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THIERRY MONASSE (GETTY IMAGES)

Un Pacto de Estabilidad para un nuevo orden económico europeo

Bernardo de Miguel

6 mins - 27 de Abril de 2023, 07:00

El Pacto de Estabilidad de la Unión Europea nació hace más de un cuarto de siglo en un mundo de postguerra fría dominado casi sin resistencia por Occidente, con una globalización incipiente en la que todavía no había irrumpido China con toda su fuerza comercial y en el que la revolución tecnológica apenas comenzaba a dar sus primeros pasos digitales. Aquellas viejas normas de 1997 fueron la base para la creación del euro. Y resistieron con algunas modificaciones el vendaval de la crisis financiera. Pero el nuevo orden mundial, acelerado por la pandemia y por la invasión rusa de Ucrania, parece incompatible con un Pacto que, de aplicarse a rajatabla, condenaría a la zona euro a una recesión autoinfligida, a una catástrofe social y a una pérdida de terreno geoestratégico en la competencia con EE UU y China. 

El viejo Pacto, mal que le pese al gobierno alemán, ha muerto y el proyecto de reforma aprobado este miércoles por la Comisión Europea solo mantiene sobre el papel los límites del 3% de déficit público y del 60% de deuda consagrados en el Tratado de la UE. En la práctica se avanza hacia una especie de regla de gasto con la que se espera contener y reducir paulatinamente los gigantescos números rojos provocados por los rescates bancarios (2008-2012), las medidas para paliar el impacto de la covid-19 (2020) y las ayudas fiscales para mitigar la escalada de los precios de la energía (2022). 

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Los países con déficit o deuda excesivos deberán negociar con Bruselas una senda de ajuste adaptada a su coyuntura económica, con un objetivo anual de gasto neto. La UE solo actuará contra esos países en caso de que no se respete ese objetivo o de que no se acaten las recomendaciones cursadas.

En 2024, cuando la Comisión quiere estrenar el nuevo Pacto, habrá 11 países con un déficit por encima del 3%; casi la mitad de los socios comunitarios superarán el 60% de deuda, y en seis de ellos (Francia, Italia, España, Bélgica, Portugal y Grecia) lo números rojos desbordarán todavía por encima del 100%, según las proyecciones más recientes de la propia Comisión. 

Si fuera por el ministro alemán de Finanzas, el liberal Christian Lindner, se abrirían procedimientos disciplinarios contra todos esos países para imponerles unos ajustes que ya se demostraron suicidas durante la crisis del euro. 

La Comisión ha incorporado a su reforma algunos parámetros para calmar a Lindner, como la exigencia de un ajuste anual del 0,5% para los países cuyo déficit rebase el límite del 3%. Pero no parece que Francia, España e Italia (que suman 44% del PIB de la zona euro) vayan a permitir una vuelta a las andadas austericidas de Berlín. Ni siquiera los socios mayores del gobierno alemán, socialistas y verdes, comparten del todo la irresponsable postura de Lindner. 

La batalla, que se librará durante la presidencia española de la UE, se anuncia peliaguda y le tocará lidiar con ella a la vicepresidenta del Gobierno español, Nadia Calviño, al frente del Consejo de ministros de Economía y Finanzas de la UE (Ecofin). El previsible choque entre Berlín y París podría incluso dejar la reforma en el aire y abocar a la Comisión al dilema de recuperar el viejo Pacto, suspendido a raíz de la pandemia, pero sin aplicar sus elementos más perniciosos para el crecimiento, como la exigencia de un recorte acelerado de la deuda.

Ni Bruselas ni las principales capitales del euro quieren exponerse a un batacazo económico que ensanche aún más la creciente brecha económica entre la UE y EE UU. En 2008, cuando estalló la crisis financiera, el PIB de la UE (12,5 billones de euros) superaba al de EE UU. Tras la crisis del euro, el Brexit y la pandemia, el PIB de EE UU alcanza los 22,6 billones de euros y el de la UE cerró el año pasado con 15,8 billones de euros. Y a la distancia marcada por EE UU se une ahora la competencia de un gigante como China y de países en ascenso que reclaman su lugar en la mesa como Brasil, Sudáfrica o India.



El proyecto de reforma del Pacto asegura que se dará prioridad al mantenimiento de la inversión pública, para no repetir el catastrófico error de la pasada década cuando se cortó de raíz en varios países (entre ellos España) por la crisis del euro. El texto aprobado por la Comisión incluso señala la preferencia del gasto en cuatro políticas consideradas vitales para la UE en el siglo XXI: el Pacto verde, el pilar de derechos sociales, la infraestructura digital y la seguridad y defensa.

Pero los ingentes recursos que requieren esas cuatro políticas casan mal con una norma que obligue a la mayoría de los socios a apretarse el cinturón de manera drástica. Solo en descarbonización se calcula que la UE puede requerir una inversión anual de 450.000 millones de euros. Y el incremento del gasto en defensa para llegar al objetivo del 2% obligará a países como España a doblar esa partida presupuestaria. La digitalización completa del continente y la protección de redes e infraestructuras dejará otra factura jugosa. Y la inversión en sanidad pública y asistencia afrontará también una escalada de vértigo a juzgar por la erosión de la pirámide poblacional de la UE.  

En 2021, las estimaciones de la Comisión señalaban que nueve países necesitarían un ajuste brutal de más de dos puntos porcentuales de PIB en el déficit estructural (es decir, el hueso más duro de roer de las cuentas públicas) para rebajar la deuda al 60% en 2039. En la última proyección se aplaza el horizonte hasta 2070 y ya son 12 países los que necesitarían un gran esfuerzo (de entre dos y seis puntos porcentuales de PIB) para situar la deuda por debajo del famoso umbral. Y no están solo los sospechosos habituales sino también Alemania, Países Bajos o Austria, que acusan el coste del envejecimiento de la población.

La cuadratura de tamaño círculo presupuestario requerirá no solo un Pacto mucho más flexible sino también una revisión de las normas de ayudas de Estado y de la gestión de los fondos europeos para dotarles de una mayor dimensión supranacional. Ese nuevo orden económico de la UE, en el que se combinen las tres patas -disciplina presupuestaria, subsidios nacionales en los países con recursos y europeos en los más limitados-, parece el camino a seguir para mantenerse en la carrera mundial de este siglo.

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