Uno de los problemas que tenemos en las ciencias sociales es la dificultad de establecer adecuados contrafactuales. En otras palabras, si queremos probar la eficacia de la política A, no tenemos manera de saber qué hubiera pasado si no se hubiese aplicado. Debido a esto, los científicos sociales han trabajado a fondo para establecer metodologías que se aproximen a dichos contrafactuales: los más desarrollados son los Controles de Prueba Aleatoria, o RCT, que han valido ya algunos premios Nobel en Economía. Pero existen otros muchos métodos, tanto experimentales como cuasiexperimentales.
Uno de los contrafactuales más famosos de la historia lo desarrolló Frank Capra en “Qué bello es vivir”. En la película, un James Steward apesadumbrado por sus fracasos vitales decide quitarse la vida y un ángel le enseña qué hubiera pasado en el mundo si él no hubiese existido. Tras ver los resultados, decide no suicidarse y volver a casa, donde su familia y amigos le esperan para solucionar todos sus problemas. Qué bello es vivir.
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Si pudiéramos hacer contrafactuales como el que desarrolló Frank Capra en la historia y en la vida real, posiblemente podríamos valorar más adecuadamente la importancia de determinadas figuras históricas, como la de Mikhail Serguéyevich Gorbachov, primer y último presidente de la Unión Soviética, y secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1985 hasta 1991. Gorbachov, el primer líder soviético que no vivió la revolución de 1917 -nació en 1931- tenía 54 años cuando llegó al poder en el PCUS -que entonces era el equivalente a llegar al poder en la URSS- en un contexto de fuerte crisis económica de los sistemas socialistas, una creciente desventaja tecnológica respecto de sus adversarios occidentales y una tensión geopolítica de primer nivel, aderezada por la dureza de sus interlocutores Reagan, Thatcher y el Papa Juan Pablo II, poco amigos ninguno de los tres de buscar distensión alguna. En su mandato como líder soviético, Gorbachov inauguró la política de apertura del régimen, cuyo objetivo era democratizar el sistema político soviético, impulsó y firmó los acuerdos de desarme nuclear más ambiciosos firmados hasta el momento, retiró las tropas de Afganistán, impulsó las reformas económicas del régimen socialista, y respetó la soberanía de los miembros del Pacto de Varsovia cuando estos fueron derribando sus regímenes comunistas.
La visión de Gorbachov de la Unión Soviética era la de una superpotencia comprometida con el diálogo internacional y los grandes retos globales. Gorbachov formuló un sistema político para el conjunto de Europa -la Casa Común Europea- que incluía un conjunto compartido de valores y un sistema de cooperación propio. Cooperó en el difícil proceso de reunificación alemana y participó, conjuntamente con los demás países europeos, en la Conferencia de París que definió un nuevo marco de cooperación en materia de seguridad en Europa, sentando las bases para la transformación de la Conferencia de Helsinki en la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. Sus tareas en pro de la paz internacional le valieron un Premio Nobel de la Paz en 1990.
Sus éxitos internacionales no se correspondieron con sus dificultades internas. El creciente descontento de la población por la lentitud de las reformas y la inestabilidad económica, la tendencia centrífuga de las repúblicas soviéticas, y la deslealtad de buena parte de las élites políticas, terminaron en el fallido golpe de Estado de 1991 y en la posterior disolución de la Unión Soviética. Aunque se presentó a las elecciones en varias ocasiones en los años noventa, sus resultados fueron insignificantes y terminó por dejar la política rusa y dedicarse a sus tareas de activismo a través de diferentes organizaciones, entre ellas, la Cruz Verde, de la que fue fundador. Apartado de toda vida pública, murió el pasado 30 de agosto. Los homenajes internacionales han contrastado con la frialdad rusa, que ve en él poco menos que el traidor que permitió la desmembración de la Unión Soviética y su pérdida de relevancia internacional, que ahora Vladimir Putin quiere recuperar a base de invadir vecinos y amenazar al resto del mundo.
Gorbachov no quiso ser el enterrador de la Unión Soviética, ni mucho menos. Su objetivo era renovar el sistema socialista nacido de la revolución de 1917 y comprometer su potencia económica, política y militar con los objetivos de seguridad, paz y cooperación necesarios para responder a los retos de un mundo cada vez más complejo. No encontró en Occidente una interlocución leal: Ni Estados Unidos ni la entonces Comunidad Europea querían una renovación de la URSS, sino su derrumbe. Hubo una Perestroika en Oriente pero no hubo ninguna Perestroika en Occidente. La respuesta de Estados Unidos a la Perestroika fue el “Nuevo Orden Mundial” inaugurado por Bush padre en 1991. Occidente no se sintió como socio en la modelación de un mundo nuevo, sino como vencedor de la Guerra Fría. Para bailar un tango hacen falta dos y Gorbachov se encontró bailando solo en la pista mientras sus compatriotas lo miraban atónitos. Fue, definitivamente, un reformista que fracasó. Y de las cenizas de su fracaso surgieron los monstruos que hoy gobiernan el delirio nacionalista e imperialista de la Rusia de Putin. Gorbachov documentó todo este proceso en su libro “Memoria de los Años Decisivos”, que, a la manera de aviso para navegantes, arrancó con una frase que bien podría ser su epitafio: “No hay reformadores felices”.
Pero retomemos a Frank Capra: ¿qué hubiera pasado en 1985 si el Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética no hubiera elegido a Gorbachov? Es ciertamente hacer política ficción, pero con la crisis económica que sufría la URSS, la creciente desventaja tecnológica, y la creciente agresividad anticomunista de los vencedores de la Guerra Fría, es bastante probable que un líder como Vladimir Putin se hubiese comportado de la misma manera que lo ha hecho hoy en día. El resultado de esa combinación explosiva habría tenido una alta probabilidad de terminar en una guerra mundial. Es sólo política ficción, pero quizá, y gracias por ello, nunca sabremos todo lo que le debemos realmente a Mikhail Serguéyevich Gorbachov.