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Reuters

¿Puede Alemania entrar en recesión?

Miguel Ángel Ortiz-Serrano

14 mins - 27 de Junio de 2022, 07:00

El futuro se anticipaba relativamente feliz cuando Europa encaró el último trimestre del año 2021, con la pandemia de Covid-19 remitiendo, el episodio del Brexit cerrado y las economías nacionales volviendo al ritmo productivo normal. Sin embargo, la ya de por sí tímida euforia se enfrió con la aparición de la variante ómicron, que obligó a reinstaurar algunas de las restricciones más severas y volvió a frenar la movilidad del trabajo y el capital a nivel internacional en vísperas de Navidad, una época que tendría que haber confirmado la tendencia positiva. Y ahí estaba la opinión pública, encerrada en sus casas celebrando las fiestas sólo con sus contactos más cercanos cuando volvieron a avivarse los rescoldos de una vieja hoguera que yacía olvidada desde 2014: el conflicto ruso-ucraniano. La historia ya es de todos conocida: cuando ese año Rusia se hizo con el control de Crimea y aseguró la permanencia de su flota en el Mar Negro, el Maidán desapareció poco a poco de nuestra vida diaria. Al mismo tiempo, el choque armado entre las fuerzas pro-rusas y el Ejército ucraniano en el este de Estados país pasó a una nueva fase de intermitencia o guerra latente típica de tantas repúblicas ex–soviéticas (véase Georgia, Nagorno-Karabaj o el conflicto Kirguís-Tayiko, entre otros). Tanto es así que la historia parecía condenada a repetirse y perpetuarse en el tiempo, con la población civil de Donetsk y Luhansk aprendiendo a convivir entre el sufrimiento de los tiroteos, las bombas y el racionamiento.

Sin embargo, el conflicto pasó a otra fase cuando Vladimir Putin decidió declarar la guerra a Ucrania el 24 de Febrero de 2022, confirmando el cambio de rumbo en su estrategia diplomática iniciado a mediados de los 2000. Independientemente del origen del conflicto, lo cierto es que, si bien se podía haber esperado algún tipo de maniobra al estilo de 2014 -ataque de mercenarios y voluntarios para apoyar a las milicias de Donetsk y Luhansk-, la declaración de guerra abierta sorprendió a la mayoría de gobiernos europeos, que pronto reaccionaron con una serie de sanciones para neutralizar la capacidad rusa de financiar la intervención. 

Esto, parafraseando al gran Keynes, nos lleva al siguiente estadio: las consecuencias económicas de la guerra. En el corto plazo, la intervención rusa ha servido para confirmar una tendencia inflacionista que, aunque ya existía de antes, la ha catapultado. La crisis energética que se vive es, de hecho, fruto de las crecientes tensiones entre los países de la Otan y Rusia, lo que ha provocado además un terremoto en el sistema de relaciones internacionales que cambia por completo el equilibro de intereses en territorios como la Unión Europea. Y es que es sencillo promover sanciones internacionales duras cuando tu país tiene poca o nula dependencia de la importación de energía, como puede ser el caso de EE.UU. o Reino Unido; pero países como Hungría, Países Bajos o Alemania dependen claramente del gas ruso para su sistema productivo, lo que en ocasiones puede llevarles a mostrarse reticentes a profundizar en las sanciones y bloquear totalmente las exportaciones de energía rusa a Occidente, recibiendo presiones de sus aliados de la Otan mientras Rusia agita la bandera del corte de suministro

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Temerosos de experimentar una inédita escasez de energía durante al próximo invierno (lo que generaría muchísimas tensiones sociales y económicas), algunos de ellos ya han comenzado a buscar alternativas que sustituyan al gas, quizá esperanzados con una pronta resolución del conflicto y un normal restablecimiento de las relaciones con Rusia.
En abril de este año, Clemens Fuest, ex presidente del instituto IFO, afirmó que la guerra ha evidenciado no sólo que la UE depende de Rusia, sino que esta dependencia se da también en el sentido contrario, siendo la Unión Europea el destino del 73% de las exportaciones rusas. En ese sentido, los principales importadores de gas de esta procedencia tienen la oportunidad de buscar fuentes alternativas de energía para que, cuando llegue el momento de normalizar las relaciones diplomáticas y comerciales, la UE se vea en una posición ventajosa a la hora de negociar los términos de importación energética al ser menos dependiente que años atrás. De hecho, Países Bajos y Alemania ya han puesto en marcha un programa para extraer gas del mar de una forma mucho más masiva que hasta ahora (esta última, además, ha vuelto a recuperar el uso del carbón como solución en el corto plazo). Esta tendencia a depender menos de las importaciones de gas ruso no excluye una normalización de las relaciones comerciales una vez acabado el conflicto.
 
El año en el que los gobiernos occidentales iban por fin a darse un respiro y confiarlo todo a la recuperación post-pandemia ha resultado ser el año de la (posible) tormenta perfecta en el seno de la UE: guerra, inflación y contracción económica. El fantasma de la recesión vuelve a aparecer en Europa cuando nuestras economías aún no se han recuperado de los desajustes provocados por el terremoto de 2008 (junto a la recaída de 2012) y el shock del coronavirus. Preocupa, sobre todo, un país que ya ha sido mencionado: Alemania. En numerosos reportes, el Bundesbank apunta a los eventuales efectos perniciosos de la inflación en el país. El gráfico siguiente muestra la evolución de la tasa de inflación germana desde enero de 2019.
 
Figura 1.- Tasa de inflación armonizada en Alemania en % (2019-2022)
Fuente: Bundesbank, predicciones mensuales.

La figura nos muestra una continuada y sustancial subida de los precios desde inicios de 2021, consecuente con la progresiva recuperación de la actividad económica. El parón en dicha subida coincide claramente con la aparición de la variante ómicron, para volver a disparar la tendencia en febrero de 2022, el mes en el que estalla la guerra. Por tanto, hay que ser cautos a la hora de atribuir la totalidad de la escalada inflacionaria al conflicto ruso-ucraniano, ya que los datos indican ciertas distorsiones desde meses antes de su estallido que se han podido ver aumentadas en las últimas semanas por causas ajenas al mismo.

Un ejemplo claro es la pandemia de Covid-19, que a pesar de haberse dado por terminada en Occidente, los diferentes brotes a lo largo del mundo han causado cuellos de botella ('
supply bottlenecks') que han afectado a las importaciones de materias primas, productos intermedios y manufacturas. Casi simultáneamente al estallido de la guerra, China declaró numerosos confinamientos estrictos y congeló el comercio con terceros países para controlar la propagación de la variante ómicron en el país. Las exportaciones de múltiples productos se vieron bloqueadas en puertos como el de Shanghái, a la espera de una relajación de las medidas que, aún en junio de 2022, no termina de llegar de forma completa.

Alemania, al igual que otros países de la Unión Europea, se ha visto afectada por este shock de oferta que, unido a unos niveles constantes en la demanda, ha provocado una alta escasez, sobre todo, de productos intermedios contribuyendo al alto crecimiento de la inflación. Sin ir más lejos, se estima que la subyacente (aquélla que excluye la energía y los productos básicos sin elaborar) pase de un 2,2% a un 3,6% según previsiones moderadamente conservadoras, lo que es unas tres veces más que lo estimado por instituciones como el Bundesbank o el IFO (Institute for Economic Research) en diciembre de 2021. Esta última institución estima un crecimiento promedio de los precios en 2022 con respecto al año anterior de un 6,8%, y de un aumento del 3,3% en 2023 relativo a 2022.

La pandemia del Covid-19 sigue siendo, por tanto, una fuente de incertidumbre en los mercados internacionales, aunque todo apunta a una progresiva reducción de la misma si no se producen rebrotes serios que obliguen a más gobiernos a tomar medidas restrictivas.

Para intentar frenar la subida de los precios, el Banco Central Europeo ya ha anunciado que subirá los tipos de interés, cuya efectividad puede residir en el efecto psicológico sobre los consumidores más que en su impacto en la corrección del ciclo económico; es decir, ante un shock de oferta como el que nos encontramos, es difícil que la política monetaria sirva de algo más que para desincentivar el consumo a corto plazo.


La guerra en Ucrania no ha hecho sino intensificar los efectos negativos de los bottlenecks, especialmente en el mercado de materias primas y productos primarios. En este sentido, Alemania se encuentra en una encrucijada. ¿Profundizar en las sanciones mientras se piensa en una alternativa para el largo plazo o negarse al bloqueo total? Lo cierto es que, para todos los analistas, la posibilidad de que Alemania entre en recesión pasa necesariamente por distorsiones en el suministro de gas natural durante los próximos meses; de ahí que, en el corto plazo, se busque asegurar la independencia mediante el carbón o la explotación marítima.

No obstante, parece evidente que la demanda alemana de gas se reducirá a lo largo del año 2022. En un artículo del DIW (Instituto Alemán de Investigación Económica), Franziska Holz y otros autores estudian las posibilidades de asegurar el suministro en 2022 en función de tres escenarios de ahorro: pesimista, neutro o normal, y optimista.
 
Figura 2.- Demanda alemana de gas natural en 2022 (en miles de millones de metros cúbicos)
Fuente: DIW Berlin.

El gráfico anterior compara la demanda de gas en el año 2020 con la (supuesta) cantidad demandada en 2022, dependiendo de la estrategia de ahorro que siga el Gobierno alemán. Considerando que las exportaciones rusas de gas natural se reducirán inevitablemente, el escenario menos conservador es aquel llamado pesimista. Este supuesto ya ha descontado el potencial efecto negativo de la reducción en el suministro, lo que supondrá un 9% menos de ahorro nacional con respecto a 2020. Ello implicará un incremento en el uso del carbón en el corto plazo.

El escenario neutro coincide con las estimaciones del Bundesbank, entre otros, e implica una reducción del ahorro del 18% con respecto a 2020. Éste incluye una sustitución total del gas natural como fuente de energía (excluyendo la generación de calor) e implicaría potenciales restricciones en el consumo de los hogares tales como bajar la temperatura en las viviendas o reducir el consumo de agua caliente.



El último supuesto predice una reducción de la demanda en torno al 33%, y su alcance supondría una disminución sustancial de la producción industrial en el país, aumentando las posibilidades de que tenga lugar un estancamiento económico. Se le considera optimista porque supondría una rápida transición hacia la independencia energética, lo que en el largo plazo otorgaría a Alemania una ventaja comparativa con respecto a sus vecinos.


Pero, ¿puede Alemania entrar en recesión? Lo cierto es que, mientras indicadores como el desempleo permanecen estables y en números aceptables, el aumento de los costes lastra la ansiada recuperación económica post Covid-19. En un interesante gráfico, el Bundesbank muestra el incremento del índice de precios desagregado en bienes industriales, alimentos, servicios y energía, comparando las predicciones hechas por dicha entidad en diciembre de 2021 con respecto a junio de 2022. El reajuste de las expectativas del Bundesbank dejan claro que la inflación dominará en prácticamente todos los sectores salvo los servicios, que permanecerá relativamente estable. El aumento de los costes de producción se explica en gran parte por la persistencia de los 'bottlenecks' y el estancamiento de la guerra en Ucrania, dejando la estabilización de los precios para finales de año. Esto supone un drástico cambio con respecto a las predicciones de diciembre de 2021, cuando se esperaba una relativa calma que ayudaría a la definitiva recuperación económica.
 
Figura 3.- Revisión de la tasa de inflación en Alemania, desagregada

Esto, por supuesto, ha llevado a revisar las estimaciones de crecimiento del PIB para el ciclo 2022-24. En un escenario adverso en el que se asume que el conflicto en Ucrania puede escalar a un estadio superior (más tensiones geopolíticas, endurecimiento de las sanciones, conflictos de Rusia con terceros países en la esfera económica alemana, etc.), se estima que el precio promedio del crudo y el gas natural incrementen cerca de un 34,7% y un 109,5% respectivamente, comparados con el año base 2021. Bajo este supuesto, el PIB real alemán crecería un 0,5% en 2022, disminuiría cerca de un 3% en 2023 y sólo se recuperaría en 2024. Algo similar ocurre con la inflación, que permanecería por encima del 6% hasta dicho año. Incluso si el comercio internacional volviese a recuperar unos niveles aceptables (China, por ejemplo, debería levantar las restricciones para frenar la Covid-19) y las consecuencias de la guerra no traspasasen las fronteras ucranianas, el PIB alemán tendría un crecimiento tímido durante el periodo analizado.

La habilidad del Gobierno alemán en el manejo de su histórica Ostpolitik (política en el Este) influirá sustancialmente en el transcurso de los acontecimientos. La necesidad de asegurar un suministro continuado de energía mientras se profundiza en la independencia energética es clave para entender las diferentes maniobras de dicho país en política internacional. Lo que todos los indicadores sugieren es que la clave de una potencial entrada de Alemania en recesión reside en la duración e intensidad del crecimiento de los costes de producción, la incertidumbre energética y el frenazo en el conflicto internacional. Si la situación tiende a la normalidad a finales de año, quizá todavía haya tiempo de esquivar una crisis económica profunda

Todo esto se suma a la complejidad de las relaciones ruso-alemanas, un escenario en el que ambas potencias se necesitan económicamente mientras la desconfianza domina las relaciones diplomáticas. No es descabellado pensar que el Gobierno alemán actúe con su característico pragmatismo en este asunto, y mientras confronta a Rusia a causa de la guerra en Ucrania buscará una salida razonable al conflicto y una normalización del tablero geopolítico. En un mundo multipolar en el que todos dependen de todos, cualquier fricción económica como el bloqueo del puerto de Shanghái tiene claras repercusiones al otro lado del globo, lo que aumenta la incertidumbre en un escenario ya de por sí confuso. Conviene, por tanto, actuar con responsabilidad, altura de miras, y sobre todo pensando que las consecuencias más graves de cualquier conflicto siempre las sufren los que menos tienen, por lo que es necesaria una política que priorice la consecución de la paz y la fraternidad, la reducción de las desigualdades y que todo el mundo, nazca donde nazca, pueda llevar una vida digna, sea alemán, ucraniano o yemení.
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