4 de julio de 2022: el mundo experimenta las consecuencias de una pandemia global, atraviesa un conflicto bélico que pone a los estados en alerta y acelera el gasto en defensa. Occidente se rearma. Cerca de la mitad de la población mundial se encuentra en situación de pobreza. El Banco Mundial proyecta que el coeficiente Gini de desigualdad aumente en dos puntos en todos los países. La inflación sobre el precio de los alimentos afecta a todas las economías. La incertidumbre es el statu quo.
Przeworski define a la democracia como un sistema en el que los partidos de gobierno pierden elecciones. Un régimen caracterizado por la incertidumbre sobre el resultado, pero no sobre los procedimientos. Así, la incertidumbre democrática debiera disminuir la incertidumbre del mundo, ese
statu quo en el que las personas desarrollan su situación de vida. Paradójicamente, la segunda incertidumbre afecta negativamente a la primera y la vuelve responsable.
En América Latina, la región más desigual del mundo, el 27% de la población es indiferente a la democracia y el 13% prefiere un gobierno autoritario. Entre los menores de 25 años, el desinterés por la democracia o el privilegio del autoritarismo es mayor que en la población adulta. Sólo una variable incide positivamente en la valoración de la democracia: el nivel educativo: cuanto mayor es, más apoyo democrático.
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"Democracy becomes the only game in town". Con esa frase resumieron en 1996 Juan Linz y Alfred Stepan la situación en el mundo tras la tercera ola democratizadora, que tuvo como protagonistas a los países de América Latina, primero, y luego a los del ex bloque soviético. Veintiséis años después de aquel adagio, el retroceso democrático es evidente; también la desigualdad. Las así llamadas democracias consolidadas fallan en sus dos extremos: fracasan en mejorar las condiciones de vida para prevalecer sobre los autoritarismos, y fracasan en formar sociedades integradas por una ciudadanía democrática.
¿Cómo explicamos entonces el déficit en las democracias consolidadas? ¿Está el déficit democrático distribuido homogéneamente en todos los niveles de la administración y la política? ¿Qué tipo de déficit democrático tenemos? Cuatro son sus dimensiones: primero, tenemos un déficit de democratización. Subsidiario de éste, un déficit republicano. En tercer lugar, aparece el de mayorías. Y, por último, un déficit de expectativas.
La democratización es el proceso mediante el cual en un mismo momento, y para todo un territorio nacional, se instituyen reglas de juego político democrático. Esto es, elecciones libres, justas, competitivas, con sufragio universal y pleno ejercicio garantizado de derechos políticos y civiles. Así ocurrió en Portugal y Grecia en 1974, luego en España en 1978, Ecuador en el 79, Argentina en el 83, Uruguay en el 84, Brasil en el85 y Chile en 1990, por mencionar algunos de los casos emblemáticos de la llamada tercera ola democratizadora.
Democratización nacional no significa, sin embargo, que sea efectiva en todos los niveles territoriales de gobierno. El establecimiento de instituciones formalmente democráticas en el nivel nacional y sub-nacional convive, especialmente en el orden local, con prácticas y enclaves autoritarios y elecciones escasamente competitivas. La democratización se revela como un proceso político territorial irregular y heterogéneo.
Así, el déficit de democratización se expresa en el desacople entre diseño y prácticas. Los procedimientos democráticos ven afectada su capacidad por una política rentista en el orden local, por la persistencia de caudillos provinciales. Los partidos de gobierno (o, mejor dicho, las familias que gobiernan) no sólo no pierden elecciones, sino que suelen ganar con un apoyo superior al 60%. Las provincias o estados, según el formato federal que miremos, no sólo se erigen en bastiones o feudos; se conforman eminentemente como feudos estatales. De la debilidad democrática deviene la estatal.
A la ola democratizadora le sobrevino la descentralizadora, especialmente en la década del 90 en América Latina. Los niveles sub-nacionales se fortalecieron administrativa y políticamente al aumentar la cantidad de bienes públicos a proveer, pero sobre todo a administrar en términos de recursos. Sin embargo, los regímenes sub-nacionales fracasan en esa provisión de bienes públicos, primordialmente educación y salud de calidad y con equidad. En esta ocasión, la debilidad estatal ha reforzado la democrática; y el acceso desigual refuerza las disparidades entre el orden nacional y el sub-nacional.
En el complejo entramado institucional y político que sugiere un Estado nacional democrático con unidades sub-nacionales no tan democráticas, aparece el segundo déficit: el republicano. Éste se expresa en la debilidad de accountability horizontal, como señalaba Guillermo O'Donnell, pero en especial en
las normas de la arbitrariedad, el particularismo y el clientelismo. Si los estados nacionales son débiles en el control horizontal entre poderes, los sub-nacionales son patrimonialistas y clientelares.
Si la democracia es el régimen que define reglas de acceso y ejercicio del poder, el déficit republicano aparece sobre todo en la segunda dimensión, porque el republicanismo supone obligaciones para los individuos ubicados en la esfera pública.
El tercer déficit es el de las mayorías, para conformarse entre los ciudadanos y para coordinarse desde las elites. No se trata de múltiples minorías que cooperan, más bien es un escenario donde la oferta política no logra representar, fabricar ni congregar mayorías. Los sistemas de partidos se fragmentan, se desnacionalizan. No hay capacidad para establecer alianzas partidarias. Por el contrario, son territoriales y están en función del control del territorio, electoralmente hablando, que tengan los dirigentes-gobernantes. El déficit de mayorías desdibuja el demos de la democracias. Sobresalen entonces
demos particulares, segmentados por geografía y niveles de desigualdad.
Ligado a lo anterior, el déficit de expectativas. Norberto Bobbio solía decir que la democracia es el régimen político que tiene fácil la pregunta y difícil la respuesta. Los procedimientos democráticos, las elecciones, los derechos civiles y políticos de participación, oposición y asociación son el lado de la pregunta. En el orden nacional y sub-nacional funcionan relativamente bien. En la mayoría de los países latinoamericanos calificados como libres por Freedom House la pregunta no encuentra restricciones. Allí donde aparecen es porque no hay democracia en el orden sub-nacional, pero tampoco en el nacional.
La respuesta es difícil, pero genera déficit porque se responsabiliza al régimen democrático de las ineficiencias e ineficacias de la política entendida como una práctica, pero respecto de la cual se olvida que está histórica y espacialmente condicionada.
La narrativa democrática está en crisis y eso es un problema, porque la democracia es el régimen donde las libertades políticas y las civiles se conjugan para ofrecer un marco normativo, pero sobre todo ético.