Las cosas no pintaban demasiado bien para el candidato demócrata en las elecciones presidenciales norteamericanas de 1992: un prometedor joven proveniente del Estado de Arkansas, del que había sido gobernador, se enfrentaba a un aparentemente todopoderoso
George Bush, que acababa de ganar la (primera) Guerra del Golfo. Así que un estratega de la campaña electoral de
Bill Clinton decidió colgar un cartel en las oficinas centrales del candidato con tres frases que condensaban el enfoque de la campaña. Una de ellas se hizo especialmente famosa:
the economy, stupid. Por supuesto, hace falta completar la frase para entenderla correctamente:
no es la guerra lo que importa al votante, sino la economía. Es decir que lo que más le preocupa no es su orgullo patriótico, sino sus problemas concretos.
Bush perdió finalmente y desde entonces la frase se ha hecho tan famosa que se ha convertido en un mantra del arte de ganar campañas electorales.
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Pues bien, en las últimas elecciones municipales y autonómicas de mayo no ha sido la economía la que ha movilizado el voto de Vox y del PP, claros vencedores de la contienda, sino la ideología. Hasta el punto de que cabría improvisar un corolario al principio establecido por aquel astuto estratega político para mejorar la eficacia de su aserto:
sólo cuando va mal, la economía influye decisivamente en el voto de los electores. Que se lo pregunten al
Zapatero de 2011.
Porque si uno se toma la molestia de consultar el
último barómetro de mayo del CIS se percatará del poco peso que han tenido las cuestiones económicas en la decisión del votante de Vox, para quien el principal problema del país es la inmigración (4,1%), hasta el punto de cuadruplicar la media general (1%) e incluso la del votante del PP (0,6%) como muestra la Tabla 1.
Fuente: Pregunta número 5. AVANCE DE RESULTADOS DEL ESTUDIO 3405 BARÓMETRO DE MAYO 2023. CIS.
Ya dijimos en otra ocasión que, en España, el de la
inmigración era un problema inventado por Vox, pero
es evidente que la artimaña le ha rendido buenos frutos electorales. Por su parte, el
paro preocupa a un 8,4% de los electores del partido de extrema derecha, casi la mitad que la media de todas las formaciones (15%), mientras que la
crisis económica inquieta a un 12,6%, exactamente 6 puntos menos que la media (18,6%) y 5 puntos menos que a los votantes del PP (17,6%). El problema de la
vivienda, que preocupa a un 3,3% de media, apenas alarma a un 0,6% de los votantes de Vox. Pero, en cambio, sí que le preocupa más el (supuesto) problema de la ocupación de viviendas, aunque tampoco es que le quite el sueño: apenas dos décimas (0,5%) por encima de la media. Menos sueño le quitan todavía la
violencia de género, el
cambio climático o la
desigualdad, que no le preocupan nada en absoluto. En cambio, el votante de Vox está más interesado de lo normal en los problemas políticos y del gobierno (15,2% frente a un 11,8% de media) y en el
funcionamiento de la democracia (0,8%), donde duplica la media (
Tabla 2). Dicho de forma más sucinta, al votante de Vox lo que le han preocupado son las políticas desarrolladas por el gobierno de coalición, sencillamente porque se sitúan en sus antípodas ideológicas.
Fuente: Pregunta número 5. AVANCE DE RESULTADOS DEL ESTUDIO 3405 BARÓMETRO DE MAYO 2023. CIS.
Parece claro que el éxito inicial de Vox fue fruto de la onda expansiva provocada por el
Procés y su intento de referéndum en 2017.
En las dos elecciones generales celebradas en 2019, el 55% del electorado de Vox confesó al CIS que la situación en Cataluña influyó decisivamente en su voto, por encima de los votantes de Ciudadanos y del PP (35%). Es cierto que la «tibia» respuesta que, según su parecer, dio el gobierno de Rajoy al desafío independentista
detonó el primer voto a Vox. Estaba la
identidad española en juego, o al menos eso creyeron en 2018 y 2019. Cuatro años después, cuando el problema catalán parece conjurado, ha tenido lugar un proceso de
identificación del votante de Vox con el resto de su programa electoral.
Los investigadores Rama, Turnbull y Villamil lo llaman «efecto de impregnación»:
en el momento en el que alguien incorpora a su identidad política ser votante de Vox, estará más expuesto a las posiciones de Vox en el resto de temas, aunque en un principio determinara su voto una única cuestión, por ejemplo Cataluña.
Ese efecto de impregnación es el que explica en gran parte que el partido de Santiago Abascal haya pasado
de 47 a 119 diputados autonómicos y
se haya convertido en la llave para la gobernabilidad en 6 autonomías y 30 capitales. A pesar de la pandemia, de la guerra de Ucrania y de la inflación, la economía española no va nada mal, a despecho de todos los pronósticos agoreros que se han hecho periódicamente durante la legislatura. Y en algunas comunidades autónomas, como la Valenciana, podría decirse que la gestión del dinero público ha sido hasta modélica, a pesar de la infrafinanciación. Y, sin embargo,
ello no ha sido óbice para que la variante española de la extrema derecha europea haya conseguido enraizarse en prácticamente todos los rincones de España. Y esta vez no ha sido por Cataluña. Ni por la economía. Que se lo pregunten a
Ximo Puig.