Estimadas lectoras, estimados lectores,
hay una tendencia arraigada a pensar América Latina en ciclos, virajes a la izquierda, giros a la derecha, olas de protesta,
booms de las
commodities,
impeachments. Con tantos países y un relativamente común denominador en la dependencia económica de los mercados externos y vulnerabilidad de la economía, siempre es posible armar el
cluster que confirme la idea. Y también se puede armar el
cluster que lo contradiga. Con el giro a la izquierda que representan
Gabriel Boric y
Gustavo Petro convive el giro autoritario sin libertades ni políticas sociales que representan
Daniel Ortega y
Nayib Bukele o el giro a la derecha del Uruguay de Lacalle Pou. Si la conversación continúa, podemos enquistarnos en la discusión de qué es izquierda. Incluso avanza el debate sobre
qué es democracia, aupada con la expansión de regímenes iliberales.
Con todas las precauciones a la hora de poner etiquetas
giroscópicas, 2019 fue emblemático por la ola de protestas masivas que se sucedieron en la segunda mitad del año. Las dinámicas mediáticas alimentaron un rumor general y muchos preguntaron si se venía un estallido generalizado. Empezó Perú, con sus eternas disputas institucionales. Martín Vizcarra sobrevivió a aquellos embates, pero fue finalmente arrastrado por los escándalos de la pandemia, ya en 2020. Curioso, o no tanto: en Argentina,
Alberto Fernández se mantuvo en el poder, aunque golpeado, a pesar de escándalos similares. La diferencia es el contexto, la fortaleza de los partidos y los incentivos a negociar y sostener coaliciones; presente en Argentina, ausente en Perú. En cualquier caso, la pandemia supuso una pausa en aquella ola de protestas (Chile, Ecuador, Colombia, Bolivia). Colombia fue el primer país donde sectores de la población
volvieron a las calles cuando los confinamientos se superaron, y con una virulencia aún mayor que en 2019. En las muy insatisfactorias respuestas gubernamentales a aquellas revueltas abreva en parte
el histórico triunfo de Petro y Francia Márquez en las elecciones del 19 de junio.
Ahora vuelven las protestas a Ecuador. Las condiciones de partida se dan en otros países latinoamericanos (más pobreza, más desigualdad, peores servicios públicos), aunque no en todos hay protestas masivas. Paraguay es uno de aquéllos en donde no suelen ocurrir, y aquí la explicación puede venir del papel del Estado, controlado por el partido de gobierno y a cargo de una enorme red clientelar (en otras palabras, el riesgo de protestar es muy alto y las expectativas de obtener una ganancia muy bajas). Ésa es una gran diferencia con Ecuador, donde la expectativa es alta.
La política también importa, y el capital social. Es más probable que un estallido ocurra allí donde éste y las redes organizadoras de la sociedad sean más precarias, mientras que las protestas organizadas tienen detrás a actores a los que el Gobierno y los partidos debieran haber dado respuestas simbólicas y/o materiales (la Confederación de Nacionalidades Indígenas, Conaie, como actor de peso en Ecuador). Es la economía, es la política de los partidos y la de los movimientos sociales, y también es la influencia de nuevas formas de comunicarse, producir y poner a circular información.
Nuestro primer artículo de hoy analiza las claves del estallido ecuatoriano Seguimos con una reflexión sobre las dinámicas y consecuencias de las protestas, con Chile como caso inspirador. Cerramos con un tema que debería ocupar mucho más a la gestión pública y a la sociedad: el avance del tráfico de cocaína, que se organiza a través de nuevos puertos alimentado por una demanda incipiente (con Europa como mercado destacado).
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Buena lectura y hasta la próxima,
Yanina Welp
Coordinadora editorial