Acostumbrados a los movimientos telúricos, las condiciones naturales extremas según la zona del país o los tsunamis,
no han faltado calificativos alusivos a estas características de Chile para titular lo que ocurrió el domingo 7 de mayo. Correspondía elegir a 50 consejeros constitucionales en este segundo intento por dotarse de una nueva Constitución.
En un proceso muy diferente al fracasado proceso constituyente de la Convención Constitucional de 2022, la apatía de la ciudadanía era evidente. Con una comisión de expertos elegidos por los partidos políticos trabajando en un proyecto a revisar por el reciente elegido Consejo Constitucional, poco o nada de interés generó la campaña en el electorado. La atención estaba puesta en otra parte:
seguridad y migración han sido el foco de atención de los últimos meses. Habiendo recrudecido los delitos violentos y teniendo serias crisis migratorias en el norte y centro del país, estos temas han copado la agenda política y de medios de comunicación.
Con un gobierno con baja aprobación en las encuestas, inflación como no se conocía desde hace décadas y perspectivas de crecimiento poco alentadoras, se realizaron estas elecciones.
Importante es señalar que, desde el plebiscito de salida del primer proceso constituyente,
el voto en Chile ha vuelto a ser obligatorio, lo que llevó a que, pese al desgano, un 82,3% haya concurrido a votar aun sin conocer muy bien quiénes eran los candidatos o qué prometían en sus campañas. Muchos de ellos en su publicidad demostraban incluso gran desconocimiento de lo que es una Constitución, pareciendo más bien campañas a alcalde, parlamentario o presidente de la República.
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Se sentía en el aire. Se intuía que el partido de extrema derecha de José Antonio Kast -ex candidato presidencial que compitió con el presidente Gabriel Boric y que pasó a segunda vuelta obteniendo el 44% de los votos-, Partido Republicano, le iría bien. Estaban dadas las condiciones para que aquello ocurriera. Los excesos y maximalismos de varios de los constituyentes pasados, con performances y hasta actos de cancelación dejaron un sabor muy amargo en el imaginario colectivo.
Un 62% rechazó el texto propuesto y varios de los que considero responsables de haber dejado pasar el 'momentum constituyente' siguieron en el debate público con polémicas y desvaríos refundacionales. La propuesta anterior fue fruto de mucha soberbia, arrogancia y mesianismo. Lejos de lo que personas comunes y corrientes esperaban. Personas con problemas para llegar a fin de mes con su salario, endeudados o temerosos por su seguridad o de sus hijos en poblaciones violentadas por el narcotráfico o grupos radicales mapuches. No es un dato menor que en las regiones donde se vive a diario la violencia el Partido Republicano haya obtenido más del 50% de los votos (comunas del Biobío, por ejemplo).
Ya éstas se habían manifestado por el rechazo en el plebiscito anterior a pesar que la propuesta había sido redactada con participación de representantes de los pueblos originarios y un fuerte acento indigenista a través del principio de la plurinacionalidad en sus distintos niveles.
Si bien la frustración y el malestar se expresaron con fuerza en las calles de todo Chile en 2019 pidiendo más justicia social, equidad y condiciones de vida digna,
los partidos políticos y la mayoría de los constituyentes no supieron canalizar esas reivindicaciones. Las causas particulares de los elegidos primaron por sobre el interés común.
Exceso de normas, maximalismo y falta de coherencia entre los distintos capítulos de los más de 400 artículos se alejaron de los gritos de la calle. No escucharon. No calibraron las necesidades más básicas del ser humano como el deseo de trabajo, tranquilidad y respuesta de los poderes públicos de sus necesidades urgentes. El miedo, en su sentido más amplio y humano se ha apoderado de las emociones de mucha gente.
Miedo a la violencia, a perder su identidad ante la migración que ha aumentado en el país, a no llegar a fin de mes o que los caminos estén cortados por barricadas de grupos violentistas en la zona centro-sur de Chile. Subestimamos ese sentir. Ya no es ni noticia en los noticieros centrales cuando se ataca en Biobío o la Araucanía a gente de la zona, ni siquiera cuando un autobús escolar fue atacado por encapuchados que le dispararon. Iban niños en su interior que, providencialmente, salieron ilesos. No es portada a menos que sea en alguna capital grande o, evidentemente, Santiago. Pero el miedo está ahí. Y el miedo es una emoción que puede tener su expresión política. Miedo que ya no es al populismo y sus efectos.
Sabíamos que la extrema derecha aprovecharía la ocasión. Con el discurso tomado de los manuales de los radicales de otros países, en especial de Europa, el Partido Republicano supo tocar esa tecla. Esto en nada debiera sorprendernos. Lo que sí debe llamarnos la atención es la falta de respuestas y propuestas de los demás partidos que acusaron el golpe.
La llamada 'derecha tradicional', sumados todos sus escaños en el Consejo Constitucional, tiene menos de la mitad de los consejeros del Partido Republicano. Los demás partidos no lograron constituir una minoría de bloqueo por lo que la derecha sumada a la extrema derecha logra el quórum para imponer las normas (3/5).
La socialdemocracia y la democracia cristiana ni siquiera lograron tener un representante. El bloque oficialista salva los platos con 17 consejeros. Muy difícil lo tiene el gobierno del presidente Boric al tener, por un lado, un reforzamiento de la oposición y, por otro, tensiones entre las dos coaliciones que forman su administración.
Como dice el analista político Jorge Navarrete, “nos farreamos” (perdimos) la oportunidad en el anterior proceso, oportunidad que ya no será. Era en ese tiempo y lugar donde la soberbia y el iluminismo debió haber dado paso al diálogo. Escuchar las múltiples voces que forman una ciudadanía cada vez más compleja y demandante. Haber hecho el esfuerzo de aglutinar y no dividir. Sumar y no restar. Atraer y no alejar al ciudadano. Al Partido Republicano, como ha ocurrido en otros países y continentes, le bastó con poner la música (discurso y relato) que la gente en su gran mayoría quería escuchar.
Hubo un voto de protesta claro y de desesperación también.
Con el péndulo chileno moviéndose vertiginosamente, hoy la mayoría le ha dejado al Partido Republicano la oportunidad de dictar (o dejar de dictar) la nueva Constitución. ¡Vaya paradoja!
Los que no han querido nunca cambiar la Constitución de Augusto Pinochet, que votaron rechazo tanto en el plebiscito de entrada como en el de salida, que se marginaron del acuerdo para modificar la actual Constitución para permitir esta salida institucional a la crisis política, hoy tienen en sus manos el poder dentro del Consejo Constitucional. Sus discursos iniciales han sido un llamado a la unidad y diálogo, a no repetir los errores de la izquierda cuando vivieron sus momentos altos, pero advirtiendo que sus 'líneas rojas' no se cruzan: temas valóricos como la prohibición del aborto, reconociendo que tienen la intención de modificar lo menos posible la actual Constitución.
Será en las sesiones del Consejo y la posición que adopten frente a la propuesta de los expertos donde seremos testigos de cuán dispuestos están de esa unidad y diálogo. Ellos pondrán la música esta vez.
La incógnita si será aprobado en un plebiscito de salida sigue abierta, lo que implicaría que la Constitución actual seguiría más viva que antes y validada por dos rechazos a alternativas posibles. En ese camino, hay muchas piedras aún. Los casos comparados no nos dan mucha esperanza.
El Estado de Derecho, la separación de poderes, el respeto de los derechos humanos y de las minorías, en fin, la democracia como algunos la queremos puede estar en peligro. Se pensaba que Chile estaba inmune a los populismos, pero no es así. Las causas de por qué la gente los vota es lo que más me importa. Como en el Brexit, el lepenismo o el trumpismo, la gente que le dio la mayoría al partido Republicano no es toda xenófoba, ignorante, subnormal o racista.
Hay algo más que no estamos viendo, sobre todo los partidos políticos tradicionales. Eso es lo que se veía venir, pero no con la fuerza de un terremoto grado 8.8.
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PRESIDENCIA DE CHILE (GETTY IMAGES)