumbre de las Américas, celebrada en Los Ángeles, ha sido una muestra más de la debilidad del liderazgo hemisférico de Washington. Más allá de la ausencia de propuestas concretas que materialicen un compromiso estadounidense con la recuperación post-pandemia de las economías de la región más fuertemente golpeada del globo, la diplomacia norteamericana ha atizado nuevamente las tensiones con el continente excluyendo del evento a Cuba, Venezuela y Nicaragua. 

La agenda norteamericana otorga poca prioridad a la política hacia la región, y la Cumbre no ha sido más que un intento diplomático de escasa trascendencia para acercarse a Latinoamérica. La pérdida patente de liderazgo de Washington en el continente no  acompañada por esfuerzos concretos, de políticas que, desde un enfoque más pragmático y menos ideológico, favorezcan un acercamiento a los estados latinoamericanos en un contexto de recuperación.

La ausencias de un gran número de jefes de estado ha dejado a esta Cumbre entre las más débiles desde el inicio de los encuentros, en 1994. Entre los que no asistieron, además de México, destacan los mandatarios de los países del Triángulo Norte, foco de la preocupación de la Casa Blanca por el problema migratorio. 
 

¿Una política exterior democratizadora?
La negativa a invitar a la cumbre continental a tres mandatarios de la región (Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega) fue el desencadenante de la reacción mexicana y puso nuevamente sobre la mesa las contradicciones y limitaciones de la política estadounidense hacia América Latina. Más allá del mensaje a los mandatarios regionales, la política de Joe Biden en el propio marco de la Cumbre, cristaliza un intento de restaurar a nivel global los valores democráticos en la política exterior estadounidense.

Este proceso, auspiciado por la necesidad de recomponer los principios dilapidados por su predecesor, parece tener un alcance selectivo en cuanto a los socios. No es una novedad que Arabia Saudí continúe siendo un socio estratégico de Washington, no criticado en función de sus prácticas no democráticas, mientras los países latinoamericanos son sometidos al escrutinio permanente.
 

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La novedad, en todo caso, es que desde el continente el agotamiento de las sociedades y de los gobiernos, los cambios en las orientaciones de los mandatarios y la tardía y débil asistencia de Estados Unidos para la recuperación de la región están llevando a un cambio del cálculo costes-beneficios en los estados regionales. En definitiva, si mantener los buenos vínculos diplomáticos con la potencia continental reporta cada vez menos beneficios en términos materiales, ¿cuál es la diferencia respecto a asumir una postura más contestataria y crítica de las desigualdades que corporiza la diplomacia y la política de Washington? Los desaires de México y de gran parte de los primeros mandatarios de los estados del Caribe, así como las duras críticas de Chile y Argentina al país anfitrión dan fe de este clima de creciente descontento y del agotamiento de la visión binaria sobre la región.


Una cumbre para la agenda interna
En un contexto regional de debilidad estructural tras la crisis económica y social desatada por la pandemia, la Cumbre de las Américas ha hecho visible la escasa voluntad de Washington de avanzar hacia una agenda inclusiva orientada a la recuperación y al desarrollo sostenible regional. En América Latina, de acuerdo con la Cepal, "la crisis agravó problemas estructurales como la baja inversión (que representa el 19,5% del PBI regional, mientras en el mundo asciende al 26,8%) y aumentó los niveles de deuda, especialmente en el Caribe". Asimismo, el impacto sobre el empleo, tanto en porcentaje de ocupación como en el aumento de la informalidad, fue devastador y agravará las consecuencias sobre la seguridad alimentaria. 



Las urgencias y necesidades de los países latinoamericanos son innumerables. La falta de acceso a financiación para infraestructuras, el acceso a la salud, alimentación, vivienda, educación de calidad, conectividad, tecnología, son parte de la inagotable lista de deudas sociales, ambientales y demográficas pendientes en la región. Estas condiciones alientan la movilidad en busca de una mejora en las condiciones de vida de poblaciones agotadas. Como consecuencia, las migraciones dentro del continente, en su mayoría hacia el norte, han adquirido protagonismo y esta cuestión se convirtió en el eje de la Cumbre, con la impronta de Washington. 

La declaración final de la Cumbre se centra en la necesidad de conseguir la colaboración entre los gobiernos de la región, así como de las empresas y actores de la sociedad civil, para lograr una mejor regulación de las migraciones y disminuir los riegos asociados a la migración ilegal, particularmente en la frontera sur de Estados Unidos. Más allá de otras miradas sobre la naturaleza de la declaración final, está claro que la principal estuvo ligada a las definiciones de seguridad interna norteamericana. En este sentido, la afirmación de Biden al respecto es ilustrativa: "Necesitamos detener las formas peligrosas e ilegales en las que está migrando la gente. La migración ilegal no es aceptable, y vamos a asegurar nuestras fronteras". En pocas palabras, la Cumbre tenía como eje las preocupaciones de la agenda interna norteamericana, no la recuperación de los países latinoamericanos.
 
Más allá de Washington
Tras la Cumbre de Lima (2018), celebrada durante el segundo año de la Administración de Donald Trump y con una asistencia récord de mandatarios regionales, esta última  Cumbre se parece más al corolario de un proceso de decadencia relativa de Washington ante los ojos de sus vecinos continentales. La exclusión de tres de los países y la respuesta condenatoria de una gran parte de los gobiernos latinoamericanos muestran de forma patente la pérdida de legitimidad de la potencia americana y la debilidad de su liderazgo.
 
Además, pone en cuestión la vigencia de una mirada restrictiva de la globalización anclada en valores liberales excluyentes, lo que puede abrir aún más las posibilidades de acercamiento a otras concepciones de orden y globalización. La presencia de China en el continente se ha fortalecido durante los dos años de pandemia, a pesar de los impactos que el propio país asiático debió afrontar. La política norteamericana, que mira desde un moralismo anacrónico el comportamiento de sus vecinos del continente, y que muestra un compromiso limitado con la recuperación económica, no hace sino fortalecer las chances de sus competidores. Es decir, fomenta el acercamiento a visiones alternativas de gobernanza internacional, como la postulada por China, con una aproximación más flexible y no intervencionista (al menos a día de hoy) hacia América Latina en su conjunto.
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