La sociedad española se aleja cada vez más de los partidos políticos. A pesar de la
recuperación económica y del
incremento del interés en la política (en 2019 un 40% indicaban que les interesa mucho o bastante frente a un 32% en 2008), como explica Adrián Megías (
en este trabajo reciente), la desafección institucional continúa alta en España.
Los españoles siguen mostrando poca confianza en las instituciones políticas, especialmente en los partidos y en sus representantes, y la situación no parece mejorar. Datos del CIS muestran como en 2017 un
12% de los ciudadanos consideraban la política, los partidos y los políticos como el principal problema de España. En 2022, un
27% de los ciudadanos presentan el
nivel mínimo de confianza en los partidos y casi un
40% no cree que estos niveles vayan a mejorar en un futuro cercano (CIS E3191, E3383). Estos contrastes entre un aumento del interés político y la pérdida de confianza en las principales instituciones también se reproducen en los jóvenes (nuestro futuro político), quienes, desde 2017, solo representan alrededor del 6% entre los afiliados a partidos. Al mismo tiempo, como muestra el gráfico adjunto, los niveles positivos de interés por la política entre los jóvenes
han aumentado en los últimos años hasta casi llegar a un 37% en 2019 pero la cifra parece haberse estancado en los últimos años. Aunque entre las ramificaciones de la crisis económica se incluye un efecto movilizador político y, en consecuencia, un aumento del
activismo en los partidos,
en los últimos años los niveles de afiliación a los partidos políticos han vuelto a reducirse, también entre los jóvenes (como muestra el gráfico). En mi opinión,
va a ser muy complicado mejorar estos niveles de confianza institucional sin diseñar medidas enfocadas a nuestros jóvenes, las futuras elites políticas.
Gráfico 1.- Evolución del interés por la política y la afiliación a partidos entre jóvenes de 18 a 30 años (datos del CIS)
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Para ello debemos conocer mejor quiénes son y qué piensan estos
jóvenes ‘raros’ que deciden hacer política, para ir más allá de los prejuicios hacia ellos. Desafortunadamente, sabemos muy poco. Al margen de algunos estudios académicos centrados en los perfiles sociodemográficos y sus principales actitudes políticas (por ejemplo, véase un estudio sobre
los militantes en Cataluña o más recientemente sobre las
juventudes españolas),
la academia española ha prestado poca atención a este subgrupo de activistas políticos. Un
estudio reciente muestra que
casi el 69% de los jóvenes militantes en las organizaciones juveniles persiguen una carrera política. Prestar atención a este sector de la sociedad con ambición política puede ayudarnos a frenar la desafección, pues en sus manos está la posibilidad de volver a cautivar a la ciudadanía y recuperar su confianza. De hecho,
no es algo poco común que los partidos políticos tengan una organización juvenil (con diferentes niveles de independencia)
que represente los intereses de las generaciones más jóvenes dentro y fuera del partido. Su importancia no recae simplemente en su capacidad de agregar estos intereses, tanto en temas económicos como sociales, sino de
actuar como agentes de reclutamiento y formación de las futuras elites políticas. Pero,
¿hasta qué punto esto es posible si seguimos reduciéndoles a concejales de juventud o coordinadores de las redes sociales en vez de darles responsabilidades en áreas más complejas tanto a nivel organizativo como político?
A mediados de diciembre, en el marco de un workshop de la
Digital Parties Research Network, organicé una mesa redonda con representantes de las juventudes de los principales partidos políticos valencianos para discutir sobre
los efectos de la transformación digital en sus respectivos partidos. Uno de los temas centrales de la discusión fue las
ventajas y limitaciones de las redes sociales para movilizar ciudadanos (más allá de los cercanos al partido),
acercarse a la sociedad y
generar debates políticos constructivos. Entre otros aspectos, los ponentes señalaron que las redes sociales han facilitado el acceso a un público general para los partidos minoritarios menos presentes en los medios tradicionales y que su inmediatez y continuidad (funcionan 24h) han permitido una
mayor retroalimentación entre los partidos y la sociedad. También estuvieron de acuerdo en cómo las redes sociales han condicionado la forma en que sus partidos difunden sus principales líneas políticas,
priorizando a menudo la simplificación y el entretenimiento. Varios participantes apuntaron los riesgos que esto conlleva pues el predominio del entretenimiento por encima del raciocinio puede afectar no solamente a la forma sino a la calidad de la discusión política y, con ello, al funcionamiento de nuestra democracia. A pesar de que el tema principal de la mesa redonda era la digitalización de los partidos, uno de los aspectos que quedó claro tras la discusión es que las nuevas generaciones de políticos están más que preparadas y dispuestas a trabajar en todos los ámbitos de la política.
Estos jóvenes tan activos en política quieren acercarse a la sociedad, entienden la política como algo más que un hashtag, son sabedores de los problemas que supone la simplificación de las cuestiones políticas y trabajan para encontrar consensos y mejorar nuestra sociedad. Sin embargo, para poder conseguir estos objetivos necesitan que se les vea como algo más que la generación nativa de internet conocedora de TikTok. Así pues, parece que uno de los principales desafíos de la política española es atreverse a dar mayor espacio político a sus jóvenes. Si los partidos se animan y los aprovechan, puede que haya luz al final del túnel de la desafección.