Como se ha observado, lo que acaba de ocurrir en Italia es el peor resultado del bloque de centro-izquierda (izquierda clásica + 'nueva izquierda') desde 1948. Y también es el peor resultado en términos comparativos, teniendo en cuenta las últimas elecciones celebradas en 20 países de Europa Occidental.
La primera lección que hay que extraer de esta ronda electoral es que los partidos de izquierdas (moderados y radicales) pierden cuando se presentan divididos, especialmente si no aceptan una lógica de coalición amplia. No habrá pasado desapercibido que, sumando los votos de una posible tríada de centro-izquierda (algo parecido al 'campo amplio' del que hablaba Letta) formada por Calenda y el tercer polo de Renzi, la coalición liderada por el PD y el Movimiento 5 Estrellas de Conte, el consenso habría sido mayor que el del centro-derecha. La (im)posible coalición de centro-izquierda, de hecho, habría recogido 13,8 millones de votos en el hemiciclo, mientras que la coalición de centro-derecha reunió 12,3 millones. En el Senado, el ábaco del consenso habría arrojado un resultado similar: 13,5 millones para la coalición ausente (centro-izquierda) y 12,1 millones para la presente (centro-derecha).
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Ya podemos imaginar la objeción. No se podrían sumar todos los votos y, en todo caso, sería un 'trío irreconciliable'. Los economistas utilizan esta expresión para referirse a elementos que no pueden coexistir. Pero, ¿es realmente plausible creer que las divisiones en el seno del centro-izquierda hubieran sido más insolubles que las desavenencias en el seno del centro-derecha, por ejemplo en materia de política exterior? Y, en cualquier caso, ¿no valía la pena intentar amalgamar los respectivos electorados para evitar una derrota tan amarga?
La segunda lección que se puede extraer es que, a pesar del éxito arrollador de Meloni, Italia no puede considerarse un país ideológicamente de derechas. De hecho, si nos fijamos en la auto-ubicación en el eje izquierda-derecha de los votantes, en los últimos 10 años no vemos una clara (y estable) prevalencia ni del centro-izquierda ni del centro-derecha. Las tendencias se alternan en función de los años considerados. En 2013, el porcentaje de la izquierda se acercó al 45%, superando al de la derecha en casi 10 puntos y al del centro en 20. En diciembre de 2018, la derecha y el centro habían subido hasta el 38% y el 32% respectivamente, mientras que la izquierda se había desplomado hasta el 29%, tras el descenso del apoyo a Renzi. Todavía en diciembre pasado, un sondeo realizado por Demos mostraba un perfecto equilibrio entre los votantes que se situaban en el centro-izquierda y la izquierda (18% y 14% respectivamente) y los que se situaban en el centro-derecha y la derecha (19% y 13%). El centro se cifra en torno al 9%, pero aún más significativo es el porcentaje de votantes (26%) que se negaban a situarse en el continuo izquierda-derecha.
Un segundo elemento interesante, que se desprende de la encuesta de Demos, destaca la mayor cercanía y compatibilidad mutua entre los votantes de centro-derecha que los de izquierda. Para ser claros: más de la mitad de los votantes de 'Forza Italia' se sienten cercanos tanto a la Liga como a los 'Fratelli d'Italia' (y viceversa). En cambio, esta compatibilidad político-ideológica era más débil entre los votantes del bando contrario. Entre los votantes del M5S, sólo el 30% se considera cercano a Italia Viva o Azione. Sólo fue ligeramente superior, con un 32%, para el PD. La antipatía fue sin embargo recíproca entre los partidarios de Renzi y Calenda: sólo el 9% de los primeros y el 12% de los segundos se declararon compatibles con el Movimiento 5 Estrellas. Y lo mismo ocurrió con el PD (considerado cercano sólo por el 17% de los simpatizantes de Azione y el 12% de los de Italia Viva). El electorado más orientado a la coalición fue, en cambio, el del PD, que mostró su proximidad a las demás formaciones con porcentajes que varían entre el 45% (hacia el M5S) y el 74% (hacia Sinistra Italiana).
Estos datos, en nuestra opinión, indican el papel que desempeñan dos factores principales. En primer lugar, al haber llegado a su fin el encapsulamiento político-organizativo del voto ofrecido por los partidos de masas de la Primera República, y al haber desaparecido los grandes relatos ideológicos del siglo XX, el electorado italiano se ha vuelto más móvil incluso en sus referencias identificativas, reaccionando con alta sensibilidad a las ofertas políticas, programáticas y personales de los distintos partidos. Las mayorías de derecha o de izquierda, en otras palabras, ya no reflejan orientaciones político-ideológicas estables y arraigadas, sino inclinaciones cambiantes en función de la credibilidad de la oferta que se propone.
En segundo lugar, la 'lógica de la distinción' que ha prevalecido en esta ronda electoral en el centro-izquierda se ha traducido en una antipatía mutua entre los votantes de sus formaciones. Sin embargo, el propio sondeo de Demos mostró que los votantes de centro-izquierda, aunque no se gustan, están menos distanciados entre sí que de los partidos de derecha. Desde este punto de vista, los dirigentes podrían haber hecho mucho para reducir la polarización intracoalición que ha caracterizado esta campaña electoral: el llamado 'fuego amigo' del que se han quejado muchos en la izquierda, en primer lugar el líder del Partido Democrático.
Por último, la tercera lección que hay que extraer se refiere a la estrategia político-electoral de las formaciones de centro-izquierda. Después de haber propuesto y visto fracasar dos hipótesis de coalición, el PD se encontró en una crisis de liderazgo y estrategia. Primero falló el 'campo amplio' que incluía al M5S y luego el 'campo estrecho' que incluía a Calenda. El PD no sólo no ha conseguido unir y mantener unidos a sus socios de coalición, sino que también ha mostrado una considerable indecisión estratégica. En este punto es difícil no estar de acuerdo con Calenda. Si la idea que se pretendía promover era el dique contra la derecha, no se entiende por qué se cerró tan bruscamente el 'campo ancho'. Si, por el contrario, la intención era perseguir una coalición 'dragoana', ¿qué sentido tenía ampliarla a Fratoianni y Bonelli? Son oscilaciones que en realidad denotan una incertidumbre de línea política. La defensa a ultranza del Gobierno de Draghi y el sentido de la responsabilidad ante la compatibilidad europea han aplastado de hecho al PD en una posición percibida por muchos votantes como demasiado 'pro-establishment'. Esto ha hecho que la izquierda pague unos costes muy elevados sin garantizar, sin embargo, ganancias significativas entre el electorado moderado.
El PD tendrá que resolver, regresando al Congreso, una ambigüedad básica que lo bloquea desde hace demasiados años: ¿pretende ser un partido liberal-socialista (incluso sin asumir demasiados rasgos neoliberales) que compita hacia el centro? O, como nos parece más prometedor y sensato, ¿pretende reposicionarse en una propuesta más acorde con las socialdemocracias europeas, ofreciendo una receta de país capaz de mantener unidos el relanzamiento de la economía, la modernización de los bienes colectivos y la sostenibilidad ambiental y social? Un partido, en otras palabras, que apunte a una 'vía alta' de desarrollo, capaz de hablar no sólo a las clases productivas, sino también a los trabajadores y a quienes han sido marginados por la 'vía baja' seguida por el capitalismo italiano. Un modelo, el perseguido por nuestra clase dirigente, que sólo ha sido capaz de alimentar un marcado declive económico acompañado de un crecimiento igualmente marcado de las desigualdades.
Sin embargo, el desastre de las últimas elecciones no puede achacarse únicamente a las contradicciones del PD. Las mismas ambigüedades caracterizaron tanto al 'tercer polo' como a las formaciones de la nueva izquierda. De hecho, todos estos actores parecían más preocupados por disparar al PD que por frenar el avance de la derecha. Calenda y Renzi deberán, en la próxima legislatura, resolver la duda de qué pretenden hacer cuando crezcan: ¿proponerse como agregadores de una zona de centro que mira a la izquierda o algo más?
Lo mismo sucede, finalmente, con la llamada 'nueva izquierda': la de la Unión Popular, en primer lugar. A quienes siguen adormecidos por la ilusión de la gran disolución del PD, que abrirá por fin la puerta a una refundación de la izquierda-izquierda, es fácil objetarles que quienes han seguido ese camino no han conseguido pasar de porcentajes verdaderamente míseros tanto en 2013 como en 2018. Este espacio, de hecho, parece destinado a ser guarnecido por el M5S, que ha demostrado interpretar bien una demanda de protección social procedente del sur y de las clases sociales menos protegidas. Para Conte, el reto es diferente: debe decidir si sigue interpretando este papel en clave populista y contestataria o convierte su reserva de consenso en una estrategia para gobernar el país. En definitiva, el reto de la próxima legislatura, para los partidos de la oposición, se juega en torno a la capacidad de construir una coalición plural de centro izquierda que pueda hablar al país de un futuro posible.