Italia es un buen reflejo de la actual crisis general de la democracia liberal, a lo que se añade su crónica y estructural inestabilidad gubernamental (67 gobiernos en 76 años, uno cada 13.6 meses) y la cada vez más frecuente disolución parlamentaria anticipada. Lo más negativo ha resultado ser la oscilación entre gobiernos populistas (Berlusconi, Di Maio/Salvini y ahora Meloni) y gobiernos tecnocráticos (Monti, Draghi), con muy pocas excepciones, y estas alternancias un tanto anómalas no hacen más que retroalimentarse. Ello muestra debilidades institucionales irresueltas y, sobre todo, una endeble calidad de la 'clase política' y de los partidos del 'establishment'.
Las elecciones del 25 de septiembre de 2022 han sido las segundas que se han celebrado con el denominado 'Rosatellum' (la ley que lleva el nombre del parlamentario Ettore Rosato), la cual favorece las coaliciones y combina la representación proporcional (61% de los escaños) con el sistema mayoritario (37%) y con una circunscripción del 2% para el exterior, pactada en su día entre Matteo Renzi y Silvio Berlusconi. En esta ocasión se han producido algunas novedades: elecciones en jornada única, anticipación en septiembre en vez de la primavera como era habitual, recorte de parlamentarios por las presiones del
Movimento 5 Stelle (M5S) a 400 diputados (antes 630) y 200 senadores (antes 315) -lo que ha tenido como efecto sobrerrepresentar a las principales formaciones en detrimento de la proporcionalidad- y equiparación de edad para el sufragio en ambas cámaras.
Así como las derechas han sabido unirse y presentarse coaligadas, el centroizquierda ha sido incapaz y ha contribuido así a agravar su derrota y su subrrepresentación.
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Los resultados no han sido ninguna sorpresa y han coincidido en gran medida con todas las encuestas y sondeos previos. En ellos, Fratelli d’Italia (FdI) osciló entre el 23% y el 26%, el
Partito Democratico (PD) entre el 20% y el 23%, la Lega entre el 12% y el 14%, el M5S entre el 11% y el 15%, el
Terzo polo (
Azione e Italia Viva) entre el 6% y el 8%,
Forza Italia (FI) entre el 6% y el 8% y los
Verdi/Sinistra Italiana entre el 3% y el 4%. Con ello, la coalición de las derechas alcanzaba el 45% y el centroizquierda alrededor del 28% (Fanpage.it, Ipsos, radar Swg), junto a un muy alto porcentaje de indecisos (40%). Pues bien, los resultados finales (provisionales) han sido: FdI 26.0%, PD, 19.1%, M5S 15.4%,
Lega 8.9%, FI 8.1%,
Terzo polo 7.8%,
Verdi/SI 3.6%, de tal suerte que
con el 44% de los votos (no puede ignorarse que el 56% de los italianos no ha votado a la coalición vencedora)
las derechas han obtenido el 59% de los escaños gracias al 'Rosatellum' y la división de los progresistas. De un lado, estas elecciones han confirmado la tradicional tendencia italiana a la fragmentación política, pues la decena de espacios que han obtenido representación incluyen en varios casos a diversas formaciones internas, por no dejar de mencionar la tan alta volatilidad, en claro contraste con la estabilidad del régimen democristiano. De otro, dado el tan apático clima de la campaña -puesto que se daba por descontada la victoria de las derechas-, no sorprende que la abstención en unas elecciones al Parlamento central haya batido récords al haber superado el 36% en comparación con el 27% de 2018.
Ante el ascenso en toda Europa de las derechas radicales, los partidos del 'establishment' han ensayado dos estrategias para contenerlas, pero ninguna de las dos ha funcionado. La primera, la del '
cordón sanitario' (no pactar en ningún caso con aquellas), es cada vez más residual (casi sólo se mantiene en Francia y Alemania). La segunda, la de '
integrarlas' para moderarlas, se ha acabado generalizando: varios países nórdicos, Holanda, Austria, la propia Italia y España en algunas Comunidades Autónomas. Debe recordarse que fue Berlusconi el que normalizó a la derecha radical en su primer gobierno, en 1994, al incluir a
Alleanza Nazionale, heredera del neofascista
Movimento Sociale Italiano (MSI). Desde el momento en el que Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo, ha avalado pactos de gobierno con las derechas radicales está claro que la estrategia de la exclusión ha sido archivada.
La coalición de las tres derechas italianas (hay un cuarto
partitino- expresión coloquial por 'partidito'- el irrelevante
Noi Moderati de Maurizio Lupo) se presentan formalmente como el 'centro-derecha'. Pero el desequilibrio interno es muy evidente toda vez que FdI y la
Lega se han impuesto claramente a FI y han concurrido con un programa único en el que se enfatiza la prioridad para los italianos- aunque se asumen la UE y la OTAN-, la defensa de las tradiciones y las 'raíces cristianas', el libre mercado y el control de la inmigración irregular. En este sentido, tiene interés constatar el
sucesivo desplazamiento de la hegemonía partidista en el espacio de las derechas: primero se impuso FI, después la
Lega y ahora FdI. Giorgia Meloni se ha impuesto rotundamente a Matteo Salvini y a un residual Berlusconi que en su día normalizó a las derechas radicales, hoy desplazado por éstas.
Uno de los principales objetivos institucionales de las derechas sería dar paso a una República semi-presidencialista de tipo francés, pero al no haber alcanzado los 2/3 de los parlamentarios ya no podrían impedir un eventual referéndum al respecto, lo que tiene sus riesgos como bien sabe Renzi (art. 138 de la Constitución italiana): Meloni no ha descartado dar paso a una Comisión bicameral para estudiar las reformas constitucionales e institucionales necesarias, pero cabe recordar que esta vía ya se ensayó con Massimo d’Alema y fracasó.
El principal partido de la oposición, el PD, paga su subordinación a los mercados, su alejamiento del mundo del trabajo y su desdibujada identidad, puesto que ha sido incapaz de configurarse como genuino partido socialdemócrata. Por descontado, no haber acordado una coalición con el M5S de Giuseppe Conte se ha pagado caro y la derrota, tras la dimisión de Enrico Letta, debería replantear toda su política y todo su grupo dirigente. No es que el PD no haya presentado un programa con propuestas, pero
su enfoque de la campaña centrado en alertar sobre los peligros del triunfo de las derechas le hizo asumir una posición puramente defensiva, al tiempo que es constatable que el antifascismo ya no moviliza y que tampoco funciona apelar al 'voto útil'. Aunque incorporó a pequeños partidos a su órbita (los de Roberto Speranza, Emma Bonino o Luigi di Maio), ello resultó absolutamente insuficiente.
El M5S ha sobrevivido bastante bien (aun perdiendo la mitad de los apoyos que tuvo en 2018) gracias a Conte y al
reddito di cittadinanza (renta cívica que, en realidad, es un subsidio temporal por desempleo y que se concede con bastantes condiciones) que ha beneficiado a un millón y medio de personas. Ante la amenaza de Meloni de acabar con esta prestación -lo que fue un error táctico por su parte- el M5S consiguió recuperar parte de su antiguo voto. No obstante, no puede ignorarse el
camaleonismo de Conte que gobernó tanto con Salvini como con el PD, ni el hecho de que
el M5S es un partido casi sin organización e implantación territorial, además de que combina muy confusamente diversos 'ítems' ideológicos.
Aún más inconsistente y hasta oportunista es la alianza del
Terzo polo de Carlo Calenda y Renzi que se inspiran en un líder de perfiles ideológicos tan vagos como Emmanuel Macron y defienden políticas neoliberales algo atenuadas. Al margen de los principales, existe una galaxia de
partitini de todo tipo, algunos de izquierda radical (
Unione Popolare de Luigi de Magistris) y otros euroescépticos (
Italexit) y personalistas. Pese a ser,
a priori, muy previsible, la desunión del centroizquierda ha reforzado aún más a la coalición de las derechas que, por ejemplo, ha arrasado en las circunscripciones uninominales: es como si aquel no hubiera entendido la ley electoral que en su día aprobó y que ahora quiere reformar. Lo ocurrido confirma que tanto la desunión como los llamamientos alarmistas han sido dos errores pues ni han movilizado ni han resultado de interés para muchos progresistas desencantados. Por tanto,
el triunfo de las derechas se explica en buena medida por el vacío político que han dejado las izquierdas, moderadas y radicales, incapaces de abordar enérgicas políticas reguladoras de los mercados y profundamente redistributivas: las políticas socioliberales de 'tercera vía' han acabado favoreciendo objetivamente al populismo de las derechas.
Por descontado, lo verdaderamente histórico de estas elecciones ha sido el indiscutible triunfo de Meloni, cuyo partido ha pasado del 4.4% en 2018 al 26.0% en 2022. Giorgio Almirante, el fundador del MSI, ni en sus mejores sueños hubiera podido imaginarse una victoria como la obtenida por Meloni, líder que ha desplazado claramente a Salvini, ha conseguido parecer 'nueva' (pese a que fue ministra de políticas juveniles con Berlusconi y fue incapaz de reducir el paro juvenil que pasó del 21% al 31%) y es heredera de uno de los partidos más viejos y reaccionarios de Italia, el MSI, aunque se ha beneficiado de no haber participado en el gobierno de Draghi. En sentido contrario, es llamativo el declive de la Lega: 17% en 2018, 34% en 2019 y 8,9% en 2022.
Aunque, de entrada, Salvini apoyará a Meloni, no sería de extrañar que pronto surjan diferencias pues el liguista es contrario a las sanciones contra Rusia y defiende una propuesta fiscal inaplicable, injusta, muy cara y que sólo se utiliza en algunos países en vías de desarrollo (el llamado
flax tax, un tipo único del 15% del IRPF), pero que es inédito en la UE. Los alcaldes de la
Lega presionan a Salvini para que defienda la autonomía regional asimétrica y diferencial- algo que Meloni rechaza de plano- y le piden que no se centre en la cuestión de la inmigración irregular, aunque él ya ha dicho que no permitirá a los barcos de ONG humanitarias que atraquen en puertos italianos.
No deja de sorprender que Berlusconi sobreviva políticamente, aún siendo el socio menor de la coalición: sus obsesiones son rebajar los impuestos, restablecer las nucleares, potenciar las energías fósiles y recortar el poder de los jueces pues siguen abiertos varios procesos contra él. Aunque Antonio Tajani (FI) ha afirmado que Berlusconi será la garantía (sic) para que el gobierno de Meloni sea europeísta, liberal y moderado, ha negado que FdI y la Lega sean partidos de extrema derecha. El patinazo de Berlusconi de apoyo a Putin, luego matizado, puede ser una fuente de problemas. En todo caso, pese a su modesta representación parlamentaria,
FI puede ser clave para la gobernabilidad inmediata del país. Meloni ha sabido hacer una campaña muy hábil, ha suavizado formalmente sus propuestas (por ejemplo, se ha desmarcado finalmente del fascismo histórico) y ha mantenido un discurso coherente que ha sido premiado en las urnas. Da igual que hubiera sido euroescéptica sobre las vacunas, negara el calentamiento climático o hubiera admirado a Putin antes de la invasión de Ucrania: al centrarse en cuestiones identitarias (nación italiana, civilización cristiana, valores familistas tradicionales), con pocas propuestas concretas ha captado el voto 'antipolítico'.
Sin duda, Meloni representa una novedad por partida doble: primera mujer que presidirá un gobierno en Italia y primer gobierno dirigido por una derechista radical en la tercera economía de la zona euro y en un país comunitario fundador. Aunque las tres derechas coincidan en muchos objetivos y políticas, hay factores de potencial división: la actitud frente a Putin, la reforma regional y las relaciones con la UE. No por casualidad, FdI y la Lega están en dos eurogrupos diferentes en el Parlamento Europeo, aunque ambos sean de derecha radical. Meloni ha dejado claro su compromiso con la OTAN y su predisposición a acordar con la UE y es probable que para el Ministerio de Economía capte a algún técnico de prestigio, entre otros factores porque la grave inflación y los tan elevados precios de la energía aconsejan prudencia y solvencia. En otros ámbitos el entendimiento será más fácil: restricción de los inmigrantes irregulares y recorte de derechos (dificultar el aborto, en la estela de lo que ya se hace en la región de las Marcas, y trabas para el movimiento LGTBIQ+). En ningún caso Meloni incomodará seriamente a los mercados financieros y será pragmática en la UE pues Italia necesita los fondos europeos de recuperación. Ahora bien, dado su antifederalismo, está claro que se opondrá a una mayor integración europea, pero no seguirá los pasos de Víktor Orbán por estar en la zona euro. Por tanto,
al ser muy escaso el margen de maniobra en políticas económicas, el 'diferencialismo' de Meloni se plasmará en políticas restrictivas sobre inmigrantes, feministas y personas LGBT+.
El gobierno M5S/Lega quiso enfrentarse a la UE en sus inicios, pero tuvo que rectificar pronto, Meloni tomó nota y sabe que Italia necesita imperativamente los fondos europeos dada su enorme deuda pública (150% del PIB). En conclusión,
el triunfo de Meloni es un síntoma de la degradación de la democracia liberal y seguramente será contagioso en otros países de la UE. Se avecina una muy seria crisis dadas la tan alta inflación y gran deuda pública, el bajo índice de crecimiento, el envejecimiento de la población (que, por cierto, requiere de más inmigrantes para compensarlo), el calentamiento climático, la frustrante lentitud de la transición energética y la parálisis de los partidos tradicionales, incapaces de renovarse. Aunque el triunfo de Meloni abra un período de incertidumbre e inquietud, dadas las características del sistema político italiano, no es descartable que la alianza de las derechas pueda acabar resquebrajándose: en ese caso, lo deseable sería no repetir el enésimo gobierno 'técnico' de 'salvación nacional', sino otro alternativo claramente político, de confrontación pluralista y con serias propuestas concretas, pero esto exige una transformación radical de los partidos tradicionales de momento no muy probable.