Un escenario de “vientos fuertes, aguas agitadas e incluso tormentas peligrosas” es lo que Xi Jinping anticipó para los próximos cinco años durante la apertura del XX Congreso del Partido Comunista de China. De hecho, la gran novedad en esta sesión fue la pérdida de protagonismo de la agenda económica, tomando el relevo las cuestiones de seguridad nacional por primera vez desde la proclamación de la República Popular de China en 1949. En un giro histórico, las referencias a ‘seguridad’ superaron en número a las relacionadas con ‘economía’, definiendo la línea de cuál será el foco de interés en la política de Xi Jinping que marque las directrices del próximo lustro.
Aunque en el discurso de apertura del congreso no hubiera una referencia expresa a Estados Unidos, el sobresaliente protagonismo de las menciones de seguridad nacional, de “resolver la cuestión de Taiwán y realizar la reunificación completa de China”, así como de la aspiración de alcanzar la autosuficiencia tecnológica marcan el contexto de tensión geopolítica y de rivalidad existente entre ambas potencias. En este sentido, el giro dado respecto al anterior congreso sobre la referencia de “ganar guerras” por la de “ganar guerras locales” marca la línea ideológica de este tercer mandato.
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Sin que el XX Congreso del Partido Comunista de China deje entrever una redefinición de las prioridades económicas, el perfil del nuevo Politburó expone una reorientación desde una planificación económica tecnócrata a un esquema de modernización más estrechamente ligado al pulso ideológico. La designación de Li Qiang, anterior jefe del partido en Shanghai, como muy posible primer ministro, uno de los hombres leales al presidente, marca un punto de inflexión en la agenda estratégica para el próximo lustro.
La ausencia de novedades en el plano económico reafirma la política que el presidente Xi Jinping lleva desplegando durante los últimos diez años, de ahí que no haya un cambio de rumbo a pesar de la coyuntura internacional y el severo impacto que la política de Covid cero está ejerciendo sobre el desarrollo económico de China. Sin embargo, aunque en el informe presentado no se aprecie una redefinición de las prioridades, el cambio de orientación en la ejecución de la planificación económica va a definir este tercer mandato, más alejado del pragmatismo y más ligado a la ideología.
El expresidente Hu Jintao es la última referencia al liderazgo colectivo, asociado a una etapa denguista de apertura y reforma que comenzó hace cuatro décadas, que parece quedarse atrás tras la presentación de esta nueva etapa en la era de Xi Jinping donde todos los miembros del Politburó son hombres leales al presidente. En la cronología futura, el primer hito está establecido para 2035, momento al que posiblemente Xi Jinping podría llegar revalidando un cuarto mandato y afianzando la hoja de ruta que lleve a la consecución del ‘sueño chino’ de convertirse en una sociedad moderna cuyo horizonte temporal está puesto en 2049, cuando se cumpla el primer centenario de la República Popular de China.
El gigante asiático perderá este año su rol como motor económico de la región tras una sostenida ralentización del crecimiento, una circunstancia inédita en los últimos 30 años que otorga el liderazgo a Vietnam como la economía que mejor ha sabido impulsar la recuperación económica. El escenario en China es bien distinto.
La autosuficiencia tecnológica, tan necesaria para que China pueda afrontar los retos de seguridad que se plantean en el Indo-Pacífico, se configura como una de las palancas prioritarias en una agenda económica establecida bajo un modelo de desarrollo de alta calidad. Sin embargo, la política de Covid cero ha reducido la confianza de los inversores sobre las perspectivas del mercado chino y la solidez de su economía, a lo que se suma la presión ejercida sobre los titanes tecnológicos y los efectos que la rivalidad y competición geopolítica entre Estados Unidos y China está teniendo sobre un creciente decoupling financiero.
En este cambio de escenario, que lleva tomando forma en los dos últimos años, ahora son las empresas estatales las que han comenzado a proyectar la estrategia económica de China y las que se van a encargar de liderar el desarrollo económico y la innovación durante los próximos cinco años, teniendo como objetivo dinamizar de nuevo la inversión internacional y cultivar un entorno de emprendimiento de gran rendimiento, ascendiendo en la cadena de valor tecnológico.
Uno de los grandes retos para China en este aspecto será desarrollar una empresa campeona global en semiconductores, que le permita competir con el resto de las grandes élites tecnológicas asiáticas y compensar las nuevas políticas y prohibiciones implementadas por la administración Biden. Los hombres fieles a Xi tienen un mandato, y que el ‘sueño chino’ se cumpla dependerá del equilibrio que alcance el pragmatismo y la ideología en la próxima década.