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Chema Artero

Vox y la inmigración: por qué crear un problema que no existe

Ana I. López Ortega

9 mins - 14 de Septiembre de 2022, 07:00

Al día siguiente de las últimas elecciones generales en España, en 2019, durante la rueda de prensa convocada para valorar los resultados una periodista preguntó al líder de Vox cuál era, en su opinión, el factor que más había contribuido a que su formación doblara su representación parlamentaria si Cataluña o la inmigración. Santiago Abascal contestó que no disponía de argumentos demoscópicos suficientes para decantarse por uno de ellos pero que, a tenor de los propios resultados, había quedado claro que Vox "está detectando problemas reales en la sociedad española y está aportando soluciones claras, soluciones contundentes".

Los primeros análisis post-electorales parecen confirmar esas palabras: efectivamente, Vox creció en aquellos municipios con mayor proporción de población inmigrante. Pero los datos sólo atestiguan la correlación existente entre votos a esta formación y lugares con elevados índices de población inmigrante, no que el de la inmigración sea (como quiere el líder de Vox) un problema real en España.

Para comprobar esto último, debemos buscar y sondear otro tipo de datos y, sobre todo, clarificar un poco mejor la distinción entre la realidad y su percepción, un aspecto clave en todo análisis social. Porque, ¿qué importa más: la realidad o la percepción de la misma? Como asegura Juan Ignacio Martínez Pastor, "muchas veces los humanos no actuamos en función de la realidad, sino en de cómo la percibimos". Si se define una situación como real, sus consecuencias serán reales, afirma por su parte el teorema de William Isaac Thomas. Y eso es especialmente importante en política, como se puede comprobar en el caso que nos ocupa: en sus diferentes programas electorales, Vox consideró siempre a la inmigración como un problema acuciante, lo que acabó teniendo consecuencias electorales evidentes el 10-N.

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Para ilustrar mejor la diferencia entre la realidad de la inmigración y su percepción social, el siguiente gráfico combina el comportamiento de dos variables a lo largo del siglo XXI: la población inmigrante acreditada en España según el Instituto Nacional de Estadística (INE), expresada como porcentaje de la población total (línea azul), y el porcentaje de personas que consideraban en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas a la inmigración como primer problema de España (línea naranja). Antes, sin embargo, conviene hacer una matización importante: el porcentaje de población inmigrante que refleja la línea azul incluye a toda persona extranjera residente en España, incluidas las que viven aquí pero no buscan ni ejercen ninguna actividad laboral. Los británicos, por ejemplo, son una de las comunidades prominentes, casi 250.000 personas según el INE, la mayoría de las cuales no trabajan ni buscan empleo. Lo mismo sucede con alemanes o franceses (más de 100.000 personas, respectivamente) u holandeses (casi 50.000). Es importante tenerlo en cuenta porque en el rechazo al inmigrante hay un componente aporofóbico importante: no se repudia a cualquier extranjero, sino a aquéllos que compiten en un mercado laboral precario.
 
Gráfico 1.- Inmigración en España, percepción y realidad
Fuente: Instituto Nacional de Estadística (INE) y Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).

Como se puede observar en el gráfico, mientras la evolución real de la población inmigrante define una curva regular que, a partir de 2008, se ha mantenido estable en torno a un 10%-12%, no sucede lo mismo con la percepción de la inmigración como problema, que sufre altibajos que se traducen visualmente en una línea quebrada. Ello conduce a paradojas sorprendentes, como el hecho de que el mayor porcentaje de población inmigrante (una media de 11% entre 2010 y 2014) coincida con una percepción menor de la inmigración como problema principal (un 2% o incluso menos). Y es curioso porque esa horquilla cronológica incluyó los peores años de la recesión económica. Sin embargo, a partir de 2017 (cuando los efectos de la crisis se suavizaron y decreció el porcentaje de población inmigrante) aumentó exponencialmente (de un 3% a un 15%) el porcentaje de personas que consideraban la inmigración como problema apremiante. Y es aquí donde, quizás, entra el factor Vox. Porque es la época en la que el partido de Abascal empezó a tener mayor presencia mediática y más predicamento demoscópico: su irrupción, en diciembre de 2018, en el Parlamento andaluz coincidió con una abrupta subida del porcentaje que recogía la percepción de la inmigración como problema principal.

Es cierto que en estadística los datos no tienen una lectura unívoca. Pero la manifiesta concomitancia que se aprecia, en los últimos dos años, entre el aumento de la apreciación social de la inmigración como problema y la presencia mediática e institucional de Vox ofrece evidencias suficientes para concluir que la formación de Abascal ha conseguido situar este asunto como un tópico significativo en la agenda política española. Ellos mismos lo reconocieron en el programa electoral con el que se presentaron a las elecciones generales de 2016, donde afirmaban sin ambages que "en nuestro país hay factores que hacen de la inmigración uno de los problemas más importantes para España, sin que los poderes públicos hayan querido que los ciudadanos tomen conciencia de ello". Parece que lo han conseguido.

No se trata de que Vox haya creado un problema ex novo: como se puede comprobar en el gráfico anterior, la impresión de que la inmigración es el principal problema del país alcanzó su máximo en 2005. Sin embargo, entonces no había ninguna oferta electoral que priorizara programáticamente este tema ni que aportara soluciones tan claras (y sobre todo tan contundentes) como las de Vox. Puede decirse, pues, que fue la oferta política la que creó (o, mejor dicho, espoleó) la demanda de soluciones a un problema que, ciertamente, formaba parte episódicamente de las preocupaciones de los españoles, aunque no con la acritud que le confiere Vox. De hecho, el de la inmigración es uno de los asuntos políticos más transversales en el imaginario político español: un ejemplo que aportaba Kiko Llaneras indicaba que un 40% de una muestra de la población española encuestada por el Pew Research Center tenía opiniones desfavorables sobre la presencia de musulmanes en España y, sin embargo, no era partidaria de Vox. No sólo eso sino que, como se muestra en el siguiente cuadro, somos uno de los países de nuestro entorno que expresa un mayor rechazo (transversal) a la población musulmana residente.
 
Gráfico 2.- Porcentaje de personas desfavorables a la presencia de musulmanes en su país entre partidarios y no partidarios de formaciones de extrema derecha
Fuente: Pew Research Center, Encuesta de Actitudes Globales, primavera de 2019.
 
La columna de la izquierda recoge un valor muy significativo, porque muestra el diferencial que existe entre partidarios y no partidarios de las formaciones de extrema derecha de cada país que, sin embargo, coinciden en rechazar al inmigrante musulmán residente. A menor diferencial, mayor transversalidad. Y comprobamos que el nuestro es menor que el de muchos países europeos en los que las formaciones de nueva extrema derecha llevan años teniendo protagonismo político y, sobre todo, en los que la presencia de población inmigrante ha sido mayor y más continuada en el tiempo: Francia, Suecia, Alemania, Holanda o Italia. Pero también son significativos los porcentajes relativos: ese 40% de encuestados españoles contrariados por la presencia de musulmanes en España que no son votantes ni simpatizantes de Vox es uno de los porcentajes más altos del conjunto, sólo superado por Italia (45%) y la República Checa (56%). Proyectando los resultados de la encuesta, eso significa que en esos países, se opte o no por opciones de extrema derecha a la hora de votar, casi la mitad o más del país tienen una visión desfavorable de la población inmigrante que profesa el Islam como religión.



Ésta es, sin duda, una de las razones que permiten explicar la importancia política que Vox concede a la inmigración: porque supone un caladero de votos que le permitiría crecer electoralmente aun en el caso de que el problema catalán se diluyera, cosa que hoy parece difícil pero no imposible. Esto se agravaría todavía más si la economía europea se adentrase de nuevo en una senda recesiva, como indica la mayoría de pronósticos. Porque la construcción de la alteridad siempre es relativa a la visión que se tiene de uno mismo y, como afirma Sergi Prados-Pardo, "los individuos tienden a relacionar la inmigración con su impacto económico y con la subsistencia del Estado de bienestar" del que gozan. Un previsible empeoramiento del mercado laboral, de las condiciones económicas o de los servicios públicos redundaría, sin duda, en un incremento de visibilidad negativa de la presencia de inmigrantes en nuestro país; y es muy probable que en un aumento electoral de Vox.
 
Por supuesto, no es ésa la razón principal que explica por qué la formación de Abascal confiere tanto protagonismo político a la inmigración: por debajo de los cálculos o tácticas electoralistas están los principios ideológicos. Y Vox defiende (como el resto de formaciones europeas homologables) una idea de la nación étnica, cultural y religiosamente homogénea; una idea a la que molesta la presencia de inmigrantes, sobre todo de aquéllos más cultural y religiosamente distintos. Porque esa inmigración es la que más impacto tiene en la concepción de la identidad nacional propia, uno de los vectores ideológicos más importantes en estos tiempos de efervescencia política identitaria.
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