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Diana Walker (Getty)

Después del neoliberalismo

Andrés Ortega

7 mins - 22 de Septiembre de 2022, 07:15

Estamos dejando atrás toda una época que ha durado casi cuatro décadas, la del neoliberalismo; no así algunos de sus efectos. Ello no significa un regreso a lo que hubo antes durante casi cinco décadas, una vuelta a la potenciación del Estado de bienestar, a lo público, financiado con más impuestos; es decir, al paradigma socialdemócrata que nació del New Deal estadounidense de 1932 y adoptaron también los conservadores en Europa occidental y en EE.UU., sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, hasta Ronald Reagan y Margaret Thatcher. No. Lo que se abre es una nueva era. "Paradigma productivista" lo llama el economista Dani Rodrik.

En su libro sobre el "auge y la caída del orden neoliberal", el economista Gary Gerstle define el neoliberalismo como "un credo que valora el libre comercio y la libre circulación de capitales, mercancías y personas", así como la desregulación y el cosmopolitismo. Las semillas intelectuales se plantaron antes, pero políticamente empezó en los 80 y se convirtió en el paradigma dominante. Lo han seguido casi todos los presidentes estadounidenses desde entonces, incluidos los demócratas Clinton y Obama; y en Europa no sólo la derecha sino parte de la izquierda (como Tony Blair), que ahora está cambiando, pero dentro de ese nuevo paradigma que se está definiendo.

El neoliberalismo, con su fe en el mercado y la desregulación, impulsó la globalización, sin sopesar realmente sus efectos geopolíticos, que estamos viendo ahora con el auge de China (y en general de Asia). Las cadenas de suministros se alargaron en busca de menores costes y más beneficios. No es que estemos ante el fin de la globalización, sino que ahora vamos hacia algo más compartimentalizado (especialmente hacia China, sobre todo si hay desacoplamiento), más regionalizado, más de proximidad, para controlar mejor las producciones, aunque persistirá un alto grado de globalización tradicional. De hecho, algunos análisis apuntan que las medidas estándar de la globalización se mantienen.

El neoliberalismo, y su orden político (como lo llama Gary Gerstle) nacional e internacional, reposaba sobre la idea de que la interdependencia producía paz. La idea ha fracasado en la guerra en Ucrania. Ahora bien, en estas décadas neoliberales y globalizadoras se ha reducido la desigualdad entre países (aunque ha aumentado dentro de las sociedades) y sacado de la pobreza a millones en el mundo, mientras bajaban los precios de muchos productos para los ciudadanos de los países entonces llamados industrializados, ahora Norte Global; a un coste para Occidente, que la impulsó. La competencia estratégica entre EE.UU. (y en menor medida Europa) con China, y ahora la invasión rusa de Ucrania, entre otros, han vaciado ese contenido político, apuntando a un nuevo orden mundial cuyos contornos no se han definido aún, pero muy diferente del orden liberal anterior. El Norte Global tendrá menos influencia. En Estados Unidos, la Administración Biden está impulsando como cuestión de seguridad nacional una nueva resiliencia en las cadenas de suministro del país, al tiempo que se aprovecha de la situación para hacer a europeos y otros más dependientes de su gas, su petróleo, sus armas y su tecnología.
 

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El neoliberalismo s
e reflejó en el llamado Consenso de Washington, en el que iban de la mano la apertura de los mercados, la eficiencia económica y la especialización. Ya muchos países (véase lo que está pasando en gran parte de América Latina) han dejado de aceptar ese consenso. Pero incluso Trump, un descreído del mercado aunque no de la negociación desde una postura de fuerza, así como un proteccionista a ultranza, ya lo hizo durante su mandato. 

¿Qué viene ahora? No va a ser un neo New Deal. Aún no tiene nombre, ni siquiera grandes referentes intelectuales (como Milton Friedman lo fue para el neoliberalismo). La lucha contra la inflación exige innovación y no un regreso a la ortodoxia, como apunta el economista francés Robert Boyer. Se atisban algunas características del nuevo paradigma en las economías del Norte Global, e incluso del Sur Global, en una época de menor abundancia, por parafrasear a Macron, representante de estas nuevas tendencias, más incluso que un Biden heredero del New Deal.

Regresa lo público, pero en estrecha relación con lo privado. Lo hemos visto con las vacunas ante la pandemia de la Covid-19. Lo estamos viendo con las nuevas políticas industriales que, tras años de abandono (aunque el neoliberal Reagan las impulsó), se están poniendo en marcha en el Norte Global, especialmente ante las nuevas tecnologías, incluido (Alemania, Francia, Reino Unido) lo que se conoce por Deep Tech (tecnología profunda), que requiere impulso público además de privado. Esta nueva política favorece la inversión en producción sobre los aspectos financieros. Y está por ver, como se empezó a plantear tras la crisis de la pandemia, si favorece la producción, lo social y la lucha contra el cambio climático sobre la maximización friedmaniana de las ganancias de los accionistas, y, sobre todo, de los gestores. Es importante la dimensión ESG (environmental, social and governance), aunque en parte ésta no deja de ser una reedición de la famosa y poco efectiva responsabilidad social de las empresas.

El productivismo del que habla Rodrik tiene algo de dirigismo. En él, tanto el sector público como la sociedad civil (empresas incluidas) van de la mano, a veces gracias a fondos soberanos o fondos públicos especiales (como el de NextGeneration de la UE). Se trata de buscar nuevas oportunidades para muchas regiones y partes de la sociedad (recuperar unas clases medias que se han visto vaciadas ) e impulsar la economía local. La carrera espacial (para satélites, hacia la Luna o hacia Marte) es ya una cuestión público-privada. La "reforma del capitalismo" de la que habló Sarkozy cuando la crisis de 2008 se está produciendo, aunque no de la forma que se podía esperar. Los bienes globales (como el clima, o el acceso a Internet) no son ya una cuestión solo pública, sino también privada; también la lucha contra los males globales (contaminaciones, terrorismos, ciberataques); aunque los efectos de la guerra en Ucrania estén produciendo retrocesos (por ejemplo, con un regreso de la quema de carbón en centrales eléctricas) en su gobernanza.



Otra característica (veremos con qué duración) es un nuevo intervencionismo estatal; desde luego en Europa, en algunos mercados (en parte ya regulados) como el energético y, probablemente, en el del agua (sector en donde han quedado desprestigiadas las privatizaciones de Thatcher) y en los transportes.

La tecnología es un eje central de este cambio. Pero a la vez hay una reacción contra el excesivo tamaño e influencia de las tecnológicas, que está cobrando maneras empresas en Europa, en EE.UU. y hasta en China.

Ahora bien, no se atisba un regreso a la redistribución con fines sociales, ni a la subida de impuestos. Desde luego no a los ciudadanos, pero tampoco a las empresas. Incluso los impuestos a escala global sobre ventas de las grandes tecnológicas se están retrasando, pese al acuerdo que se ha dado.

Es también una lucha entre modelos económicos, no sólo entre China y Occidente, con efectos geopolíticos de influencia sobre las gentes y control sobre algunas materias primas críticas. Adiós al neoliberalismo como paradigma dominante. Veremos si bienvenido el nuevo en ciernes.
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