para las ambiciosas iniciativas de política climática de la UE. Esto es cierto hasta cierto punto. El carbón representa una gran parte de su
energético: el 73% en el sector de la electricidad en 2021, aunque partió de más del 90%. Y lo que es más importante, e inusual desde la perspectiva de Europa occidental o meridional, el carbón es también una fuente clave de calefacción, que sirve tanto a las empresas con un sistema centralizado como a los hogares. Con grandes recursos de carbón autóctonos (tanto de hulla como de lignito, aún más contaminante pero más barato), es comprensible que Polonia estuviera interesada en preservar por mucho tiempo el
Lo que puede sorprender a muchos lectores no familiarizados con la energía es que Polonia
. Tras los ambiciosos planes de principios de la década de 2000, gracias a la introducción de un sistema de certificados verdes se produjo un repunte de las mismas, empezando por el auge de la eólica terrestre.
, y hasta hace poco era el séptimo país europeo en términos de capacidad eólica terrestre instalada.
Sin embargo, el desarrollo de las renovables en Polonia se ha producido, la mayoría de las veces, en contra de la voluntad política; o, dicho de otra forma, no como resultado de ambiciosos planes de expansión. Tras llegar al poder en 2015,
el Gobierno del partido populista de derechas Ley y Justicia frenó en seco el desarrollo de la energía eólica terrestre. Respondía así a la fuerte demanda de una parte de su electorado, incluidos los movimientos de protesta contra la eólica que aunaban los sentimientos
nimby (
no en mi patio trasero) de algunas comunidades locales, pero también veían este sector como dominado por el extranjero y corrupto. La prohibición de construir nuevos aerogeneradores a menos de 10 veces su altura de la vivienda más cercana estranguló, de hecho, cualquier nueva inversión. Cuando los pequeños inversores y los promotores extranjeros trataron de abandonar estas instalaciones, sus activos pasaron a manos de empresas estatales.
El hecho de que Polonia haya podido
cumplir sus objetivos de energía renovable según la normativa de la UE, al menos sobre el papel, se debe en gran medida al uso de la biomasa. Desgraciadamente, gran parte de la quemada
no procedía de fuentes sostenibles ni se
producía en instalaciones específicas de alta eficiencia. Un notable truco contable ideado por el Gobierno permitió la co-combustión de biomasa (por ejemplo, residuos de madera) con carbón, lo que redujo la eficiencia de ambas fuentes y no tuvo un impacto medioambiental positivo. Sin embargo, al introducirse normas más estrictas para la co-combustión debido a la presión tanto de la sociedad civil como de la UE, esta fuente perdió su protagonismo.
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En 2016, un cambio en los instrumentos de apoyo a las energías renovables supuso el fin de los certificados verdes, que fueron sustituidos por subastas específicas para cada tecnología, permitiendo al Gobierno controlar el volumen de nueva capacidad que puede construirse en cualquiera de ellas y, también, bajar su precio. A medida que las realidades económicas, tecnológicas y medioambientales se hicieron más evidentes, el Ejecutivo decidió que
la energía eólica marina será el pilar de un sistema energético 'descarbonizado' a partir de finales de la década de 2030 y comenzó a introducir regulación e incentivos en esa dirección. Mientras tanto,
el bajo coste de la eólica terrestre, especialmente con el aumento de los costes del carbón, aumentó la presión para levantar el bloqueo a los nuevos parques de esta fuente.
En un segundo plano, y sin que se le prestara demasiada atención, otra tecnología cobró protagonismo. Seguramente, Polonia es un lugar poco probable para presenciar una amplia expansión de la energía solar fotovoltaica, pero eso es exactamente lo que ocurrió. Aunque cada cambio legislativo consecutivo introducía soluciones más restrictivas y menos rentables, los polacos se enamoraron de la energía solar fotovoltaica. La capacidad instalada se disparó de menos de 1 megavatio a más de 10.000 MW en 12 años. En 2022, el sector ha batido un nuevo récord, al proporcionar más de 1TWh de energía en el mes de julio.
El crecimiento de la capacidad instalada fotovoltaica de Polonia fue el segundo de la UE en 2021, después de Alemania. Este enorme crecimiento está impulsado principalmente por casi un millón de prosumidores individuales y a pequeña escala. Ahora que el sistema está saturado de energía solar distribuida, el siguiente paso lógico sería ampliar las baterías domésticas para facilitar el autoconsumo y el equilibrio del sistema. Desgraciadamente, en el último minuto se ha descartado una propuesta de reforma de la ley de renovables que introducía el apoyo a las baterías domésticas en el ala en curso.
Retraso en la 'descarbonización', futuro incierto
Uno de los principales problemas de la gobernanza energética polaca ha sido, durante años, su
incapacidad de elaborar estrategias a largo plazo que logren el consenso político y proporcionen orientación a los inversores y reguladores más allá de las intervenciones a corto plazo. El documento estratégico de la Política Energética Polaca para 2040 no se presentó hasta 2021, más de 12 años después de la publicación de la estrategia 2030.
Una vez publicado, el PEP2040 fue calificado enseguida como decepcionante y desfasado. El documento no contenía
ningún objetivo vinculante de eliminación del carbón. Sólo se negoció más tarde con el poderoso sindicato minero, fijándose
para 2049, la última fecha posible para aparecer en línea con el Acuerdo de París y las ambiciones de
descarbonización de la UE para 2050. Sin embargo, el objetivo sólo cubre la producción de carbón, no su uso.
Junto a la ya mencionada eólica marina, otro pilar de la
descarbonización previsto por el Gobierno de Ley y Justicia es la
energía nuclear. Polonia ya intentó construir una central en los años 80, cuando la Junta Militar comunista del general Jaruzelski tomó la decisión de modernizar esta industria en crisis. Sin embargo, en 1990, tras la transición del comunismo, la construcción de una central nuclear en la costa del Báltico se detuvo a mitad de camino. Tras una moratoria, se retomaron los planes en la década de 2010, pero
no se ha avanzado hasta hoy.
El Gobierno prevé la puesta en marcha de 1.000-1600 MW en 2033, y hasta 9.000 MW hasta 2045, pero el proyecto ya parece llevar retraso. Se han presentado ofertas de inversores franceses, coreanos y estadounidenses, y se supone que se elegirá un promotor a finales de año, si es que se quiere mantener la esperanza de construir el primer reactor en la década de 2030. Sin embargo, no se puede descartar la resistencia de la sociedad a un proyecto de esta envergadura, sobre todo porque los costes están muy seguramente subestimados, y
la 'descarbonización' lograda por la nuclear va a ser demasiado pequeña y tardía para marcar la diferencia.
Con planes para que la energía eólica marina y la nuclear no entren en funcionamiento hasta finales de la década de 2030 y 2040, y con un sector eólico terrestre estrangulado, además de la ausencia de una estrategia para el biogás y los escasos planes para el hidrógeno, la
descarbonización polaca es visiblemente tardía y no está en consonancia con las visiones europeas, aunque el crecimiento espontáneo de las energías renovables sea impresionante.
Rusia, Ucrania y el olvidado problema del gas
Aparte de la energía eólica marina y la nuclear,
el tercer pilar de la transición energética de Polonia (y el que menos menciona el Gobierno) es el gas natural. Aunque sólo desempeñaba un papel muy secundario en el sector de la electricidad, con más protagonismo en el de la calefacción doméstica, el gas recibió mucha atención mediática y política en la década de 2000. El motivo era la importante dependencia polaca de las importaciones de Rusia, que se presentaba como un problema de seguridad. La respuesta a este escenario, compartido por todos los gobiernos desde 2005, fue la diversificación del suministro.
Una terminal de gas natural licuado en la costa del Báltico, el flujo inverso de los gasoductos desde Alemania y un nuevo gasoducto que conectara Noruega y Polonia debían independizar al país del proveedor ruso.
Esto se logró, y en 2022 Polonia pudo abandonar sin mayores problemas la larga relación comercial con Gazprom. Sin embargo,
el gas natural se ha convertido en una especie de adicción para la economía polaca, y mientras se cambiaba el distribuidor de la droga, también se ampliaba el consumo. La estrategia energética para 2040 prevé un aumento del 200% en el uso del gas en las décadas de 2030 y 2040, algo que no sólo no puede satisfacerse sólo con el GNL y las exportaciones noruegas, sino que hace a Polonia muy vulnerable a la volatilidad del precio del gas. Como ha demostrado su encarecimiento en 2021 y 2022, esta vulnerabilidad económica podría ser más perjudicial que la amenaza de seguridad de los suministros rusos. Con la inauguración del gasoducto del Báltico desde Noruega este 27 de septiembre, el Gobierno aún tiene que reaccionar a estos cambios dramáticos del mercado y, quizás, revisar sus estrategias para el futuro energético de Polonia.
El problema inmediato, aparte de la escasez de suministro de gas que se produjo cuando el ruso dejó de llegar a Alemania y, por tanto, a los demás países de la región, es paradójicamente
la falta de carbón antes del invierno. A pesar de las grandes reservas nacionales, Polonia ha estado quemando cada vez más carbón importado, en gran parte procedente de Rusia. Ha estado fluyendo con bastante facilidad después de 2014 y, como han revelado los periodistas de investigación, incluso desde la región ocupada de Donbas. Un embargo a las exportaciones rusas significa que Polonia debe encontrar rápidamente fuentes alternativas y lo está haciendo hasta en Colombia. Pero la combinación de precios récord del gas y de la electricidad, junto con las insuficientes reservas de carbón, harán que este invierno sea muy complicado para la sociedad y la economía polacas.
(
Aquí, la versión en inglés)