La Otan llegaba a Madrid con el concepto estratégico
'Active Engagement, Modern Defence', aprobado en Lisboa en 2010 y que a todas luces había quedado desfasado. En el documento se indicaba que "el área euroatlántica está en paz y la amenaza de un ataque convencional contra territorio Otan es bajo". Sin embargo, desde la aprobación de este marco el mundo ha presenciado la muerte de Osama bin Laden, la explosión de las primaveras árabes, la
intervención rusa primero en Crimea y ahora en el resto de Ucrania, las guerras civiles en Siria y Libia o el auge del Estado Islámico, por citar algunos.
El
nuevo marco aprobado en Madrid más de una década después parte de una perspectiva diametralmente opuesta:
Occidente ya no se puede considerar en paz y no se puede descartar un
ataque a la soberanía de un territorio aliado, debiendo aumentar los esfuerzos para garantizar la disuasión y la protección. Llegar de manera unánime a esta conclusión no ha sido fácil. Desde la Cumbre de Gales de 2014, los aliados han mostrado claras diferencias sobre cuestiones como cuál era la principal amenaza para la Otan o la contribución desigual a las cargas financieras de la Alianza. La precipitada retirada aliada de Afganistán, considerada como el primer fracaso militar de la Alianza y que demostró una vez más que los países europeos no pueden liderar este tipo de operaciones por falta de medios, supuso la puntilla del descrédito de la organización.
Con todo, para la construcción del concepto de la Cumbre de Madrid coexistían tres grandes posiciones entre los países. Por un lado, los liderados por los estados bálticos y las antiguas repúblicas soviéticas, que seguían manteniendo que Rusia era la principal amenaza. Por otro lado, los liderados por Estados Unidos y Reino Unido, que apuntaban un poco más lejos y veían a China como el rival a batir en el terreno geopolítico. Y un tercer grupo de países, como España o Italia, que percibían que las amenazas también provienen del flanco sur.
La importancia del concepto de Madrid radica en que es capaz de integrar todas esas perspectivas. El documento incluye menciones a las amenazas provinientes del Magreb y del Sahel como el terrorismo o la crisis alimentaria, pero también reconoce a los dos grandes culpables de esta desestabilización mundial: la Federación Rusa y la República Popular China. No en vano, ambas autocracias han reforzado su cooperación estratégica durante los últimos meses y es previsible que sigan haciéndolo. Comparten no sólo la visión de que las reglas en las que se basa el orden internacional actual son perjudiciales para sus estados sino que emplean además, junto con otros actores autoritarios y no estatales, estrategias y tácticas de carácter híbrido.
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Precisamente, una de estas amenazas híbridas (las campañas de desinformación) han tenido a España como objetivo durante mucho tiempo. En el informe
'La Otan y la guerra informativa', el análisis de la conversación digital de los españoles sobre la Alianza presenta anomalías sólo compatibles con la utilización de perfiles
inorgánicos. La comunidad de usuarios pro-rusos, la más numerosa y activa, difunde contenido los siete días de la semana a todas las horas en las que la opinión pública española está despierta. Este comportamiento está lejos de lo que se podría considerar una interacción natural que muestra aumentos y descensos en función de hora y día, como se ve para otras comunidades identificadas.
El planteamiento cada vez más común de estas operaciones de
zona gris y su combinación con las capacidades tradicionales evidencia la necesidad de que las de la Alianza deben también transformarse.
El ciberespacio y el espacio exterior destacan como las dos áreas con mayor margen de mejora. La propia Alianza, que por primera vez habla en su estrategia sobre su propia "transformación digital", asume que sus competidores estratégicos están desarrollando tecnologías que pudieren restringir el uso y amenazar las capacidades tanto civiles como militares en los ámbitos
ciber y espacial. Fruto de esa reflexión, la Alianza ha acordado crear un
fondo de innovación, con un capital inicial de 1.000 millones de dólares, para que
start-ups y empresas privadas de los países aliados lleven a cabo desarrollos que permitan a la Otan no perder el tren tecnológico.
La Alianza sale reforzada de la Cumbre de Madrid: la imagen de unidad que han transmitido todos los aliados, los compromisos alcanzados e, incluso, el desbloqueo de las negociaciones con Turquía para la entrada de Suecia y Finlandia demuestran que esta vez Occidente al completo se ha tomado en serio la seguridad colectiva. A partir de ahora, la Otan se enfrenta a algunas cuestiones que pondrán a prueba los compromisos de la Cumbre de Madrid. Veamos algunas:
1.- Unidad aliada sí, pero ¿hasta cuándo?
La postura consensuada y mostrada por todos los aliados es una muy buena noticia, pero pasará su prueba de fuego cuando se requieran tomar decisiones políticas que refrenden los acuerdos de Madrid.
Ya no sólo por la deriva iliberal que han tomado países como Hungría o Polonia, sino porque también EE.UU., principal contribuyente a la Alianza, sigue un proceso similar. La Administración Biden se enfrenta a un ciclo electoral que,
a priori, le será desfavorable: tan sólo uno de cada cuatro estadounidenses aprueba su gestión, según la última media de encuestas de
RealClearPolitics. Este clima, unido a factores como las recientes sentencias del Tribunal Supremo (que derogan derechos adquiridos para interrumpir el embarazo, la libertad religiosa o la investigación sobre el asalto al Capitolio), ahondan en una brecha que está partiendo en dos a la primera potencia mundial.
Los estadounidenses volverán a votar este noviembre, en las elecciones de medio mandato (
midterms), y en noviembre de 2024, en las presidenciales. En ambos hitos es cada vez más probable la victoria de un Partido Republicano huérfano de liderazgo desde la Presidencia de Trump, pero que cuenta con líderes similares al perfil del millonario como Ted Cruz o Ron DeSantis, dispuestos a continuar con la agenda interrumpida en 2020. Como consecuencia, aparece un horizonte que puede desembocar en un menor compromiso estadounidense en la Otan, en el que la recuperación del discurso del reparto injusto de las cargas financieras de la Alianza deje indefensa a Europa frente a las amenazas descritas en el concepto estratégico.
2.- La Europa de la Defensa es el camino
Europa sale de la Cumbre de Madrid como un actor global más fuerte, audaz y comprometido con la Alianza Atlántica. Pero
sería un error perder de vista el objetivo a largo plazo de una Europa autónoma en materia de Defensa, con capacidades militares propias de la entidad política que es.
Actualmente, la Unión Europea está desempeñando un papel fundamental en el apoyo al esfuerzo de guerra ucraniano. En mayo de este año, los Veintisiete aprobaron elevar hasta los 2.000 millones de euros los fondos puestos a disposición para financiar el envío de material militar a Ucrania. Este apoyo ha ayudado a eliminar algunas reticencias de los estados miembros en relación a una mayor integración europea en Defensa, avanzando a una velocidad inimaginable hasta hace unos años. Pero la realidad es que
Europa no está preparada para conflictos de alta intensidad ni para la intervención militar directa frente a Rusia, por lo que profundizar en el eje euroatlántico es esencial para garantizar la seguridad europea.
No obstante, también hay deberes en la parte atlántica. La Alianza debe hacerse más europea e integrar todavía más a la UE (y no sólo a los estados que la conforman) en la estructura de la organización. El proyecto europeo, con la Comisión y el Consejo a la cabeza, es el centro de gravedad político del Viejo Continente y debe tener un peso acorde a su relevancia.
Ayudar a la Unión a fortalecer su política de Defensa consolidaría un verdadero pilar europeo dentro de la Otan y permitiría superar el paradigma de una excesiva 'americanización' de la Alianza; porque además, una Otan europeizada y capaz de garantizar su seguridad sin el concurso imprescindible de Estados Unidos permitiría a este país reforzar su foco en Asia-Pacífico, el campo de batalla donde verdaderamente se juega el siglo XXI.
3.- Tengamos ya un debate sobre cómo invertir en Defensa
La pregunta sobre si se debería aumentar o no el gasto en este terreno ya ha quedado superada.
Salvo círculos políticos, intelectuales y mediáticos minoritarios todavía anclados en dogmas y paradigmas de finales del siglo pasado, ya nadie duda de la necesidad de invertir en seguridad. El gran reto que tendrán que resolver los países europeos será negociar y debatir cómo se va a financiar el aumento de esa inversión. Ante un panorama de recursos finitos, ¿se debe aumentar la recaudación fiscal para acometer estas inversiones? ¿O, por el contrario, se debe recortar de otras partidas menos urgentes en los próximos Presupuestos Generales para destinarlas a Defensa? Dar respuesta a estas preguntas, que tendrán pros y contras, son decisiones que los estados tendrán que tomar en función de sus sociedades y prioridades.
Sin embargo, la situación económica incierta opaca este debate.
La crisis de expectativas a las que se enfrentan los ciudadanos y un cada vez mayor coste de la vida desincentivan tener una conversación sosegada sobre dónde hacer el esfuerzo para invertir más en Defensa, conformándonos con grandes titulares como el famoso 2%. Ni las cifras están escritas en piedra ni tiene sentido marcar un rumbo guiados sólo por ellas; el debate está en el cómo y en qué prioridad. Y cuando la invasión de Ucrania abandone la primera plana de la información y las amenazas sobre nuestras sociedades sean cada vez menos latentes, más complicada será esa conversación.
Pocas dudas hay sobre que la Cumbre de Madrid ha sido histórica. Pese a ello,
pasar de las palabras a los hechos requerirá de negociación y de decisión política en sociedades muy polarizadas.
Afrontar, entre otros, los retos que se han descrito supondrá un gasto de capital político que pocos líderes pueden aguantar. Y sin embargo, habrá que hacerlo: el bienestar tal y como lo conocemos de las sociedades democráticas depende de ello.