Los pactos post 28M han demostrado la confluencia del Partido Popular con su antigua escisión, y en ese reencuentro resulta pertinente plantear hasta qué punto las políticas pactadas — con tan alegre desparpajo en la Comunitat Valenciana, con ese amago de reticencias en Extremadura— se sustentan en un discurso compartido.
Este tipo de análisis resulta especialmente relevante en un gobierno de coalición porque, como hemos visto esta legislatura, afecta a su posible estabilidad. Los pactos suponen un tira y afloja de exigencias que pueden parecer inaceptables para las y los electores de cada parte, y no siempre es fácil dilucidar el punto exacto en que un pacto se convierte en
concesión al socio o, incluso, en
rendición; para juzgarlo, la referencia es el discurso.
Cabe, pues, plantear el contraste entre PP y Vox, para ver si las diferencias discursivas son de grado —por tanto, negociables—, o más bien conceptuales/ideológicas, en cuyo caso supondrían un desafío para que los votantes entiendan los pactos de gobierno.
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Así, el acuerdo asumido el 13 de junio por el Partido Popular para el gobierno de la Comunitat Valenciana, confirmado en Les Corts el 13 de julio, supone un cuestionamiento directo de su discurso previo sobre la violencia machista y los derechos de las mujeres.
Lo mismo ocurre con el goteo de nombramientos para puestos de responsabilidad democrática de personas que han reiterado su oposición y negacionismo en temas como el derecho al aborto, el cambio climático, la evidencia científica o la igualdad étnico-racial. Personas, además, que desde el primer momento han evidenciado un uso partidista de las instituciones autonómicas que dicen querer eliminar, y se han apresurado a tomar decisiones sobre sus retribuciones contrarias a su discurso tópico sobre (contra) los sueldos públicos; las «paguitas», como sabemos.
Simultáneamente, todas estas actuaciones cuestionan la repetidísima afirmación de Núñez Feijóo de que esos pactos no se iban a producir, una posición que todavía pretende defender, distanciándose de los acuerdos autonómicos y municipales como si el presidente del partido fuera ajeno a ellos. Son pactos, afirma, de sus compañeros; su compañera extremeña calla.
El análisis de textos procedentes de redes sociales, mítines, declaraciones, y discurso parlamentario de los líderes del PP y Vox ofrece diferencias lingüísticas leves. Núñez usa cláusulas más breves y tiene un discurso casi entrecortado, con una entonación monocorde (básicamente anticlímax), y una sintaxis simple, sin apenas subordinación; Abascal, por su parte, utiliza bastante más el «yo» en sus discursos, y su prosodia es claramente histriónica. Ambos muestran, no obstante, niveles parecidos de legibilidad y de complejidad conceptual.
Respecto al contenido —no atenderé aquí a cuestiones de veracidad o falsedad—, el discurso muestra en ambos casos una mirada nostálgica hacia el pasado. Mientras en su mitin de cierre de campaña del 28J, en Madrid, el PP se enorgullecía
«de aquella España de Aznar y de Rajoy, de aquella España que hicimos entre todos y sin excluir a nadie», los últimos días insiste en rentabilizar electoralmente el sufrimiento causado por el terrorismo etarra durante la Transición. Por su parte, el retroceso de Vox rescata fechas aún más lejanas; en el discurso de cierre del 28M, celebrado en Toledo, su presidente aludía al Alcázar como una de las gestas más importantes de la historia de la Humanidad:
«hasta cuando vienen los militares chinos comunistas a España piden visitar el Alcázar de Toledo; y pretenden hoy que los hijos de aquellos se avergüencen de sus padres, cuando solo deben sentir orgullo».
Encontramos también matices léxicos. Junto a las coincidencias en las palabras más frecuentes de Núñez («no, España, gobierno, Sánchez, españoles») y Abascal («no, Vox, españoles, España, gobierno»), hay discrepancias en el uso exclusivo de algunos términos. Así, mientras Núñez utiliza «ciudadanos» y «españoles», Abascal solo habla de «españoles»; el primero alude a «rentas medias y bajas» donde el segundo solo menciona «clases medias» (sin propuestas específicas en ningún caso). Lo más interesante de estos usos diferenciados es que generan marcos mentales diferentes, pese a que ciertos líderes populares pretendan que, por ejemplo, «violencia intrafamiliar» equivale a «violencia machista». Saben perfectamente que no.
La tabla muestra los términos usados por Núñez Feijóo que no aparecen en los textos analizados de Abascal y viceversa.
Figura 1.- Esferas semánticas exclusivas en el discurso de Núñez (izda.) y Abascal (dcha.)

Probablemente una de las coincidencias más elocuentes afecta a los temas no tratados y la ambigüedad general, tanto en la elección de las palabras como en la formulación de ideas. La ausencia de propuestas con efectos detallados (en política económica, internacional, educativa, sanitaria, energética…), o su reemplazo por brindis al sol en el mejor de los casos (se comprueba en los programas electorales), queda encubierta por el ruido y la excentricidad exhibida en los temas de las mal llamadas
«guerras culturales». Podría pensarse que la desmesurada lona colgada por el partido ultra en la calle Alcalá de Madrid condensaba, como un grito, los temas que Vox considera importantes para movilizar a su electorado.
En lugar de un texto redactado, programa dibujado, con la única medida de tirar algunas cosas a la basura: comunismo, independentismo catalán, agenda 2030 (¿qué sabe el votante medio de ella?), feminismo, diversidad sexual y movimiento okupa. Ejemplo máximo de lo que en
otro lugar he llamado
retóricas negativas.
Por lo que se refiere al discurso emocional, tan explotado por la política actual de todo signo, encontramos evidentes diferencias que afectan tanto a la polaridad (activación de emociones positivas o negativas) como a la intensidad valorativa. El software especializado (
Lingmotif), indica que los textos de ambos líderes son enormemente valorativos en todos los contextos. La vehemencia mínima corresponde a los discursos de Núñez en el Senado («bastante intensidad»), mientras el valor máximo («extremadamente intenso») se da en el discurso de Abascal en redes. En cuanto a la polaridad, sólo Núñez alcanza en los mítines y en redes valores «levemente positivos», pero baja a «bastante negativo» en sus alocuciones del Senado; esa misma polaridad caracteriza todos los textos de Abascal, con niveles máximos de la
desinhibición retórica típica de la derecha populista. En este punto resulta interesante señalar que el mismo análisis realizado en discursos de los líderes de Sumar y del PSOE muestra valores que oscilan entre «neutro» y «muy positivo», sin textos de polaridad negativa.
La diferencia de tono se mantiene también en los programas electorales; ambos muestran niveles valorativos «extremadamente intensos», con una polaridad «neutra» en Vox y «levemente positiva» en el PP.
Esta es la diferencia más clara entre ambos discursos, una diferencia relacionada con la vehemencia y la expresividad hiperbólica. Además, sea cual sea el contexto y el emisor, en Vox tenemos siempre la sensación de estar oyendo un discurso referido, que sigue un guion inamovible, casi como unas «Tablas de la Ley». Se hace un uso declarativo de la palabra, sacerdotal, que bautiza la realidad según la nombra; por eso recurre tanto a expresiones insultantes: «derechita cobarde», «enemigos de España», «ecolojetas», «zurderío»; también por eso es un discurso monológico, cerrado, insensible al pacto conversacional.
Lo dicho trasciende la literalidad, activando inferencias pasionales que apuntan al odio. Pero la diferencia con el PP es de intensidad valorativa. Los mismos usos impostados subyacen al empeño por autodefinirse como «partidos constitucionalistas», tanto por parte del que presenta programa electoral con propuestas contrarias a la Carta Magna, como del que lleva años incumpliéndola y boicoteando la renovación del Poder Judicial.
Los que aprendimos con Umberto Eco que cada texto construye su lector (el «lector modelo»), entendemos que también el discurso de un partido contribuye a crear a su potencial votante.
Por tanto, si un partido, de cualquier tendencia, experimenta una escisión ideológica y, por contagio, modifica su discurso en la misma dirección para evitar la fuga de votantes, estos, sin irse, pasan a aceptar ese mismo cambio ideológico. En este sentido, el surgimiento de partidos y líderes asimilables a la ultraderecha y la derecha radical en todo Occidente desde comienzos de siglo estaría facilitando un desplazamiento ideológico de los partidos conservadores hacia ese mismo extremo, derechizándolos. Y, en la medida en que esos partidos escindidos suponen una amenaza para los pactos tácitos de nuestras sociedades —y en algunos temas cuestionan directamente nuestra Constitución o, incluso, los derechos humanos—, están suponiendo también un desplazamiento respecto a nuestros estándares de vida en común y de moral consensuada. Lo vimos hace unos años con las crisis migratorias, cuando escuchamos a líderes españoles tachar de «
buenismo con efecto llamada» o «
buenismo de la izquierda» la protección de vidas migrantes en el Mediterráneo;
lo estamos viendo ahora a propósito de la violencia contra mujeres y homosexuales, la pluralidad lingüística o el derecho a la muerte digna.
En definitiva, el contraste entre ambos discursos muestra diferencias de grado, con solo algunos matices ideológicos en temas muy concretos que, sin embargo —y en elocuente contraste con otros conservadores europeos—, no están suponiendo obstáculo para las negociaciones y pactos.
La experiencia nos está mostrando, sin ambages, que no importa lo dicho, sino lo que hace falta decir —y firmar— para gobernar.