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Dimitar Dilkoff (AFP)

Por qué Ucrania desconfiaba tanto de Rusia

Fernando Casal Bértoa, Zsolt Enyedi

7 mins - 21 de Julio de 2022, 07:00

Mucho se ha especulado sobre las posibles causas que llevaron a Rusia a invadir Ucrania en febrero de este año. Desde motivos psicológicos (v.g. la megalomanía de Putin) hasta políticos (v.g. su pavor a la democracia), pasando por razones estratégicas (i.e. la expansión de la Otan) e históricas (i.e. la reconstrucción del imperio ruso). Sin embargo, poco se ha hablado de la influencia que Rusia ha tenido en el devenir democrático y en el desarrollo del sistema de partidos ucraniano desde su independencia, en agosto de 1991.

En un libro recientemente editado por uno de los autores de este artículo junto a Patrick Dumont se señala cómo los sistemas de partidos en pequeños estados se han visto condicionados por devenires políticos en sus estados vecinos mucho mayores. Por ejemplo, el colapso de la democracia sanmarinesa en la década de los 20 estuvo causada por la ascensión del fascismo en Italia unos años antes. De igual modo, la división de partidarios a favor de la anexión con Serbia o Turquía sigue determinando, respectivamente, la estructura de competición interpartidista en Montenegro y Chipre.

Pero las naciones grandes tampoco han estado exentas de este complejo que podríamos llamar de hermano mayor. Es el caso de países latinoamericanos como Bolivia o estados post-soviéticos como Georgia, Moldavia y, cómo no, Ucrania. De hecho, de todas las democracias que surgieron después del colapso de la Unión Soviética, ninguna ha sufrido tanto la injerencia rusa como la ucraniana.

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Tal y como explicamos en
nuestra última monografía sobre las causas y consecuencias de la institutionalización de los sistemas de partidos europeos desde 1848, la historia democrática de Ucrania se puede dividir en tres periodos. El primero, que va desde las primeras elecciones presidenciales en 1991 hasta la revolución naranja a finales de 2004, se caracteriza, al igual que Rusia, por una gran inestabilidad institucional, con cambios constantes en el sistema electoral; una muy débil institucionalización partidista, con la excepción de un Partido Comunista (PCU) que, a pesar de dominar en las elecciones legislativas, se constituye como el principal partido de oposición; y la presencia constante un número ingente de parlamentarios independientes: desde 168 en 1994 hasta 66 en 2002, pasando por 105 en 1998.

La llegada de Putin al poder en 1999 tuvo un impacto casi inmediato tanto en Rusia, sobre todo después de su aplastante victoria en las elecciones legislativas de 2003, como en Ucrania, donde el sistema de partidos experimentó cambios importante. El momento culmen de este giro copernicano fueron las elecciones presidenciales de 2004, que enfrentaron a Víktor Yanukovich (entonces primer ministro y líder del Partido de las Regiones, PdR, pro-ruso, fundado tan sólo tres años antes por parlamentarios procedentes del Donbás) y al antiguo primer ministro Víktor Yushchenko. Pruebas de fraude y manipulación por parte del Gobierno durante la segunda ronda de las presidenciales llevaron a los ucranianos a la calle, demandando una repetición de las elecciones en lo que se dio a conocer como revolución naranja. Tras varios días de protestas, la Corte Suprema declaró la necesidad de una repetición electoral que, celebrada el 26 de diciembre, dio la victoria definitiva a Yushchenko con siete puntos de diferencia.

Fue el inicio de un nuevo periodo en el que el sistema de partidos se dividió en dos bloques: uno pro-europeo y pro-democrático encabezado por la coalición liberal-conservadora Nuestra Ucrania de Yushchenko y el Bloque (nacionalista) de Yulia Timoshenko, co-líder de la revolución; y otro pro-ruso, pro-autoritario liderado por el PdR, que en 2005 suscribe un acuerdo de colaboración con Rusia Unida, el partido de Putin.

Lo interesante de esta nueva estructura de competición es que, tal y como demuestran los mapas electorales de todas las elecciones (tanto presidenciales como parlamentarias) entre 2004 y 2014 cada bloque tuvo su base electoral en una parte distinta del país: el este pro-ruso, incluyendo el Donbás y Crimea que, habiendo sido parte del imperio ruso desde tiempos de Catalina la Grande está habitado en su mayoría por ruso-parlantes; y el oeste pro-europeo donde, habiendo pertenecido en buena parte primero al Reino de Polonia hasta su anexión por el Imperio Austro-Húngaro en 1772 y después de nuevo a Polonia entre las guerras mundiales, se habla mayoritariamente en ucraniano. Este sistema de dos bloques se mantuvo hasta 2014 cuando, una vez más, la influencia rusa llevó a su colapso

Las elecciones parlamentarias de octubre de 2012 dieron una victoria al PdR, que logró hacerse con el Gobierno gracias apoyo parlamentario del PCU bajo la condición de integrarse en el Espacio Económico Euroasiático que Rusia había forjado a principios de ese año con Bielorrusia y Kazajistán. El cambio de rumbo gubernamental quedó claro el 21 de noviembre de 2013, cuando decidió suspender la firma del Acuerdo de Asociación con la UE que debía culminar el proceso iniciado por Timoshenko con su entrada en la denominada Eastern Partnership (Asociación Oriental) tres años antes.

La reacción cuidadana no se hizo esperar. Ese mismo día, miles de ucranianos se echaron a la calle por todo el país en lo que se ha dado en llamar la Revolución de la Dignidad. Semanas de combates callejeros, sobre todo en la plaza de la Independencia en Kiev, forzaron a Yanukovich y su Gobierno a firmar un acuerdo el 21 de febrero de 2014, a fin de celebrar elecciones anticipadas y reformar la Constitución. Los eventos que siguieron son de todos conocidos: huida de Yanukovich a Rusia al día siguiente, levantamiento armado pro-ruso en la región del Donbás a principios de marzo y anexión de Crimea por parte de Rusia a mediados de ese mes.

El impacto de estos acontecimientos en el sistema de partidos ucraniano fue inmediato y en las elecciones presidenciales y parlamentarias (celebradas, respectivamente, en mayo y octubre) un nuevo bloque electoral liderado por Petro Poroshenko, uno de los más ricos del país, se hizo con el poder. El Bloque de Oposición, que integraba a antiguos miembros del partido de Yanukovich y cuyas sedes fueron arrasadas (tal y como tuve la oportunidad de comprobar de primera mano paseando por la calles de Kiev el mismo día de la victoria de Poroshenko) quedaría lejos de la Presidencia con sólo el 3% de los votos, perdiendo hasta 156 escaños en las legislatives de tan sólo unos meses después.



Con la supresión en la práctica del Donbás y Crimea, el mapa electoral cambió totalmente, tal y como confirman las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2019 donde un nuevo partido (el Servidor del Pueblo, del actor metido a político Volodímir Zelenski) arrasó en todo el país. Era un claro contraste con la foto fija de cuatro partidos parlamentarios que desde 2007 podemos observar en las elecciones rusas: la invencible Rusia Unida de Putin frente a la oposición sistémica formada por el Partido Comunista, el Partido Liberal-Democrático y el social-democráta Rusia Justa.

La invasión de Ucrania supone, pues, la última injerencia rusa en el devenir político de un país cuyos niveles democráticos se han mantenido (tal y como resulta tanto del índice V-Dem como del de Freedom House) bastante por encima de los de Rusia, sobre todo desde la aparición de Putin. Esperemos que los ucranianos continúen siendo lo suficientemente fuertes para resistir un nuevo abrazo del oso autoritario.
 
(Una versión previa de este artículo en lengua inglesa se publicó en 'Foreign Policy')
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