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Negociaciones de paz en Ucrania: ¿Un nuevo orden de seguridad en Europa?

Juan Tovar Ruiz

7 mins - 12 de Diciembre de 2022, 07:00

En tanto la Guerra de Ucrania se aproxima a sus diez meses de duración, las declaraciones de diferentes líderes occidentales parecen haber puesto sobre la mesa la posibilidad de un diálogo directo con el presidente ruso, rompiendo con la estrategia de aislamiento que se había estado siguiendo hasta este momento. 

Tanto el presidente de Francia, Emmanuel Macron, como el canciller alemán, Olaf Scholz, en diferentes declaraciones han planteado la posibilidad de negociar con Rusia un nuevo orden de seguridad que incluyese las preocupaciones de Rusia a efectos de lograr un acomodo duradero con esta potencia si se retira de Ucrania y se compromete a poner fin a las agresiones contra sus vecinos. 

En el fondo, estas declaraciones no son demasiado sorprendentes dado que ambos dirigentes se mostraron más pragmáticos a este respecto que otros aliados de la OTAN como Polonia y los Bálticos y siempre fueron reticentes a cortar de manera radical los cauces diplomáticos con Rusia. También con la propia experiencia histórica europea, en la que los conflictos condujeron a cambios de 'orden' o, más certeramente, a modificaciones del equilibrio del poder preexistente.

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Más relevantes resultan, sin embargo, las declaraciones del presidente Biden abriendo la posibilidad de dialogar con el presidente ruso si pone fin a la guerra. En realidad, esta no es sino la última de una serie de indicaciones que podrían llevar a pensar que se prepararía el terreno para la mesa de negociaciones. En las últimas semanas se han filtrado por parte de medios como el New York Times, informaciones de que la Administración está dividida sobre la posibilidad de un diálogo con Rusia.

Estas divisiones no resultan demasiado sorprendentes y se antojan similares con el funcionamiento del proceso de toma de decisiones de Estados Unidos en otras ocasiones.

La Administración se habría dividido en dos bandos, por un lado el de los representantes del ámbito militar, partidarios de iniciar un proceso negociador ante el escepticismo sobre grandes avances ucranianos en los próximos meses de invierno. A este respecto han resultado bastante representativas las declaraciones de Mark Milley, el jefe del Estado Mayor Conjunto. Por el otro, el de los asesores del presidente, que rechazarían presionar a Ucrania para comenzar el diálogo considerando que todavía puede alcanzar ulteriores avances en el campo de batalla. Estos dos bandos representarían respectivamente a las tradicionales visiones realistas y liberales de la política exterior estadounidense.

La filtración sobre una recomendación de no negar el diálogo con Rusia en un reciente viaje del consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, a Ucrania también parece alinearse con estos planteamientos. Si bien en parte se justificó como estrategia política respecto del hartazgo de los aliados europeos.

Estos tímidos movimientos no resultan ajenos al desarrollo de ciertas dinámicas de la política doméstica en los principales aliados de Ucrania y, en menor medida, de la creciente escasez de determinado tipo de armamento remitido. 

En el caso de Estados Unidos, a pesar de que los demócratas reivindicaron su ajustada derrota como una victoria, el estrecho control republicano de la Cámara de Representantes, paradójicamente, hará más difícil la remisión de ayuda a Ucrania al incrementar la capacidad de presión del sector más populista del partido a los líderes del GOP en la misma. En el mejor de los casos, la aportación de esta ayuda requerirá un mayor esfuerzo negociador por parte de la Administración Biden. No obstante, su continuidad no es imposible a la luz de la gran división interna republicana sobre la actitud a tomar en relación a la guerra entre el establishment más tradicional y el sector jacksoniano del partido.

En cualquier caso, los que prefieren destinar esos fondos a Estados Unidos en lugar de utilizarlo para apoyar a Ucrania han ido creciendo y ya suponen un tercio de la población estadounidense, especialmente concentrados en el ámbito republicano. Un punto al que no es ajena la naturaleza principalmente ideológica y, en cualquier caso, no vital del conflicto para los intereses estadounidenses. 

Además, existe una creciente preocupación acerca de que la Guerra de Ucrania suponga una distracción del principal desafío de seguridad nacional que afronta Estados Unidos: China. País respecto del que la Guerra de Ucrania ya ha obligado a hacer ciertas concesiones políticas en términos de imagen que suponen una complicación para una futura estrategia de competición por el liderazgo a nivel sistémico, tal y como pudo observarse en Bali. 



Algo similar sucede en el caso europeo. En este supuesto, a pesar de las declaraciones triunfalistas de los líderes de la Unión Europea, se abre una etapa de enorme incertidumbre que acompañará en los próximos meses la adopción y puesta en marcha de las diversas sanciones sobre Rusia, especialmente en el ámbito energético, que también tendrán un impacto relevante sobre los Estados europeos. 

Si bien es aún pronto para saber cuál puede ser la reacción doméstica a nivel político y social de los próximos meses, el hecho de que no se pueda atisbar un final para este conflicto está llevando a reconocer una cierta fatiga por parte de los líderes europeos y una creciente dificultad para adoptar nuevas decisiones debido a las grandes divisiones internas existentes entre Estados por la contraposición de intereses.

Estas dinámicas principalmente domésticas, por tanto, han respaldado una posición más negociadora por parte de los líderes occidentales ¿Significa esto que veremos en el corto plazo un proceso negociador que permita la emergencia de un nuevo orden de seguridad europeo o, como mínimo, de un nuevo equilibrio de poder susceptible de ser gestionado? La respuesta parece ser que no.

Para empezar ninguna de las partes beligerantes parece estar dispuesta a ceder en sus objetivos maximalistas. Ucrania se ha manifestado proclive al diálogo, una vez Rusia se retire de los diferentes territorios que ocupa y ha formulado en Bali un decálogo de exigencias que el país euroasiático no está dispuesto a aceptar. Rusia tampoco parece dispuesta a negociar a menos que se le reconozcan sus ganancias territoriales en el campo de batalla. 

Además, los líderes occidentales, especialmente Biden y su equipo, parecen todavía reticentes a presionar al gobierno ucraniano, que depende en gran medida de ellos para su propio sostenimiento, a efectos de participar en un proceso de negociaciones con Rusia.

La postura negociadora occidental, por otro lado, no ha estado exenta de ciertas contradicciones. Si realmente el gobierno ruso se mueve por el mero apetito imperialista y su presidente es intrínsicamente malvado, como se ha sostenido en múltiples ocasiones ¿cuál sería el caso de negociar un nuevo orden de seguridad y qué aportaría? El enfoque ideológico utilizado para justificar el conflicto por delegación encontraría aquí su propia trampa y llevaría a limitar la mera posibilidad de un enfoque negociador que permita salir del atolladero.  

Salvo desastre repentino para una de las dos partes, no se atisba un final a corto o medio plazo de un conflicto que ha producido un enorme coste a nivel político, económico y estratégico en el sistema internacional para todas las partes involucradas. 

Llegará el momento en que este conflicto, como ha venido sucediendo en tantas otras ocasiones, finalizará en una mesa de negociaciones. Sin embargo, nada parece indicar que esto sucederá pronto y, en cualquier caso, no será posible garantizar la emergencia de un nuevo orden de seguridad europeo capaz de gestionar de manera efectiva las inquietudes de los Estados que lo componen. En el mejor de los casos, un equilibrio más precario asentado sobre la desconfianza mutua, esperemos que mínimamente gestionable, es una opción más factible. Un futuro que constataría que la jungla, y no el jardín, constituirá el principal ecosistema del sistema de Estados europeo.

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