La política económica del gobierno de coalición puede convertirse en un referente progresista europeo si consigue traducir el plan de inversiones públicas en mejoras agregadas de productividad y sostener así un ambicioso avance en las políticas redistributivas
La política económica tiene un cierto componente de moda o tendencia, es decir, de seguidismo por mimesis entre gobernantes. Para ello es necesario un líder que ejerza de referente de cada época histórica. Éste, generalmente, suele ser aquel que dé el primer giro en los fundamentos inspiradores de la política económica con cierto éxito, rompiendo así, de forma más o menos radical, con el paradigma dominante de la época anterior.
En los años 80, el modelo de alto intervencionismo público generalizado durante las décadas de posguerra daba sus últimos coletazos, y en Estados Unidos llegaba a la Presidencia el actor Ronald Reagan. El nuevo presidente presentó un revolucionario programa económico caracterizado por masivas bajadas de impuestos, la desregulación, liberalización y privatización de la economía. Este agresivo programa fue bautizado como Reaganomics y puso en marcha la famosa propuesta de política económica neoliberal, que a lo largo de los años 80s y 90s se replicó a lo largo y ancho del globo hasta la llegada de la crisis financiera de las hipotecas
subprime. A comienzos de este siglo, Japón se encontraba atrapado en una paralizante trampa de liquidez que obligó a su Banco Central a reducir los tipos de interés por debajo de cero y a su primer ministro, Shinzo Abe, a desplegar inéditas políticas fiscales para reactivar una economía en estado comatoso. Así nacieron los
Abenomics, agresivas políticas expansivas a nivel monetario, financiero y fiscal, que, con sus matices, adoptaron el grueso de países desarrollados tras la crisis financiera de 2008.
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Actualmente, estamos viviendo un nuevo ciclo económico, que se caracteriza por un importante aumento de los precios, lo que está generando fuertes presiones en los agentes económicos y en los sectores más vulnerables de la sociedad, y también, por extensión, en los gobernantes. Así, los gobiernos se encuentran en pleno proceso de ensayo y error, planteando nuevas políticas económicas para capear el temporal y dar respuestas a su ciudadanía. La Reserva Federal y el Banco Central Europeo han comenzado a subir los tipos de interés para enfriar sus economías, y recientemente el gobierno británico de la recién dimitida Liz Truss presentó un agresivo plan de rebajas fiscales y aumento del gasto público, que los mercados rápidamente castigaron por su dudosa viabilidad para aportar sostenibilidad a sus finanzas públicas. En definitiva, los gobiernos están ensayando las nuevas políticas económicas que mejor se adapten a la nueva coyuntura y de momento no parece haber una receta clara.
En este contexto de alta incertidumbre y volatilidad, el gobierno de coalición español acaba de presentar su nueva propuesta de presupuestos, que amplía de forma significativa el gasto social, así como las inversiones productivas. También aumenta de forma notable el gasto en defensa, pero este es tema para otro debate. En definitiva, el gobierno realiza una apuesta arriesgada en una coyuntura recesiva con un lastre importante en materia de deuda y déficit y un incierto futuro inmediato, y fía el buen desempeño de la economía española a una mejora de la coyuntura internacional y al impacto multiplicador de sus programas sociales y productivos. Más allá de los nuevos presupuestos, el gobierno de coalición ha seguido una política económica coherente a lo largo de la legislatura, legislatura atípica ya que ha estado marcado por la coyuntura del Covid y ahora por el impacto inflacionario de la crisis ucraniano-rusa. Así, desde el impacto del Covid, el gobierno ha seguido una política expansiva contra-cíclica en línea con las propuestas de Bruselas y Fráncfort, que recomendaban acompañar la expansividad monetaria con expansividad fiscal. De ahí la suspensión transitoria de las reglas fiscales.
Este gasto se ha concentrado en dos ámbitos, primero, en el refuerzo de las principales partidas de gasto social, como pensiones, educación, salud y protección laboral, lo que ha permitido contener la pobreza y la desigualdad, al tiempo que ha reforzado la base del capital humano y ha potenciado el consumo agregado para reactivar la economía. Este planteamiento redistributivo se ha complementado con subidas selectivas de impuestos a la riqueza y a los beneficios empresariales. El segundo ámbito es el delineado por el masivo plan de inversiones públicas vinculadas a los recursos de los Fondos europeos Next Generation, cuyo objetivo es modernizar la estructura productiva mediante la reconversión energética (verde) y la digitalización de los principales sectores económicos españoles. Así, los fondos europeos van a permitir al gobierno español implementar un masivo programa de inversiones públicas sin disparar el déficit, es decir, manteniendo cierta ortodoxia macroeconómica.
En resumen, la política económica española se está caracterizando por un enfoque equilibrado, que trata de conciliar las políticas expansivas con cierta ortodoxia macroeconómica. Esto es posible gracias a los masivos fondos europeos, que financiarán la expansión del gasto social y productivo, al tiempo que se condicionan a la adopción de reformas estructurales que favorezcan las condiciones para el desarrollo de la iniciativa privada y el fortalecimiento del capital humano. En materia tributaria se está reorientando el sistema para incentivar la transición ecológica, así como para aminorar la carga tributaria en los sectores más vulnerables y acentuarla en los sectores más acaudalados, potenciando así el efecto redistributivo del sistema tributario y su progresividad. En definitiva, se plantea un modelo de crecimiento de la productividad con equidad.
El éxito, o no, de este modelo de 'productividad con equidad' dependerá en gran medida de la evolución del entorno internacional y de la capacidad del Plan de Reactivación para generar ganancias de productividad significativas. De no producirse, los volúmenes de gasto social serán difícilmente sostenibles en el tiempo, especialmente por lo coyuntural de las transferencias europeas y por la delicada situación de las finanzas públicas españolas, que cargan ya con una abultada deuda pública. Sin embargo, de producirse estas ganancias de productividad, podríamos estar ante un nuevo referente de política económica, que inspirase a otros líderes progresistas a replicar los Sancheznomics.
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