Francia arde. Lo hace como una luminaria, envuelta en llamas que parecen no acabarse sino acrecentarse con cada acontecimiento nuevo que tiene lugar. La semana pasada, Macron decidió activar el ya famoso artículo 49.3 de la constitución republicana para sacar adelante su nada popular reforma de las pensiones, evitando que sea votada en sede parlamentaria para así lanzar un doble mensaje:
El gobierno está decidido a aprobar la reforma guste o no, con socios o sin ellos. Así, alude a los sindicatos y fuerzas de la izquierda mientras que señala a sus principales aliados en la Asamblea,
Les Républicains, por las dudas esgrimidas por algunos de sus miembros más importantes. Como era de esperar, esto cayó como una bomba en el parlamento francés,
cuyas fuerzas pronto empezaron a promover una moción de censura contra el gobierno para hacer caer no sólo a la impopular primera ministra Borne, sino para arrastrar al mismo Macron en el proceso. Aunque era difícil que ésta prosperase (de hecho, ha habido dos),
el gobierno ha salvado los muebles por tan sólo 9 votos, lo que no augura en absoluto un camino sencillo a partir de ahora. En primer lugar, el presidente Emmanuel Macron ha dejado a
Élisabeth Borne a los pies de los caballos, cuyo gabinete se da por amortizado para la mayoría de los analistas. La reforma se aprobará, presumiblemente, en contra de la opinión mayoritaria de la sociedad francesa, lo que caldeará aún más lo ánimos y endurecerá el ciclo de protestas durante los próximos días y semanas.
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Sin embargo, existe un factor estructural que puede dejar profundas cicatrices en el largo plazo. Si uno deja de lado el coste electoral para Macron y su partido
La République en Marche -que lo tendrá, y será considerable-,
la aprobación de la reforma a través de la vía del decreto sin votación es uno de los muchos síntomas de agotamiento mostrados por el sistema francés desde que hace ya más de 30 años en términos económicos, políticos y sociales. El presidente de la República esgrime que el sistema no es sostenible sin la aplicación de reformas de este tipo, y que ésta ayudará a reducir el alto nivel de la
deuda pública,
que se sitúa en torno al 110% del PIB. De esta manera, Francia podría estar en condiciones de cumplir las (futuras) reglas fiscales de la Unión Europea a través de una serie de políticas de contención del gasto cuya primera pata sería la famosa reforma de las pensiones. Macron, por tanto, se aferra a la ortodoxia presupuestaria para dar una imagen de gestor eficaz y eficiente,
incluso a costa de hacer saltar las últimas costuras del sistema de 1958.
Es cierto, la situación en Francia no es fácil. El último informe del Banco de Francia augura un año 2023 complicado, especialmente en torno a la
inflación,
la cual no consigue ser controlada a pesar de la política restrictiva adoptada por el BCE y que seguirá dañando la capacidad de compra de los hogares franceses.
Gráfico 1.- Descomposición del IPC francés, evolución anual.

De hecho, como se puede observar en el gráfico, la energía ha dejado de ser la principal fuerza detrás de la inflación para pasar a serlo los alimentos y servicios, lo que no ha contribuido precisamente a reducir las tensiones sociales. Por tanto, la implementación de una reforma como la de las pensiones ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia para muchos franceses, y es que esta vez no sólo se ha movilizado CGT, el sindicato mayoritario, sino que los más moderados como CFDT o CFTC, de carácter reformista y socioliberal (CFTC se autodefine como cristiano, de hecho), se han unido a las protestas, en una escalada que augura una primavera caliente y que por primera vez en mucho tiempo da cuenta de la lejanía existente entre la clase política francesa y el resto de la sociedad. Macron, que llegó a presidente prometiendo un cambio democratizador en el seno de La República que resolviese los grandes problemas que ésta venía arrastrando desde hace décadas, ha terminado por dinamitar todos los puentes con los agentes sociales para llevar a cabo unas reformas cuyos supuestos beneficios en el largo plazo no están tan claro para muchos expertos. Sus victorias electorales fueron el resultado de la confianza depositada por muchos franceses que no necesariamente eran de su cuerda ideológica, y que preocupados por el ascenso de Rassemblement National optaron por él, quien prometió un 'giro social' para su segunda legislatura que por supuesto no ha llegado. Y ahora, la pregunta es: ¿En quién va a confiar la sociedad francesa en 2027? En Marche pudo representar un cortafuegos con la ultraderecha en las últimas elecciones, pero es difícil que el proyecto aguante hasta la próxima cita electoral, y menos cuando el presidente esgrime tal falta de diálogo y empatía hacia la población que más sufre el contexto económico actual. Por tanto, el panorama que nos dejan los eventos recientes es poco esperanzador de cara al futuro político de una Francia ya hace tiempo dividida, cuyos cielos nocturnos seguirán ardiendo.