Daniel Boorstin, historiador estadounidense y ex director de la Biblioteca del Congreso, afirmaba que su gente sufría de "expectativas extravagantes", ya que demandaban a los medios de comunicación "una noticia trascendental cada mañana, un héroe nuevo cada temporada o un espectáculo dramático cada semana".
América Latina parece un lugar de sucesos genuinamente extravagantes. Sólo en los últimos años, la región ha sido el escenario de una crisis tras otra: protestas multitudinarias en Ecuador, Chile y Colombia pusieron a sus respectivos gobiernos contra las cuerdas, los escándalos de corrupción del
caso Oderbrecht y
Lava Jato salpicaron a varios gobiernos. Todo esto fue sólo la antesala a la llegada de la Covid-19, con la que fuimos testigos de un incremento en las desigualdades sociales, pero sobre todo del surgimiento de amenazas reales a los sistemas democráticos.
Bolivia no ha sido la excepción. Desde el referéndum de 2016 que negó a Evo Morales la posibilidad de postularse a un cuarto mandato, y la salida alternativa que el entonces presidente encontró para asegurar su candidatura, la tensión política ha ido en aumento. Finalmente estalló en las elecciones de 2019 cuando, entre acusaciones de fraude,
se terminó anulando el proceso electoral.
El país parece no haber pasado aún página.
A finales de 2020, durante el Gobierno transitorio de Jeanine Añez (actualmente
procesada y sentenciada por resoluciones contra la Constitución consideradas como un golpe de Estado), los bolivianos acudieron otra vez a las urnas y eligieron de nuevo al Movimiento al Socialismo (MAS); sólo que esta vez con un candidato diferente a su líder histórico, Evo Morales.
El
binomio presidencial conformado por Luis Arce y David Choquehuanca obtuvo poco más del 55% de los votos; resultado interesante porque alcanzó la mayoría absoluta y evitó una contenciosa segunda vuelta pero, aun así, distante de los cómodos 2/3 que habían permitido al partido plena gobernabilidad en gestiones anteriores.
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¿Es posible que en América Latina suframos también de las mismas expectativas extravagantes de las que hablaba Boorstin, sobre todo porque estamos acostumbrados a hechos extraordinarios? A casi dos años de gobierno de Arce, quien fue ministro de Economía de Morales y padre del modelo económico boliviano, algo de agua ha corrido bajo el puente. Estamos ahora en épocas más tranquilas, pero
las narrativas en los medios de comunicación siguen reflejando una especie de culebrón político: unos arguyen que
el MAS sufre una
división interna de tipo estructural; otros, que más bien se trata de
disensos naturales en la vida política de una organización. Ahora ¿son estos titulares el reflejo de nuestras
expectativas extravagantes o reflejan algo de verdad? ¿Cómo poder distinguir entre lo uno y lo otro? Lo que trataremos de ver aquí es cómo el MAS ha llegado a esta situación, quiénes son los principales actores y qué escenarios se pueden dar en un futuro de cara a las próximas elecciones del Bicentenario, previstas para el 2025.
Los 14 años del MAS en el Gobierno
Antes que nada, no debemos olvidar que esta formación
ha estado gobernando durante 14 años, y que llegó tras un cambio profundo de las preferencias políticas en 2005. En todo este tiempo, la figura del líder del partido y la cabeza del Gobierno se concentraban en una sola persona: Evo Morales. Sin duda, esto supuso una concentración del poder, tanto en las decisiones de política pública como en la vida interna del partido. Morales y su élite partidaria ejercieron durante ese periodo una importante influencia sobre el gobierno. De hecho, no tuvieron disensos importantes con su grupo parlamentario; al menos ninguno que trascendiera a la prensa. En resumen,
desde lo ideológico, pasando por lo programático y terminando en lo orgánico, se podía constatar un consenso general en el partido gubernamental.
Después de Evo Morales, ¿qué?
Sin embargo, a casi dos años de un nuevo Gobierno del MAS, pero esta vez con Arce a la cabeza, este consenso ha empezado a ponerse en tela de juicio. Desde una dimensión ideológica, el partido ha cerrado filas ante cualquier posibilidad de darle a la oposición la oportunidad de articularse. Un ejemplo de ello es el juicio contra la ex presidenta Añez: a pesar de algunas diferencias en las declaraciones de sus militantes, el MAS insiste en la narrativa del golpe de Estado. Esto puede llevar a pensar que el proyecto político, mejor conocido como proceso de cambio, está por encima de la cualquier disidencia interna.
Si reducimos el nivel de abstracción y centramos la mirada en lo programático, la actual coyuntura muestra inequívocamente algunos disensos dentro del partido y del mismo Gobierno; por ejemplo, en temas de narcotráfico, contrabando y corrupción. La captura de un
ex jefe de la Policía investigado por la DEA a principios de este año, lo ocurrido con las
'fábricas' de droga en Valle de Sacta o la reciente
'ejecución' de tres agentes por parte de sicarios asociados al narco han puesto de manifiesto las diferentes posiciones de los miembros del partido.
En medio de todo ha estado el
ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, quien ha sido interpelado por la Asamblea Legislativa Plurinacional en repetidas ocasiones. En el seno del partido y de las organizaciones sociales que lo conforman han surgido voces que piden su remoción, pero el presidente Arce no sólo no lo ha destituido (de momento), sino que le ha ratificado y ha aparecido junto a él en eventos públicos.
Ahora, la pregunta del millón es si realmente existe o no una división interna de tipo estructural dentro del MAS que ponga en riesgo su unidad. Sea como fuere, los medios han acuñado una serie de términos que identifican a los actores en pugna dentro del partido. Simplificando un poco un escenario mucho más complejo, las principales corrientes de las que se habla son, en primer lugar, los llamados 'evistas' o 'jefistas', que se corresponden con la élite cercana a Morales y que promueven un continuismo orgánico del partido.
En la contraparte están
los 'choquehuanquistas', acólitos del actual vicepresidente y, aparentemente, la principal fuerza operadora de cambio dentro del MAS; también llamados
renovadores. Uno de los rasgos de esta corriente lo constituyen las
escuelas de formación de líderes que Choquehuanca ha inaugurado recientemente.
Finalmente, en una especie de
zona gris están
los 'luchistas' (o 'arcecistas'), quienes promoverían la figura del presidente como candidato para las próximas elecciones.
El proyecto político como principal variable de unidad
La idea de un quiebre estructural del MAS no parece ser tan firme cuando observamos la unidad del partido contra la oposición. Sin embargo, la narrativa de que los disensos internos son naturales y democráticos tampoco parece sostenerse al contrastar la experiencia de 14 años de un MAS definitivamente más cohesionado y, por tanto, muy distinto del actual. En cualquier caso, el partido busca constantemente dar
muestras de unidad para desacreditar la tesis de una división insuperable en su seno.
¿Por qué es todo esto relevante? Bolivia acaba de superar un conflictivo y dramático ciclo electoral y el escenario actual puede ayudarnos a comprender si el siguiente ciclo electoral tendrá más o menos las mismas características. En todo caso, es difícil ser optimista: en caso de que el MAS se presente a la siguiente competencia electoral como un partido unido, después de haber aplicado mecanismos de disciplina interna y logrado consensuar sus candidaturas, y si todas las demás variables siguen constantes, seguiríamos ante un escenario político polarizado en el que hasta los procesos vitales como la elección del defensor del Pueblo se estancan por la falta de consensos inter-partidarios, la división dentro del partido y los altos incentivos a no ceder ante el
otro. Es decir,
persistiría una política infértil en la que lo único que se premia es aplastar al oponente.
Otro escenario sería el de una escisión en el MAS. Cabe preguntarse en qué se concretaría y qué actores se quedarían con una sigla tan preciada. Esta hipótesis implicaría una mayor fragmentación y, con seguridad, un quiebre en la hegemonía del partido gubernamental y en la relativa estabilidad del sistema de partidos. No sería nada nuevo en la historia de Bolivia, ya que
entre 1958 y 1983 Bolivia llegó a registrar
323 partidos políticos, de los que 31 se desprendían del MNR, el único otro partido boliviano que llegó a tener la hegemonía de la que hoy disfruta el MAS.