Nada va bien en la pareja franco-alemana, hasta el punto de que dicha pareja ya ni siquiera intenta mantener las apariencias al decidir posponer
sine die el Consejo de Ministros franco-alemán de Fontainebleau, que estaba previsto para el
26 de octubre. Por supuesto, la noción de 'pareja' nunca ha dejado de ser discutida, ya que esta calificación la realiza principalmente Francia. En Alemania, el término 'Paar' se utiliza menos que, más prosaicamente, 'motor'. Muchos analistas ya han argumentado que
esta relación es fundamentalmente asimétrica, basada en un contrato que se reinterpreta constantemente. Es inevitable que haya roces regulares. Sin embargo, el problema actual parece más grave. La suma de disputas en materia de defensa, energía y conducción de los asuntos europeos hace imposible mantener la ficción de una relación fluida, confiada y equilibrada.
En la raíz de esta crisis latente se encuentran tres críticas a los alemanes, que se pueden resumir en una fórmula:
Alemania primero.
El primer reproche se refiere al cuestionamiento unilateral del reparto de responsabilidades en materia de
programas de defensa entre Francia y Alemania, en particular sobre el avión del futuro (SCAF) y el sucesor del carro de combate
Leopard. Alemania, después de haber negociado indefinidamente el reparto de tareas y de haber aplazado el inicio de los estudios, muestra una creciente falta de interés por estos programas y por los compromisos adquiridos.
El segundo tema de reproche, siempre en materia de defensa, es el
reciente lanzamiento de un proyecto de defensa antimisiles basado en tecnologías israelíes y estadounidenses. Aparte de la brecha en términos de capacidades, las justificaciones invocadas por el Canciller Scholz son principalmente financieras, y nos invitan a releer su discurso en Praga el pasado mes de agosto, cuando habló de
'un sistema que sería menos caro y más eficaz que si cada uno de nosotros construyera su propia defensa aérea'. Es cierto que Alemania ha reunido a 15 socios europeos. Pero la opción de comprar un sistema estándar es contestada incluso en Alemania por los industriales, y sobre todo rompe las perspectivas de desarrollo de un proyecto franco-italiano, por no hablar de otro tercer proyecto desarrollado por los polacos. Entre la Europa de la Defensa prevista por Macron, con el desarrollo de capacidades autónomas, y la de Scholz,
hay una diferencia muy clara, que echa por tierra las esperanzas de ver a Alemania convertida en una
autonomía estratégica. Alemania mantiene sus reflejos de país cliente en materia de defensa.
La tercera crítica, y no por ello menos importante, ya que es toda la UE la que la soporta, se refiere al plan de apoyo, no coordinado con Europa, de
200.000 millones de euros para acudir al rescate de una industria alemana debilitada por la subida del precio del gas. Los alemanes han tratado de justificarse invocando el plan francés, pasando por alto el hecho de que se centra en los hogares y las pequeñas empresas, en lugar de que sus 200.000 millones se inyecten directamente en la industria, lo que necesariamente creará distorsiones de la competencia. Alemania puede tener buenas razones para preocuparse por su industria, y algunas de las subvenciones beneficiarán a los subcontratistas europeos. Pero el hecho es que su plan plantea un problema fundamental, y que ha actuado solo. Podría haber informado con antelación sobre su plan de apoyo y establecer un programa europeo para ayudar a los países con mayores limitaciones presupuestarias; sin embargo,
no se ha propuesto nada de eso y Alemania se ha contentado con dar lecciones a las cigarras presupuestarias del sur de Europa.
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Estas tres críticas tienen el mismo objetivo:
la despreocupación y el egoísmo de una Alemania que toma decisiones desafiando los intereses de sus socios, y que toma prestado falsamente el vocabulario macroniano de la soberanía europea para promover soluciones que van en contra de esta idea.
A estas tres críticas hay que añadir una divergencia cada vez más evidente en materia de política energética.
Mientras que Francia aboga por un precio del gas regulado, apoyado por una política de compras común y mecanismos de solidaridad, Alemania se opone porque esa política podría enemistarse con los proveedores que intenta atraer (Qatar, Noruega, Países Bajos)... y, por tanto, reducir la oferta de gas.
Mientras que Francia aboga por un precio administrado del gas consumido para producir electricidad, generalizando así la solución adoptada por España y corrigiendo una importante disfunción del mercado europeo de la electricidad,
Alemania defiende el refuerzo de los mecanismos de mercado. También aboga por acelerar la construcción de las interconexiones España-Francia.
Para defender sus opciones y responder a las críticas de su socio, Alemania desarrolla tres tipos de argumentos.
El primero es
estratégico y
geopolítico: en materia de defensa, y más aún en lo que se refiere a las cuestiones nucleares, que han vuelto al primer plano con las amenazas de Putin, es la OTAN la que defiende a Europa; en un contexto en el que el compromiso estadounidense ya no está tan asegurado como en el pasado, esto lleva a una cuidadosa asociación germano-americana. De ahí la compra del F35, y no del Rafale, y de ahí la falta de entusiasmo en el desarrollo del SCAF.
En Berlín también se señala que Alemania dedica considerables medios a su defensa, lo que debería alegrar a los europeos. Un punto débil de la posición francesa en este caso es que una parte de las opciones de equipamiento está condicionada por las armas nucleares, y que la autonomía de Francia en este ámbito le obliga a elegir entre equipamiento francés y estadounidense.
El paraguas nuclear estadounidense es inseparable del F35.
El segundo argumento, el político, es ya viejo: Alemania tiene ciertamente la
intención de ser solidaria en materia presupuestaria... siempre y cuando cada uno de los 27 haga su propia limpieza financiera y no rompa cada día el pacto de estabilidad y crecimiento. La posición alemana, justificable en algunos aspectos, no ha cambiado a pesar del considerable coste de la dilación de la señora Merkel durante la crisis del euro, cuando su negativa a mostrar solidaridad empeoró la situación de los demás países.
El tercer argumento es ideológico:
Alemania es reacia a la manipulación del mercado.
El problema actual es que, cuando se utilizan al servicio de iniciativas alemanas cada vez más audaces, también plantean graves problemas.
La primera es un
unilateralismo cada vez más asumido. Alemania, consciente de su rica historia, siempre ha procurado seguir los pasos de Francia y pintar sus propias iniciativas con los colores de Europa. Pero es un error afirmar que Alemania siempre ha consultado sus opciones más estructuradas con sus socios. Las políticas de deflación competitiva aplicadas en 2003-2005 son el mejor ejemplo. También se podría citar la decisión de Angela Merkel en 2011 de salir de la energía nuclear tras Fukushima e instalar así una creciente dependencia del gas ruso. Por último, está la ola migratoria de 2015, cuando Alemania abrió las puertas de Europa de par en par a los refugiados sirios, iraquíes y afganos, decidiendo así para toda la UE lo que en el mejor de los casos fue un acto humanitario y en el peor una política laboral alemana. Por último, no hay que olvidar el caso de Grecia, a la que el Sr. Schäuble quiso sacar temporalmente de la eurozona y a la que se le impuso una austeridad punitiva después de largos retrasos justificados, como llegamos a entender, por el calendario electoral alemán.
El segundo problema es lo que debe llamarse una
nueva voluntad de poder. Alemania siempre ha dado muestras de cierta moderación en sus compromisos en los teatros extranjeros, se ha beneficiado plenamente de los dividendos de la paz al no invertir lo suficiente en su defensa, y se enfrenta al trasfondo pacifista de su población. Esta posición era tanto más cómoda cuanto que Estados Unidos y la OTAN velaban por su seguridad y podía concentrarse en su estrategia industrial. Pero en la última década, Alemania ha ido ganando poder en un contexto de retirada estadounidense, compromiso europeo con la paz en los Balcanes y conversión de ecologistas y socialdemócratas a la intervención en teatros de operaciones extranjeros. Como resultado, Alemania es ahora la primera potencia convencional, el patrocinador de los países de Europa Central y Oriental y el principal aliado de Estados Unidos.
El tercer problema es que la
preocupación obsesiva por la defensa de la industria nacional acaba superando cualquier deseo de cooperación. Alemania siempre ha defendido con uñas y dientes sus intereses en los programas de cooperación europeos. Cada programa conjunto debía obedecer a las reglas de equilibrio en cuanto al reparto de tareas y al auge de la industria alemana. En el ámbito de la defensa, por ejemplo, Alemania tenía el control del armamento terrestre y Francia la supremacía en la aviación del futuro. Pero dentro de esta gran división, Alemania debía progresar en el dominio de las tecnologías aeronáuticas para poder desafiar las posiciones adquiridas por Francia y ascender así en el mercado. También en este caso no hay nada nuevo, el asunto de la SCAF reproduce la disputa del
Eurofighter que llevará a la construcción del Rafale sólo por parte de Francia.
Algunos de estos problemas son antiguos. ¿Qué hay de nuevo en ellos?
Alemania siempre ha sabido combinar el auge de sus intereses con la solidaridad europea; lo ha hecho en el pasado y lo hará en el futuro. La novedad es la adopción del discurso de Macron sobre la soberanía europea, que, lejos de conducir a nuevos avances federales,
sirve de pantalla para la persecución de los intereses alemanes o, más exactamente, de una concepción alemana de los intereses europeos en la que la asociación estratégica con Estados Unidos y la integración de los países de Europa Central y Oriental priman sobre la relación franco-alemana.
En la nueva Guerra Fría, con las pruebas diarias de la determinación de la OTAN frente a las provocaciones rusas, Alemania necesita a Estados Unidos más que a Francia. Este último, que no ha movilizado sus activos nucleares y siempre se ha mostrado reacio a entrar en la OTAN, queda reducido a la insignificancia estratégica. Sin duda, Alemania protestaría si se le atribuyera este análisis, pero la verdad está ahí: el episodio de la compra del F35 estadounidense, por un lado, y el fracaso de la SCAF, por otro, lo atestiguan. Además, para curarse de su
Ost-Politik y de sus errores culpables con Putin, necesita a sus socios del Este, más que a Francia. No hay que buscar más razones para el escudo antimisiles que propone en el contexto de la guerra de Ucrania, aunque, como hemos visto, los polacos habían desarrollado su propio proyecto.
Estas diferencias fundamentales no sólo se reflejan en una situación de competencia, sino también en forma de adversidad. Esto nunca ha estado completamente ausente de la relación.
¿Es necesario recordar la incansable guerra que Berlín libra en Bruselas y otros lugares contra la energía nuclear francesa? Pero los puntos de equilibrio que neutralizaban las diferencias, las convergencias que compensaban las divergencias, son hoy más difíciles de identificar, tanto para los observadores como, y esto es lo más preocupante, para los actores.
¿Qué podemos concluir? La historia, la guerra de Ucrania, el acervo comunitario y el futuro de la integración europea abogan por el
mantenimiento de la alianza franco-alemana, tanto más cuanto que
es necesario reinventar el modelo económico alemán basado en la industria manufacturera y en una triple dependencia de Estados Unidos para la defensa, de Rusia para la energía y de China para los mercados exteriores. Paradójicamente, en un momento en que Alemania se afirma como una potencia de pleno derecho y pretende deshacerse de la asociación electiva con Francia, ya no puede tener peso en solitario:
necesita más que nunca la profundidad estratégica y comercial europea.
Pero las prioridades están cambiando:
la asociación con el Este es más importante para Alemania,
la alianza con Estados Unidos es más central que nunca y
China se ha convertido en un rival sistémico, lo que cambia un poco el enfoque.
En el nuevo mundo que surge de la guerra de Ucrania, si el vínculo con Rusia se ha derrumbado, los activos franceses están claramente devaluados. Sin embargo,
Alemania no renunciará a la comodidad de su socio menor. Sólo que el ejercicio está resultando más difícil y los objetos de fricción se multiplican. Francia puede sentirse incómoda en este nuevo papel. Corresponde a Francia determinarse y tomar la iniciativa.
Hay al menos tres áreas en las que se puede desplegar.
¿Pretende volver a ser una potencia productiva? Se trata del reto de recuperar la autonomía estratégica en asociación con Europa, pero también de la política de oferta y la renovación de la política industrial. Los cambios están en marcha, pero queda mucho por hacer.
¿Pretende recuperar el control de sus finanzas públicas llevando a cabo tantas reformas aplazadas y revirtiendo la prioridad de facto que ha dado al consumo?
¿
Tiene la intención de situar sus activos nucleares en un marco europeo, en cuyo defecto la evolución descrita seguirá teniendo efecto?
En cualquier caso, el reciente incidente parece un recordatorio de los datos fundamentales que estructuran la relación franco-alemana, más allá de la facilidad del lenguaje y de los comentarios consensuados sobre la relación Scholz-Macron.
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KAY NIETFELD / POOL (EFE)