Durante este año ha predominado un ambiente político condicionado por la tentativa golpista y la violencia política promovida por Bolsonaro y su ecosistema tecno-político. La primera se ha expresado por medio de los ataques hacia el Supremo Tribunal Federal (STF) y el Tribunal Superior Electoral (TSE) y por un llamamiento cada vez más generalizado para no reconocer las elecciones en caso de que fuese necesario. Ambas se conectan en lo fundamental: el diseño y la difusión de una narrativa para convencer a los simpatizantes bolsonaristas de que la prolongada actuación "parcial" y "arbitraria" de ambos tribunales ha minado las libertades individuales y pudiere desembocar en un fraude electoral, particularmente mediante el sabotaje a las urnas electrónicas.
Pero ¿cómo de probable es que Bolsonaro materialice un golpe de Estado? Aunque nunca puede descartarse del todo una amenaza de esta naturaleza cuando el presidente hace constante alusión a su capacidad y posibilidad de imponerse a las instituciones, este extremo es poco probable por los motivos que se describen a continuación. El primero, porque el bolsonarismo, como parte de un movimiento internacional más amplio que promueve los principios y los valores de la derecha alternativa, riñe directamente con el establishment, la modernidad y la derecha dominante. Ello implica que, aunque en 2018 se benefició de que consorcios mediáticos tradicionales como
Globo y el
Grupo Folha alimentaran el anti-
petismo, su rechazo a lo dominante y su animadversión a cualquier vestigio de crítica o fiscalización provocan que los rechace e incluso que los acose públicamente.
El hostigamiento que han recibido estos consorcios y algunos de sus periodistas más connotados harían impensable que, desde los medios tradicionales, se apoyara un golpe de Estado. De hecho, ni siquiera apoyan, en términos editoriales, al Gobierno. Les habría gustado una tercera vía. Es la posición que el candidato Ciro Gomes aspiró a liderar en busca de un sorpasso, pero que no logró consolidar debido a la semejanza de su programa de gobierno con el del Partido de los Trabajadores (PT). A esto hay que sumarle que, frente a postulantes que ya hicieron Gobierno -uno sumamente carismático (
Lula da Silva) y otro sumamente polémico (Bolsonaro)-, un candidato que fue ministro del primero y proviene de la élite política tradicional de un Estado con una importante base social
bolsonarista no es una candidatura que,
a priori, seduzca a un electorado que busque alternativas al sistema dominante.
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Segundo, porque a las élites económicas, al ser heterogéneas, estar ancladas en buena parte a la economía globalizada y no contar con grados de cohesión tan fuertes como se observan en Centroamérica, no sólo no les convienen esos niveles de incertidumbre, sino que ya conocen a 'Lula'. No es una moneda al aire, como cuando el establishment brasileiro de 1989 saboteaba su candidatura apelando al discurso cultural del anti-comunismo y condicionando el contenido de su campaña electoral bajo el clásico chantaje de la retirada de capitales por parte de las élites financieras nacionales y globales. De hecho,
cuando gobernó no les fue mal: creció la economía en el contexto del
boom de las
commodities, se formó el Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) como un esfuerzo político-comercial de las economías emergentes para disputar la hegemonía del G-7 y se elevó el consumo de las clases populares y medias.
En resumen, Bolsonaro no tiene de su lado a una parte suficiente del poder estructural para dar un giro golpista. Si bien a finales de agosto fueron allanadas las casas de empresarios súper-ricos tras la filtración de unos chats de Whatsapp donde hacían apología del golpe y de la dictadura, todo indica que no dejó de ser un ejemplo de élites expresando su desprecio hacia la democracia; algo peligroso y muestra de los signos profundamente anti-democráticos de quienes tienen capacidad de veto político, pero lejos de ser un plan, al menos en el corto plazo.
Tercero, porque aunque el bolsonarismo se ha centrado en desacreditar a las instituciones garantes del proceso democrático, esas mismas instituciones han conseguido frenar su avance autoritario; gracias, sobre todo, a que han actuado con rapidez, deteniendo acciones contrarias a la Constitución y al orden democrático. Entre estas reacciones, que se haya ordenado la suspensión de cuentas de redes sociales de apologistas del golpe, ordenado la eliminación de fake news en cuentas de
influencers, políticos y periodistas, así como se haya advertido a medios conservadores no tradicionales para que modulen los contenidos que vulneran la ley electoral. Lo anterior abre un debate complejo sobre los límites de la libertad de expresión, pero en principio ha servido para lograr una mayor igualdad en las condiciones de la competencia electoral.
Cuarto, porque plantear la elección en términos de democracia vs. autoritarismo ha relevado la vieja polarización (PT o anti-'petismo') y se ha reforzado la necesidad de articular el voto útil alrededor de 'Lula'. Esto dio forma a la alianza electoral con Geraldo Alckmin, el líder de centro-derecha que más tiempo gobernó el Estado de São Paulo durante la re-democratización brasileña; también ha servido para aglutinar el apoyo de antiguos funcionarios públicos y candidatos presidenciales de distintos signos ideológicos. Algunos de ellos incluso habían llegado a posicionarse contra del PT o le compitieron políticamente. De ahí la formación de un frente por la democracia que Bolsonaro tendría muy difícil de superar en caso de que no quiera reconocer los resultados de la elección.
Quinto, porque los bolsonaristas, al no tener el apoyo de otros grupos de poder relevantes para la ejecución de un golpe, una serie de políticos, líderes neopentecostales y medios conservadores no tradicionales cercanos a Bolsonaro han optado por envalentonar y enardecer a sus seguidores. Un ejemplo de esto fue el discurso del diputado Delegado Cavalcante que, en un mitin en Fortaleza, amenazó con que habría balas si el presidente no conseguía la reelección, en un intento de replicar y mejorar el asalto de los trumpistas al Capitolio en 2021.
Esa promoción de la violencia política exclusivamente desde la extrema derecha (alternativa), y que por eso no puede considerarse polarización, ha tenido efectos prácticos: asesinatos, palizas y amenazas. Según el Portal de Noticias de Globo, entre enero y julio de este año electoral se habrían registrado por lo menos 214 casos. Es éste el único bastión estable del bolsonarismo para materializar un golpe, pero no son mayoría ni en las estructuras de poder ni en las calles. Aun así, el PT no quiere correr el riesgo y por eso ha llamado al pueblo brasileño para que le brinde un apoyo inapelable convirtiendo a Lula en presidente de nuevo en la primera vuelta el próximo 2 de octubre; algo difícil, aunque probable, porque hasta la realización de este artículo, tenía escasos días para crecer seis puntos porcentuales.
En todo caso, el contexto de la segunda vuelta seguramente brindará una demostración aún más amplía de defensa de la democracia brasileña, en la que sus instituciones (por eso importan) han desempeñado un papel fundamental, y donde el pueblo, que siempre ha tenido claro que quienes no pelean por su democracia terminan perdiéndola, está dispuesto a recuperar sus símbolos nacionales en común y a defender lo que tanto les ha costado construir.