El peso simbólico de la imagen es enorme. Tres hombres posan ante cientos de cámaras que han llegado desde toda la república para inmortalizar el momento:
La ultraderecha alemana ha ganado una elección. Y no sólo eso, lo ha hecho frente al resto de los partidos en conjunto. El triunfo de Robert Sesselman, el futuro
Landrat de Sonneberg, es apenas la excusa para que Björn Höcke, uno de exponentes del ala más radicalizada de
Alternative für Deutschland (AfD), y jefe del partido Tino Chrupalla viajen a la pequeña comarca de Thüringen, al este de Alemania. Saben que han ganado más que una elección comunal.
El resultado es síntoma de una situación que tiene lugar en Alemania desde hace meses.
Mientras el gobierno tripartito de socialdemócratas, verdes y liberales pierde en popularidad, y la oposición de los democristianos no termina de aprovechar el momento para posicionarse como proyecto alternativo, AfD crece en las encuestas como nunca antes desde su fundación hace 10 años. Un crecimiento que la ha llevado a pelear por el segundo lugar a nivel federal e incluso a liderar las mediciones en el este del país.
En un contexto de inflación e incertidumbre resulta tentador señalar al descontento social como la razón principal de este crecimiento. Una hipótesis razonable si tenemos en cuenta que durante toda su historia
este partido se ha caracterizado por capitalizar la crisis de representación en Alemania, especialmente en el este del país. Sin embargo, para entender el auge ultraderechista en las encuestas es preciso poner el foco en otros factores: la predisposición hacia discursos nativistas, la narrativa victimista, el miedo ante el descenso social y, sobre todo, la normalización de la derecha radical.
El partido del este
AfD ha conseguido por primera vez superar el 20% de intención de voto a nivel federal. Esto le permite condicionar la formación de gobierno, reduciendo el margen de maniobra de los partidos ya que, al menos por ahora, todos manifiestan su rechazo a cooperar con la ultraderecha. Este escenario se agudiza a nivel regional en los “
Bundesländer” del este donde el voto a AfD oscila entre los 24 y los 29 puntos.
La ultraderecha encuentra en los territorios de la exRDA su bastión. De hecho, obtendría allí el
32% de los votos, nueve puntos por encima de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) según una medición de Forsa. Y a esto se le agrega que actualmente hoy se quedaría con 34 mandatos directos en esas regiones. Prácticamente la totalidad de los distritos en juego (Ver mapa a continuación).
A costa del derrumbe de la izquierda post-comunista, representada en
Die Linke, y de la caída de voto a los partidos mayoritarios (SPD y CDU), AfD ha conseguido erigirse como la “voz” de aquellos sectores que, por diversas razones, en gran medida justificadas, se sienten marginados o ignorados. Aquí el aspecto populista del discurso de los ultraderechistas, que divide al mundo en dos grupos homogéneos pero antagónicos entre sí (pueblo vs elite), funciona como llave para que la derecha radical penetre en el debate público con cierta cuota de legitimidad.
En efecto, en las últimas elecciones regionales en cada uno de los cinco Bundesländer del este entre el 59% y el 74% de los votantes se sienten ciudadanos de “segunda clase”.
Si bien la base electoral actual de AfD se alimenta de este descontento, posiblemente arraigada en cierta decepción con las consecuencias de la reunificación, no es la única causa que lo explica.
Cabe destacar que las desigualdades entre ambas Alemanias son evidentes. La despoblación en algunas regiones, el bajo porcentaje de personas nacidas en el este ocupando puestos de relevancia en el mundo privado y estatal, la falta de inversiones y posibilidades económicas en relación al oeste han sido estudiadas e identificadas como grandes cuentas pendientes del país.
Sin embargo, esta es apenas una de las variables que explica el voto a un partido de derecha radical que coquetea con el extremismo. Los politólogos
Cas Mudde y
Roger Eatwell han analizado las teorías que explican el voto a este tipo de partidos. Sin intenciones de hacer un recuento exhaustivo de las mismas, podríamos afirmar que los estudios sobre el tema ponen énfasis en las
crisis políticas y de representación, las
crisis económicas con sus correspondientes desigualdades sociales, las
motivaciones y actitudes autoritarias preexistentes de un segmento de la población y las
tesis de la mediatización y amplificación de las narrativas ultraderechistas.
La conclusión de ambos académicos es que ninguna teoría explica en soledad el fenómeno, sino que es preciso observar la constelación de elementos en cada lugar y momento histórico particular. Y esto nos lleva a un análisis de una AfD bastante diferente al partido que fue cuando se fundó en 2013.
La tercera fase de AfD
El nacimiento de AfD estuvo signado por la crisis del Euro. Para aquella Alemania de 2013 este nuevo partido traía consigo una novedad:
el discurso euroescéptico. Era el primer paso hacia la constitución de un partido clásico de derecha radical populista como los existentes en Austria, Suiza, Francia y otros países de Europa occidental. Algunos años después se configuró una segunda fase en la vida de esta fuerza política en torno a la crisis humanitaria por la llegada de miles de refugiados hacia fines del verano de 2015. Fue un acontecimiento que, junto a los atentados en Francia, España y Alemania, permitió a la fuerza ultraderechista ingresar al Bundestag en 2017. Posteriormente las peleas internas y su incapacidad para liderar el discurso antigubernamental y anticientífico en tiempos de pandemia, como sí hicieron otros partidos de la derecha radical en el mundo, provocaron un freno en su crecimiento y lo ubicaron en torno al 10% de intención de voto.
Aquel estancamiento no impidió, sin embargo, que los sectores más radicalizados del partido consigan ir conquistando lugares de decisión.
La tercera fase de AfD inicia con la crisis energética provocada por la invasión a Ucrania y la aceleración del proceso inflacionario. La falta de perspectiva generó un clima de incertidumbre ideal para que los ultraderechistas puedan sembrar el miedo. En efecto, uno de los conceptos de los que se apropiaron casi en soledad del concepto de “paz”, aunque
Sahra Wagenkneckt de die Linke también apuntó en esa dirección, se acerca bastante a esta idea.
Mientras el resto de los partidos discuten sobre el envío de armamento a Ucrania con el objetivo de proteger los valores democráticos e impedir un crecimiento del poder del gobierno de Vladimir Putin, AfD exige el fin del conflicto a como de lugar. Lo que no explican son las consecuencias negativas de un derrumbe total de Ucrania y la amenaza que esto representa para la Unión Europea desde todo punto de vista.
La agenda nativista
El “estado de bienestar chovinista” es un concepto relacionado con
la “segunda fórmula ganadora” de la derecha radical que apunta a la pregunta social sobre la redistribución del ingreso en clave nativista. Es decir, el Estado debería ocuparse de la justicia social, pero sólo para los nativos.
La definición de quién es nativo y quién deja de serlo queda naturalmente bajo la lógica etnopluralista de las Nuevas Derechas. Un concepto que apunta a reemplazar el antiguo racismo biológico por uno “cultural”.
En el caso en particular de AfD, la agenda combina medidas antiinmigración, deportación de refugiados y una marcada narrativa sobre la desigualdad que ubica a los ciudadanos del este del país como los supuestos perdedores y las víctimas de decisiones políticas de los otros partidos. Un proceso que, según los ultraderechistas, inicia con la Reunificación alemana, el incumplimiento de las promesas del Oeste y la actual falta de reconocimiento hacia el esfuerzo del este. En efecto, la idea de “Reunificación 2.0” (
Wende 2.0) que utilizó en la campaña de Thüringen en 2019 es muy representativa de este discurso que ahora cobra potencia
frente a las variables económicas negativas y el miedo a las consecuencias de una recesión fuerte en el país.
Esta agenda se potencia cuando a nivel federal y europea se posiciona el debate relativo a reformas migratorias, políticas sobre refugiados y demás cuestiones similares que reavivan el frame ultranacionalista. De hecho, envalentonados por los números de los sondeos
los líderes del partido se apuraron en publicar una declaración que exige la disolución de la Unión Europea. Una idea que se ve también alentada por datos publicados por
Infratest dimap que marcan un
retroceso en la confianza de los alemanes hacia la UE.
La normalización es la clave
Según la medición de
INSA Consulere de junio de 2023, citada previamente, se observa en otro dato relevante. Se trata del rechazo a los partidos y para medirlo se plantea la siguiente pregunta a los encuestados:
“¿A cuál de los siguientes partidos usted no se puede imaginar votándole?”.
En julio de 2019, AfD recibía un 70% de rechazo en esta variable. Era con distancia el partido menos aceptado entre aquellos con representación en el Parlamento Federal. Cuatro años más tarde ese rechazo se ha reducido en más de 15 puntos.
En 2023, sólo el 54% no se puede imaginar votando a AfD.
Este dato da cuenta de un
proceso de normalización que se ha acelerado en el este del país donde, como hemos visto, el miedo a expresar apoyo a AfD se ha evaporado. En este proceso juega un rol muy importante el debate político que retoma narrativas y
frames propios de la ultraderecha.
Un ejemplo de esa problemática fueron las expresiones del líder de los
Freie Wähler (FW), Hubert Aiwanger que cogobierna con la Unión Social Cristiana (CSU) en Baviera. El líder conservador manifestó hace pocas semanas que
“tenemos que recuperar nuestra democracia”. Una frase alineada con las expresiones de la derecha radical populista que critican a las instituciones democráticas y manifiestan su alejamiento de una supuesta voluntad general del pueblo.
No se trata de una novedad y algunos líderes políticos comienzan a entender que ese no es el camino. Daniel Günther, ministro-presidente de Schleswig-Holstein y reconocida figura de la CDU expresó su preocupación sobre este rumbo. En una
entrevista con el portal t-online manifestó la necesidad de ofrecer un discurso de centro que no se pierda en “escandalizarse por cuestiones secundarias”. Y agregó: “Actualmente no estamos logrando transmitirle a la gente qué haríamos de forma distinta.”
Esta frase de Günther refleja una necesidad, no sólo de su partido, sino de todo el espectro político democrático. Se trata de dar cuenta de la existencia de proyectos en competencia que puedan brindar soluciones concretas y no narrativas antidemocráticas y reduccionistas.
En los planteos de Günther se reflejan los
hallazgos científicos más recientes sobre la inutilidad de apostar por copiar a la ultraderecha para atraer a sus votantes. De hecho,
los politólogos Marcel Levwandowsky y Aiko Wagner comprueban que
los votantes de AfD se sienten tan alejados de los otros partidos que es casi ilusorio apostar por seducirles.
En ese contexto, los partidos políticos alemanes tanto en gobierno como en oposición tienen la responsabilidad conjunta por una derecha radical en ascenso que se alimenta de sus errores, del presente y del pasado.
El peligro es que además de no percibirlo crean que la normalización de AfD pueda ser una solución.
Aceptar pactar o convenir políticas puede tener consecuencias muy negativas para la democracia liberal, empezando por el nivel regional, pero llegando al federal. Y es que una AfD formando parte de algún gobierno regional también conseguiría un asiento en el
Bundesrat, la cámara alta de Alemania. Un verdadero punto de quiebre para las decisiones políticas del país.
Lo sucedido en Sonneberg fue sólo un aviso. Todavía estamos a tiempo.