Se acabaron las especulaciones.
Joe Biden anunció este martes que se presenta a la reelección a la Presidencia de Estados Unidos con un vídeo en el que la primera imagen era el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, y la primera palabra que pronunciaba el candidato era 'libertad',
una libertad que el mandatario entiende se encontrará en peligro si su rival republicano (presumiblemente Donald Trump) consigue reconquistar la Casa Blanca.
El vídeo preparado por la campaña de Biden tiene una factura técnica excelente, y
resulta interesante observar en qué puntos y en qué imágenes han puesto el énfasis sus asesores (la diversidad racial del Partido Demócrata, las críticas a las políticas republicanas contra el aborto -que sin embargo no se menciona por su nombre- o contra la prohibición de libros, la defensa de la comunidad LGTBQ...)
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Sin embargo, la primera impresión, y la más llamativa, es que la vicepresidenta, Kamala Harris, aparece en docenas de ocasiones durante los tres minutos que dura el anuncio,
con mucha más presencia que en otros anuncios de campañas pretéritas (como la reelección de Trump en 2020 o la de Obama en 2012, en la que Pence y el propio Biden, que eran los respectivos vicepresidentes, no figuraban de manera tan conspicua).
El mensaje implícito es evidente: por viejo que sea el candidato presidencial, hay una vicepresidenta, mujer y birracial, preparada para tomar el relevo en cualquier momento. Pero eso no puede disipar el problema principal de la campaña de Biden:
la gran mayoría de los estadounidenses (en torno al 70%, lo que incluye a numerosos demócratas) no quiere que se presente a la reelección porque le considera demasiado mayor para ejercer el cargo (y hay que decir que escuchar al presidente durante el vídeo suponía oír, sin lugar a dudas, la voz de un anciano).
En cualquier caso, la suerte está ya echada, y salvo que la salud traicione al primero, el tándem Biden-Harris volverá a presentarse el año que viene.
Los demócratas, sotto voce, están preocupados no sólo por la edad del presidente, sino por su impopularidad. Y es que lo que pretende Biden es una tarea complicada: ser reelegido pese a que su aprobación lleva meses atascada en torno al 42%, cifras que en circunstancias normales serían
un indicador claro de que el presidente va a ser derrotado.
Pero éstas no son circunstancias normales, o al menos ésa es la hipótesis de trabajo de Biden. Por una parte,
es perfectamente posible que el mandatario crea que su aprobación puede mejorar a lo largo del próximo año (un precedente que Biden sin duda tiene en la cabeza es el de Ronald Reagan, que en abril de 1983 era todavía más impopular que el actual presidente lo es hoy, y año y medio después, sin embargo, fue reelegido con el 58% del voto. Y por cerrar la analogía con Biden, Reagan hasta ahora es el presidente reelegido más viejo de la historia).
Pero el segundo elemento del cálculo del actual presidente es que
cree que
su rival republicano más probable es todavía más impopular que él y que la ciudadanía, ante la alternativa de regresar a los turbulentos años de Trump, optara por lo malo conocido en lugar de lo peor también ya conocido. La esperanza de Biden en relación con esta cuestión no carece de fundamento, al menos por tres motivos: en primer lugar, porque
es cierto que Trump es todavía más impopular que el actual ocupante de la Casa Blanca. En segundo lugar, porque la campaña de las elecciones de medio mandato del año pasado demostró que si los demócratas consiguen poner el foco en el expresidente y sus múltiples escándalos, los votantes tienden a rechazarlo. Y, por último, pero no menos importante: la Casa Blanca sin duda maneja encuestas como la que publicó esta misma semana el Wall Street Journal, en la que se le preguntó por su intención de voto a las personas que tienen una opinión desfavorable de ambos candidatos. Y el resultado fue arrollador:
Biden gana en ese segmento por 54 a 15% a Trump.
La paradoja es que ésta
no sería la primera vez que dos candidatos impopulares se presentan a unas elecciones: fue exactamente lo que ocurrió en 2016, cuando Trump se enfrentó a Hillary Clinton y ganó -al menos en el Colegio Electoral, ya que no en votos- precisamente porque
los votantes que tenían una opinión negativa tanto de él como de ella apoyaron, pese a todo, al expresidente.
Ahora bien, eso nos aboca a una campaña desilusionada, que enfrentará a dos ancianos impopulares (no olvidemos que Trump tendrá 78 años el día de las elecciones) y que ganará no el mejor, sino el menos malo. Y no olvidemos algo que aunque hoy parezca improbable, es perfectamente posible:
¿qué ocurrirá si la salud o una derrota en las primarias hacen que el candidato republicano no sea Trump, sino alguien veinte o treinta años más joven, y sin cuatro o cinco causas criminales esperándole en plena campaña? ¿Qué hará Biden entonces?
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ASSOCIATED PRESS / LAPRESSE