Dos meses después de la dimisión de Boris Johnson, Downing Street tiene nuevo inquilino. En la mañana del lunes, Liz Truss fue elegida nueva líder del Partido Conservador, en unas primarias en las que se impuso al excanciller Rishi Sunak con el 57% de los votos; este mismo martes, la hasta ahora ministra de Exteriores tomará posesión ante la Reina. La victoria de Truss, la cuarta primera ministra británica en apenas seis años, abre una nueva etapa en la política del país y supone el triunfo del ala más dura del Partido Conservador. El nuevo Gobierno, que será presentado a lo largo de los próximos días, se enfrenta a tres retos: frenar la crisis económica que atraviesa el país, impedir la ruptura de la Unión y reconducir las relaciones del Reino Unido con la Unión Europea.
El primer lugar, la flamante primera ministra deberá hacer frente a uno de los panoramas políticos más endiablados desde la posguerra. A la crisis energética, un coste de vida disparado y una inflación que podría superar el 18% en enero de 2023 se suman un sinfín de huelgas y un Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés) que amenaza con colapsar en invierno.
Pese a la grave crisis social y energética que se avecina, nada indica que Truss, una candidata inequívocamente 'thatcherista', vaya a mostrarse especialmente intervencionista. En
una reciente tribuna en el
Financial Times su probable canciller, Kwasi Kwarteng, prometió "responsabilidad fiscal", un "Estado más austero" y una "reducción de la deuda"; la propia Truss, que fue secretaria de Estado de Hacienda en los años de Theresa May, ha prometido rebajas fiscales y una importante liberalización económica como recetas para asegurar un mayor crecimiento económico.
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A este frente se suma una profunda crisis constitucional que, desde hace un lustro, amenaza con fracturar el país. A principios de julio, el Gobierno escocés planteó una cuestión prejudicial ante el Tribunal Supremo, el cual deberá decidir sobre la constitucionalidad del referéndum consultivo que planea celebrar su primera ministra Nicola Sturgeon. Pese a que las encuestas muestran un independentismo en horas bajas, una crisis secesionista requeriría un tacto que Truss –quien hace escasas semanas acusó a Sturgeon de "
querer llamar la atención"– no ha terminado de mostrar.
Más apremiante, sin embargo, es la situación en Irlanda del Norte, la región que más ha acusado la salida británica de la UE. Como ministra de Exteriores, Truss fue la responsable de presentar la Ley del Protocolo de Irlanda del Norte, un proyecto legislativo que anularía aspectos centrales del protocolo que regula el estatus jurídico de la región. A esto se ha sumado, en las últimas semanas, una retórica cada vez más dura: a finales de agosto, la flamante primera ministra se negó a aclarar si Macron era "amigo o enemigo" del Reino Unido, afirmando que "
habría que juzgar sus acciones". Escasos días antes, a raíz de una disputa en torno al programa de cooperación científica Horizon,
anunció la activación del mecanismo de resolución de conflictos entre Reino Unido y la UE, acusando a Bruselas de "politizar" la cooperación científica y prometiendo hacer "todo lo posible" por defender a su país. A su vez, Truss
se ha mostrado dispuesta a invocar el artículo 16 del Protocolo, el mecanismo que permitiría su suspensión unilateral. Ni sus acciones como ministra, ni su retórica ni la probable composición de su Gobierno –que reunirá a algunas de las figuras más euroescépticas de su partido– auguran, por lo tanto,
un restablecimiento de las relaciones entre Londres y Bruselas.
Tampoco los sondeos –que desde hace varios meses otorgan una amplia mayoría a la oposición laborista– son favorables a la nueva líder del Ejecutivo. Una reciente encuesta de YouGov muestra un pesimismo generalizado entre la población británica:
un 52% piensa que será una primera ministra 'mala' o 'terrible', mientras que sólo el 12% cree que será
buena o
excelente. Su partido, de hecho, podría pagar un alto precio por su elección:
según la agencia Survation,
la ventaja de los laboristas puede aumentar en siete puntos (del 10% a 17%) con su llegada a Downing Street. El problema que atraviesan los
tories, sin embargo, va más allá de su nueva líder: tras 12 años en el Gobierno, apunta Matthew Goodwin, muchos votantes ya no ven a los conservadores como un partido capaz de hacer frente a los enormes problemas que afronta el país. Es un aura de fin de ciclo que recuerda a la década de los 90 –cuando el Gobierno de John Major agonizaba, Tony Blair y Gordon Brown calentaban motores y el laborismo se preparaba para su primera victoria electoral en 23 años– y al cual deberá hacer frente la nueva primera ministra.
El desafío al que se enfrenta Liz Truss es, por lo tanto, triple. En primer lugar, deberá poner freno a una tormenta perfecta –de inflación, de coste de vida y de pobreza energética– que puede desembocar en un nuevo invierno del descontento. En segundo lugar, habrá de cohesionar un Reino Unido más desunido que nunca. Por último, deberá ser capaz de asegurarse un legado político propio; de lograr ser, en otras palabras, más que un interregno entre los años de Johnson y los de un hipotético Gobierno laborista.