Este 1 de noviembre los israelíes tendrán la oportunidad de votar por quinta vez en cuatro años. Mucho se ha dicho sobre la inestabilidad gubernamental y el
estancamiento electoral en el país hebreo. Sin embargo, las razones por las que esto es así no están del todo claras. Esto es debido, en parte, al hecho de que la mayoría de los análisis han tendido a descuidar un aspecto con un impacto crucial en la política nacional desde el momento mismo del nacimiento del estado israelí allá por 1948. De hecho, y con muy pocas excepciones, a la hora de intentar entender por qué unos sistemas de partidos de partidos son más estables que otros, las cuestiones de política exterior (por ejemplo,
la condicionalidad de la UE,
la Guerra Fría) han dejado paso a otros factores más institucionales (por ejemplo, sistema electoral, fragmentación), culturales (por ejemplo, divisiones, polarización, legados) y económicos (por ejemplo, inflación, desempleo).
En el caso de Israel ignorar factores de política exterior ha sido aún más fácil ya que el problema territorial no sólo viene derivado de consideraciones geopolíticas, sino también de una lucha identitaria interna. Aun así, como argumentaremos en este artículo,
el estado actual (extremadamente inestable) del sistema de partidos israelí no puede entenderse sin considerar la pérdida de importancia del problema que vino a determinar la competencia partidista desde el momento mismo de la independencia del país: esto es, la cuestión de 'territorios a cambio de paz'. En este contexto, las próximas elecciones parlamentarias vendrán a confirmar la existencia de un punto muerto en relación a las prioridades del país hacia la cuestión palestina y su lucha interna por una nueva identidad.
Política israelí: fragmentada y polarizada
La fragmentación y la polarización, fomentadas por la presencia de numerosas y profundas divisiones étnicas (p. ej., judíos, no judíos), religiosas (p. ej., judíos, musulmanes, cristianos) e ideológicas (p. ej., sionismo laborista, sionismo revisionista, sionismo religioso) siempre han caracterizado la política de partidos en Israel. El sistema electoral, caracterizado por su extrema proporcionalidad, ciertamente no ha ayudado. Aun así, y a pesar de una cierto inestabilidad gubernamental, fragmentación legislativa y polarización ideológica, hasta hace poco la competencia partidista siempre estuvo dominada por un asunto territorial: la llamada cuestión de 'tierra por paz', primero en el contexto más amplio de la guerra árabe-israelí; y luego, sobre todo desde la década de 1980, en torno a la lucha de Palestina por la independencia. Esto llevó a un enfrentamiento político entre los partidos de izquierda, más inclinados a llegar a un acuerdo con el mundo árabe, y partidos más nacionalistas de derecha, partidarios del Gran -ahora ampliado- Israel. Sin embargo, todo ello se vino abajo en 2019, dando paso a una nueva era en la política israelí, incluso más inestable,
caracterizada por un proyecto poco claro sobre la identidad del estado.
Las tres fases de la política israelí
Tal y como han venido sosteniendo la mayoría de los expertos,
la historia del sistema de partidos israelí se puede dividir en tres períodos distintos. El primero, caracterizado por el predominio, tanto en términos electorales como gubernamentales, del partido (es decir,
Mapai) del que surgirá el Partido Laborista coincide con el período de construcción nacional entre el momento de la independencia en 1948 hasta 1977.
Este primer período termina después de las elecciones parlamentarias de 1977, y en parte como reacción a la traumática Guerra del Yom Kippur (1973), con la llegada al poder del Likud, un partido nacional-conservador. De hecho, este cambio histórico fue la culminación de un proceso que ya se venía gestando desde la Guerra de los Seis Días (1967), un verdadero 'terremoto' tanto para la ideología sionista como para las mentes y los corazones de los ciudadanos israelíes.
Desde un principio, la conquista de territorios cisjordanos fue un tema muy controvertido, dado su significado religioso e histórico, que abrió un gran debate ideológico sobre el futuro de esos territorios recién conquistados.
Esta disputa reabrió un choque de identidades dentro del movimiento sionista que parecía haberse cerrado con el dominio de Ben-Gurión y su sionismo socialista.
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El resultado fue un realineamiento político mediante el cual partidos religiosos sionistas como el Partido Religioso Nacional y movimientos no parlamentarios como Gush Emunim encontraron refugio en el campo de la derecha, rompiendo la tradicional alianza entre el bloque religioso - hasta entonces formado principalmente por partidos ortodoxos – y el bloque laborista. Este realineamiento no solo contribuyó, como ya mencionamos anteriormente, a la victoria del
Likud a finales de los 70, sino que también
convirtió el futuro de los territorios conquistados en un tema central de la política interna, imponiéndose a otro tipo de cuestiones y divisiones como las étnicas, religiosas o socioeconómicas.
A partir de entonces las elecciones no dejaron de ser una batalla entre dos bloques que representaban dos visiones diferentes de la cuestión territorial: la izquierda más apegada al principio de 'territorios a cambio de paz', y la derecha más proclive a la idea de un Gran Israel.
Este tema seguiría dominando la política israelí en la década de los 80. La guerra del Líbano (1982), sus secuelas y el estallido de la primera intifada en 1987 no hicieron más que fomentar el
debate territorial, ampliamente reflejado como una lucha por la identidad colectiva que venía a determinar el partido elegido por los ciudadanos israelíes a la hora de votar. Así, en 1992, Yitzhak Rabin devolvió al poder al laborismo con una
campaña totalmente centrada en el compromiso territorial. A lo largo de la década de los 90, los bloques políticos se alinearon casi exclusivamente a lo largo esta dimensión totalmente conectada con el proceso de paz: incluyendo los
acuerdos de Oslo, sus implicaciones con respecto a las fronteras geográficas para la identidad colectiva israelí, así como las relaciones de Israel con sus vecinos árabes y, aún más específicamente, los palestinos.
Sin embargo, los primeros años del siglo XXI constituyeron un importante punto de inflexión en la política israelí debido al catastrófico fracaso de los acuerdos de Oslo y la campaña de violencia llevada a cabo por extremistas palestinos que, al menos a los ojos de Israel, venían a negar la importancia que las negociaciones y demás concesiones tenían para el proceso de paz. Es en este contexto que, adoptando un nuevo enfoque unilateral que difería tanto de las posiciones laboristas como del Likud y apuntando a un enfoque más 'céntrico' basado principalmente en todas aquellas políticas que de manera unilateral venían destinadas a garantizar la seguridad del país, Ariel Sharon decidió implementar la retirada de Gaza y de partes de Cisjordania. La salida de Sharon del
Likud para establecer
Kadima (2006), el primer partido de centro en lograr formar gobierno en Israel, puso el último clavo en el ataúd de esta segunda fase, inaugurando una tercera caracterizada por un desalineamiento electoral y una estructura de competición partidista.
Después de 2009, el tema de 'paz por territorios' es abordado cada vez menos por los partidos políticos israelíes, siendo relegado por las cuestiones de seguridad. Como consecuencia de la desilusión pública con los 'acuerdos de Oslo', este nuevo período, que tiene al Likud como 'partido bisagra', es también el resultado de una visión política que busca normalizar el
statu quo para impulsar, por un lado, el estatus internacional del país y, por otro, establecer una solución basada en la constitución de un solo estado
de facto.
En busca de una nueva identidad
Como se puede observar en todas las encuestas preelectorales realizadas desde 2019, el principal tema de preocupación de los electores ha cambiado con el tiempo. Así si bien en 2019 era la reducción de la desigualdad económica, en 2020 los israelíes estaban más preocupados por las
investigaciones judiciales en torno a varios escándalos de Netanyahu, mientras que en 2021
el estado de la economía volvía a estar en el candelero como el asunto más apremiante. Eso sí, y aunque parezca sorprendente, el debate '
Bibi v no Bibi' (esto es, 'Netanyahu si, Netanyahu no') no estaba ni entre los cinco primeros.
En general, parece claro que la cuestión territorial que sirvió para congelar el sistema de partidos israelí durante seis décadas se ha derretido finalmente, dando paso a un periodo de inestabilidad en el que los partidos políticos buscan un nuevo asunto que les permita gozar del favor de un electorado cada vez más inestable. Ciertamente resulta paradójico que sea una (relativa) paz sin intercambio de territorios la que haya llevado a la política israelí a un punto muerto de continua inestabilidad. Parece que el fin de la historia también ha llegado a Israel.