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SPUTNIK (VIA REUTERS)

El tratado Start y los costes estratégicos de la guerra de Ucrania

Juan Tovar Ruiz

6 mins - 27 de Febrero de 2023, 07:00

El 21 de febrero levantó grandes expectativas en la opinión pública por la coincidencia en el mismo día de los discursos de los líderes de las dos principales potencias enfrentadas desde el 24 de febrero del año anterior en la Guerra de Ucrania: Joe Biden y Vladimir Putin. Estas expectativas no se cumplieron. Si alguien esperaba grandes novedades o una modificación de la estrategia que ambas potencias han estado utilizando hasta este momento no ha podido sino sentirse defraudado. Ambos dirigentes políticos han mantenido el mismo discurso que vienen sosteniendo desde los inicios del conflicto en la misma semana en la que se cumple un año de su inicio.

En el caso de Biden, su discurso ha rememorado la bien conocida posición de su Administración en defensa del sistema de alianzas y de elementos propios de una visión ideológica liberal como es la preservación de un orden internacional basado en reglas o de la democracia liberal en un contexto de confrontación entre democracias y autocracias. Absteniéndose en esta ocasión de realizar llamamientos en favor de un cambio de régimen en Rusia.
 

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Por su parte, el presidente ruso evocó las ya tradicionales justificaciones ideológicas de carácter nacionalista amparada en las relaciones históricas entre Rusia y Ucrania o las amenazas provenientes de Occidente para la existencia misma de su país. 

Dentro de este discurso, Putin anunció la única novedad relevante: la suspensión, que no retirada, de la participación rusa en el Tratado Start III. Este tratado, fruto de la política de Reset con Rusia que la Administración Obama puso en marcha durante su primer mandato, es uno de los pocos instrumentos de cooperación que persisten entre ambas potencias en materia nuclear tras el abandono en 2018 por parte del presidente Trump del Tratado INF, sobre fuerzas nucleares de alcance intermedio, ante la ausencia de China en el mismo y con las consiguientes cortapisas que suponía para el desarrollo de este tipo de armas dada su utilidad en el escenario de conflictos más factible en ese momento: el indo-pacífico.

En realidad, la decisión rusa no constituye ninguna sorpresa. Tal y como era previsible desde que comenzó la Guerra de Ucrania, la ausencia de confianza entre las partes que justifica la elaboración de este tipo de normas internacionales ya permitía prever que la política de acuerdos en materia nuclear sería uno de los grandes sacrificados del decidido apoyo occidental a Ucrania. Además, tal y como se ha publicitado, este acuerdo se ha venido incumpliendo por la falta de inspecciones estadounidenses del arsenal ruso.

Por otro lado, a pesar de que su presidente ha mostrado la intención de reanudar la política de ensayos nucleares en el caso de que Estados Unidos lo hiciese previamente, Rusia no se ha retirado del Tratado y se ha comprometido a mantener el número de ojivas nucleares estratégicas dentro de lo recogido en el pacto. También se ha mostrado abierta a retomar su participación en el caso de que Estados Unidos cambiase su política hacia Rusia. Hasta cierto punto la reacción rusa parece remarcar que la participación en estos acuerdos está dentro de su interés nacional, pese a que la Guerra y la falta de confianza entre las partes no permita su implementación, ni autorizar ulteriores inspecciones.

En consecuencia, a pesar de los temores causados en ciertos sectores de la opinión pública, el desencadenamiento de un conflicto nuclear como consecuencia de esta medida no parece muy realista. Pero esto no quiere decir que no sea una decisión preocupante que supone una nueva ruptura de puentes simbólica en un asunto de interés central para la seguridad internacional.

Desde que comenzó el conflicto de Ucrania la atención de los medios, líderes y opinión pública se han focalizado, además de en el desarrollo del propio conflicto y el desempeño de Rusia y Ucrania, en los costes económicos y energéticos de la confrontación entre Occidente y Rusia. Sin embargo, se ha pasado por alto y se ha debatido mucho menos los importantes costes políticos y estratégicos que la invasión y consiguiente reacción occidental han tenido y tendrá para la seguridad y estabilidad en el sistema internacional. Un primer coste será precisamente el de la política de cooperación en materia nuclear, en un momento en el que otras potencias apuestan por este tipo de armamento como demuestra la expansión del arsenal chino o la incertidumbre sobre el programa iraní.



Pero estos costes también van más allá del aspecto nuclear. Un ejemplo es el fortalecimiento de actores como Corea del Norte e Irán, beneficiados por la difícilmente ejecutable política de aislamiento de Rusia. También de China, como consecuencia del debilitamiento de su 'aliada' y de la vulnerabilidad de Occidente ante un posible cambio de posición de la potencia asiática mientras Estados Unidos y sus aliados se encuentran empantanados en un escenario estratégico secundario. Y todo ello con Taiwán y los conflictos territoriales del indo-pacífico en el horizonte.

En definitiva, la suspensión del Tratado Start III no parece suponer un riesgo inmediato de confrontación nuclear entre las dos principales potencias nucleares del sistema internacional. Sin embargo, esto no quiere decir que no suponga un desarrollo preocupante de los acontecimientos que supone un toque de atención para los líderes occidentales.

En lugar de transmitir discursos triunfalistas o tratar de vender el bajo coste o los supuestos éxitos de su política en este conflicto, harían bien en explicar a la opinión pública las implicaciones reales de esta ausencia de cooperación y pérdida de confianza entre aquellas potencias que han estado jugando un papel decisivo en los asuntos de seguridad internacional y asumir y prepararse para un escenario internacional mucho más complejo y difícil que aquel al que hemos estado acostumbrados.

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