El pasado domingo 22 de enero de 2023 asistimos a la
conmemoración de los 60 años de la firma del Tratado del Elíseo y de la (no tan) vieja amistad entre Alemania y Francia. Este hito histórico, que cerró una
etapa de agresividad diplomática y conflictos armados que se arrastraban desde 1870, ha pasado por periodos de cercanía y de enfriamiento, como sucedió durante el binomio Merkel-Hollande, cuya -
presumiblemente- distante relación limitó el margen de actuación de la UE en los momentos más duros de la crisis
post-2008. Durante los últimos años, la
coordinación y cooperación en materia económica, política y diplomática ha ido creciendo progresivamente, especialmente a partir de la irrupción del Covid-19 y sus devastadores efectos sobre la industria europea.
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Además, si algo le faltaba a este matrimonio era la constatación de estar juntos en el mismo barco, y es que no hay nada como un
enemigo común para estrechar lazos, limar asperezas y fijar un marco de actuación para el largo plazo, desembocando en
un comunicado conjunto que traza las líneas maestras de la
estrategia industrial y
energética de ambos países -
y por ende, de la UE- durante los siguientes años. Entre otros aspectos,
los gobiernos alemán y francés se comprometieron a trabajar para alcanzar una política energética comunitaria que garantice la soberanía y reduzca la dependencia de terceros países. La reindustrialización del viejo continente se vuelve crucial para ambos países, en lo que supone un esfuerzo colectivo que asegure la competitividad de la eurozona en una economía claramente globalizada. Por último -
y no menos importante-,
el tratado contempla avances en ciberseguridad y defensa comunitaria, para mejorar la coordinación entre los Estados miembros. Si esto no queda en mero simbolismo, supondría el adiós definitivo a la política comunitaria de bloques antagónicos, un cierre de filas que marca un antes y un después en torno a cómo se plantea el futuro de la UE a partir de ahora. Y todo indica que iban en serio, teniendo en cuenta los eventos acontecidos en Barcelona que han culminado en la rúbrica de un
tratado de amistad entre los gobiernos francés y español, reforzando los compromisos adquiridos y
proyectando una imagen de unidad que no se veía desde hacía décadas.
Pero ¿por qué ahora? Y, sobre todo,
¿qué ha llevado a Alemania y Francia a aparcar sus diferencias en torno al proyecto europeo? La respuesta parece obvia, y es que, por un lado, la implosión de 2020 durante la crisis del Covid-19 demostró lo vulnerables que eran las economías comunitarias ante shocks de oferta, y la importancia de
una serie de políticas que garantizaran la supervivencia y recuperación de la UE: Fondos de rescate, programas para garantizar el crecimiento a largo plazo, etc. Por otro lado, la guerra de Ucrania ha revelado cómo de dependientes son algunos de los Estados miembros de las importaciones de energía de terceros países,
lo que supone un problema de abastecimiento si las relaciones diplomáticas se deterioran -
como evidentemente ha sido el caso-.
Gráfico 1.- Porcentaje del PIB destinado a consumo de energía.
Esto afecta en particular a Alemania, que se ha encontrado con un problema inesperado y con la necesidad urgente de desarrollar formas alternativas de obtención de energía que suplieran a las importaciones de gas ruso. Como colofón, la creación de cuellos de botella en los puertos de origen de exportación de manufacturas y bienes intermedios ha tensionado los flujos comerciales y creado disrupciones a la hora de asignar recursos a escala global. La historia ya la conocemos: Inflación, aumento de la deuda pública, incremento de los costes de producción y de las importaciones, frenazo a la recuperación económica, etc.
Gráfico 2.- Indicadores de confianza de los consumidores y empresas en Alemania.

Las expectativas son, por tanto, negativas. La confianza de los consumidores y las empresas disminuyó sustancialmente en comparación con 2021, y se espera que permanezca en niveles bajos al menos durante las tres primeras partes de 2023.
La inflación alcanzó cotas del 10.9% en septiembre del año anterior y se registró un aumento del 45.8% en los costes de producción. Fieles a su viejo ideario
Ordoliberal, los dirigentes alemanes postergaron la toma de medidas hasta que las señales de alarma eran evidentes y no quedó más remedio. Los datos para Francia
no son tampoco esperanzadores: Posee unos
niveles de endeudamiento preocupantes, una
red de energía nuclear costosa e ineficiente que no garantiza el abastecimiento a largo plazo y una
tasa de inflación al alza que merma el poder adquisitivo de los hogares en una nación donde el coste de la vida era ya considerablemente alto.
Gráfico 3.- Impacto del aumento de las tensiones en los mercados energéticos, sobre el crecimiento del PIB y la inflación.

La realidad es, por tanto, tozuda, y ha empujado a los agentes implicados a mover ficha. Ante una esperada recesión en 2023 y una débil recuperación económica en 2024, Francia y Alemania han decidido hacer frente a las disrupciones que los precios de la energía causan sobre la economía comunitaria, lo que se traduciría en un intervencionismo más coordinado a escala comunitaria, así en una profundización en la estrategia de desarrollo industrial de la UE. La rúbrica del pacto francoalemán es, en consecuencia, la constatación del fracaso de aquellas -ya entonces- oxidadas políticas de austeridad que ahogaron la capacidad de compra de los hogares, atrasaron la recuperación y dejaron pasar una valiosísima oportunidad para conformar un proyecto común que garantizase el crecimiento en el largo plazo (y ya de paso, se preocupase por una reducción real de la desigualdad económica en el seno de la Unión).
En relación con esto,
Judith Arnal se pregunta en un interesante artículo sobre los riesgos que implica este volantazo a la política industrial comunitaria.
China se ha convertido en el principal exportador de tierras raras, magnesio o wolframio, entre otras. Además,
es el mayor inversor de la UE en energías renovables (paneles solares y energía eólica, principalmente),
y sus empresas se encuentran entre las más competitivas a nivel mundial. Que China es una nación clave para entender el marco geopolítico global es indudable, y es imposible imaginar una UE independiente en materia energética sin pasar por reforzar los lazos comerciales y políticos con esta nación, aunque sus intereses no siempre confluyan con los de la Unión y esta historia deba escribirse en un capítulo aparte.