El discurso de Olaf Scholz, pronunciado el pasado lunes en la Universidad Carolina de Praga, es la primera gran exposición de la política europea del Gobierno alemán. Es un discurso fascinante, que contrasta con el tímido euroescepticismo de los gobiernos de Merkel y que responde, cinco años después, al discurso de Sorbonne pronunciado por Emmanuel Macron en 2017. El canciller alemán mezcla una visión teórica del papel que Europa debe desempeñar en el mundo con una serie de propuestas para la modificación de los tratados, que incluyen una serie de cambios en la estructura del Colegio de Comisarios, la eliminación de la unanimidad en las votaciones sobre política exterior o la reforma de los mecanismos de defensa del estado de Derecho. A continuación, subrayaremos y analizaremos algunas de las partes más importantes del discurso del canciller.
Estimado Rector Profesor Králíčková,
Señoras y señores, vicerrectores y miembros de las facultades, Estimado Ministro Bek,
Excelencias,
Queridos estudiantes,
señoras y señores
Muchas gracias por su amable invitación. Es un gran honor para mí poder hablarles en este lugar histórico (prácticamente bajo la mirada del fundador de esta venerable institución) sobre el futuro, sobre nuestro futuro, que para mí está asociado a una palabra: Europa.
Probablemente no haya un lugar más adecuado para ello que la ciudad de Praga, que esta Universidad con un patrimonio de casi 700 años. Ad fontes, a las fuentes, era la llamada de los grandes humanistas del Renacimiento europeo. Cualquiera que parta hacia las fuentes de Europa encontrará inevitablemente su camino hasta aquí, hasta esta ciudad cuya herencia y forma son más europeas que las de casi cualquier otra de nuestro continente. Todo turista estadounidense o chino que cruza el Puente de Carlos hasta el Hradčany se da cuenta de inmediato. Por eso están aquí; porque en esta ciudad, entre sus castillos y puentes medievales, sus templos y cementerios católicos, protestantes y judíos, sus catedrales góticas y sus palacios art nouveau, sus rascacielos de cristal y sus callejones con entramado de madera, y en la confusión de lenguas del casco antiguo, encuentran lo que para ellos es Europa: la mayor diversidad en el menor espacio.
Si Praga es Europa en miniatura, la Universidad Carolina es algo así como la cronista de nuestra historia europea, tan rica en luces y sombras. No puedo decir si su fundador, el emperador Carlos IV, se veía a sí mismo como un europeo. Su biografía sugiere que sí: nacido con el antiguo nombre de pila bohemio Václav, educado en Bolonia y París, hijo de un gobernante de la Casa de Luxemburgo y de una mujer de los Habsburgo, emperador alemán, rey de Bohemia y de Italia. Parece lógico que bohemios, polacos, bávaros y sajones estudien naturalmente en su universidad junto a estudiantes de Francia, Italia e Inglaterra.
Pero como esta universidad está situada en Europa, también ha sufrido los momentos bajos de la historia europea: el fervor religioso, la división por líneas lingüísticas y culturales, el conformismo ideológico durante las dictaduras del siglo XX. Los alemanes escribieron el capítulo más oscuro: el cierre de la universidad por los ocupantes nazis, el fusilamiento de los estudiantes que protestaban, la deportación y el asesinato de miles de miembros universitarios en los campos de concentración alemanes. Estos crímenes todavía nos duelen y nos avergüenzan hoy en día a los alemanes. Ésta es una de las razones por las que estoy aquí, especialmente porque a menudo olvidamos que, para muchos ciudadanos de Europa Central, la falta de libertad, el sufrimiento y la dictadura no terminaron con la ocupación alemana y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial.
Una de las muchas grandes mentes que ha producido esta Universidad ya nos lo recordó durante la Guerra Fría. En 1983, Milan Kundera describió la "tragedia de Europa Central", es decir, cómo los polacos, checos, eslovacos, bálticos, húngaros, rumanos, búlgaros y yugoslavos "se despertaron (...) para descubrir que estaban en el este" tras la Segunda Guerra Mundial, que habían "desaparecido del mapa de Occidente". También nos ocupamos de este legado (especialmente los que estuvimos en el lado occidental del Telón de Acero), no sólo porque forma parte de la historia europea y, por tanto, de nuestra historia común como europeos, sino también porque la experiencia de los ciudadanos de Europa central y oriental (el sentimiento de haber sido olvidados y abandonados detrás de un telón de acero) sigue resonando hoy; por cierto también en los debates sobre nuestro futuro, sobre Europa.
Estos días se vuelve a plantear la cuestión de dónde estará la línea divisoria en el futuro entre esta Europa libre y una autocracia neoimperial. Hablé de un punto de inflexión tras la invasión rusa de Ucrania en febrero. La Rusia de Putin quiere trazar nuevas fronteras por la fuerza, algo que en Europa no queremos volver a experimentar. La brutal invasión de Ucrania es, pues, también un ataque al orden de seguridad europeo. Nos opondremos con toda nuestra determinación. Para ello, necesitamos nuestra propia fuerza: como estados individuales, en asociación con nuestros socios transatlánticos, pero también como Unión Europea.
Esta Europa unida nació como un proyecto de paz hacia adentro. Nunca más la guerra entre sus estados miembros: ése era el objetivo. Hoy nos corresponde desarrollar aún más esta promesa de paz permitiendo a la UE garantizar su seguridad, independencia y estabilidad, también frente a los desafíos del exterior. Ésta es, señoras y señores, la nueva tarea de paz de Europa. Esto es lo que la mayoría de los ciudadanos esperan de ella, tanto en el oeste como en el este de nuestro continente.
Por eso es una afortunada coincidencia que en estos tiempos la República Checa ocupe la Presidencia del Consejo de la UE, un país que hace tiempo que ha reconocido la importancia de esta tarea y que está llevando a Europa en la dirección correcta. La República Checa cuenta con el pleno apoyo de Alemania en este sentido, y espero trabajar junto al primer ministro Fiala para dar las respuestas europeas adecuadas a los nuevos tiempos.
La primera de ellas es: no aceptamos el ataque de Rusia a la paz en Europa. No nos limitamos a ver cómo se mata a mujeres, hombres y niños, cómo se borra a los países libres del mapa y desaparecen tras los muros o las cortinas de hierro. No queremos volver al siglo XIX o XX, con sus guerras de conquista y sus excesos totalitarios.
Nuestra Europa está unida en paz y libertad, abierta a todas las naciones europeas que comparten nuestros valores. Sobre todo, es el rechazo vivido al imperialismo y a la autocracia. La Unión Europea no funciona mediante la superioridad y la subordinación, sino del reconocimiento de la diversidad, a través de la mirada entre sus miembros, de la pluralidad y el equilibrio de los diferentes intereses.
Precisamente esta Europa unida es una espina en el costado de Putin, porque no encaja en su visión del mundo, en la que los países más pequeños tienen que someterse a un puñado de grandes potencias europeas. Es aún más importante que defendamos juntos nuestra idea de Europa. Por eso apoyamos a la Ucrania bajo ataque: económica, financiera, política, humanitaria y también militarmente. En este caso, Alemania ha cambiado fundamentalmente de rumbo en los últimos meses. Mantendremos este apoyo, de forma fiable y durante el tiempo que sea necesario.
Esto alcanza a la reconstrucción del país destruido, que será un esfuerzo de generaciones. Esto requiere una coordinación internacional y una estrategia inteligente y resistente. De esto tratará una conferencia de expertos a la que la presidenta de la Comisión, Von der Leyen, y yo invitamos a Ucrania y a sus socios de todo el mundo en Berlín el 25 de octubre.
En las próximas semanas y meses, Ucrania también recibirá de nosotros nuevas armas de última generación, como sistemas de defensa aérea y radar o drones de reconocimiento. Sólo nuestro último paquete de entregas de armas asciende a más de 600 millones de euros. Nuestro objetivo es tener unas fuerzas armadas ucranianas modernas que puedan defender permanentemente a su país.
[Recibe los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]
Sin embargo, para lograrlo, no debemos limitarnos a suministrar a Kiev de lo que nosotros mismos podemos prescindir en este momento. También aquí necesitamos más planificación y coordinación. Por ello, junto con los Países Bajos, hemos puesto en marcha una iniciativa encaminada a un reparto permanente y fiable del trabajo entre todos los socios de Ucrania. Me imagino, por ejemplo, a Alemania asumiendo una responsabilidad especial en la construcción de la artillería y la defensa aérea ucranianas. Deberíamos acordar rápidamente un sistema de apoyo coordinado de este tipo y apuntalar así nuestro compromiso con una Ucrania libre e independiente a largo plazo, como hicimos en el Consejo Europeo de junio, cuando dijimos unánimemente sí. Sí, Ucrania, la República de Moldavia, en principio también Georgia y, por supuesto, los seis Estados de los Balcanes occidentales pertenecen a la parte libre y democrática de Europa. Su adhesión a la UE nos interesa.
Podría justificar esto demográfica o económicamente o, en el espíritu de Milan Kundera, cultural, ética y moralmente. Todas estas razones son válidas. Pero lo que hoy está más claro que nunca es la dimensión geopolítica de esta decisión. La realpolitik en el siglo XXI no significa dejar de lado los valores y sacrificar a los socios en favor de compromisos perezosos.
La realpolitik debe implicar a los amigos y socios de valor, apoyándolos para ser más fuertes en la competencia global a través de la cooperación.
Por cierto, así entiendo yo la propuesta de Macron de una comunidad política europea. Por supuesto, tenemos el Consejo de Europa, la Osce, la OCDE, la Asociación Oriental, el Espacio Económico Europeo y la Otan. Todos ellos son foros importantes en los que los europeos también colaboramos estrechamente más allá de las fronteras de la UE. Sin embargo, lo que falta es un intercambio regular a nivel político, un foro en el que los jefes de Estado y de Gobierno de la UE y nuestros socios europeos discutan una o dos veces al año las cuestiones clave que afectan a nuestro continente en su conjunto: seguridad, energía, clima o conectividad.
Dicha unión (y esto es muy importante para mí) no es una alternativa a la próxima ampliación de la UE; porque tenemos nuestra palabra con nuestros candidatos a la adhesión (con los países de los Balcanes occidentales incluso desde hace casi 20 años) y a estas palabras deben finalmente seguirles ahora los hechos.
El apoyo de Scholz a la comunidad política europea propuesta por Macron es interesante por dos motivos. Por una parte, porque da un fuerte impulso a una propuesta que recibió fuertes críticas en su día. En segundo lugar, porque deja claro que el Gobierno alemán –al contrario, quizás, que la propia Francia de Macron– no ve dicha comunidad como una alternativa a la próxima ampliación de la UE, sino como un foro político que, complementando a las instituciones ya existentes, reúna a los líderes políticos de los distintos países europeos. Su primera reunión podría celebrarse, según el Elíseo, el próximo 6 de octubre.
En los últimos años muchos han reclamado, con razón, una Unión Europea más fuerte, más soberana y geopolítica, una Unión que conozca su lugar en la historia y la geografía del continente y que actúe con fuerza y unidad en el mundo. Las decisiones históricas de los últimos meses nos han acercado a este objetivo. Con una determinación y rapidez sin precedentes, hemos impuesto sanciones drásticas contra la Rusia de Putin. Sin las controversias del pasado, hemos acogido a millones de mujeres, hombres y niños de Ucrania que buscaban protección en nuestro país. La República Checa y otros estados de Europa central, en particular, han mostrado su amplio corazón y su gran solidaridad. Por ello, merecen mi máximo respeto.
También hemos dado nueva vida a la palabra solidaridad en otros ámbitos. Estamos colaborando más estrechamente en el suministro de energía. Hace sólo unas semanas, adoptamos los objetivos europeos de ahorro en el consumo de gas. Ambas cosas son esenciales de cara al próximo invierno y Alemania, en particular, está muy agradecida por esta solidaridad.
Todos ustedes saben lo decidida que está Alemania a reducir su dependencia del suministro energético ruso. Estamos construyendo capacidades alternativas para importar gas licuado o petróleo, y lo hacemos de forma solidaria teniendo en cuenta también las necesidades de países sin litoral como la República Checa. Así se lo prometí al primer ministro Fiala durante su visita a Berlín en mayo, y sin duda reafirmaremos esta solidaridad en nuestra reunión de hoy.
Porque crecerá sobre nosotros, los europeos, la presión para el cambio, incluso independientemente de la guerra de Rusia y sus consecuencias. En un mundo con 8.000 millones de personas (en el futuro probablemente 10.000 millones), cada uno de nuestros estados nacionales europeos es demasiado pequeño para hacer valer sus intereses y valores por sí solos. Por eso es aún más importante que creemos una Unión Europea que actúe al unísono.
Lo más importante son los socios fuertes, en primer lugar Estados Unidos. El hecho de que el presidente Biden, un transatlántico convencido, esté sentado hoy en la Casa Blanca es una suerte para todos nosotros. En los últimos meses hemos visto lo indispensable que es la asociación transatlántica. Hoy, la Otan está más unida que nunca y tomamos decisiones políticas en solidaridad transatlántica. Pero a pesar de todo lo que Biden ha hecho por nuestra asociación, también sabemos que la mirada de Washington se dirige cada vez más hacia la competencia con China y la región de Asia-Pacífico. Esto será igual de cierto para las futuras administraciones estadounidenses, quizás incluso más.
En un mundo multipolar, y éste es el mundo del siglo XXI, no basta con mantener las asociaciones existentes, por muy valiosas que sean. Invertiremos en nuevas asociaciones en Asia, África y América Latina. La diversificación política y económica, por cierto, también forma parte de la respuesta a la pregunta de cómo lidiar con la potencia mundial china y redimir la tríada de socio, competidor y rival.
La otra parte de esta respuesta es: debemos hacer valer el peso de una Europa unida con mucha más fuerza. Juntos tenemos la mejor oportunidad posible de ayudar a dar forma al siglo XXI en nuestro sentido europeo: como una Unión Europea de 27, 30 o 36 estados con más de 500 millones de ciudadanos libres e iguales, con el mayor mercado interior del mundo, con instituciones de investigación, innovaciones y empresas líderes, con democracias estables, con servicios sociales y una infraestructura pública sin parangón en todo el mundo. Ésa es la reivindicación que asocio a una Europa geopolítica.
La experiencia de los últimos meses demuestra que los bloqueos pueden superarse. Si es necesario, las normas europeas pueden cambiarse, incluso a toda prisa. Ni siquiera los tratados europeos son inamovibles. Si llegamos a la conclusión conjunta de que hay que adaptar los tratados para que Europa pueda avanzar, debemos hacerlo.
Pero las discusiones abstractas sobre esto no nos llevarán a ninguna parte. Lo importante es que veamos lo que hay que cambiar y luego decidamos concretamente cómo hacerlo. La forma sigue a la función: esta afirmación de la arquitectura moderna es un principio que urge incorporar a la política europea.
Para mí es obvio que Alemania tiene que hacer propuestas en este sentido y también avanzar en esta dirección. Es una de las razones por las que estoy aquí, en la capital de la Presidencia del Consejo de la UE, para presentarles a ustedes y a nuestros amigos de Europa algunas de mis ideas para el futuro de nuestra Unión. Se trata de ideas, de ofertas, de elementos de reflexión, no de soluciones alemanas prefabricadas.
Para mí, la responsabilidad de Alemania con respecto a Europa es que elaboremos soluciones junto con nuestros vecinos y luego decidamos juntos.
No quiero una UE de clubes o direcciones exclusivas, sino una UE de miembros iguales.
Me gustaría añadir explícitamente que el hecho de que la UE siga creciendo hacia el este es una ganancia para todos nosotros. Alemania, como país situado en el centro del continente, hará todo lo posible por unir el este y el oeste, el norte y el sur de Europa.
Con este espíritu, les pido que comprendan las cuatro consideraciones siguientes.
Ésta es la parte más importante del discurso de Scholz: al contrario que los ejecutivos de Angela Merkel, que siempre se mostraron muy reacios a avanzar en la integración europea, el canciller se muestra abierto a reformar los tratados; que, en sus propias palabras, no son "inamovibles". Su propuesta de reforma, añade el canciller, se fundamenta sobre cuatro pilares: ampliación, soberanía, solidaridad y valores.
En primer lugar, apoyo la ampliación de la Unión Europea para incluir a los países de los Balcanes occidentales, Ucrania, Moldavia y, a largo plazo, Georgia.
Pero una Unión Europea con 30 o 36 estados tendrá un aspecto diferente al de nuestra Unión actual. Eso es obvio. Se podría decir que el centro de Europa se está desplazando hacia el este, siguiendo al historiador Karl Schlögel. En esta Unión ampliada, las diferencias entre los estados miembros aumentarán en términos de intereses políticos, poder económico o sistemas sociales. Ucrania no es Luxemburgo, y Portugal ve los retos del mundo de forma diferente a Macedonia del Norte.
En primer lugar, corresponde a los países candidatos cumplir los criterios de adhesión. Les apoyaremos lo mejor que podamos. Pero también tenemos que hacer que la propia UE esté preparada para esta gran ampliación. Esto llevará tiempo, y por eso debemos empezar ahora. En anteriores rondas de ampliación las reformas en los países candidatos también han ido de la mano de las reformas institucionales dentro de la Unión Europea. Esta vez será igual.
No podemos evitar este debate, al menos si nos tomamos en serio la perspectiva de la adhesión. Y debemos ser serios con nuestras promesas de adhesión. Porque ésa es la única manera de lograr la estabilidad en nuestro continente. Así que hablemos de reformas.
En el Consejo de la UE, a nivel ministerial, es necesario actuar con rapidez y pragmatismo. Esto también debe garantizarse en el futuro. Sin embargo, donde hoy se requiere la unanimidad, con cada Estado miembro adicional crece el riesgo de que un solo país impida con su veto que todos los demás avancen. Quien crea lo contrario está negando la realidad europea.
Por ello, he propuesto un cambio gradual hacia decisiones mayoritarias en la política exterior común, pero también en otros ámbitos como la política fiscal, sabiendo perfectamente que esto también tendría repercusiones para Alemania. Debemos tenerlo claro: la adhesión al principio de unanimidad sólo funciona mientras la presión para actuar sea baja. Sin embargo, a más tardar, en vista del giro de los tiempos, esto ya no es así.
Además, la alternativa a las decisiones mayoritarias no sería atenerse al statu quo, sino avanzar en grupos cada vez más diversos, en una jungla de normas diferentes y en optativas difíciles de gestionar. Eso no sería una integración diferenciada, sino una proliferación confusa y una invitación a todos los que quieren apostar contra una Europa geopolítica unida y enfrentarnos unos a otros. ¡Eso no es lo que quiero!
Sus comentarios sobre la política exterior europea son, por razones evidentes, los que más han llamado la atención. En su discurso, el canciller pide una Unión Europea más ágil y ambiciosa –una que pueda responder, con mayor celeridad, a una realidad geopolítica cada vez más compleja. Esta 'realpolitik del Siglo XXI' se fundamentaría sobre dos pilares. Por una parte, completar la ampliación de la UE en los Balcanes; por otra, agilizar su proceso de reforma de decisiones. "Las reformas en los países candidatos, añade Scholz, deberán ir de la mano de "reformas institucionales dentro de la Unión Europea".
La propuesta estrella de Scholz es eliminar la regla de la unanimidad en la política exterior europea en favor de un sistema de mayorías cualificadas; la alternativa, apunta, es un caos jurídico, "una invitación a todos los que quieren apostar contra una Europa geopolítica unida y enfrentarnos unos a otros". El propio canciller reconoce que dicha transición será compleja. Su plan, sin embargo, es que se produzca de manera gradual: la UE empezaría por la unanimidad en las políticas de sanciones y en el ámbito de los derechos humanos, dos campos en los cuales la UE se ha mostrado especialmente vulnerable a lo que Orenstein y Kelemen han denominado "caballos de Troya".
Y sin embargo, cualquier modificación que vaya más allá de estos ámbitos contará con un enorme obstáculo jurídico. El artículo 48 del Tratado de la UE (TUE), que regula el proceso de revisión de los tratados, deja claro que cualquier modificación que tenga "repercusiones militares" deberá aprobarse mediante el proceso legislativo ordinario; es decir, por unanimidad. Es imposible pensar que, a día de hoy, gobiernos como el húngaro vayan a apoyar dicha reforma.
En ocasiones se ha criticado mi defensa de las decisiones por mayoría, y puedo entender perfectamente las preocupaciones de los estados miembros más pequeños en particular. También en el futuro, cada país debe hacer oír sus preocupaciones; cualquier otra cosa sería una traición a la idea europea. Y como me tomo estas preocupaciones muy en serio, digo: ¡Busquemos juntos compromisos! Por ejemplo, podría imaginar que se empezara por decisiones mayoritarias en aquellos ámbitos en los que es especialmente importante que hablemos con una sola voz: en la política de sanciones, por ejemplo, o en cuestiones de derechos humanos. También pido el valor de abstenerse constructivamente. En este sentido, considero que es un deber de nosotros, los alemanes, y de todos los demás que están convencidos de las decisiones de la mayoría. Si el mayor número posible sigue esta idea, nos acercaremos mucho más a una Europa geopolítica capaz de hacer política global.
La abstención constructiva es un concepto recogido por el artículo 31 del TUE. Cualquier Estado miembro podrá, en una votación del Consejo, "acompañar su abstención de una declaración formal efectuada de conformidad con el presente párrafo", en cuyo caso "no estará obligado a aplicar la decisión, pero admitirá que ésta sea vinculante para la Unión". La utilidad de dicho concepto es evidente: en situaciones en las que uno o más países amenacen con vetar una decisión del Consejo, el artículo 31 del TUE permite a los Veintisiete sortear dicho veto prometiendo, a cambio, que la decisión en cuestión no será aplicable a dichos países.
Y sin embargo, pese a que su aplicación es defendible en algunas situaciones –por ejemplo, a la hora de facilitar la aprobación de decisiones técnicas que, por razones concretas, supongan un problema para ciertos países–, es más difícil imaginar su aplicación en casos con mayor relevancia política. ¿Es imaginable, por ejemplo, que un país decida no aplicar un paquete de sanciones en tiempos de guerra, una decisión que proteja los derechos humanos, una medida que defienda el Estado de derecho en Europa? ¿Es un mecanismo que fortalezca al Consejo, permitiéndole tomar decisiones más ágiles? ¿O es, por el contrario, uno que incite a ciertos países a convertirse en caballos de Troya de potencias extranjeras como China o Rusia?
Todas estas son preguntas que habrá de tomarse en serio cualquier reforma de los tratados.
El Parlamento Europeo tampoco podrá evitar las reformas. Los Tratados prevén un número máximo de 751 diputados por una buena razón. Pero superaremos este número si se incorporan nuevos países, al menos si nos limitamos a ampliar el Parlamento con los escaños que les corresponderían a los nuevos estados miembros según las normas actuales. Por lo tanto, si no queremos inflar el Parlamento Europeo, necesitamos un nuevo equilibrio en cuanto a su composición, respetando también el principio democrático según el cual cada voto electoral debe tener aproximadamente el mismo peso.
Por último, en la Comisión Europea también está en juego el justo equilibrio entre representación y funcionalidad. Una Comisión con 30 o 36 comisarios llega al límite de su capacidad de trabajo. Si, además, mantenemos que cada comisario es responsable de un ámbito político distinto, esto conduce (recordando a otro gran hijo de esta ciudad) a condiciones kafkianas.
Al mismo tiempo, sé lo importante que es para todos los estados miembros estar representados por su comisario en Bruselas. Eso también es importante, porque se nota: en Bruselas, todos se sientan a la mesa; todos deciden juntos. Por eso no quiero cambiar el principio de un comisario por país. Pero, ¿qué hay de malo en que dos comisarios sean responsables conjuntamente de una Dirección General? Esto no sólo funciona a diario en los órganos de decisión de las empresas de todo el mundo; estas soluciones también existen en los gobiernos de algunos estados miembros, tanto en la representación externa como en el reparto interno de responsabilidades.
Así que busquemos esos compromisos ¡para una Europa que funcione!
La segunda reflexión que me gustaría compartir con ustedes está relacionada con un término del que hemos hablado a menudo en los últimos años: la soberanía europea.
El segundo pilar del discurso de Scholz, la soberanía europea, es un concepto amplio, que abarca tanto la soberanía económica y comercial como la militar y estratégica.
Por una parte, el canciller habla de una Europa que, sin ser autárquica, sea independiente económicamente. Ello se logrará, siempre según el canciller, mediante lo que denomina la estrategia Made in Europe 2030, una "agenda comercial ambiciosa" que incluya "acuerdos de libre comercio sostenibles", la explotación de materias primas disponibles en Europa (como el litio, el cobalto, el magnesio o el litio) o la inversión en tecnologías clave para las cadenas de producción europeas, como los chips o los semiconductores.
En segundo lugar, el canciller subraya la importancia de una Unión digitalizada, que fomente la movilidad sostenible y "un espacio de datos de movilidad europea uniforme y transfronterizo", y que invierta en sector espacial "fuerte y competitivo". Todo ello, añade el canciller, promoverá el crecimiento económico de la Unión, permitiéndole competir con China y Estados Unidos.
Para mí, no se trata de semántica. En esencia, la soberanía europea significa que seamos más independientes en todos los ámbitos, que asumamos más responsabilidad por nuestra propia seguridad, que cooperemos aún más estrechamente y nos mantengamos unidos para hacer valer nuestros valores e intereses en todo el mundo.
No es sólo el ataque de Rusia al orden de paz europeo lo que nos obliga a hacerlo. Ya he mencionado las dependencias en las que nos hemos colocado. Las importaciones rusas de energía son un ejemplo especialmente llamativo de ello, pero en absoluto el único. Por ejemplo, los cuellos de botella en el suministro de semiconductores... ¡hay que acabar cuanto antes con esas dependencias unilaterales!
Europa debe su prosperidad al comercio. No debemos dejar este campo a otros. Por eso también necesitamos más acuerdos de libre comercio sostenibles y una agenda comercial ambiciosa.
Cuando se habla del suministro de materias primas o de tierras raras, se piensa principalmente en los países de origen alejados de Europa. Pero hay algo que a menudo se pasa por alto: una gran parte del litio, el cobalto, el magnesio o el níquel de los que dependen nuestras empresas con tanta urgencia se encuentra desde hace tiempo en Europa. Cada teléfono móvil y cada batería de coche contienen valiosas materias primas. Así que cuando hablamos de soberanía económica también deberíamos hacerlo de aprovechar mucho más este potencial. Las tecnologías para ello ya existen hoy. Lo que necesitamos son normas comunes para la entrada en una verdadera economía circular europea; yo lo llamo una actualización estratégica de nuestro mercado interior.
La independencia económica no significa autarquía. Ése no puede ser el objetivo de Europa, que siempre se ha beneficiado y sigue haciéndolo de la apertura de los mercados y del comercio. Pero también necesitamos un plan de juego, algo así como una estrategia Made in Europe 2030.
Para mí, esto significa que donde Europa se queda atrás en comparación con Silicon Valley, Shenzhen, Singapur o Tokio, queremos luchar para volver a la cima.
Respecto a los chips y semiconductores, tan importantes para nuestra industria, ya hemos avanzado gracias a un verdadero esfuerzo europeo. Hace poco, por ejemplo, Intel anunció inversiones multimillonarias en Francia, Polonia, Alemania, Irlanda, Italia y España, un paso de gigante hacia una nueva generación de microchips made in Europe. Y esto es sólo el principio: con empresas como Infineon, Bosch, NXP o GlobalFoundries estamos trabajando en proyectos que harán de Europa un líder tecnológico mundial.
Porque nuestra ambición no se limitará a producir sólo cosas en Europa que también pueden producirse en otros lugares. Quiero una Europa que sea pionera en importantes tecnologías clave.
Piensen en la movilidad del futuro. Los datos desempeñarán aquí un papel decisivo: en la conducción autónoma, en la conexión en red de diferentes medios de transporte o en el control inteligente de los flujos de tráfico. Por eso necesitamos lo antes posible un espacio de datos de movilidad europeo uniforme y transfronterizo. Hemos empezado en Alemania con el Espacio de Datos de Movilidad. ¡Unámoslo con toda Europa! Está abierto a todos los que quieran marcar la diferencia. De este modo, podemos convertirnos en pioneros mundiales.
Cuando hablamos de digitalización, tenemos que pensar a lo grande y también incluir el espacio, porque la soberanía en la era digital depende de las capacidades en el espacio. El acceso independiente a él, a los satélites modernos y a las mega-constelaciones no sólo es crucial para nuestra seguridad, sino también para la protección del medio ambiente, la agricultura y, por último, pero no menos importante, para la digitalización, palabra clave: Internet de banda ancha en toda Europa.
Los agentes comerciales y las empresas de nueva creación desempeñan un papel cada vez más importante en este sentido; lo estamos viendo en Estados Unidos. Por lo tanto, para que el sector espacial europeo sea fuerte y competitivo debemos promover también estas empresas innovadoras, además de los actores establecidos. Sólo así tenemos la posibilidad de que la próxima empresa como SpaceX venga de Europa.
Por último, pero no por ello menos importante, nuestro gran objetivo de lograr la neutralidad climática como Unión Europea para 2050 también encierra una enorme oportunidad: la de ser los primeros en este campo, que es crucial para el futuro de la humanidad. Y podemos hacerlo desarrollando y sacando al mercado aquí, en Europa, las tecnologías que se necesitarán y utilizarán en todo el mundo.
En el ámbito de la electricidad, pienso en el desarrollo de la red y la infraestructura de almacenamiento para un verdadero mercado interior de la energía que abastezca a Europa con energía hidroeléctrica del norte, eólica de las costas y solar del sur, de forma fiable, tanto en verano como en invierno.
Pienso en una red europea de hidrógeno que conecte a productores y consumidores y desencadene un boom europeo de la electrólisis. Porque sólo con el hidrógeno la industria será neutra desde el punto de vista climático.
Pienso en una red de estaciones de recarga eléctrica lo más cerca posible de cada uno de nuestros países, para los coches eléctricos, pero también para los camiones.
Y me refiero a las inversiones en nuevos combustibles climáticamente neutros para el transporte aéreo y en las infraestructuras necesarias, por ejemplo en los aeropuertos, para que el objetivo de una aviación climáticamente neutra no se quede en un sueño, sino que se haga realidad, empezando por Europa.
Esta transformación ecológica y digital de nuestra economía requerirá una considerable inversión privada. La base para ello es un mercado de capitales de la UE fuerte y líquido y un sistema financiero estable. La Unión de los Mercados de Capitales y la Unión Bancaria son, por tanto, fundamentales para nuestra futura prosperidad.
Señoras y señores, todos estos son pasos hacia la soberanía europea.
Permítanme destacar un punto más, porque desempeña un papel decisivo en el tema de la soberanía y en vista de la guerra en Europa del este: necesitamos una mejor interacción de nuestros esfuerzos de defensa en Europa.
Sus propuestas para una Europa más soberana en lo militar son especialmente ambiciosas. El canciller, que plantea un "aumento coordinado de las capacidades [militares] europeas", no contrapone dicha coordinación a la participación europea en la Otan; mantiene, por el contrario, que "cada mejora, cada unificación de las estructuras de defensa europeas en el marco de la UE refuerza a la Otan". A su vez, añade que la UE debe aprender de los errores del pasado; entre ellos, la desastrosa retirada de Afganistán. Entre sus propuestas se encuentran una mayor coordinación estatal en la compra armamentística (no tiene sentido, plantea Scholz, que los estados miembros utilicen sus presupuestos militares para pisarse los pies los unos a los otros), una mayor coordinación dentro del propio sector privado, un Consejo de Ministros de Defensa (una formación inexistente a día de hoy) o un "cuartel general de la UE".
En comparación con EE.UU., la UE cuenta con muchos más sistemas de armas diferentes. Esto es ineficiente, porque nuestros soldados tienen que entrenar en todos ellos, y el mantenimiento y la reparación son más caros y complejos.
A la anterior reducción descoordinada de los ejércitos y presupuestos de defensa europeos debería seguirle ahora un aumento coordinado de las capacidades. Además de la producción y las adquisiciones conjuntas, esto requiere que nuestras empresas cooperen mucho más estrechamente en proyectos armamentísticos. Esto hace indispensable una coordinación mucho más estrecha a nivel europeo. Por lo tanto, ya es hora de que no sólo los ministros de Agricultura y Medio Ambiente se reúnan de forma independiente en Bruselas. En estos tiempos, necesitamos un Consejo de Ministros de Defensa específico.
Para mejorar la cooperación de nuestras fuerzas armadas de forma muy práctica, ya tenemos algunos instrumentos a mano. Además de la Agencia Europea de Defensa y del Fondo de Defensa, pienso sobre todo en una cooperación del tipo que ya se practica en la organización para la gestión de proyectos conjuntos de armamento. Al igual que empezamos con las fronteras libres en el espacio Schengen con siete estados, esta organización puede convertirse en el núcleo de una Europa de defensa y armamento común.
Para lograrlo, tendremos que revisar todas nuestras reservas y normativas nacionales; por ejemplo, en lo que respecta a la utilización y exportación de sistemas producidos conjuntamente. Pero esto debe ser posible en interés de nuestra seguridad y nuestra soberanía, que también depende de las capacidades armamentísticas europeas.
La Otan sigue siendo el garante de nuestra seguridad. Pero también es cierto que cada mejora, cada unificación de las estructuras de defensa europeas en el marco de la UE refuerza a la Alianza.
Deberíamos aprender las lecciones de lo que ocurrió en Afganistán el verano pasado. En el futuro, la UE debe ser capaz de reaccionar con rapidez y eficacia. Por ello, junto con otros socios de la UE, Alemania se encargará de que la fuerza de reacción rápida prevista por la UE sea operativa en 2025 y aportará entonces también su núcleo. Esto requiere una estructura de mando clara. Por tanto, debemos dotar al centro de mando permanente de la UE y, a medio plazo, a un auténtico cuartel general de la UE de todo lo necesario para ello en términos de financiación, personal y tecnología. Alemania se enfrentará a esta responsabilidad cuando dirija la fuerza de reacción rápida en 2025.
Por último, debemos hacer más ágiles nuestros procesos de decisión política, especialmente en tiempos de crisis. Para mí, esto significa aprovechar al máximo el margen de maniobra existente en los tratados de la UE. Sí, también significa aprovechar mucho más la posibilidad de confiar misiones a un grupo de estados miembros que esté dispuesto a hacerlo; una coalición de los decididos, por así decirlo. Eso es la división del trabajo en la UE en el mejor sentido.
Ya se ha decidido que Alemania apoyará a Lituania con una brigada de despliegue rápido y la Otan con más fuerzas en alto estado de preparación. Apoyamos a Eslovaquia en la defensa aérea, entre otras cosas. Estamos compensando a la República Checa y a otros países por la transferencia de tanques soviéticos a Ucrania con tanques de fabricación alemana. Al mismo tiempo, hemos acordado que nuestras Fuerzas Armadas cooperarán mucho más estrechamente. Los 100.000 millones de euros con los que en Alemania modernizaremos el Bundeswehr en los próximos años reforzarán también la seguridad europea y transatlántica.
Tenemos mucho que hacer en Europa en materia de defensa contra las amenazas aéreas y espaciales. Por eso, en Alemania vamos a invertir de forma muy importante en nuestra defensa aérea en los próximos años. Todas estas capacidades podrán desplegarse en el marco de la Otan. Al mismo tiempo, Alemania diseñará esta futura defensa aérea desde el principio de forma que nuestros vecinos europeos también puedan participar si así lo desean; por ejemplo Polonia, los países bálticos, los holandeses, los checos, los eslovacos o nuestros socios escandinavos. Un sistema de defensa aérea desarrollado conjuntamente en Europa no sólo sería más barato y eficiente que la construcción de nuestras propias defensas aéreas, costosas y muy complejas, sino que supondría una ganancia de seguridad para toda Europa y un excelente ejemplo de lo que queremos decir cuando hablamos de reforzar el pilar europeo de la Otan.
El tercer gran mandato de acción que veo para Europa se deriva también del cambio de época, y va al mismo tiempo mucho más allá. La Rusia de Putin se define en oposición a la Unión Europea para el futuro inmediato. Putin explotará cada desacuerdo entre nosotros, cada debilidad. Otros autócratas lo están imitando. Sólo hay que pensar en cómo el dictador bielorruso Lukashenko intentó presionarnos políticamente el año pasado con el sufrimiento de miles de refugiados y migrantes de Oriente Medio. China y otros también se aprovechan de los flancos abiertos que ofrecemos los europeos cuando no estamos de acuerdo.
Lo que se desprende de esto para Europa quizá pueda resumirse así: debemos cerrar filas, superar viejos conflictos y encontrar nuevas soluciones. Esto parece una obviedad, pero detrás hay mucho trabajo. Tomemos los dos campos que probablemente han causado las mayores tensiones entre los estados miembros en los últimos años, las políticas migratoria y financiera.
El tercer pilar de la Europa de Scholz es la solidaridad. En primer lugar, pide una reforma migratoria. La activación de la Directiva de Protección Temporal a raíz de la invasión de Ucrania muestra, según Scholz, que es posible tomar medidas drásticas en este campo. Este espíritu debe usarse para alcanzar un pacto migratorio que "fomente" la migración legal, "reduzca" la irregular y fortalezca los sistemas sociales de los estados miembros. A su vez, Scholz defiende la importancia de Schengen –"uno de los mayores logros de la Unión Europea"– y llama a dos cosas: a su ampliación mediante la incorporación de Croacia, Bulgaria y Rumanía; y a que sus estados miembros respeten sus normas fundamentales; una referencia, quizás, a los repetidos incumplimientos de la libertad de circulación por parte de los integrantes del Grupo de Visegrado.
La necesidad de una reforma en este campo es apabullante: desde hace años, la política migratoria es una de las grandes manchas negras de la Unión Europea. Su dificultad, sin embargo, es evidente: toda modificación de los tratados requerirá la unanimidad del Consejo en un campo especialmente sensible para los gobiernos nacionales. No está claro, por ello, que dicha reforma pueda salir adelante: incluso si contara con el apoyo de la mayoría de los estados miembros, e incluso si dicha mayoría consiguiese convencer a Chequia, Eslovaquia y Polonia, Bruselas debería sobreponerse al más que previsible veto húngaro.
Si se plantea este debate habrá que estar atento, por lo tanto, a dos cosas: a las posturas iniciales de las distintas capitales –una reforma que uniese a todos contra Hungría resultaría difícil de vetar por parte de Budapest– y a las posibles concesiones políticas que se aceptaran en caso de mantenerse el veto húngaro.
Hemos demostrado que podemos avanzar en la política migratoria tras el ataque ruso a Ucrania. Por primera vez, la UE ha activado la Directiva de Protección Temporal. Detrás de este término tan poco manejable se esconde un trozo de normalidad lejos de casa para millones de ucranianos, un permiso de residencia rápido y seguro, la oportunidad de trabajar, asistir a la escuela o a la universidad como ésta de aquí.
La gente seguirá viniendo a Europa, ya sea para buscar protección contra la guerra y la persecución o en busca de trabajo y una vida mejor. Europa sigue siendo un lugar de añoranza para millones de personas en todo el mundo. Por un lado, es una gran prueba del atractivo de nuestro continente; por otro, es al mismo tiempo una realidad con la que los europeos tenemos que lidiar. Esto significa dar forma a la migración con previsión en lugar de reaccionar siempre ad hoc a las crisis. También significa reducir la migración irregular y, al mismo tiempo, permitir la migración legal, porque necesitamos la inmigración. En la actualidad sufrimos una escasez de trabajadores cualificados en nuestros aeropuertos, en nuestros hospitales y en muchas empresas.
Algunos puntos me parecen fundamentales.
Primero, necesitamos más asociaciones vinculantes con los países de origen y de tránsito, en igualdad de condiciones. Si ofrecemos a los trabajadores más vías legales de acceso a Europa, debe aumentar a su vez la disposición de los países de origen a permitir el regreso de sus propios ciudadanos sin derecho de residencia.
En segundo lugar, una política migratoria que funcione incluye una gestión de las fronteras exteriores que sea eficaz y cumpla nuestras normas del Estado de derecho. El espacio Schengen, los viajes, la vida y el trabajo sin fronteras se sostienen y caen con esta protección. Schengen es uno de los mayores logros de la Unión Europea, y debemos protegerlo y ampliarlo. Esto incluye también el cierre de las brechas existentes. Croacia, Rumanía y Bulgaria cumplen todos los requisitos técnicos para ser miembros de pleno derecho. Trabajaré para que se conviertan en tales.
En tercer lugar, Europa necesita un sistema de asilo solidario y a prueba de crisis. Es nuestro deber ofrecer un hogar seguro a las personas que necesitan protección. Bajo la Presidencia francesa, hemos acordado un enfoque gradual en los últimos meses. Ahora el Parlamento Europeo también debería involucrarse. La Presidencia checa puede contar con nuestro pleno apoyo en las negociaciones con el Parlamento.
Por último, deberíamos dar a los que residen legalmente en la UE como beneficiarios de protección la oportunidad de empezar a trabajar en otro Estado miembro antes, con el fin de utilizar sus habilidades donde se necesitan. Porque no somos ingenuos, debemos al mismo tiempo prevenir los abusos; por ejemplo, cuando no hay voluntad de trabajar. Si podemos gestionar esto, la libertad de circulación no conducirá a una sobrecarga de los sistemas sociales. Así aseguraremos la aceptación de esta gran libertad europea a largo plazo.
Una vez más, la reforma de las reglas fiscales europeas no será sencilla. Para empezar, porque las cuestiones que se tendrán que tratar son complejas: decidir hasta qué punto flexibilizar las reglas deficitarias, si convertir los fondos de recuperación en fondos permanentes o si crear nuevos instrumentos cuasi-federales requiere plantearse cuestiones más fundamentales sobre lo que debe ser la Unión Europea. En segundo lugar, por las contradicciones internas en el propio Gobierno alemán: los liberales, que gobiernan el Ministerio de Finanzas, siguen anclados en la ortodoxia económica de 2010, una ortodoxia de la que SPD y Verdes tratan de alejarse. Por último, por las divisiones en el seno del Consejo, en el que chocan las posturas de los países del sur con aquellas de los denominados frugales. Como explica Jeremy Cliffe, la nueva alianza socialdemócrata entre Berlín y Madrid podría tender puentes entre ambos bloques.
Señorías, el ámbito que más nos ha dividido a los europeos en los últimos años, aparte de la migración, ha sido el de la política fiscal. Sin embargo, el histórico programa de recuperación adoptado en la crisis del coronavirus marca un punto de inflexión. Por primera vez, hemos dado juntos una respuesta europea, apoyando los programas nacionales de inversión y reforma con fondos de la UE. Acordamos invertir juntos para fortalecer nuestras economías. Esto, por cierto, también nos ayuda en la crisis actual.
La ideología ha dado paso al pragmatismo. Deberíamos guiarnos por esto a la hora de desarrollar nuestras normas comunes más allá de la crisis de la pandemia. Una cosa está clara: una zona monetaria común necesita normas comunes que puedan ser observadas y comprobadas. Esto crea confianza y permite la solidaridad en tiempos de necesidad.
Ahora, las crisis de los últimos años han hecho que los niveles de deuda aumenten en todos los estados miembros. Por eso necesitamos un acuerdo sobre cómo reducir estos altos niveles de endeudamiento. Este acuerdo debe ser vinculante, permitir el crecimiento y ser políticamente comunicable. Al mismo tiempo, debe permitir a todos los estados de la UE dominar la transformación de nuestras economías mediante la inversión.
A principios de mes, nosotros, como Gobierno alemán, presentamos nuestras ideas sobre el desarrollo de las normas de la deuda europea. Siguen esta lógica. Queremos hablar de esto abiertamente con todos nuestros socios europeos, sin prejuicios, sin dar lecciones, sin repartir culpas. Queremos debatir juntos cómo puede ser un conjunto de normas sostenibles tras el cambio de milenio. Se trata de algo muy fundamental. Se trata de dar a los ciudadanos la certeza de que nuestra moneda es segura e irreversible, de que pueden confiar en su Estado y en la Unión Europea incluso en tiempos de crisis.
Uno de los mejores ejemplos de cómo lo hemos conseguido en los últimos años es el programa europeo Sure. Durante la crisis de la Covid-19, lo introdujimos para cubrir el trabajo de corta duración. Más de 30 millones de ciudadanos de toda la UE se han beneficiado de ella, al menos uno de cada siete trabajadores que, de otro modo, se habrían quedado en la calle. Además, este incentivo a nivel europeo nos ha permitido introducir el exitoso modelo de jornada reducida prácticamente en toda Europa. El resultado es un mercado laboral más sólido y empresas más sanas en toda Europa. Así es como imagino soluciones pragmáticas, también en el futuro.
Para la política europea, invertir la tendencia debe significar construir puentes en lugar de abrir divisiones. Los ciudadanos esperan una UE que cumpla. El resultado de la Conferencia del Futuro lo demuestra claramente. Los ciudadanos esperan cosas muy tangibles de la UE; por ejemplo, más rapidez en la protección del clima, alimentos sanos, cadenas de suministro sostenibles o mayor protección de los trabajadores. En resumen, esperan la "solidaridad de acción" que ya se mencionaba en la Declaración de Schuman de 1950. Nos corresponde restablecerla constantemente y adaptarla a los retos de la época.
En las décadas fundacionales de la Europa unida, esto significaba sobre todo hacer imposible la guerra entre los miembros mediante una interconexión económica cada vez más estrecha. El hecho de haberlo conseguido sigue siendo el mérito histórico de nuestra Unión. Sin embargo, el proyecto de paz se ha convertido también en uno de libertad y justicia. Esto, a su vez, se lo debemos sobre todo a los países que se unieron más tarde a nuestra comunidad más tarde: a los españoles, griegos y portugueses que, tras décadas de dictadura, se volcaron en una Europa de libertad y democracia, y luego a los ciudadanos de Europa central y oriental que superaron la Guerra Fría con su lucha por la libertad, los derechos humanos y la justicia. Entre ellos había muchos estudiantes valientes de esta universidad que, en una oscura noche de noviembre de 1989, gritaron tan fuerte por la libertad que se convirtió en una revolución. Esta Revolución de Terciopelo fue un golpe de suerte para Europa.
La paz y la libertad, la democracia y el Estado de derecho, los derechos humanos y la dignidad humana, estos valores de la Unión Europea son nuestro patrimonio común. Especialmente ahora, en vista de la renovada amenaza a la libertad, el pluralismo y la democracia que estamos experimentando en el este de nuestro continente, sentimos esta conexión con especial fuerza.
"Los estados se sostienen por los ideales de los que nacen". Esta frase la pronunció uno de los profesores más famosos de esta Universidad, Tomáš Masaryk, que posteriormente fue presidente de Checoslovaquia. Esta frase se aplica a los estados, pero también a la comunidad de valores que es la UE. Dado que los valores son constitutivos de su existencia continuada, también nos afecta a todos cuando son violados, fuera de Europa y aún más dentro de nosotros mismos. Este es el cuarto pensamiento que me gustaría compartir con ustedes hoy.
Por eso nos preocupa cuando se habla de democracia antiliberal en el centro de Europa, como si eso no fuera un contrasentido. Por eso no podemos aceptar que se violen los principios del Estado de derecho y se desmantele el control democrático. Seamos también claros: debe haber tolerancia cero con el racismo y el antisemitismo en Europa. Por eso apoyamos a la Comisión en su compromiso con el Estado de derecho. El Parlamento Europeo también está siguiendo el tema con gran atención. Estoy muy agradecido por ello.
Para frenar la deriva autoritaria europea, el canciller propone tres medidas. La primera, una reforma del artículo 7 del TUE que evite "las posibilidades de bloqueo" de dicho mecanismo. La segunda, "vincular sistemáticamente" los pagos de fondos europeos "al cumplimiento de las normas del Estado de derecho". Por último, "una nueva vía" que permita a la Comisión iniciar procedimientos de infracción por violaciones de los valores contenidos en el artículo 2 del TUE.
Si bien dos de las propuestas de Scholz –otorgar a la Comisión mayores competencias para iniciar procedimientos de infracción e incrementar el uso de mecanismos de condicionalidad– son relativamente sencillas de implementar, su discurso deja algunas preguntas abiertas.
En primer lugar, el canciller no detalla cómo pretende desbloquear el famoso artículo 7. Al fin y al cabo, si dicho mecanismo sancionador requiere la unanimidad del Consejo, y si la alianza Varsovia-Budapest lleva un lustro impidiendo su utilización, cualquier negociación que busque romper dicho binomio será de naturaleza puramente política y requerirá, por lo tanto, concesiones políticas a Polonia de parte de la UE. Por lo tanto, más allá de comprometerse a negociar con Polonia, no parece que el canciller pueda prometer grandes reformas en el funcionamiento de este mecanismo.
En segundo lugar, existe un riesgo evidente de que la UE no aprenda de sus propios errores. En su discurso, Scholz lamenta que tantos asuntos relacionados con el Estado de derecho acaben en los tribunales, y pide "un diálogo abierto a nivel político sobre los déficits que existen en todos los países". Sus declaraciones, sin embargo, obvian que es precisamente la disponibilidad de instrumentos jurídicos –procedimientos de infracción, mecanismos de condicionalidad o cuestiones prejudiciales– la que ha permitido a Bruselas defender el Estado de derecho. Esto ha ocurrido a pesar de (no gracias a) la insistencia de la Comisión en crear nuevos instrumentos políticos, redactar informes de escaso valor práctico y 'dialogar' con unos regímenes que, desde el principio, se negaron a hacerlo con las instituciones europeas.
Olaf Scholz deberá, por lo tanto, evitar caer en las trampas y las contradicciones internas de su predecesora. Una Unión Europea que desee deshacer este nudo gordiano deberá usar la totalidad de su arsenal jurídico, político y económico, no insistir en una serie de mecanismos políticos que, desde hace años, no han hecho más que mostrar su inutilidad.
No debemos rehuir el uso de todas las oportunidades disponibles para remediar los déficits. Las encuestas muestran que en todas partes (por cierto, incluso en Hungría y Polonia) una gran mayoría de ciudadanos desearía incluso un mayor compromiso de la UE con la libertad y la democracia en sus países. Una de estas posibilidades es el procedimiento del Estado de derecho en virtud del artículo 7. También en este caso debemos alejarnos de las posibilidades de bloqueo. Asimismo, me parece sensato vincular sistemáticamente los pagos al cumplimiento de las normas del Estado de derecho, como hicimos con el marco financiero de 2021 a 2027 y el fondo de reconstrucción en la crisis del coronavirus, y deberíamos abrir una nueva vía para que la Comisión inicie procedimientos de infracción aunque se viole lo que nos mantiene unidos en el fondo, nuestros valores fundamentales, que todos hemos consagrado en el Tratado de la UE: La dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de derecho y el respeto a los derechos humanos.
Al mismo tiempo, me gustaría que no tuviéramos que luchar por el Estado de derecho en los tribunales, porque además de todos los procedimientos y sanciones, lo que necesitamos sobre todo es un diálogo abierto a nivel político sobre los déficits, que existen en todos los países. El informe de la Comisión sobre el Estado de derecho, con sus recomendaciones específicas para cada país, constituye una buena base para ello. Seguiremos de cerca la aplicación de estas recomendaciones políticamente y haremos nuestros propios deberes; porque el Estado de derecho es un valor fundamental que debe unirnos. Especialmente en estos tiempos, en los que la autocracia está desafiando a nuestras democracias, esto es más importante que nunca.
Señoras y señores, ya he mencionado a los valientes estudiantes de esta Universidad que pusieron en marcha la Revolución de Terciopelo en la noche del 17 de noviembre de 1989. En el campus universitario de la calle Albertov, donde comenzó su protesta, una pequeña placa de bronce los recuerda hoy. Hay dos frases en ella, y espero pronunciarlas razonablemente bien: Kdy - když ne teď? Kdo - když ne my? (en alemán: ¿Cuándo, si no ahora?). Aquí, desde Praga, quiero gritar hoy estas dos frases a todos los europeos, a los que ya viven en nuestra Unión y a los que ojalá se unan pronto a nosotros. Quiero gritarlas a los líderes políticos, a mis colegas con los que luchamos cada día en Bruselas, Estrasburgo o en nuestras capitales para encontrar soluciones. Se trata de nuestro futuro, que se llama Europa. Esta Europa se enfrenta hoy a un reto como nunca antes.
¿Cuándo, si no es ahora, cuando Rusia trata de superar la frontera entre la libertad y la autocracia, sentamos las bases de una Unión ampliada de libertad, seguridad y democracia? ¿Cuándo, si no ahora, creamos una Europa soberana que pueda mantenerse en un mundo multipolar? ¿Cuándo, si no ahora, superamos las diferencias que nos han paralizado y dividido durante años? ¿Quién, si no nosotros, podría proteger y defender los valores de Europa, tanto interna como externamente?
Europa es nuestro futuro, y ese futuro está en nuestras manos. Gracias.